Arte de siempre en Lupiana

viernes, 5 abril 2013 0 Por Herrera Casado

El claustro del monasterio de Lupiana a finales del siglo XIX, por Salcedo.

Este fin de semana se va a celebrar (fundamentalmente) en Lupiana, las primeras Jornadas Peregrinas del Camino Real de Guadalupe. Los organizadores han querido que sea precisamente en el viejo monasterio jerónimo de San Bartolomé de Lupiana donde se vayan centrando los actos de hermanamiento y búsqueda de orígenes. Una serie de charlas y visitas que culminarán el domingo por la mañana con una Jornada de Puertas abiertas para visitar el monasterio y sus recónditas maravillas de arte.

En ese marco siempre asombroso, porque emana religiosidad y arte unidas, voy a tener la oportunidad de explicar a los peregrinos de esta ocasión, y a cuantos quieran asistir a esta jornada de hallazgo y visita, el arte que contuvo y que aún contiene este conjunto de edificios, el Monasterio de San Bartolomé, que fue origen de la Orden de San Jerónimo, y su cabeza durante muchos siglos.

El claustro del monasterio de Lupiana

El claustro grande de Lupiana es sin duda una de las joyas del Renacimiento español. Fue diseñado y dirigido por Alonso de Covarrubias en 1535, dejando solamente terminada entonces la crujía norte, y teniendo que esperar a comienzos del siglo XVII para que García de Alvarado concluyese el conjunto tal como hoy lo vemos. Ofrece una planta rectangular, y suponía para Covarrubias el reto de construir un nuevo claustro sobre el antiguo preexistente, con unas dimensiones preestablecidas y forzadas. Ofrece cuatro pandas, dos de ellas más alargadas, y dos alturas, excepto en la panda norte donde aparecen tres alturas., aunque en un principio tuvo cuatro. La estructura es de arcos de medio punto en la galería inferior; de arcos mixtilíneos en la galería superior, y de arquitrabe recto ó adintelada la tercera, con zapatas muy ricamente talladas. Todas las galerías se protegen con un antepecho, que en el caso de la inferior es de balaustres, y en la superior ofrece una calada combinación de formas de tradición gótica. Las techumbres de este claustro, originales del siglo XVII, ofrecen un artesonado de madera con viguetas finas, todo muy finamente tallado. En su pavimento quedan algunas antiguas losas sepulcrales: una de éllas nos informa pertenecer a don Andrés de la Fuente, que entregó a los monjes la heredad de Valbueno. En el espacio central del claustro aparece una fuente, arrayanes de boj y algunas estatuas puestas por la actual propiedad, procedentes de la iglesia.

En las galerías bajas de las pandas cortas aparecen seis arcos, y en las largas, al serle imposible al arquitecto constructor acoplar otro arco entero con las debidas proporciones, aparece en su centro un intercolumnio añadido, adintelado, en una solución «pseudoserliana» muy original, que al no tener antepecho permite el paso al espacio central del patio.

La decoración de este claustro jerónimo es plenamente renacentista, y tan característica de Alonso de Covarrubias, que si no existieran los documentos que prueban su autoría, esta le sería atribuída sin ninguna duda. Abundan sobre los arcos, tanto en su paramento externo, como en el intradós de los mismos, los detalles de ovas y rosetas, las acanaladuras continuas, y en los espacios vacíos surgen con profusión los tondos, que muestran nuevamente rosetas, escudos de la Orden jerónima (el león bajo el capelo) e imágenes especialmente delicadas en su trazo, y que en número de cinco aparecen en la parte interna de la panda del norte: San Jerónimo, San Pedro, San Pablo, San Juan y la Virgen María.

Los capiteles de ese costado son también muy ricos y deliciosamente tallados, acusando la mano personal de Covarrubias. Los hay que muestran cabezas de carneros, grifos, calaveras y pequeños «putti» que juegan con cintas y cajas. También algunos angelillos y muestras muy diversas de vegetación. Todo éllo sobre la blanca piedra caliza de la comarca, que sin embargo se ha conservado con gran pulcritud y perfección. La elegancia y la suntuosidad de este gran claustro renacentista de Lupiana, es una de las causas por las que la visita a este antiguo monasterio está siempre justificada.

Existieron otros dos claustros. El más antiguo, situado a poniente y conocido como “de los santos” está totalmente arruinado, sin detalle artístico alguno, y cubierto su suelo de derrumbes. El siguiente, que dicen de la Enfermería, sólo ofrece los paramentos cerrados, de ladrillo visto, ocultando los pilares primitivos, y los capiteles que son todos del llamado “estilo alcarreño”, muy propios del quehacer de Lorenzo Vázquez de Segovia, a quien habría que atribuir esta antigua obra, hoy muy difícil de visitar. En su centro aparece una pila coronada de una antigua cruz de hierro forjado.

