Romanos y Celtíberos en la ciudad de Luzaga
Acaba de aparecer, y fue presentado hace unos días en el Museo Provincial de Guadalajara, un libro que viene a darnos una extraordinaria información acerca de la época de la Romanización en Guadalajara, aunando el estudio de la vieja Celtiberia al paso y a la plenitud de la presencia de los romanos en ella.
A propósito de este libro, me voy ahora hacia Luzaga, a evocar en ese lugar serrano el paso de una civilización a otra. Está estudiada.
Los coordinadores del grueso volumen, titulado “La romanización en Guadalajara” y editadas sus casi 300 páginas por “La Ergástula”, son los conocidos arqueólogos Emilio Gamo, María Luisa Cerdeño y Teresa Sagardoy, quienes han contado con la colaboración de una veintena de autores más, que ha ido aportando sus investigaciones sobre este campo.
A los entusiastas de la Historia Antigua, y de los hallazgos arqueológicos, en Guadalajara, este libro va a resultar sencillamente maravilloso, porque en él se recogen muchos trabajos variados que inciden en un aspecto único, aunque como en un prisma de mil caras, visto desde distintos ángulos. Viene a ser la conjunción publicada en forma de libro de las comunicaciones que se aportaron en el Encuentro sobre Romanización en Guadalajara que tuvo lugar en febrero de 2013 en nuestra ciudad, en el Museo Provincial de Bellas Artes.
Casi como un libro por sí mismo, pues viene a ocupar 40 páginas de la obra, aparece pleno de informaciones nuevas, y de revelaciones a cual más interesante el trabajo del profesor Sánchez-Lafuente dedicado a la romanización en el área más intensamente celtiberizada de Luzaga. En esta ocasión estudia a fondo la ciudadela de “El Castejón”, siguiendo sus prospecciones y análisis desde hace 20 años; añadiendo a ello el estudio de las Termas de los Palacios, en plena plaza mayor del pueblo serrano, así como el estudio de un bronce figurado encontrado y una gran colección de monedas hispánicas.
La parte I del libro que comentamos trata de la romanización en su contexto, o sea, las huellas que ha dejado en la arqueología, en la epigrafía y en la historia. Y así, encontramos trabajos como el titulado “Los celtíberos que encontró Roma”, la visión romana de la conquista, el territorio de Complutum desde una perspectiva total, la historia de Ercávica, y un análisis de los datos sobre la explotación de las salinas en este territorio.
En la parte II, lo que aparece es un buen número de artículos y presentaciones sobre Arqueología Romana. Así, el interesado va a entretenerse con lo ya mencionado de Luzaga, con lo del poblamiento romano en el área de la actual provincia (que escribe Emilio Gamo), con las excavaciones en un polígono de Azuqueca, o los hallazgos superinteresantes de una necrópolis romana en “Las Zorreras” de Yunquera de Henares.
Además, Consuelo Vara hace un estudio panorámico del gran puente de Murel, sobre el Tajo, en término de Carrascosa, que es sin duda una de las grandes obras públicas que los romanos dejaron en nuestra provincia, añadiendo finalmente otro gran trabajo de Sánchez-Lafuente y García-Gelabert sobre la villa romana de Las Casutillas y sus hallazgos numismáticos.
Para cuantos han visitado en estos pasados meses la exposición que el Museo Provincial de Guadalajara nos ha ofrecido en las salas bajas del palacio del Infantado, y por la que han pasado miles de visitantes, este libro será el complemento perfecto, porque va a entrar en mayores detalles respecto a muchas cosas de las que allí ha visto: monedas, castros, mapas, huellas epigráficas, etc. Un elemento, en definitiva, capital para el mejor conocimiento de la Arqueología en nuestra provincia.
Centrados en Luzaga
Así califica Sánchez-Lafuente a Luzaga y su entorno arqueológico: “nos encontramos ante una interesante ciudad-estado de la Celtiberia”. Y afirma que hay restos que permiten darle vida prolongada, al menos entre el siglo III a. de C. y el II después de Cristo. Desde hace más de un siglo se conoce, y se ha estudiado arqueológicamente, el enclave de “El Castejón” en el término de Luzaga.
