Los artistas que hicieron el Panteón de Guadalajara

viernes, 24 agosto 2012 1 Por Herrera Casado

Un edificio que deja boquiabierto a quien lo visita, y que se le mete en los entresijos de la memoria para siempre, es el que puede visitarse en Guadalajara, cualquier sábado o domingo, en la parte alta del paseo de San Roque. El panteón de la Condesa de la Vega del Pozo es una referencia patrimonial, que todavía no ha cumplido el primer siglo de vida, pero en el que se acumularon maravillas, formas, espacios y colores de tal modo que hoy sigue sorprendiendo como el primer día.

De los artistas que lo hicieron, buscados por la dueña y patrocinadora entre los mejores del país, surgieron un arquitecto (Velázquez Bosco), un pintor (Ferrant Fischerman) y un escultor (García Díaz) a los que aquí pasamos revista como máximos hacedores de tal maravilla.

El arquitecto Ricardo Velázquez Bosco

Ricardo Velázquez Bosco es el autor del proyecto de este gran conjunto arquitectónico, así como director personal del mismo. La figura de Velázquez como uno de los mejores arquitectos españoles del siglo XIX y aun de todos los tiempos, ha sido contrastada por numerosos tratadistas del arte hispano. De toda su obra, esta Fundación y Panteón de la Condesa de la Vega del Pozo es sin duda la más monumental y grandiosa, la más estudiada y medida.

Nació este profesional y artista en Burgos, en 1843, demostrando desde muy joven gran afición a la arqueología, a la historia, a los monumentos. Ayudante con arquitectos y catedráticos, a los 32 años de edad, ya viviendo en Madrid, decidió cursar la carrera de Arquitectura, acabándola en 1879, consiguiendo en 1881 por oposición la cátedra de «Dibujo de Conjuntos e Historia de la Arquitectura».

Enseguida recibió una serie de encargos, sobre los que trabajó en cuerpo y alma, obteniendo maravillosos, deslumbrantes resultados. Entre 1883 y 1888 construyó la Escuela de Minas de Madrid, hizo la restauración de la Mezquita de Córdoba, el palacio de Velázquez en el Retiro madrileño, y el Palacio de Cristal en el mismo lugar. Más adelante construiría el Ministerio de Fomento, en Atocha, y luego el Colegio de Sordomudos en el paseo de la Castellana. Fue considerado progresivamente como un autor sumamente novedoso, atrevido, imaginativo, plenamente identificado con el pujante momento socio‑económico de la Restauración borbónica. Cada año más famoso, recibió encargos de todas partes, pudiendo atender tan sólo al Estado y a gentes de tanto poder económico como la Condesa de la Vega del Pozo, que le trajo a Guadalajara donde desarrolló una labor constructiva de las que hacen época.

Aquí reformó, por encargo de esta señora, su palacio residencial en el centro de la ciudad (actual Colegio de Maristas) y su oratorio de San Sebastián. Luego comenzó a planificar y dirigir las obras de la Fundación piadosa o Asilo de Pobres, y del Panteón donde doña María Diega Desmaissiéres quería enterrar a su padre, y finalmente le sirvió a ella de mausoleo. Este conjunto, construido entre 1877 y 1916, es sin duda la obra capital del arquitecto Velázquez. Además levantó, poco después, todo el conjunto rural del poblado de Miraflores, con su caserón central, su palomar, su capilla, y sus casas de residencia y almacenes. Un gracioso conjunto, hoy semiabandonado.

Buena parte de la prestancia arquitectónica de Guadalajara es debida al trazo inteligente y la visión artística de Ricardo Velázquez Bosco, un arquitecto que puso en nuestra ciudad la mejor expresión de su genialidad. Aquí se ocupó Velázquez de algunas restauraciones: en concreto la de la capilla de Luis de Lucena, a instancias del primer ministro Conde de Romanones, quien en 1914 se preocupó de este edificio declarándole Monumento Nacional y rescatándole de una inminente ruina. También hizo, en 1902, y por encargo del Ministro de Fomento Conde de Romanones, la restauración del antiguo palacio de don Antonio de Mendoza y Convento de la Piedad, para ser acondicionado como Instituto de Enseñanza Media. En él amplió con una nave que hoy corre a todo lo largo de la calle del cronista Juan Catalina las dependencias destinadas a Instituto, modificando la fachada del antiguo palacio quitándola el frontón triangular e insertando en su lugar un balcón sin gracia. Puso en la planta baja del patio un gran zócalo de azulejería sevillana, lo mismo que en la escalera principal, y situó en su centro un gran tiesto adornado también de cerámica con una palmera que muchos años centró la vida estudiantil del edificio, pero que finalmente murió y ha sido retirada en fecha reciente, con la nueva reforma del Instituto. Se ocupó además, a principios de este siglo, de mejorar y adecentar la fachada y entorno del palacio del Infantado, colocando una gran verja de hierro delante del mismo, y rehaciendo los edificios que por poniente y norte le bordean.

