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febrero, 2013:

La Feria de Tendilla estrena título

La Feria de las Mercaderías de Tendilla

La Feria de las Mercaderías, de Tendilla, un mundo mágico en el que sumergirse

Hoy comienza la nueva Feria de Tendilla, que a partir de ahora llevará el apelativo de “Feria de las Mercaderías”. Un apelativo oficial, porque es el que ha adoptado al ser declarada oficialmente como Fiesta de Interés Turístico Regional, una categoría que supondrá sea vista por nuevos ojos, y sentida por nuevos corazones. En todo caso, un nombramiento justo y merecido, ganado a pulso por constancia, por buen hacer y por entusiasmo recio.

En tiempos muy lejanos, allá por el siglo XV, ya inició sus andares esta Feria, que puede catalogarse entre las más veteranas de Castilla. La feria venía a ser el eje de la convivencia y el comercio, una esencia humana que mueve hacia delante la sociedad. En aquellos tiempos, esa Feria la necesitaban los aldeanos, los villanos, las gentes de pueblo y monte, porque así conseguían bienes que ni ellos fabricaban ni tenían posibilidad de allegar, mientras que ofrecían sus producciones agrícolas, ganaderas o artesanales, a quienes desde lejos venían. Por otra parte, la Feria también la necesitaban los poderosos, los señores, el marqués de Santillana por ejemplo, su creador, porque de esa manera se llevaban un pequeño pico, en forma de alcabala o impuesto a la transacción económica, resultante de todo el tráfico comercial que generaba.

La Feria de Tendilla, que se celebró desde finales del siglo XV en los últimos días de Febrero, por San Matías (ahora le han movido a este santo al mes de mayo, pero el coloquio popular sigue denominándola así) viene a recibir ahora un marchamo oficial, una declaración suntuosa y respetable, la de “Fiesta de Interés Turístico Regional”, y adopta con ese motivo, porque lo obliga la ley, un nombre propio y diferente a los demás. Será desde hoy “La Feria de las Mercaderías de Tendilla”. Un punto de referencia en el sonar de los pretéritos.

Tres días de Feria, Mercado y Diversión

En este fin de semana en el que entramos, será Tendilla la corte de la alegría y la evocación. No sabemos aún si va a lucir el sol o caerá un nevazo. En todo caso, la mera convocatoria llevará a miles de personas hasta la villa alcarreña. Las demostraciones ecuestres, los saltos de los titiriteros, las migas castellanas, y el intento (nuevo) de vender y trocar ovejas y cabras, darán motivos más que suficientes para que mucha gente se dirija a esta “Calle Mayor de la Alcarria” que es Tendilla. Que evoca, en su multisecular Feria de las Mercaderías, los días grandes del Renacimiento.

A los “golosos” de Tendilla, que movieron tantas mulas en siglos pasados, y las movieron de tal manera que hicieron crecer el refrán de ““No compres mula en Tendilla, ni en Brihuega compres paño…” les va a suponer un balón de oxígeno esta Feria y su declaración gozosa.

Sabemos que –aparte de la bullanga mercaderil, que siempre es lo más importante- habrá en el Ayuntamiento un acto protocolario mañana sábado a las 11, en el que intervendrán, de una parte, José Luis García de Paz (¿para cuando el nombramiento, más que merecido, de Cronista Oficial de la Villa?) que ilustrará sobre la historia de la Feria, y de otra las autoridades locales, comarcales, provinciales y regionales, que se sumen al evento. Todos han puesto su grano de arena, y por ello se han ganado un fuerte aplauso, al conjuntar esfuerzos para conseguir esta declaración de “Fiesta Turística Regional” que la nueva y eterna “Feria de las Mercaderías de Tendilla” ahora recibe.

Una calle mayor de andar y ver

Si algún monumento tiene Tendilla que la haga ser recordada por todos cuantos la visitan, este es sin duda la larga Calle Mayor que hace de principal arteria de comunicación y donde se centra la vida, la animación, y hasta donde se condensa, como en mágico conjuro, la historia toda del alcarreño burgo. Gracias a ella, Tendilla es, sin duda, uno de los mejores ejemplos de conjunto urbano tradicional en todo el ámbito de la región castellano-alcarreña. Y ello no lo debe al acúmulo de monumentos trascendentes en su aspecto individual, ni a la situación determinante del conjunto, ni siquiera al hecho de contar con una historia de dimensiones más o menos atractivas. Este título lo posee por juntar, a lo largo de toda una calle, que es su Calle Mayor, el eje primero de su vida urbana, un alargado muestrario de casas, de edificios públicos y privados, y de paseos soportalados, que surgieron además en un momento concreto de su evolución, a mediados del siglo XVI, confiriéndola a partir de entonces su definitiva y actual estampa.

