Reaparece el Real Balneario de Trillo
En estos días nos ha llegado a las manos el libro que ha editado el Ayuntamiento de Trillo sobre la historia de sus Reales Baños. Una aportación, firmada por el historiador Aurelio García López, que nos pinta con más detalle aún de lo que teníamos este lugar único y cargado de memorias en nuestra provincia. Junto al Tajo, entre arboledas densas, con el rumor del río siempre presente, la historia de sus directores, de sus arquitectos, de sus bañistas, de sus protocolos… hasta llegar al hoy espléndido en que aquella jungla de chopos regados de aguas clorurado-sódicas y ferruginoso-arsenicales se ha transformado en un activo foco de turismo actualizado. El libro nos sirve, después de pasar sus hojas, ver sus imágenes y anotar sus fechas más señaladas, para viajar con él en las manos hasta Trillo. Ese es el objetivo.
Decía un historiador de los Baños, el doctor Contreras, que los baños de Trillo «ya se conocían en la época de la dominación romana, enla que Trillo se llamaba Thermida». En efecto, desde tiempos muy antiguos fueron conocidas y apreciadas estas aguas medicinales, para las que se erigió un centro donde poder tomarlas cómodamente. Romanos y árabes se aprovecharon de ellas, quedando su fama extendida por todo el país.
Ya en el siglo XVII comenzaron algunos autores a ocuparse de éllas, describiendo el lugar y estudiando la composición de las aguas y sus aplicaciones. Por entonces, dice Limón Montero, no había allí «más casa ni comodidad que una cabaña que se hizo de brozas», con lo que las fatigas que habían de pasar los bañistas debían ser notables y aun perjudiciales para su salud. Con todo, la gente mejoraba de sus afecciones reumáticas, gracias a los componentes clorurado‑sódicos, sulfatado‑cálcico‑ ferruginosos, y arsenicales de las aguas.
El auge del balneario comenzó en el reinado de Carlos III. En 1771 llegó al balneario don Miguel de Nava‑Carreño, decano del Consejo y Cámara de Castilla, quien comunicó al rey el interés del lugar y su completo abandono. Fue nombrado enseguida «gobernador y director de la casa de Beneficencia y Baños Termales de la villa de Trillo», y comisionado don Casimiro Gómez Ortega, profesor de Botánica en Madrid, «hombre de esclarecido talento, vasta erudición y profundos conocimientos» para realizar el estudio químico de las aguas. Como siempre ocurre, un político y un pensador juntos. El segundo dándole ideas al primero.
En los cinco años siguientes se adecentó todo aquéllo, se canalizaron conducciones, se arreglaron fuentes y se descubrieron otras nuevas: las del Rey, Princesa, Condesa, el Baño de la Piscina y otras fueron rodeadas de pretiles, uno de ellos «en forma de media luna», y a su pie «un asiento que, guardando la misma figura, forma una especie de canapé todo de sillería muy hermoso y cómodo, y en el cual pueden sentarse a un tiempo con mucha conveniencia hasta cuarenta o cincuenta personas». Se hicieron los desagües, y en 1777 se concluyó el Hospital Hidrológico, a cuya entrada se colocó un busto de Carlos III, y en el interior una imagen de la Virgen de la Concepción, patrona de los establecimientos. Este Hospital Hidrológico no tuvo un destino inmediato, pero en 1780, se extendió el acta que lo hacía «público Hospital… con doce plazas, con la dotación de alimentos, cama y asistencia necesaria para ocho hombres y cuatro mujeres de continua residencia en él, con la precisa prohibición de pedir limosna allí, ni por el pueblo».
El norte filantrópico que desde el primer momento dirigió estos baños, queda retratado en el anterior detalle, o en la frase de su primer director, el señor Nava, quien, al hablar de la utilización de las aguas, decía: «debe dirigirse a la utilidad pública, a cuyo objeto se dirigen todas las miradas de S.M. como a blanco único de su paternal desvelo», revelador enunciado del Despotismo ilustrado, que prevalecía en el siglo XVIII. Ojalá eso, que también hoy se dice con «pompa y circunstancia» se llevara a efecto con total realismo.
También el obispado de Sigüenza, en cuya jurisdicción quedaba Trillo, se ocupó en colaborar, levantando unanueva fuente, para pobres y militares, llamada del Obispo, en honor de don Inocente Bejarano, que ocupaba en 1802 la silla seguntina.
