Una bóveda mudéjar en Valverde de los Arroyos
Junto a mi amigo José Antonio Suárez de Puga, y con una amable vecina que nos sirvió de guía, admiramos esta nueva adquisición que para el patrimonio artístico provincial ha supuesto esta bóveda, de tradición mudéjar, que aunque sea someramente quiero glosar ahora.
La iglesia de Valverde
Aunque al llegar a Valverde la primera impresión es la de estar ante una Naturaleza todopoderosa y prolífica, húmeda y verde, el discurrir por sus cuestudas calles y espacios nos devuelve el asombro de contemplar su arquitectura popular serrana, quizás lo más interesante del viaje.
En el costado sur de la plaza se alza la iglesia parroquial, dedicada a San Ildefonso, cuya construcción se remonta al siglo XVI, aunque se hizo totalmente nueva en 1731, hundiéndose enseguida y volviéndose a rehacer en 1746. Esa es la historia del templo valverdano: sus materiales pobres le han tenido siempre a merced de los embates de una Naturaleza húmeda y agresiva. La última intervención que dejó el templo como hoy lo conocemos se remonta a 1854-1858, mostrando su estampa oscura y señorial justo en el centro del poblado.
Un arco de ingreso hecho con ladrillo, que confiere un toque de exotismo a la construcción con este material antaño tan poco utilizado por esta región, sirve de entrada a una iglesia de nave sola, de cubierta simple, con una torre adosada a los pies, y algún detalle de gran interés orfebre, como es su antigua cruz procesional, de estilo renacentista popular, hecha en el siglo XVI en los talleres de Segovia por el orfebre Diego Valles.
Tras haber renovado la cubierta a finales del siglo XVI, el problema de las humedades y sobre todo la destrucción por las termitas de las maderas de la bóveda del presbiterio, han obligado muy recientemente a tomarse en serio su restauración, impulsada por el párroco de Valverde, don Luis Antonio Monge, con las aportaciones a su coste de la parroquia y los donativos de los fieles, dela Diputación Provincial, del Obispado, y del Convenio Obispado-Ibercaja, estando a la espera de las ayudas prometidas por laJunta de Comunidades y el Ayuntamiento de la localidad.
La bóveda
Unos paneles en el atrio de la iglesia nos explican en qué consiste la obra recién acabada. Una verdadera joya de la arquitectura tradicional de raíz hispana. Recupera una técnica antigua que se estaba perdiendo por falta de arquitectos conocedores de su cálculo y forma de construcción, así como de albañiles y maestros de obra capaces de llevarla a la práctica. Estacúpula se ha ejecutado con la técnica de bóveda tabicada de tres «roscas», que son capas de ladrillo que se suman sin ningún elemento sustentante. La obra, pues, se va sujetando a sí misma según se va ascendiendo hasta el punto central, la clave final de la cúpula. Estaforma de construir sorprende a todos, tanto a los que miran desde fuera como a los que van sumando ladrillos y espacio: porque aparentemente lo que se va levantando se sujeta por arte de magia por encima de las cabezas de los albañiles y es espectacular la observación de su ejecución. Llevó más tiempo hacerla por el mismo hecho de que iba a estar vista en sus materiales esenciales, los ladrillos de diferentes tamaños y cortes. Así y todo, ocupó el trabajo de una cuadrilla de 5 hombres durante 3 semanas. El arquitecto director y redactor del proyecto ha sido don Julio Jesús Palomino, más David Rosa Ruiz como aparejador, siendo la empresa constructora que la ha ejecutadola de Rafael Gómez Galdón. En números podemos decir que la cúpula tiene una sección de elipse y un diámetro de7,45 metros, con una altura de2,50 m. y15 cm. de espesor de la hoja.
Según nos informó el delegado diocesano de Patrimonio, don Luis Herranz, esta bóveda ha supuesto la recuperación de una técnica antigua de construcción de bóvedas tabicadas, basada en la ejecución de varias roscas o capas de ladrillos pero con la particularidad de que se ejecuta sin apoyarse en ningún momento sobre cimbras. Es una bóveda autoportante en la que se ha optado por dejar el aparejo a la vista con el fin de mostrar la ejecución, siendo compleja la geometría de la bóveda por tratarse de un elipsoide, lo que curiosamente le aporta una mayor estabilidad.