Todavía está esperando la declaración, esa calle, de Conjunto Histórico Artístico o BIC, (así llama ahora el Boletín Oficial a los Bienes de Interés Cultural) que se inició en 2010 y que aún no se ha resuelto ni a favor ni en contra, porque “las cosas de palacio van despacio”.

Pero no está de más recordar en esta ocasión, de qué manera lo merece, porque tiene la belleza, la fuerza y la razón de un espacio humano tallado a fuerza de siglos, de vida y de gente. Ya en el siglo XVI estaban tan satisfechos los vecinos de Tendilla de la prestancia de su pueblo, que en el largo informe enviado al rey Felipe II en 1580 (al que comúnmente se llama “Relaciones Topográficas”) decían de sus calles y soportales: …Quiero adbertir una curiosidad que tubieron los fundadores que en la plaza y en las demás calles de la villa hicieron unos Salidizos y portales, que aunque llueba se puede andar la maior parte de la villa sin varros, limpieza que no se halla en pueblos de su manera… tiene muy buena plaza, y calles anchas de buena traza…

En la Calle Mayor de Tendilla se encuentran sucesivos todos los elementos que le dan la categoría de conjunto urbano de gran relieve. Aunque desaparecidos ya el convento de los jerónimos que había sido primor del Renacimiento; el monasterio de la reforma francisca de La Salceda, con su opulenta sucesión de edificaciones y obras de arte; el castillo valentón de su altura; las murallas y puertas de su entorno, y aun las casas condales, hoy queda, a lo largo de un kilómetro de asombro, la sucesión de edificios que en su gran mayoría son viviendas particulares, y que se caracterizan por estar construidas, de forma sencilla, conforme a los cánones de la arquitectura popular alcarreña, esto es, planta baja de sillarejo y alta o altas de yesones y piedras sobre entramados de madera, todo ello enfoscado de yesos de diversos tonos. En su fachada principal, el portal da a los soportales que recorren el pueblo, y la planta principal ostenta balcones. Por atrás, tienen patios y cuadras. Ese amplio muestrario de construcciones populares sumadas unas junto a otras, con variedad larga de pilastras, de aleros y de soluciones en las bocacalles, es lo que confiere a Tendilla su carácter único. Lástima que no esté conservada y mejorada como se merece ¡Qué no habrían hecho en Alemania con una calle así…! Pero el asombro permanece para quien la ve, y la prueba está en que el gran arquitecto e historiador del arte, Luis Cervera Vera, dejó acabado un magnífico estudio de esta Calle Mayor de Tendilla, que hace unos años apareció en forma de libro como prueba de efecto de todo lo que aquí, y en cualquier parte, pueda decirse a favor de su belleza.

De lejos le viene la fama

De la Feria de Tendilla han podido escribir, y encomiarla, unos cuantos autores. De entre nosotros, el profesor García de Paz ha sabido desentrañar sus orígenes, sus evoluciones y fastos, engarzando numerosos artículos, y hasta un libro del que puedo anunciar aquí, en primicia, que está próximo a aparecer y que va a asombrar por lo bien construido, y la inmensa cantidad de noticias que ha ido desgranando de la oscura buhardilla de la historia. Se titulará, -no podía ser de otra manera- “La Feria de las Mercaderías de Tendilla” y va a ser presentado muy pronto, en la villa alcarreña, y en la Feria del Libro de Guadalajara.

También han escrito sobre ella gentes de buena pluma como Doroteo Sánchez Mínguez, José Ramón López de los Mozos, Víctor Vázquez Aybar, Juan Antonio Nuevo…. y hasta académicos, como Caro Baroja, o premios nóbeles, como Camilo José Cela, se sintieron tan a gusto aquí, y lo dijeron.