A la muerte del señor Nava fue nombrado gobernador interino el conde de Campomanes, primer ministro, quien delegó en don Narciso Carrascoso, prebendado de la catedral de Sigüenza, y este dejó los baños otra vez en abandono.
Fernando VII creó en 1816 el cuerpo de médicos directores de baños, nombrando director de los de Trillo a don José Brull. En 1829, pasó a dirigirlos don Mariano González y Crespo, quien publicó estudios sobre el uso de las aguas, descubrió unanueva fuente, y arregló el «camino viejo» que venía desde Brihuega, por Solanillos. Levantó edificios y construyó las fuentes dela «Salud» y de «Santa Teresa», así como nuevas dependencias para la dirección y administración. Durante su mandato se montó también la calefacción en los baños, por medio de generadores de vapor.
Poco a poco, los baños de Trillo, que tanto habían supuesto para la salud de los artríticos de los siglos XVIII y XIX, fueron decayendo. La desamortización de Mendizábal dispuso de éllos, vendiéndolos a la familia Morán, que se dedicó a su cuidado.
En 1860 fue la Diputación Provincial la encargada de su administración. En 1878 se celebró en solemne acto político-social el centenario de su inauguración, interviniendo entre otros don Ramón de Campoamaor, director general de Beneficencia y Sanidad, y quedando reflejado el cronicón del acto en un folleto titulado: Primer centenario de los establecimientos balnearios de Carlos III en Trillo, oficialmente instalados en 1777, editado en el Establecimiento tipográfico Provincial, en Guadalajara, 1878, y escrito por Marcial Taboada de la Riva, a la sazón director de los baños.
Uno de los aspectos más interesantes del libro recién editado por Trillo, y que constituye quizás el núcleo fundamental del estudio de García López, es el examen de los planos que se hicieron, en diversas épocas, para la reconstrucción y acondicionamiento del establecimiento, con vistas a mejorarlo, a darle calidad y conseguir que acudiera cada vez más gente, y con más ganas. En ese sentido, los planos y la documentación encontrados por Aurelio García en la Biblioteca de la Facultad de Medicina dela Universidad Complutensehan resultado claves para desentrañar esta historia. Por ellos se ve como tras la Guerra de la Independencia, en 1819, el arquitecto Pedro de Alcántara de Zengotita y Vengoa fue encargado de realizar reformas y de su empeño quedan todos los planos. Pero sobre todos son interesantes los que el arquitecto Miguel Matheo Fandos realizó, a finales del siglo XVIII, con objeto de estructurar “a lo grande” estos baños, tema que no llegó a cumplirse. En todo caso son superinteresantes estos amplios muestrarios de planos y proyectos, que el libro que comentamos publica íntegros.
Algunas anécdotas de los Baños de Trillo
Entre los visitantes famosos del Balneario de Trillo, cabe anotar a don Gaspar Melchor de Jovellanos, de quien ahora se cumple centenario. Allí llegó nuestro personaje en 1798. Andaba ya por entonces algo fastidiado, y quiso llegarse a la villa alcarreña al intento de mejorarse. En Trillo se alojó en la casa de don Narciso Carrascoso, prebendado de Sigüenza y amigo suyo, que era a la sazón director comisionado. La vida de Jovellanos en los baños de Trillo fue de lo más austera: se levantaba entre las 6 y las 7 de la mañana, y se iba en ayunas a las fuentes, a beber el agua termal. Utilizaba, según él mismo nos relata, los vasos de «cortadillo» de La Granja, de un cristal exquisito. Luego paseaba por las frondosas alamedas del Balneario. Después, a tomar chocolate, y ya el resto del día lo ocupaba en leer, meditar y charlar con sus amistades. Uno de ellos era el doctor don Manuel Gil, médico de Cifuentes. Jovellanos se fue a Madrid pasado el verano, manifestando él mismo su recuperación.
De las virtudes de sus aguas, le salió a Trillo un refrán que aún se escucha en las conversaciones de los eruditos: «Trillo todo lo cura, menos gálico y locura». Aunque este tema no lo trata García López en su libro, es de señalar cómo entre los entretenimientos de los bañistas estaba la representación de obras de teatro, con las que entretener las horas muertas sobre todo de las tardes.
