La torre de Muduex cumple 100 años

viernes, 27 junio 2014 3 Por Herrera Casado

La torre de Muduex, construida en 1914

Mañana sábado 28 de junio se va a celebrar en Muduex, por todo lo alto, y con un retoque sin fin de campanas, que su torre parroquial cumple cien años. Que es un aniversario redondo y solemne. La torre se cayó hace mucho tiempo, y en 1914 decidieron restaurarla y dejarla como nueva, tal que ahora se ve. Volvemos la vista atrás, y recuperamos un documento de entonces…

Es Muduex un pueblo del valle del Badiel, y en lo más profundo de su discurso plácido se encuentra, recostado sobre la vertiente septentrional que, en rápida cuesta, cae desde la meseta alcarreña que por uno y otro lado escolta, cubierta de cereal, a este hermoso e inesperado vallejo cuajado de alame­das y huertos, con sus laderas cubiertas de densa vegetación de monte bajo y olivar en escasos puntos. La erosión de estas vertientes dan aún una mayor vistosidad al aspecto hundido de sus pueblos y al verde restallante de su vegetación.

Algo de historia

Tras la reconquista de la comarca a los árabes por el reino castellano (siglo XI), Muduex quedó en calidad de aldea en el alfoz o Común de la Tierra de Hita, regida por su Fuero. Pasó con el total del territorio a don Iñigo López de Orozco, y ya a finales del siglo XIV quedó en propiedad de don Pedro González de Mendoza, gran caballero en la corte castellana, poniendo dicho señorío en su mayorazgo, del que ya nunca salió hasta el siglo XIX en que la primera Constitu­ción española abolió este sistema de relación social. Los Men­doza, pues, y su rama principal de los duques del Infantado, fueron los señores de Muduex. Se sabe que poseyeron nume­rosas y buenas tierras en su término los monasterios jeróni­mos de San Blas de Villaviciosa y de San Bartolomé de Lupiana, gozando de gran parte de los impuestos que el Rey y el arzobispo toledano cobraban en su término. Fue declarada Villa en 1607, y eximida de la jurisdicción de Hita. Sus primeros alcaldes, nombrados por la duquesa del Infantado, fueron Lorenzo Gascón de Mesa (por el estado de los hidal­gos) y Esteban del Molino (por el estado de pecheros).

Aún pueden verse, ya muy desmantelados, algunos leves restos de lo que fueron murallas de pueblo, y se señalan dos lugares en los que estuvieron sendos cubos o torreones defen­sivos, restos remotos de un antiquísimo castillo. Nuestro amigo Antonio Nieto Tejedor hizo en su día un estupendo dibujo que señalaba la distribución de la alcazaba y el resto del pueblo.
La iglesia parroquial está bajo la advocación de la Nati­vidad de Nuestra Señora. Es obra de arquitectura románica, posteriormente modificada con ensanches y reformas. Su puerta de ingreso está formada por varias arquivoltas semicirculares que apoyan en columnas adosadas rematadas en sencillos capiteles de formas vegetales, pero está protegida por un atrio cerrado. Al exterior, el ábside es también románico, como la puerta, y conserva algunos modi­llones. El resto del templo es aumento del siglo XVI, a base de mampostería y ladrillo. La torre, alzada sobre los pies del templo, como veremos tuvo su época de esplendor, de decadencia y de final empuje, pues justamente hace un siglo que, después de estar caída por los suelos, se reconstruyó en un estilo neomudéjar que llama vivamente la atención de quien la contempla. Pudiera (esto lo digo simplemente como apunte posibilista) haber tenido al mismo Ricardo Velázquez Bosco por tracista, aunque hubiera sido solamente darle la silueta y la colocación de sus adornos en ladrillo.
Su interior, de una sola nave, pre­senta escasas muestras artísticas. Del magnífico retablo principal -obra plateresca de bue­nas pinturas y tallas, y que fue destruido durante la Guerra Civil de 1936-39-, sólo queda un resto de una de las tablas centrales, en la que aparece una escena de la vida de la Vir­gen María. También puede admirarse una talla de San José con el Niño, barroca; otra de San Diego de Alcalá, de la misma época, muy aceptable, y una magnífica de Santa Ana dando de mamar a la Virgen, románica, del siglo XIII, recientemente restaurada, una de las obras de escultura románica más importantes que conserva la provincia de Guadalajara.

La restauración de la torre

Un cuaderno de apuntes (que hemos podido consultar gracias a la amabilidad del cura párroco de Muduex, don Francisco Monge) escrito en 1914 por el secretario del Ayuntamiento, don Saturio Pascual, refiere con todo detalle el proceso de restauración de este monumento, verdaderamente singular en el contexto neomudéjar alcarreño, y la consiguiente crónica de su inauguración, hace ahora exactamente 100 años.

La torre de la iglesia de Muduex se vino al suelo, de puro vieja y sin cuidados, el año 1876. Nadie había hecho nada por recuperarla, pero alguna circunstancia se tuvo que producir para que el tema se animara, y desde la iniciativa del cura párroco, a la sazón don José María Valle, que fue apoyado en Toledo por las altas instancias diocesanas, al apoyo de quien entonces era Ministro de Fomento y Educación, el Conde de Romanones, siempre atento a la recuperación de las esencias monumentales de esta provincia, y posiblemente quizás también por parte de la duquesa de Sevillano, doña María Diega Desmaissiéres, quien a la sazón construía en Guadalajara su gran complejo educativo “San Diego de Alcalá” así como el Panteón para acoger los restos de sus padres. Todo ello se conjuntó en conseguir de una parte el dinero necesario, y de otra el proyecto de la obra, que tiene unas características que le instalan plenamente en la corriente del neomudéjar alcarreño, y que en esos años estaba capitaneada por el arquitecto ducal, Ricardo Velázquez Bosco, aunque también otros arquitectos locales estaban siguiendo esas pautas y haciendo cosas interesantes.