El tema atrajo a otros escritores. Por supuesto que el investigador de la historia del Derecho, Pedro Ortego Gil, aportó nuevos datos y la puso en contexto, pero sobre todo han sido las plumas de dos eminentes investigadores internacionales, la norteamericana Helen Nader y el francés Fernand Braudel, los que le han dado un marchamo universal.

La primera, nos dice en su conocida obra sobre los Mendoza que “El marqués instituyó una feria anual que duraba un mes y comenzaba la fiesta de San Matías, el 24 de febrero… y durante generaciones, los señores de Tendilla promocionaron esta feria estableciendo unos bajos impuestos de un treceavo de las ventas al por mayor y quedando completamente exentas de todo impuesto todas las transacciones al por menor. Estas condiciones favorables junto al hecho de que la feria de Tendilla fuera la primera antes de la primavera, atrajeron mercaderes de toda España y Europa occidental, haciéndola una de las mayores ferias internacionales de España. Los impuestos sobre las ventas de estas ferias fueron, con mucho, la mayor fuente de beneficios de la villa para su señor; en el cenit su fama en el siglo XVI produjeron una renta anual para el Conde de Tendilla de 1.200.000 maravedíes sólo en impuestos sobre las ventas”.

El segundo, Braudel, en su libro sobre “El mundo mediterráneo en la época de Felipe II” dice que: [la Feria de San Matías en Tendilla] “era una feria que acontecía en el momento justo: los artesanos habían trabajado durante todo el invierno tejiendo sus paños y ésta era la primera feria del año… llegando a ella mercaderes de todas las ciudades vecinas, e incluso «mercaderes gruesos» de Madrid, de Toledo, de Segovia, de Cuenca, además de mercaderes vizcaínos de telas e hilos, y portugueses, «más numerosos aquí que en ninguna otra feria de Castilla». Este concurso de gentes y la abundancia de puestos evocan la Alcaicería de Granada. ¡Cuántas mercancías!: telas de toda especie y de todos los lugares, sedas, especias, drogas, palo del Brasil, marfil, piezas de orfebrería y, junto a ellas, mercancías más cotidianas. Por su parte, el conde de Tendilla percibe cada año 1.200.000 maravedises en concepto de alcabala, muy ligera por cierto: sólo el 3%. Esto nos da un volumen de transacciones de unos 40 millones de maravedises, es decir, más de 100.000 ducados. Con semejantes resultados, las ferias rompían las economías locales, de ordinario replegadas en sí mismas, y hacían posible el establecimiento – o al menos, la formación – de los “mercados nacionales”. Es un texto breve que pone en contexto a Tendilla y su dinámica comercial, uno de los ejes de Castilla en su momento.

Un vigésimo aniversario afortunado

En esta de 2013, la Feria de Tendilla adquiere, como dije antes, un rango nuevo, contundente y que compromete. Lo que supuso de colapso de su economía cuando desapareció la “carretera de Cuenca” de su eje vital, trasladándose la circulación de vehículos a la cuestuda variante que discurre por su umbrosa espalda, muchos le dieron a Tendilla el “Requiescat in Pace” que ni merecía ni se resignó a recitar. Desde entonces, desde 1993 en que surgió renacida esta “Feria” que entonces se denominó (y en el fondo se denominará siempre) de San Matías, tres alcaldes laboraron año tras año por sacarla adelante, por mejorarla: Juan Antonio Nuevo Sánchez, Luis Lorenzo Vázquez y el actual Jesús María Muñoz Sánchez,  que ha venido a conseguir esta declaración de “Fiesta Regional”. Todo ello encadenado supone que Tendilla está viva, que es divertida y que tiene muchas cosas qué ver y disfrutar. Que sigue siendo un destino, en suma, para todos los que se lanzan a la carretera cualquier día de fiesta, y en Tendilla saben que hay una Calle Mayor, un montón de edificios monumentales, y una Feria en el Invierno, que merecen el viaje.

La iglesia de Budia, monumento oficial

En los pasados días, el gobierno de la región de Castilla-La Mancha ha declarado como BIC a la iglesia parroquial de San Pedro, de Budia. Un merecido reconocimiento al interés patrimonial de ese edificio, de su historia secular y de los elementos artísticos que contiene.  Aunque alguna vez ya he tratado de esta iglesia, no es mala ocasión esta para recordar sus méritos y animar a mis lectores a que vayan a verla.

