El laberinto de Hampton Court

viernes, 25 noviembre 2011 0 Por Herrera Casado

Primer patio del palacio londinense de Hampton Court, en cuyos jardines se conserva un magnífico laberinto arbóreo.

Un viaje de estudios a Londres me ha permitido pasar unas horas en un lugar al que tenía ganas de ir desde hacía tiempo, y que ahora, de vuelta, creo que es uno de esos lugares donde hay que acudir alguna vez en la vida, para ver cómo el ser humano ha hecho mil esfuerzos para crear belleza, para que esa belleza salpique a todos y hoy todos puedan apreciarla y disfrutarla.

El palacio real de Hampton Court, al sur de Londres, en plena campiña del Surrey, entre colinas que dejan pasar a un todavía jovencísimo Támesis, es una de las joyas del patrimonio inglés y mundial. Mandado construir por el cardenal Wolsey a principios del siglo XVI, fue “cedido” al rey Enrique VIII, a partir de quien se convirtió en el palacio residencial de la monarquía inglesa hasta finales del siglo XVIII.

En ese palacio, al que acuden a diario miles de visitantes, especialmente británicos, porque saben (se lo enseñan en las escuelas, con detalle y pasión) que fue en ese lugar donde radicó el poder político y cultural de la nación inglesa durante varios siglos, pueden admirarse muchas cosas.

La primera de ellas, según se llega, y tras atravesar el río sobre un puente majestuoso, la fachada principal toda de ladrillo, con dos torreones que flanquean el panel donde, sobre el portón de entrada, se alza un fantástico ventanal de caladas tracerías, en un gótico decadente. El aspecto de este palacio es casi castillero por este lado. Su imagen de elegancia y firmeza está en la raíz de lo que el mundo sajón consideró siempre el fin de la arquitectura: la fortaleza unida a la belleza.

Tras la entrada, un gran patio, de donde salen, a la izquierda, dos de las atracciones fundamentales para el visitante: en la planta baja, las cocinas palaciegas, y en la alta, los apartamentos o salones del rey Enrique VIII, al que la leyenda universal considera un monstruo de crueldad y frivolidad, mientras que desde un análisis político y realista se da uno cuenta de que jugó sus bazas con habilidad en un tiempo difícil para mantenerse firme en el equilibrio del agonizante feudalismo, abriendo puertas a la gestión de un Estado fuerte, como estaba ocurriendo en Francia con Francisco I y en España con Carlos I. Esos grandes monarcas, autoritarios y cultos, del inicio del Renacimiento, han tenido cada uno su imagen de grandiosidad y fiereza anejos a su memoria. Bien es verdad quela de EnriqueVIIIsacudiéndose esposas de su lado, una tras otra, bien con venenos, bien con hachas sobre el cuello, es un tanto excesiva.

El palacio de Enrique VIII

Las cocinas de Hampton son de verdad admirables. Ofrecen más de 50 salas independientes y en ellas se preparaban, desde un principio (las 24 horas del día funcionando) los alimentos que se tragaban los más de mil cortesanos que andaban en torno a Enrique VIII.  Resultan muy interesantes sus despensas, la sala donde se preparaban los platos antes de servirlos, la bodega, por supuesto, con más de 300 cubas que eran constantemente llenadas, y la sala (hoy esla tienda del Palacio) donde se guardaban parte de los600.000 galonesde cerveza que se consumían cada año.

En la primera planta, los salones del rey renacentista de Inglaterra son verdaderamente impactantes. Allí se ve el Great Hall, construido en 1532 con un artesonado maravilloso, de pleno estilo Tudor, y unos ventanales cubiertos de cristalerías adornadas por escudos de armas coloreados y que fueron añadidas en época victoriana. Otra de las salas fabulosas de este lugar es la Chapel Royal, también de 1535, que luce un techo dorado, deslumbrante, con sus muros forrados de madera tallada y decorada según diseño del arquitecto Wren y con un altar tallado por el escultor Grinling Gibbons, suma del Renacimiento inglés.

Las salas del rey Guillermo III y de su mujerla reina Maríason construcción añadida y decorada en el siglo XVIII: todo ello fastuoso, pero ya en otro nivel de consideración artística. Realmente fueron estos monarcas los que crearon los jardines tal como hoy se ven y disfrutan, y, por supuesto, el laberinto que nos ha convocado hoy.