El pueblo entero se brindó a colaborar en forma de peonaje, completamente gratis, para restaurar esa torre. Y así el mismo 29 de enero (de 1914) se retiraron las campanas, todavía tiradas por el suelo, y se empezó a despejar el lugar de antiguos desmoches. Durante el mes de febrero se derribó lo poco que quedaba, se limpió el entorno, y ya el 7 de marzo se pudo colocar la primera piedra. El contrato se había firmado, por parte de la parroquia, con los maestros de obras José e Inocente Santamaría, de Muduex, así como con Jesús Fernández para labrar la piedra. Tenía que estar hecha, a destajo, en el plazo de 3 meses, y el importe total de 3.000 pesetas sería pagado en tres plazos.

Dice el cronista que no pararon de trabajar ningún día, y que el 10 de abril (que era viernes santo) se acabó la parte baja de la torre, toda ella de sillería y sillarejo, como puede verse en las fotografías adjuntas. La segunda mitad de abril y todo el mes de mayo se dedicó a la construcción de la parte más vistosa de la torre, el cuerpo de las campanas, que como se ve está hecho de ladrillo, con curiosos juegos geométricos en su superficie, rematados en cornisas de profusa ornamentación, y rematada por baranda en la que surgen pináculos, todo en ladrillo e imitando sin duda lo que se está haciendo en la obra de la Condesa de la Vega del Pozo de Guadalajara.

El mes de junio se remató poniendo el chapitel, la veleta luego, y finalmente las campanas. Dice el cronista que por entonces se dedicaron a “pintar la torre” dejándola lista para la inauguración, que estaba previsto hacerla el día 30 de junio, que ese año era domingo.

Pero a punto estuvo de estropearse todo porque con motivo de las opiniones encontradas, entre dos grupos de vecinos, sobre el lugar donde debería ir colocada la campana grande, se paralizó todo, y hubo –como dice el secretario en su crónica- un motín que encabezó Román Tejedor pero que siguieron otros muchos y muchas, de tal modo, que al final el alcalde hizo lo que demandaban, que era colocar la campana en el hueco de la cara izquierda de la torre, donde había estado antiguamente, y no en el de la cara principal, que es donde querían ponerle las autoridades.

“El día 20 de junio se terminó la torre, y entonces izaron el banderín en la azotea y se fijó el 30 de junio para la inauguración de la torre, no poniendo el badajo (de la campana) hasta ese dia”.

La jornada inaugurativa fue solemne y todo el pueblo disfrutó con ella: se hicieron procesiones, se dispararon cohetes “y candelillas” por las noches, todos se vistieron de gala, hubo comidas (y bebidas) y hasta don Manuel, el terrateniente de “La Casa del Monte” les dio a los de la ronda una generosa propina (25 pesetas…!). El domingo 30 de junio a las 9 de la mañana se le colocó el badajo a la campana, que ya desde ese momento no cesó de voltear y tocar (dicen que se oía a dos leguas a la redonda. ¡Qué alegría una campana sonando sobre la Alcarria!). Y poco antes de la misa, programada a las 10, el cura de Muduex, junto al de Hita y otro venido de Guadalajara, bendijeron la nueva torre.

Dice el cronista que el señor cura, después, “echó un discurso al pie de la torre, tan sublime, y tan emocionante, que conmovió a todos los que estábamos presentes, los cuales, al terminar el orador, prorrumpieron en vivas y aplausos”.

La misa solemne la oficiaron varios sacerdotes, entre ellos don Juan Lorenza, de Hita; don Vidal Lorenzo, de Trijueque y don Eugenio Cascajero, que era párroco de Santiago en Guadalajara y profesor de Religión en su Instituto. En la ceremonia, el párroco de Muduex ofició de pianista y cantante, acompañado de varios jóvenes del pueblo.

Por la tarde, se celebró una procesión sacando por las calles de Muduex a la imagen de Nuestra Señora de los Remedios, cosa nunca vista allí, rodeada de cánticos y cohetes. Y a continuación, y este es el dato curioso, “el Capellán de la Condesa de la Vega del Pozo en su poblado de Villaflores…” pronunció “un sermón elocuente, admirable, incomparable, lleno de grandezas, ¡como nunca se oyó en esta villa!: le tributaron una cariñosísima ovación y vivas que el orador rechazó, considerándolo superior a su limitada sabiduría”.

Como no podía ser de otra manera, la jornada concluyó con una gran comida que en la casa del secretario se organizó y asistieron más de 40 personas. Y concluye el cronista de la época: “Poco antes de anochecer vino una gran tempestad, acompañada de relámpagos y truenos, que dio fin a la fiesta”. Era lógico que cayera una tormenta, porque son (o antes lo eran) muy frecuentes por San Pedro.

La fiesta que se prepara, esta vez, en el Centenario de la Torre de Muduex, va a ser parecida, con procesión, actos litúrgicos, cohetes y comidas. Nos tranquiliza, en el fondo, ver que esta tierra sigue fiel a sus tradiciones y hace de siglo en siglo las mismas cosas para entretenerse.