Construida en el siglo XVI, a base de mampostería, sillarejo y sillares en basas y esquinas, recibió luego diversas reformas y múltiples arreglos, como corresponde a un edificio singular y complejo. Por delante, al mediodía, la iglesia se precede de un atrio descubierto rodeado por una barbacana o calicanto de sillarejo que se completa con grandes bolas como adorno.

La portada

La portada es un extraordinario ejemplo de estilo plateresco en la Alcarria, con ornamentación de grutescos y vegetaciones en magnifica talla, así como medallones, bichas y otros detalles de gran efecto y equilibrio. Debió construirse hacia 1550, y consta de un arco de medio punto sobre pilastras cajeadas, enmarcado a su vez por un entablamento que apoya en columnas abalaustradas, con friso adornado de querubines y en las enjutas sendos medallones en que se ven tallados en relieve las cabezas de San Pedro y San Pablo, con sus correspondientes atributos (las llaves y la espada).

El tímpano es de vuelta redonda, adornado de hojitas estilizadas, configurando un estilema muy covarrubiesco, de tal modo que, junto con las portadas de El Cubillo de Uceda, Malaguilla, y Lupiana, esta de Budia podría ser una portada eclesial salida de los talleres de diseño del toledano Alonso de Covarrubias. La portada remata con una hornacina avenerada que cobija una talla pétrea de la Virgen con el Niño, siendo flanqueada por grandes bichas y candeleros. Encima aparece un arco conopial y cruz de brazos abalaustrados, y se remata con frontón culminado en pirámides troncadas y bolas, ya más moderno.

El interior

El interior es de tres naves, con coro alto a los pies. La impresión al entrar es de magnificencia, porque su ámbito guarda las proporciones clásicas de la arquitectura de los templos: más alta y más ancha la nave central que las laterales. Un transepto apenas sobresaliente, y una cabecera plana, tan ancha como la nave central.

Se comenzó a construir por la cabecera y los arcos de la nave del evangelio. Todavía el arco toral es apuntado, decorado con medias bolas, lo que le confiere un aire en cierto modo medieval. Los arcos de la nave del evangelio son también apuntados, descansando sobre pilares y columnillas adosadas, mientras que la arquería de la nave de la epístola es ya de arcos de medio punto, que descansan en pilares de fuste liso coronados de capiteles toscanos y apoyados sobre basas poligonales, por lo que se deduce pueden ser del segundo cuarto del siglo.

La torre de la iglesia está situada a los pies del edificio. Está construida en piedra, y es de planta rectangular. La basamenta, que es de comienzos del siglo XVI, es de mampostería, apareciendo más arriba, en los dos cuerpos siguientes, los sillares bien labrados de piedra caliza. Se sabe que fueron tallados entre 1572 y 1598 por Francisco de Tuy, un maestro de obras renacentista al que se deben en la Alcarria, entre otras cosas, la fuente de los Cuatro Caños de Pastrana. Ya el último cuerpo de la torre muestra los huecos de medio punto por los que sale la voz y el volteo de las campanas.

La cubierta del templo sería inicialmente de madera, pero por su evidente fragilidad y necesidad continua de reparos, se pasó a poner una de yesería, tal como aún hoy la vemos, cosa que se debió hacer a lo largo del siglo XVII. Las naves tienen a su vez cubrición de bóvedas de arista con decoraciones de variadas formas geométricas.

La capilla de la Virgen del Peral

Es un añadido posterior, así como la sacristía y el cuarto trastero. Esta capilla se adosa a la nave lateral del evangelio, en su primer tramo. Es de planta cuadrada y se cubre de cúpula, con decoración barroca a base de formas geométricas, carnosas, muy complicadas. Desde hace algunos años, luce en su pared del fondo un retablo que ha sido recompuesto con una serie de doce cuadritos que se encontraban sueltos, y que proceden de la ermita de la Virgen del Peral de la Dulzura, patrona de Budia. Los cuadros, bien restaurados, dejan reconocer sus motivos, siendo la autoría de Mariano Salvador Maella, en opinión del estudioso Cruz Valdovinos. Los regaló, en 1780, don Bernardo Antonio Calderón, obispo del Burgo de Osma,  e hijo del pueblo. Y sus motivos están relacionados con la vida de la Virgen María, estando ocupado el centro del retablo por una talla popular de la Virgen del Peral, del siglo XVIII. (más…)

Barroco en Almonacid

El arcángel Jegudiel, uno de los cuatro que asoman en la bóveda de la iglesia de los jesuitas de Almonacid de Zorita, hoy ermita de la Virgen de la Luz.

