Mitos y leyendas que se desvelan
De nuevo salen a la actualidad las salas bajas del palacio del Infantado, y lo hacen porque en estos días se presenta un libro –del que soy autor- que ofrece por fin, de forma completa y sistematizada, la historia de su construcción y desarrollo, y el significado de sus cientos de figuras, que parecen constituir una gran fiesta de guerreros y de dioses ante los ojos atónitos del espectador.
Un libro -este que he concluido de escribir, tras muchos años de estudio y búsquedas-, que ha supuesto, en primer lugar, un gran reto y un cúmulo de momentos satisfactorios. Cuando se terminó de restaurar, de levantar sus ruinas imponentes, el palacio de los duques del Infantado, y se pudo entrar a visitarlo, y a utilizarlo como Museo, Archivo y Biblioteca, dí yo en buscar el significado de aquellos complejos mundos pintados, que todavía en 1976 estaban sujetos por puntales para evitar su derrumbe, y con enormes manchas de yeso blanco que tapaban lo que habían sido agujeros dejados por las bombas.
Tuve la suerte de encontrar, entre los miles de legajos de la Sección Osuna del Archivo Histórico Nacional, los documentos que explicaban quien, cuando y como se hicieron esas salas de la planta baja del palacio, que quería el quinto duque utilizar como lugar público para su gobierno (hacienda, juzgados, registros…) y su representación de poder y fama. Unos pocos datos bastaron para abrir la secuencia de los hallazgos. Que publiqué, a principios de 1981, en la Revista Wad-Al-Hayara con la que Diputación abría un portón a la investigación sobre nuestra provincia.
Después han sido otros los que han publicado o han ido reflejando en escritos y libros todos estos hallazgos y conclusiones. Quizás ese deseo, básicamente humano, de que quedara constancia de lo que hice en su día, me ha llevado a publicar, con la ayuda de la editorial AACHE, este que probablemente sea ya mi último libro. La historia y significado de las pinturas manieristas de las salas bajas del palacio del Infantado, un bloque denso y perfectamente homogéneo que define la simbiosis de Arte y Humanismo en la que vivió Guadalajara durante el último cuarto del siglo XVI.
Una historia intrigante
En las páginas de “Arte y Humanismo en Guadalajara” he tratado de reunir todos los datos posibles que permitan conocer a fondo y disfrutar con la visita de los techos pintados de la planta baja del palacio del Infantado de Guadalajara. Realizados a finales del siglo XVI, por la mano del pintor florentino Rómulo Cincinato, y por encargo del entonces quinto duque don Iñigo López de Mendoza, se convirtieron en uno de los elementos de expresión del humanismo renacentista que animaba aquella corte mendocina que llegó a ser calificada de “la Atenas alcarreña”.
Durante siglos olvidados, no apreciados, y finalmente destruidos por las bombas en la Guerra Civil en diciembre de 1936, los ahora ya restaurados frescos manieristas nos presentan una singular mezcolanza de escenas, figuras, seres mitológicos y personajes de la historia alcarreña y española, que cuando se comprenden en su conjunto nos dejan boquiabiertos.
La esencia de este lugar son las llamadas salas de Cronos, de las Batallas y de Atalanta, más las saletas de los Héroes y de los Dioses, que suman en total más de 130 metros cuadrados. El visitante, debe acudir con la idea de hacer el examen del lugar de acuerdo a la norma interpretativa iconográfico-iconológica diseñada por Erwin Panofsky, procediendo a la interpretación deductiva del significado de cada una de las pinturas, de las salas y del conjunto, y tratando de llegar tras el examen de figuras y actitudes, a una conclusión, que en mi caso ha sido la de encontrar implícita la expresión de un sentido aúreo de La Fama por parte de los Mendoza, que se apoyan en sus fastos familiares y en la historia de su linaje para demostrar su valor, su virtud y el intento, según ellos conseguido, de vencer al peor enemigo del hombre, el Tiempo.