Como probablemente todos mis lectores sepan, Luzaga es hoy un pueblecito de la serranía del Ducado, localizado en la orilla izquierda del río Tajuña, que le llega después de haber nacido en Maranchón, atravesado Luzón, cortado rocas en Anguita, y abierto en canal los densos pinares de aquellas alturas. Tiene escasísimos habitantes, y desde hace más de cien años ha sido protagonista por dos cosas: por los equipos de arqueólogos que de vez en cuando llegaban a su término a remover piedras y excavar en el subsuelo, y por haber tenido en sus pinares instalado el Campamento de Verano que primero fue de la OJE y luego del ministerio de Educación, para albergar a chicos aventureros durante los veranos en tiendas de campaña.
En Luzaga, los arqueólogos han trabajado siempre con la recompensa alegre de encontrar piezas, espacios y datos que han servido para centrar la [pre]historia de nuestra tierra castellana. De una parte, está el espacio de “El Castejón” que conforma una verdadera ciudad celtíbera, de las más grandes y quizás mejor conservadas que existen. De la antigua ciudad celtibérica solamente quedan sus ruinas y los cimientos, y algún retazo de sus murallas ciclópeas que la rodeaban. Impresionante su situación, como un nido de águilas sobre el pueblo actual, con un acceso relativamente fácil por el sur y levante, pero imposible de acceder por poniente, desde el pueblo, pues la muralla y el roquedal son inaccesibles.
Ya en 1912 el Marqués de Cerralbo inició las excavaciones de “El Castejón de Luzaga”, poniendo al descubierto una ciudad celtíbera, así como sus murallas cimentadas por enormes piedras, que junto a sus escarpadas laderas le daban un carácter inexpugnable. Entobces apenas nadie recogió aquella noticia, y todo quedó en la transmisión vía oral de que en ese lugar hubo una gran ciudad, tema que ya se conocía desde siglos antes y que había dado origen a leyendas populares. Los vestigios que hoy existen son todavía espectaculares, pues quedan evidencias de sus tres cinturones de muralla, que podría haber tenido hasta 3 kilómetros de longitud. Hay que advertir que hoy está siendo amenzada esta estructura prehistórica por la construcción de cercanos edificios de viviendas
Eusebio Gonzalo, autor de una “Historia de Luzaga” muy interesante, nos cuenta que en las derruidas paredes de la vieja ciudad, había gran cantidad de trozos de piedras de molino que durante siglos les habían servido para triturar el grano, y que ya hace 20 y 30 años estaban sirviendo de empedrado en las calles del pueblo. Este tema de la protección de los conjuntos arqueológicos debería de tomarse, una vez más, con interés por parte de los poderes públicos, que parecen olvidar estos lugares tan apartados (en lo geográfico y en lo temporal).
Otras piezas y lugares de la Luzaga antigua
De las piezas encontradas, a lo largo de los años, en las ruinas de la vieja “Lutia”, destacan algunas especialmente, como el llamado “Bronce de Luzaga”, un objeto cubierto de escritura que sirvió para mejorar el nivel de comprensión del lenguaje celtíbero, y que hoy se halla en paradero desconocido. Otra pieza singular del “Patrimonio Desaparecido de Guadalajara” que sin embargo, y por lo que de él pudo deducirse cuando los estudiosos lo tuvieron a mano, es que era una pieza clave de la arqueología hispánica… lo dejaremos para comentarlo más detalladamente otro día.