Semana tras semana, desde hace ya unos cuantos años, vamos viendo elementos que componen el patrimonio artístico y monumental de Guadalajara. Desde el románico al eclecticismo, o desde la arquitectura contemporánea al Renacimiento, hay edificios y conjuntos que son dignos de admirarse, que nos interesan y nos hacen disfrutar contemplándolos. En un análisis del estilo artístico menos abundante en la provincia de Guadalajara, el barroco, hay algunos elementos que merecen destacarse, y a eso voy a dedicar este y próximos trabajos en esta sección de “Crónicas de la Provincia”.

El barroco es estilo que solo cuaja en las grandes ciudades, en los contextos de la Corte, de sus cortesanos y de la Iglesia y sus miembros. En los pueblos, al menos en Guadalajara (otra cosa es Italia, Austria, etc…) apenas quedan huellas de la arquitectura barroca. Hay excepciones solemnes, por supuesto, como en Terzaga, Atienza o Illana. En cuanto a retablos y obras muebles ya es otra cosa. Lo veremos en su momento.

Viajamos a Almonacid de Zorita

Nuestro paseo se alarga hoy hasta el extremo sureste de la provincia, a la vega del Tajo, y a Almonacid de Zorita más concretamente. Un pueblo con largo curriculum, que perteneció al señorío de los caballeros de Calatrava, luego al Rey, y en fin se ha mantenido a lo largo de los siglos alegre y productivo (ya veremos qué pasa ahora, cuando le han cerrado y están desmantelando su Central eléctrica).

Son varios los elementos curiosos que mantiene en pie, enteros o a medias, de su patrimonio monumental. Quedan restos de muralla y dos portalones. Queda la iglesia parroquial que no se acabó nunca del todo. Queda el humilladero gótico y el convento de las concepcionistas (abandonado ya totalmente, expoliado a tope, sin sus antiguos retablos renacentistas), queda el magnífico palacio de los condes de San Rafael, y queda este edificio del que vamos a hablar hoy, y a recomendar su visita. Una pequeña joya del barroco rural.

El Palacio de los Condes de Saceda

La familia de don Juan Escudero Lozano, acaudalado prócer del pueblo, a principios del siglo XVII aportó sus caudales para que en sus viejas casonas se alojaran y fundaran congregación los jesuitas, y junto a su palacio se levantara la iglesia del colegio que proponían a los “soldados de Cristo” que levantaran y mantuvieran.

De aquel viejo palacio, al que también se denomina de los Condes de Saceda, por haber sido ocupado por estos aristócratas durante unas décadas del siglo XIX, quedan grandes volúmenes construidos, pero muy transformados a lo largo de los siglos. Solo recuerdo de interés su portón de ingreso, y algunas magníficas rejas de su fachada. El interior, digno y moderno ahora alojando el Centro de Recreo de los Jubilados de la Villa con el título de «Los Olivos», se ha ido transformando. De lo que sabemos fue un notable palacio barroco ha quedado poco menos que su sombra. Además de amplios salones, se ve un bello patio de tradición hispana. Construido de  sillería con numerosos ventanales cubiertos de magníficas rejas de forja popular, su interior guarda aún ecos del paso de la Compañía de Jesús, y muestra salones amplios, escaleras de madera y otros detalles de la época en que fue construido. (más…)

Relatos y Poemas de la tierra viva

Francisco Vaquerizo Moreno, y su última obra publicada, "El Cementerio Marino de Nemesio Fernández y otros relatos y poemas"

El pasado martes 29 de enero se presentó en la Casa de Guadalajara, de Madrid, una nueva obra del escritor alcarreño Francisco Vaquerizo Moreno, uno de los más prolíficos autores entre los actualmente vivos. Rodeado de amigos y admiradores, entre unos y otros fueron desgranando los hallazgos, las sorpresas y los personajes que pueblan esa obra que es ficción y realidad mezcladas: un reflejo de lo que nuestra provincia es y ha sido.