Otro de los elementos más interesantes de este monasterio es la Sala Capitular, que se abre a la panda oeste del claustro principal, y que hoy permanece cerrada por el peligro de hundimiento que encierra, aunque se está restaurando. Se trata de una amplia estancia de planta rectangular, alargada, con cuatro tramos que se separan entre sí por fuertes pilares prismáticos y se cubre de una bóveda de cañón, tenida por arcos fajones muy rebajados, carpaneles, que no soportan con entereza el piso superior, donde había otra gran sala que en alguna parte ya se ha hundido.

La iglesia monasterial de Lupiana

Aparte de escaleras, salas y portalones adornados de frisos, frontones y hornacinas, que forman un gran espacio monasterial como nos sugiere el plano que vemos junto a estas líneas, merece ser visitada la iglesia, hoy muy alterada en su aspecto, después de que en los años treinta del pasado siglo se hundieran las bóvedas de la nave y todo el coro, quedando como un espacio murado y hueco, aprovechado por la propiedad para construir en su centro un irregular estanque y unos jardines.

Este templo, heredero del primitivo que estuvo situado en otro lugar, en el costado occidental del monasterio, fue construido a comienzos del siglo XVII, habiendo sido hecha su traza por el arquitecto vallisoletano Francisco de Praves, quien la realizó en 1613, y el desarrollo estructural de la fachada del templo, que añadía a lo que ahora vemos una segunda torre que nunca se llegó a construir, fue original del arquitecto madrileño Francisco del Valle. Las obras, según una meticulosa carta de contrato, se llevaron a cabo hacia 1613-15, y la dirigieron y ejecutaron los maestros canteros y de obras Antonio Salbán y Juan Ramos, ambos seguntinos, y muy ligados a la construcción de la catedral de Sigüenza en esas fechas de comienzos del siglo XVII.

La fachada del templo, que era lo primero que encontraban los caminantes al llegar al monasterio de monjes jerónimos, se orienta a poniente, y consta de un gran paramento de remate triangular, en cuya parte baja aparece la portada propiamente dicha. Se trata de un arco semicircular escoltado de dos pilares de planta cilíndrica y rematado por un entablamento sencillo del que surge una hornacina que alberga una deteriorada estatua exenta de San Bartolomé. En ese mismo muro, una gran ventana, hoy cegada, iluminaba el coro de los monjes. Encima de élla, ya sobre el triangular frontón, un gran escudo de la monarquía hispana. A su lado sur se alza la torre monasterial, que todavía presenta un aire medieval gracias a su planta cuadrada, estrechas ventanas en forma de saetera, y coronación con almenas.

La iglesia es de planta única y muy alargada. Gruesas pilastras prismáticos dividían la nave en tres tramos cortos, estando los dos primeros cubiertos por la gran bóveda del coro alto, similar al de El Escorial, y que también a comienzos del siglo XX se hundió junto con el abovedamiento general del templo. Tras ellos se abre el poco pronunciado crucero, apenas resaltado por el rehundimiento de sus muros para dar acceso a sendas puertas laterales: la del norte, al jardín, y la del sur, a los corredores que la comunican con el claustro y resto del monasterio. Es de suponer que este espacio se cubriera de una gran bóveda de media esfera, como el resto de la nave lo haría con cúpula de medio cañón reforzada por arcos fajones. Esas bóvedas estaban totalmente decoradas con pinturas al fresco, tal como un cronista se encargó de transmitirnos a comienzo del siglo, aunque sin describir mínimamente las formas, el estilo y los temas, por lo que ni imágenes gráficas, ni siquiera descripción ha quedado de todo ello.

Finalmente, el presbiterio, elevado sobre el nivel de la nave, era accesible gracias a una escalinata. De planta rectangular, y muro del fondo liso, también se cubría de bóveda encañonada con decoración de pinturas al fresco, de las que aún quedan trazas hoy día, pero tan deterioradas que es imposible ni siquiera imaginar los temas que proponían. La estructura original de este presbiterio, en lo alto de una escalinata, obligadamente nos recuerda el del monasterio de El Escorial, en tantas cosas parecido a este de Lupiana.

Algunos consejos para visitar Lupiana

Cercano a la ciudad de Guadalajara, se llega a este monasterio por la carretera N‑ 320 de Guadalajara a Cuenca, y tomando la desviación a Lupiana que surge bien indicada a la altura de su Km. 7, al mismo tiempo que la entrada a la Ciudad de Valdeluz. Siguiendo unos 4 kilómetros por élla, se encuentra el desvío a la derecha hacia el monasterio, bien indicado. Entre densos bosques y jardines umbríos aparece la mole de este maravilloso enclave monasterial. Es propiedad particular, (desde que la Desamortización de Mendizábal se lo expropiara a los jerónimos y lo pusiera a la venta) y se permite la entrada y visita, que es gratuíta, solamente los lunes, de 9 a 14 horas. Puede visitarse y fotografiarse sin problemas, tanto el claustro renacentista como la iglesia y los jardines que lo rodean. Este fin de semana, especialmente, estará abierto al público durante la mañana del domingo 7 de abril, por la celebración de las Jornadas Peregrinas del Camino Real de Guadalupe que hemos comentado.