Murió en 1923. Su huella genial quedó entre nosotros, y hoy puede Guadalajara enorgullecerse de contar con la obra mejor de este mago de la arquitectura finisecular.

Durante algunas temporadas, y en lo relativo a aspectos menores, no estructurales o de ornamentación, Velázquez fue ayudado por un arquitecto de Guadalajara, don Benito Ramón Cura, autor de numerosas edificaciones en esta ciudad, con un marcado aire eclecticista, durante el los últimos años del siglo XIX y comienzos del actual.

El escultor Angel García Díaz

El escultor preferido de doña María Diega Desmaissières resultó ser un artista que a pesar de sus enormes cualidades técnicas y su inspiración llena de fuerza y sugestión, ha pasado casi desapercibido para la historia del arte español. Angel García Díaz había nacido en Madrid, en 1873. Formó desde muy joven en el grupo de artistas que saliendo del romanticismo se aplicaron al nuevo movimiento simbolista, coleccionando sus primeras sabidurías bajo las lecciones del afamado Francisco Bellver y de los oficiales de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Como muchos de ellos viajó a Roma, pensionado por la mencionada Real Academia con la beca Piquer. Allí en la Ciudad Eterna permaneció tres años, y dos más en París.

Muy joven todavía, en 1892, obtuvo un premio en la Exposición Internacional por sus obras «Retrato del Excmº Sr. D. Ramón Vigil, obispo de Oviedo» y «Giotto adolescente». Más adelante, en las exposiciones generales de 1895 y 1897 también cosechó algunos triunfos, como lo había hecho previamente en la Exposición Universal de Barcelona de 1888. En 1899 ganó la medalla relativa a la Escultura Decorativa.

En Roma trabó conocimiento con otros artistas españoles de la época, y muy especialmente con el pintor Alejandro Ferrant. Allí, en 1902, presentó un precioso busto dedicado al retrato de su hijo, que llamó poderosamente la atención, así como las imágenes de «Una bacante» y «Una danae». Destacó también como decorador, y así en la Exposición de 1904 en Roma ofreció a la admiración pública «La planta del Senado», y la escultura titulada «En la vía de la vida».

A su vuelta a España entró al servicio de doña María Diega Desmaissières, que le encargó diversas esculturas para su panteón en Guadalajara (las tallas de San Diego de Alcalá y Nª Srª de las Nieves), las pilas de agua bendita con cabezas de Ángeles, y el tímpano con la escena del martirio de San Sebastián para la iglesia de su palacio principal. Aunque ya en 1901 hizo, por encargo del arquitecto Velázquez, el primer boceto para el enterramiento de doña María Diega, no sería sino a partir de 1916, tras la muerte de esta señora, cuando Ángel García se dedicara al proyecto y talla minuciosa del grupo escultórico que aparece en la cripta mortuoria del panteón, consiguiendo su obra suprema de elegancia y soltura, en un verdadero arrebato de arte modernista, que concluyó en el año 1921.