Un libro con fuerza

En los viajes que uno puede emprender cada día por los caminos de Guadalajara, se va a topar seguro con gentes atípicas, mezcladas con el general de las típicas. Entre los seres que nos cruzamos, todos aparentemente ocupados en sus quehaceres diarios, en sus urgencias muchas veces inventadas y en sus deseos de mejorar, hay historias de largo recorrido, que nadie ha conocido y que solo un escritor es capaz de entrever, de redondear y de construir en su torno una saga ejemplar.

Francisco Vaquerizo ha tomado de nuevo la tarea de encontrar las huellas de gentes sencillas a las que cabe administrar su peripecia en un libro de relatos. Este libro que se presentó el otro día en Madrid, en el Salón Cardenal Mendoza que está cuajado de resonancias alcarreñas, aparecieron gentes que como el agua pasada ya no mueven molino, pero sirven de espejo de la realidad. El libro recoge 16 relatos y 10 poemas, todos ellos premiados en certámenes convocados anteriormente. Es un libro antológico, por tanto.

En sus 256 páginas, el autor va poniendo uno tras otro sus escritos de grabada elocuencia, de fácil lectura, que arranca asombros y casi siempre una sonrisa franca. El más grande de todos, que aparece cuarto en el rimero de los premios, es el que da título al libro, y obtuvo el accésit al Premio “Ciutat de Benidorm” en 1984. Se titula “El cementerio marino de Nemesio Fernández” y es la historia de una lucha interna, un análisis colorista y vehemente de una peripecia vital, un choque entre la vida sosegada y espiritual de un individuo y el restallante ambiente de una ciudad de vacaciones, llena de luces y sonidos, pero vacía de sentido. En esa obra se contiene, en gran modo, los parámetros literarios y analistas de Vaquerizo como escritor de hondura.

El resto de las páginas nos van dados relatos breves, animados y sorprendentes, que tienen a personajes, a gentes de la tierra, a viejos y a damas, a guerras y fiestas patronales, como protagonistas. Esa cascada de temas va formada por las aguas de Telesforo, cuyas “tortas” salen de un cuento típico de abuelo; un personaje con gran fuerza es “la Patro” y entre los marginados, que nunca faltan en la obra de Vaquerizo, está “el tonto de Riollano”, que sin pensar él por su cuenta nos hace a todos pensar.

Los relatos y la literatura localista y emotiva sobre el paisaje y las costumbres de la tierra están seguros con cosas como “El camino del molinillo” en el que se desgranan vivos y sonrientes los recuerdos de la infancia, o en la “Memoria de mi abuela Juliana” en que se destapa ese frasco oloroso de consejos sabios, de ejemplaridad viva.

En la segunda parte del libro, aparecen los poemas premiados. Vaquerizo es un escritor fundamentado en gruesas venas literarias, pero con los filamentos de la poesía ondeando en todos los rebordes de sus atavíos. En esa colección breve de diez poemas, aparece solemne el soneto de dicado a “La Catedral” que es muy conocido desde que lo escribió y con el que ganó en 1988 el Premio “Ciudad del Doncel”. Es un ejemplo breve (14 versos dicen que es soneto…) pero con el que demuestra el autor su claro oficio de poeta. Ahí radica su capacidad, su inspiración, su profesionalidad. Quien escribe algo así, puede estar seguro de que va a pasar a la posteridad y se le releerá aún después de sus días. Añade aún cosas religiosas, como el largo poema en versos alejandrinos sin rima dedicados a Jesús Crucificado, o el “Poema del Retorno” que tiene a su pueblo natal, Jirueque, por protagonista. Hay entrañables, emotivos versos dedicados a mujeres, a niñas, a amigas y conocidas, a colaboradoras, en su “Estas que fueron pompa y alegría”, poemas cargados de humanidad, evidencia del paso de la vida, y de la huella que el alma latiente deja en el aire, en los papeles, en las miradas… “Los caminos de mi pueblo” vuelve a ser un sencillo homenaje a Jirueque, y las “Invocaciones a Miguel Hernández” son una clara voz que recomienda al poeta.