 El laberinto de Hampton

El laberinto de los jardines del palacio de Hampton, en las proximidades de Londres, está considerado como el más antiguo de Gran Bretaña y posiblemente el más antiguo del mundo en cuanto a su permanencia desde su construcción original al día de hoy. Sin duda que hLaberintoa habido otros, hechos antes, aunque ya desaparecidos, o reconstruidos sin atender a su origen. Uno de ellos esel de Guadalajara, el “laberinto de Creta” que los duques del Infantado, y más concretamente don Iñigo López de Mendoza, quinto duque de este título, mandó construir en sus jardines junto a su palacio de Guadalajara.

El laberinto inglés fue diseñado por George London y Henry Wise, en 1690. Reinaba entonces Guillermo III, que fue quien levantó los edificios barrocos que hoy más pesan en la estructura de Hampton, en exceso decorados. Su estructura compleja superaba los cuadrados y círculos clásicos, para crear un trapezoide con la entrada en el lado menor, un complejo recorrido que en general llevaba un sentido espiral hasta el centro, en el que se colocaron dos árboles en un amplio espacio, con dos asientos debajo. Parece ser que antes se construyó un canal subterráneo que aportaría agua a esa zona para mantener siempre húmedo y fértil el laberinto, de arizónicas. Cuando uno analiza el plano de este laberinto, se da cuenta que tiene una especie de islote central (en el que originalmente iban los árboles) y mantiene una plaza en la que teóricamente uno encuentra el tesoro que busca, la felicidad que persigue, o el dios esquivo al que ha rogado. Un “Minotauro” colocaron los duques del Infantado en su laberinto del palacio de Guadalajara. El objetivo era el mismo: alcanzar, tras esfuerzos, un lugar ideal.

Al laberinto de Hampton se acercan hoy miles de turistas. Cobran por entrar en él, y la verdad es que no tiene pérdida. En diez minutos se llega al centro y en la mitad de tiempo se sale fuera. Lo que merece la pena es seguir paseando por los inmensos jardines del palacio. Son, como todo en Londres en punto a parques, desmesurados, inacabables, con lagos por aquí y rosaledas por allí. En julio celebran en un rincón de ellos el Hampton Court Palace Flower Show, y dicen que es, con todo, la mayor feria floral de Gran Bretaña.

Sin ser lo mejor, pero personalmente lo que más me impactó de este lugar, que es una verdadera “naturaleza domesticada”, fue el paseo de plátanos al que llaman Chestnut Avenue, que es triple y que tiene más de dos kilómetros de largo, escoltado de unos árboles más de dos veces centenarios, que transmiten fuerza, seguridad y buenas vibraciones a quienes entre ellos pasa.

El laberinto de Guadalajara

Guadalajara tuvo uno de los más interesantes laberintos del Renacimiento en Europa. Lo pusieron los Mendoza en su palacio ducal, en el centro de los jardines de poniente, y lo diseñó su arquitecto Acacio de Orejón, en la segunda mitad del siglo XVI.

Se trataba del “Laberinto de Creta”, ingeniosamente dispuesto de tal modo que venía a ser un complicado conjunto de corredores, pasadizos y acequias circulares por las que se accedía a una estrecha isla central en la que residiría el minotauro. Sobre este elemento del jardín del palacio del Infantado sólo nos ha quedado la referencia gráfica que aparece en uno de los croquis que hizo Orejón cuando la gran reforma palaciega del quinto duque, pero no se conoce otra referencia ni documento escrito alusivo a él. Junto a estas líneas aparece el croquis que encontré, hace muchos años, en la Sección de Osuna del Archivo Histórico Nacional.

Su significado se nos muestra fácil y consecuente con el conjunto manierista del programa implantado por el duque en su mansión alcarreña: la utilización de un mito cretense como es el del laberinto, el minotauro y la lucha de Teseo contra este ser, pudiera parecer, en principio, muy desligada de la tónica general del conjunto, en el que priman alusiones a la historia romana y a la mitología olímpica. Pero basta con conocer la general utilización de este elemento «laberíntico» en la mayoría de los jardines del Renacimiento italiano para comprobar que su utilización en Guadalajara no hace sino afianzar el clasicismo de todo el programa.

Una vez abandonado el palacio, utilizado para otros fines, bombardeado, hundido y reconstruido, hacia 1980 se reordenó el vacío espacio de los jardines ducales y se colocó de nuevo un laberinto, que sin tener nada que ver con el original, sí que le da un plus de interés a este conjunto ajardinado pseudorenacentista de tan afamado palacio. De esta manera, a través de este laberinto clásico, podemos unir Hampton Court con Guadalajara. Porque un fino hilo de identidad entre estos dos palacios (el original de Wolsey y el que López de Mendoza hicieran, de nuevo, con pocos años de diferencia) se puede establecer a través de ese interés común por el juego del laberinto arbóreo.