La visita de las Salas
Para visitar las salas pintadas del palacio del Infantado –las Salas del Duque que ahora llaman- hay que llevar cierto orden, aunque la conclusión no se adquiera hasta finalizar la visita y enterarse incluso de lo que falta. El orden sería, pues por ella se entra al conjunto, la sala de El Tiempo, con un viejo Cronos cabalgando un carro tirado de ciervos, y en cuyo derredor se ven los doce signos del Zodiazo, más escudos y diosecillos, incluyendo una representación de la Eternidad en la bovedilla de la ventana que da luz a la sala.
Se pasa luego a la Sala de las Batallas, a la que en algunos libros se denomina también como “Sala de Don Zuria”. Es esta la más amplia y espectacular, y en su techo central vemos tres grandes cuadros, estando el central ocupado por un abigarrada reyerta que no es otra que la batalla de Arrigorriaga, en la que el primero del linaje, don Zuria “el Blanco” vence a las tropas leonesas y se proclama señor de Vizcaya, viendo luego en los tondos y pinturas de contorno circular que adornan el espacio multitud de escenas de batallas en las que los Mendoza siempre victoriosos conquistan Al Andalus y van añadiendo virtudes como el honor, la fama, la virtud y la eternidad. A cualquiera que observe estas batallas y escenas le sorprenderá el hecho de que los personajes vayan vestidos de romanos, pero no debe engañarse, no lo son: es la forma en que el ímpetu renacentista quiere retratar a los Mendoza como si fueran personajes de la Antigüedad clásica.
Se pasa luego a ver las dos pequeñas saletas anejas dedicadas a los héroes romanos, con escenas de la historia tomadas de los libros de Valerio Máximo y de los dioses del Olimpo, tomadas de la obra de Bocaccio sobre ellos. En estas saletas, pequeñas y habitualmente oscuras, son multitud los personajes, de la historia, de la leyenda, de la mitología, que se nos muestran, mezcladas las Virtudes cristianas con los dioses del Olimpo, en un festival de ideas y colores que nos abren la página primera de un libro que sería –y así ha sido titulado- “Arte y Humanismo” en esta ciudad de Guadalajara en la que de vez en cuando han pasado cosas.
Se visita a continuación la más hermosa y perfecta de todas las salas, la dedicada a la fábula de Atalanta e Hipómenes que narra Ovidio en el libro VIII de las Metamorfosis, según descubrí en los planos originales conservados en la sección Osuna del Archivo Histórico Nacional, y en cuyas escenas se muestran los dioses y sus anécdotas, con un claro sentido simbólico de lucha contra el Tiempo, que aparecía en la sala siguiente, dedicada a la victoria del Día sobre las otras fuerzas, (la Noche, la Aurora, la Luna, el Cielo y Mercurio con su caduceo como mensajero de todas ellas) como un elemento persistente en el concepto de supervivencia y perseverancia en la Fama.
El laberinto de Creta
En este libro que hoy comento, y del que no puedo negar que me siento muy satisfecho, porque ha culminado un íntimo esfuerzo y porque viene a cerrar de un modo constructivo una vida de estudios y análisis patrimoniales, aparece un último capítulo dedicado a otro aspecto lúdico pero inmerso en el contexto humanista que los Mendoza quisieron ofrecer a sus visitantes en el siglo XVI: nos invita a dar un paseo por los jardines que se abren al costado occidental del palacio, en los que estuvo un gran laberinto dedicado al Minotauro, que enlazaba con las leyendas de Teseo y Ariadna y el poder de la inteligencia ante la adversidad, nuevo elemento que completa esta visión del Humanismo mendocino a través del Arte.
Sinceramente creo que la secuencia de antecedentes, descripciones, explicaciones y conclusiones que estas páginas ofrecen, posibilitarán a partir de ahora que los miles de visitantes que cada año llegan a este palacio alcarreño puedan comprender mejor esa parte hasta ahora un tanto ignota de sus pinturas manieristas.