En la movida cultural

Hoy la movida cultural corre a través de las pantallas de los ordenadores, de los iPhone, de las máquinas portátiles que todos y todas, más o menos sofisticadas, llevamos encima o tenemos en la mesa de trabajo. Aquí en Guadalajara hay mucha gente conectada a Facebook, y la maraña de relaciones, amistades, eventos, gustos y compartires nos tiene a todos más o menos enterados de lo que ocurre. No se nos escapa nada. Si a eso le añadimos la somera aparición de los twits en el iPad o en la pantalla del televisor, la presencia continua de Guadaqué, del Hexágono y de otros periódicos en línea, que cada media hora nos ponen la actualidad ante los ojos, nadie puede decir que no se ha enterado…

Por eso la aparición, más bien el mantenimiento, de un esfuerzo literario como el Francisco Vaquerizo nos propone, basado en una actividad de años, en un intento permanente de escribir bien, de decir cosas nuevas y de entretener a los lectores de siempre intentando adquirir algunos nuevos, es cosa que debería divulgarse a todos los niveles.

Todo cambia muy deprisa, y a los que tenemos ya unos cuantos años nos sigue sorprendiendo la forma actual de llegar a cualquier rincón de nuestra provincia, cuando antes había lugares prácticamente inaccesibles, en los que la gente quedaba como sepultada en vida: así las noticias, el encomio y la crítica, el parecer y el ser, todo, corre que vuela en media jornada. Esta ocasión semanal de decir lo que hemos encontrado, lo que está por venir, o lo que alguien ha rubricado en nuevos papeles, es una ocasión clásica pero muy útil de mantener a muchos informados casi al instante de lo que ocurre. Por eso insisto, y vuelvo con la palabra entusiasmada de decir que leo a Vaquerizo, y que aunque se sale de los cánones de lo que hoy se lleva, la fragancia justa de la verdad, de la honradez y de los buenos propósitos no pasan de moda. Este “Cementerio marino” donde un sacerdote antiguo, quizás joven en su día, atónito ante el devenir imparable del mundo, se transmuta y saca consecuencias para seguir orientándose, es un ejercicio sanísimo de literatura ejemplar de y de administración social de las ideas. Un gran libro, que no debiera pasar desapercibido.

Un escritor que mantiene viva su voz

De Paco Vaquerizo conviene recordar que sigue siendo (quizás más lo va siendo cada año que pasa) uno de los más firmes valores de la literatura alcarreña actual. Escribe, publica, da charlas y alza el valor de su experiencia y buen decir para cuantos nos proponemos, de vez en cuando, la tarea de oirle y poder conversar con él.

Nació Vaquerizo en Jirueque, en 1936. Estudió en el Seminario de Sigüenza y empezó a ejercer de cura en 1959. Seguidamente se licenció en Derecho Canónico e hizo Periodismo en la Universidad de Navarra. Tras ocho años como párroco en Concha, Auñón, Alhóndiga y Entrepeñas, fue Profesor de Lengua y Literatura, en Sigüenza, durante un tercio de siglo. Toda su vida adulta la ha ocupado en enseñar, en leer y escribir. Y en pensar, que es tarea no muy habitual ahora, ni a todos los niveles.

Vaquerizo ha publicado 30 libros y aún tiene por ahí media docena más pendientes de aparición. Sin exagerar puede decirse, aunque algunos no lo crean, que es uno de los escritores guadalajareños más fecundos.

Don Camilo José Cela, en su «Nuevo Viaje a la Alcarria», le calificó de “clérigo de buenas letras». Y ya sabemos que don Camilo no era tendente a las alabanzas ajenas, sino más bien al contrario. Vaquerizo ha escrito también en los periódicos de Guadalajara, concretamente lo hizo con aplicación en “La Tribuna”, y ha ganado bastantes premios literarios. De “Nueva Alcarria”, me consta, es lector asiduo, un incondicional de los que saben que por aquí, por estas páginas pasan tirios y troyanos, y en nuestra provincia nada existe si no ha sido contado aquí, aunque sea entre líneas.

La vida novelada e inventada de Bernardo de Agen, primer obispo de Sigüenza, ha sido uno de sus más recientes éxitos, por no decir nada de su anterior libro, dedicado a “Tres Autos Religiosos de la Alcarria” en el que traía y llevaba milagros y apariciones entre las bambalinas de sus versos. Son más de cien, y aún más de doscientas, sus intervenciones en forma de charlas, recitales, conferencias y apoyos en actos culturales. Vaquerizo, con esto que digo y mucho más que forma su bagaje, es sin duda uno de los intelectuales de mayor calado que en este momento viven en nuestra tierra. Hacerse con este libro que acaba de presentar en la plaza de Santa Ana, en Madrid, será la mejor forma de constatarlo.