La pieza más llamativa procedente de Lutia es sin duda el bronce figurado, que apareció en la zona de la necrópolis. Es un bronce de reverso plano, que muestra un ser fabuloso, un animal con torso y cabeza humanos, y un cuerpo animal con alas de ave. Como un grifo transmutado a humano. Una esfinge, en definitiva, pero con detalles muy orientalizantes, pues muestra una cabeza varonil, barbada, tocada con una kipa. Es sin duda un genio raptor de humanos vivos que tiene por misión llevarles al “Más Allá” de la muerte. Sánchez Lafuente dice que es un mediador psicopompo, un agente que ayuda al paso de la vida a la muerte, y según García Bellido es un elemento muy común en los pueblos fenicios y púnicos, mediterráneos, por lo que queda claro que el mundo celtibérico recibe directamente esas influencias culturales mediterráneas, aunque (esto lo pienso yo) podría también tratarse de un elemento importado, traido a Lutia por algún mercader directamente desde Fenicia. Esta pieza, este bronce tan espectacular del que acompaño una imagen dibujada, porque el original se encuentra en el Museo Arqueológico Nacional, puede fecharse en los siglos III-II a. de C. o sea, plenamente en época celtibérica.
Otros elementos que abundaron en el entorno de El Castejón fueron las monedas. Muchas se conservan aún en domicilios y colecciones particulares de los habitantes de Luzaga. Otras fueron al M.A.N. Todas se fueron encontrando, a lo largo del siglo pasado, en el entorno de Luzaga. Aparecieron piezas claramente celtibéricas junto a otras de época alto imperial, y bajo imperial, romanas.
En muchas de ellas brillan nítidos los caballeros celtibéricos, expresión máxima del arte de esa cultura. Jinetes con palmas, jinetes con lanceros con casco, toros también, y cabezas de emperadores. Pero el estudioso del tema no encuentra monedas de la ceca local, que sería “Lu.ti.a.ko.s” como sería lógico. Existió y emitió monedas esa ceca a principios del siglo I a. de C. y ya en época sertoriana. Pero Gonzalo, investigador local de Luzaga, afirma rotundamente que se encontraron en el pueblo monedas de esa ceca. Esta materia, la numismática, confirma también la idea de que esta villa hoy mínima de Luzaga, fue en los siglos II antes de Cristo a II después de Cristo, una gran ciudad que concitó el poder de una tribu celtíbera que aquí centro su ciudad-estaco de Lutia, y que después de la conquista romana siguió albergando vida y actividad.
De aquella época, finalmente, queda recordar la anécdota que ha corrido de cronista en cronista, desde los iniciales romanos, de que cuando los habitantes de Lutia se juramentaron para ir a socorrer a los numantinos en peligro, y formaron una falange numerosa y aguerrida, llegaron los romanos y condenaron a todos los jóvenes lutienses a ser sometidos al corte de su mano derecha, cosa que así ocurrió. Esta terrible noticia quedó rodando y rodando por los valles de la sierra del ducado y la vieja Celtiberia, durante siglos, hasta hoy mismo.
Otro interesante espacio de Luzaga son “los Palacios”, una excavación de época romana que apareció justo en la plaza mayor del pueblo, y de la que se obtuvieron datos y piezas que al menos han permitido ubicar una importante villa romana con baños y suelos cubiertos de hermosos mosaicos. En la época plenamente romana, Lutecia acoge la estancia de un rico agricultor romano. En el lugar más favorable levanta una extensa villa, y en ella se encuentran hoy muros, pasadizos, conducciones y salas adornadas de, al menos, dos bellísimos pavimentos de mosaicos. Uno decorado en “opus sectile”, con losetas de colores amarillo, rojo, blanco y negro, que dan un efecto tridimensional muy llamativo. Y otra, la estancia VII, de “opus tesellatum”, datado por Fernández-Galiano entre los siglos II y III de Cristo. Además han aparecido en Los Palacios de Luzaga numerosas piedras grabadas, inscripciones latinas, monedas imperiales, y el relieve tallado de una representación equina. Quizás de ese mundo, de siempre conocido o intuído, de la vieja “Lutia” vendría a las leyendas de nuestros abuelos aquella que contaba que en este lugar hubo un maravilloso lugar perdido al que los antiguos denominaron “Luzbella”… se funde siempre la historia con la leyenda, al menos en estos paisajes adustos de la Celtiberia fría.