Muchas otras obras produjo por entonces este escultor magnífico pero hasta ahora casi ignorado, pero que con toda justicia puede ser incluido en el catálogo de los escultores españoles del modernismo. Quedó el segundo en los concursos nacionales convocados para la realización del Monumento a Cervantes y del monumento a las Cortes de Cádiz. En 1901 ganó el primer premio del concurso convocado por el Círculo de Bellas Artes para la ejecución de los pilares que coronan su edificio social. Además diseñó y dirigió los monumentos al Sagrado Corazón de Jesús de Béjar, Valdepeñas de Jaén, Huete y Aguilar de San Juan, durante la época de los años 20 en que tanto se promocionó este tipo de monumento sacro. García Díaz es el autor de la famosa «Virgen de la Roca» en los bosques cercanos a Bayona, una imagen de 21 metros de alturas, con una escalera interior, verdaderamente fastuosa. Son suyas también las figuras de la Escuela de Minas de Madrid, que talló por encargo del arquitecto Velázquez, así como los caballos del puente de María Cristina de San Sebastián, todas las imágenes en mármol de la iglesia madrileña de San Manuel y San Benito, haciendo múltiples figuras para el altar mayor de la catedral de Burgos y unos ángeles de 3 metros de altura en su claustro. En Salamanca talló seis imágenes en madera policromada para el Asilo de la Vega, y en Zaragoza hizo el camarín, la Virgen del carmen, el Padre Eterno y el Niño Jesús del convento de los Padres Carmelitas. Todavía decoró el exterior del Banco del Río de la Plata y el Banco Central de Madrid. Finalmente, desde 1933 a 1940, fue profesor de Escultura Decorativa en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando. Murió en Madrid, el 3 de octubre de 1954. De su estilo, que hemos visto ofrece la elegancia y el dinamismo de la inspiración más firme y la técnica verdaderamente depurada, podemos decir unas breves palabras recordando lo que podría denominarse como generalidades del Simbolismo europeo. Con sus orígenes en la poesía francesa de fin de siglo (Baudelaire, Mallarmé y Verlaine) pero fraguado en el trabajo de una verdadera pléyade de poetas en Francia, Alemania e Inglaterra, y de pensadores, filósofos y artistas plásticos, este movimiento cultural se extiende por toda Europa a lo largo de las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX. Cabría poner muchos ejemplos de figuras simbolistas, como los músicos Wagner, Mahler y Falla, el novelista Allan Poe, y los pintores Caspar David Friedrich, Moreau, Maillol, Burne‑Jones, etc. Todos ellos van perfilando varios movimientos dentro de este ámbito general del Simbolismo, que en España pasa a denominarse Modernismo, y del que son sus mejores representantes los pintores Julio Romero de Torres, Anglada Camarasa y Néstor Fernández de la Torre. Ángel García Díaz es un escultor en esa corriente, que supera el romanticismo, y penetra en la línea del simbolismo‑ modernismo puro, bajo el dintel donde se lee el lema de Gustave Moreau: El Arte es la búsqueda encarnizada, a través únicamente de la plástica, de la expresión del sentimiento interior. Realmente García Díaz consiguió esta meta en las esculturas dedicadas a la muerte de María Diega Desmaissières en este su panteón de Guadalajara.

El pintor Alejandro Ferrant y Fischerman

El Calvario que preside el altar principal de la iglesia del panteón está firmado por Alejandro Ferrant y Fischerman, uno de los mejores pintores de «cuadros de historia» en la España finisecular. Había nacido en Madrid, en 1843, ciudad donde moriría en 1917. Tuvo por maestro a su tío Luis Ferrant, académico de San Fernando. Recibió clases en la Escuela Superior de Pintura de Madrid, ganando muchos premios desde joven y concursando en diversas exposiciones de ámbito nacional. En 1874 fue pensionado por el gobierno y marchó a Roma, donde realizó un gran cuadro «La disputa del Sacramento» en colaboración con Pradilla. Varios grandes cuadros de tema histórico pintó allí, y en 1880 fue elegido académico de la de Bellas Artes de San Fernando. En 1892 obtuvo la Primera Medalla de la Exposición Internacional, con un cuadro sobre El Cardenal Cisneros. En 1903 fue nombrado director del Museo de Arte Moderno. Cultivó siempre la pintura histórica, la de género, la religiosa y la meramente decorativa. Se le consideró siempre como un hombre muy culto, bondadoso e incansable para el trabajo, siendo siempre respetado por todos los pintores, incluso los más jóvenes. Gran dibujante y colorista, practicó no sólo el óleo, sino también la acuarela. Sus cuadros fueron colocándose en diversos museos y en los palacios y casas más aristocráticas de la Corte. En la cúpula de San Francisco el Grande pintó las Sibilas y Profetas, y algunas otras pinturas en ese templo. También pintó para escaleras y muros del Ministerio de Instrucción Pública, para el palacio de Miramar en San Sebastián, y en el de El Pardo, en la Diputación de Navarra varias escenas de la historia de este antiguo reino, así como el techo del Casino de Zaragoza, los del Palacio de Justicia de Barcelona, etc. Fue Alejandro Ferrant un auténtico esforzado de la pintura histórica y de género, dejando en este templo del panteón de la duquesa de Sevillano una muestra exquisita, pura y elocuente, de su maestría pictórica, de su dominio de la figura, la expresión y el color.