Existe un manuscrito enla Biblioteca Nacional, en cuarto, por pliegos sueltos, con un total de 21 folios, y titulado: «La aguas de Trillo», ó «Las aguas medicinales», pues de las dos maneras aparece en la portada, bajo la denominación general de sainete, sin figurar autor ni año. El argumento de la pieza es muy sencillo, y sin aspiración alguna, salvo la de entretener. Un marqués, ya viejo y artrítico, se marcha a los baños de Trillo para buscar mocitas y burlarlas. Se encapricha de la hija del médico del balneario; le propone al padre su casamiento con ella. El padre acepta y la chica, sin poder protestar, firma un papel en el que dice querer casarse con Jorge Pedro Ximénez Valdepeñas y Peralta, nombre del marqués… y de su hijo, con quien resulta estar ya casada la niña y así legalizar su boda secreta, ante la burla y la desesperación del marqués vejete.
Quien lo escribiera, bañista a su vez en el establecimiento alcarreño, nos pone ante los ojos algunas tronchantes formas de ver la vida por parte de sus pobladores: era la principal excusa el tomar las aguas, por baño externo y también bebidas, pero lo que más gustaba a los viajeros era el andar todo el día de diversión. Dice así uno de los protagonistas: «Aquí (en Trillo) se vive con libertad, y se trata en dando un poco de tiempo a cuidar la quebrantada salud, lo demás del día al obsequio de las Damas, al juego, música y bailes. ¡Oh, qué bien me aconsejaban los Médicos que viniera a beber aquí las aguas!». Claro es que, tras de tanta diversión y bullanga, las afecciones se recuperaban muy lenta y dificultosamente, quedando de ese modo un poco en entredicho la fama de las aguas y los médicos. Dice así Ruano, el galeno del sainete: ¿Habrá manías más endiabladas que las de estas gentes? Todo el día bailes, guitarras, juego, cenas, merendonas, y luego a las pobres aguas y al Doctor desacreditan”.
Incluso algunas señoras venían a los baños con otros intereses además de los meramente medicinales o de pasatiempo. Dice otro personaje del sainete, refiriéndose una viajera adinerada que llega a Trillo: “Ya sé que usted viene a caza de cortejos o maridos a los baños…” Y luego el otro aspecto, el de los que sólo pensaban en matar el tiempo con su vicio favorito: «Hai otro Indiano mui ruin, pero jugador de taba, de parar, flor y otros juegos en que breve se despacha». Vidas vacías, nombres perdidos. Tal vez la música que allí gastaban sea lo único poético que de su recuerdo brota: en el sainete aparece un momento un quinteto «a dos voces, a dos flautas, y bajo», y luego sale una ronda de majos y majas con guitarras.
Un pintoresco cuadro, en suma, en el que se mezclan el reír intrascendente con los quejidos de los gotosos: « ¡Qué bella estará una contradanza de reumatismos y flatos, con fluxiones y con asmas!» dice uno de los protagonistas. Y retrata en dos líneas el ambiente de los baños de Carlos III enel Trillodel siglo XVIII.
Un libro que cuenta toda su historia
Este libro que nos llega a las manos, ofrece la completa historia, como no se había hecho hasta ahora, de una institución clásica, muy enraizada en la Alcarria. Concretamente de este Balneario Real de Carlos III en Trillo, un centro que se creó oficialmente, con el patrocinio de la monarquía, en 1777, y que hoy ha vuelto a resurgir con el apoyo del Ayuntamiento de Trillo, y la participación de la empresa privada.
El autor del libro, el doctor Aurelio García López, ha trabajado a lo largo de varios años para reunir toda la documentación que le ha permitido concretar esta obra, con aporte de documentos escritos y mucha carga gráfica, ya que ha tenido la suerte de encontrar los planos para la construcción y sucesivas reformas de este Balneario en los siglos XVIII y XIX.
Este libro nos da memoria de los antecedentes de estas aguas minero-medicinales, la fundación del Centro, su mejora paulatina, sus vicisitudes, sus directores, sus propietarios sucesivos, después del Estado, y en fin una amplia bibliografía y Apéndices documentales.
El libro, profusamente ilustrado en blanco/negro y en color, tiene 264 páginas, está editado por AACHE Ediciones de Guadalajara, como número 81 en su Colección de monografías “Tierra de Guadalajara” y se vende en librerías y en Internet por 18 Euros.