El lector no tiene más que mirar el par de fotografías que pude hacer la otra tarde, luminosa y brillante, para hacerse idea de la complejidad y la belleza de este singular elemento que ha ganado el templo valverdeño y el patrimonio provincial.
La inauguración corrió a cargo del Sr. Obispo de Sigüenza, don Atilano Rodríguez, quien en solemne ceremonia el 29 de abril la inauguró, contando con la presencia del equipo técnico, el párroco, las autoridades locales y los habitantes todos de Valverde de los Arroyos.
Según nos han informado en Valverde, la razón por la que se ha probado esta bóveda en su iglesia, además de por sustituir la dañada por las termitas, es demostrar que se pueden reparar muchas otras ya existentes sin necesidad de demolerlas y, en caso de hacerlo, se pueden restituir con medios y costes ajustados y sin renunciar a la belleza y recuperación de técnicas antiguas. Son escasas las bóvedas de este tipo que se hoy se realizan y ha demostrado mucho interés por ellas el grupo de trabajo del MIT (Masachussets Institute of Technology), habiendo servido esta de Valverde como elemento de estudio y ejemplo en el simposio “Bóvedas Tabicadas” celebrado en Valencia en mayo de este año.
Realmente lo interesante del tema está en la técnica, más que en el efecto: la bóveda tabicada (o bóveda guastavina, porque la desarrolló el valenciano Rafael Guastavino) que estuvo muy de moda a finales del siglo XIX y principios del XX en los Estados Unidos, pero que reconoce un indudable origen y desarrollo hispano.
Hemos podido saber que algunos señalados edificios de los Estados Unidos (la Biblioteca Pública de Boston,la Corte Suprema de los Estados Unidos, la catedral de St. John the Divine, ola Grand Central Station, etc.) incluyen esta técnica. Como dice Palomino, esta técnica entró en desuso y hoy se requieren muchos conocimientos teóricos y prácticos, teniendo que estar, durante su ejecución, atento a muchos puntos y reacciones del conjunto de ladrillos, que va creciendo con un sentido casi biológico, como si fuera una planta, un ser vivo.
En el atrio del pequeño templo serrano se ha instalado un mini-museo o serie de paneles explicativos del valor de esta obra, de su técnica constructiva, con los datos técnicos y la evolución gráfica de su desarrollo.
Desde luego que siempre merece la pena hacer un viaje a Valverde de los Arroyos, y más ahora en pleno verano. Para recorrer a pie sus caminos del entorno, para admirar las cumbres que le hacen circo o visera, y para asombrarse ante la clásica estampa de sus grandes construcciones de pizarra. Pero si se añade la guinda de admirar la cúpula de ladrillo mudejarizante de su templo parroquial, el valor del viaje aumenta.
Una historia de Valverde
Nunca sobra el complemento histórico en la visita a un lugar de la provincia, por pequeño que sea. Valverde perteneció al Común de Atienza (contrariamente a lo que ocurrió con los lugarejos del otro lado del Ocejón, los del Concejo de Campillo, que pertenecieron al común de Ayllón), y ya en el siglo XIII quedó incluido en el señorío de Galve, del que era dueño el infante don Juan Manuel, de quien pasó sucesivamente a la Corona; luego a Iñigo López de Orozco; de éste a los Estúnigas o Zúñigas, que en el siglo XVI lo vendieron a doña Ana de la Cerda, viuda de don Diego Hurtado de Mendoza, uno de los vástagos del cardenal Mendoza, en cuya casa de Mélito, unida luego a la ducal de Pastrana, quedó desde el siglo XVI al XVIII, en que definitivamente entró a formar parte de los estados de los duques de Alba.
Contando su historia y milagros, sus costumbres y su patrimonio, apareció hace pocos años un magnífico libro firmado por quien fue párroco de Valverde en sus primeros tiempos de apostolado, el hoy canónigo de la catedral seguntina don Juan Antonio Marco Martínez, quien a lo largo de 200 páginas y bajo el título de “Valverde de los Arroyos, parroquia y parroquianos” nos dejó una sabrosa relación de este pueblo, al que siempre conviene volver, porque siempre nos va admirar.
Una visión nueva, atrayente, de este singular pueblo de la Arquitectura Negra. Solo por ver esa bóveda mudéjar, -aparte de muchas otras cosas- merece la pena hacer el viaje a Valverde de los Arroyos.