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noviembre, 2011:

El laberinto de Hampton Court

Primer patio del palacio londinense de Hampton Court, en cuyos jardines se conserva un magnífico laberinto arbóreo.

Un viaje de estudios a Londres me ha permitido pasar unas horas en un lugar al que tenía ganas de ir desde hacía tiempo, y que ahora, de vuelta, creo que es uno de esos lugares donde hay que acudir alguna vez en la vida, para ver cómo el ser humano ha hecho mil esfuerzos para crear belleza, para que esa belleza salpique a todos y hoy todos puedan apreciarla y disfrutarla.

El palacio real de Hampton Court, al sur de Londres, en plena campiña del Surrey, entre colinas que dejan pasar a un todavía jovencísimo Támesis, es una de las joyas del patrimonio inglés y mundial. Mandado construir por el cardenal Wolsey a principios del siglo XVI, fue “cedido” al rey Enrique VIII, a partir de quien se convirtió en el palacio residencial de la monarquía inglesa hasta finales del siglo XVIII.

En ese palacio, al que acuden a diario miles de visitantes, especialmente británicos, porque saben (se lo enseñan en las escuelas, con detalle y pasión) que fue en ese lugar donde radicó el poder político y cultural de la nación inglesa durante varios siglos, pueden admirarse muchas cosas.

La primera de ellas, según se llega, y tras atravesar el río sobre un puente majestuoso, la fachada principal toda de ladrillo, con dos torreones que flanquean el panel donde, sobre el portón de entrada, se alza un fantástico ventanal de caladas tracerías, en un gótico decadente. El aspecto de este palacio es casi castillero por este lado. Su imagen de elegancia y firmeza está en la raíz de lo que el mundo sajón consideró siempre el fin de la arquitectura: la fortaleza unida a la belleza.

Tras la entrada, un gran patio, de donde salen, a la izquierda, dos de las atracciones fundamentales para el visitante: en la planta baja, las cocinas palaciegas, y en la alta, los apartamentos o salones del rey Enrique VIII, al que la leyenda universal considera un monstruo de crueldad y frivolidad, mientras que desde un análisis político y realista se da uno cuenta de que jugó sus bazas con habilidad en un tiempo difícil para mantenerse firme en el equilibrio del agonizante feudalismo, abriendo puertas a la gestión de un Estado fuerte, como estaba ocurriendo en Francia con Francisco I y en España con Carlos I. Esos grandes monarcas, autoritarios y cultos, del inicio del Renacimiento, han tenido cada uno su imagen de grandiosidad y fiereza anejos a su memoria. Bien es verdad quela de EnriqueVIIIsacudiéndose esposas de su lado, una tras otra, bien con venenos, bien con hachas sobre el cuello, es un tanto excesiva.

El palacio de Enrique VIII

Las cocinas de Hampton son de verdad admirables. Ofrecen más de 50 salas independientes y en ellas se preparaban, desde un principio (las 24 horas del día funcionando) los alimentos que se tragaban los más de mil cortesanos que andaban en torno a Enrique VIII.  Resultan muy interesantes sus despensas, la sala donde se preparaban los platos antes de servirlos, la bodega, por supuesto, con más de 300 cubas que eran constantemente llenadas, y la sala (hoy esla tienda del Palacio) donde se guardaban parte de los600.000 galonesde cerveza que se consumían cada año.

En la primera planta, los salones del rey renacentista de Inglaterra son verdaderamente impactantes. Allí se ve el Great Hall, construido en 1532 con un artesonado maravilloso, de pleno estilo Tudor, y unos ventanales cubiertos de cristalerías adornadas por escudos de armas coloreados y que fueron añadidas en época victoriana. Otra de las salas fabulosas de este lugar es la Chapel Royal, también de 1535, que luce un techo dorado, deslumbrante, con sus muros forrados de madera tallada y decorada según diseño del arquitecto Wren y con un altar tallado por el escultor Grinling Gibbons, suma del Renacimiento inglés.

Las salas del rey Guillermo III y de su mujerla reina Maríason construcción añadida y decorada en el siglo XVIII: todo ello fastuoso, pero ya en otro nivel de consideración artística. Realmente fueron estos monarcas los que crearon los jardines tal como hoy se ven y disfrutan, y, por supuesto, el laberinto que nos ha convocado hoy.

 El laberinto de Hampton

El laberinto de los jardines del palacio de Hampton, en las proximidades de Londres, está considerado como el más antiguo de Gran Bretaña y posiblemente el más antiguo del mundo en cuanto a su permanencia desde su construcción original al día de hoy. Sin duda que hLaberintoa habido otros, hechos antes, aunque ya desaparecidos, o reconstruidos sin atender a su origen. Uno de ellos esel de Guadalajara, el “laberinto de Creta” que los duques del Infantado, y más concretamente don Iñigo López de Mendoza, quinto duque de este título, mandó construir en sus jardines junto a su palacio de Guadalajara.

El laberinto inglés fue diseñado por George London y Henry Wise, en 1690. Reinaba entonces Guillermo III, que fue quien levantó los edificios barrocos que hoy más pesan en la estructura de Hampton, en exceso decorados. Su estructura compleja superaba los cuadrados y círculos clásicos, para crear un trapezoide con la entrada en el lado menor, un complejo recorrido que en general llevaba un sentido espiral hasta el centro, en el que se colocaron dos árboles en un amplio espacio, con dos asientos debajo. Parece ser que antes se construyó un canal subterráneo que aportaría agua a esa zona para mantener siempre húmedo y fértil el laberinto, de arizónicas. Cuando uno analiza el plano de este laberinto, se da cuenta que tiene una especie de islote central (en el que originalmente iban los árboles) y mantiene una plaza en la que teóricamente uno encuentra el tesoro que busca, la felicidad que persigue, o el dios esquivo al que ha rogado. Un “Minotauro” colocaron los duques del Infantado en su laberinto del palacio de Guadalajara. El objetivo era el mismo: alcanzar, tras esfuerzos, un lugar ideal.

Al laberinto de Hampton se acercan hoy miles de turistas. Cobran por entrar en él, y la verdad es que no tiene pérdida. En diez minutos se llega al centro y en la mitad de tiempo se sale fuera. Lo que merece la pena es seguir paseando por los inmensos jardines del palacio. Son, como todo en Londres en punto a parques, desmesurados, inacabables, con lagos por aquí y rosaledas por allí. En julio celebran en un rincón de ellos el Hampton Court Palace Flower Show, y dicen que es, con todo, la mayor feria floral de Gran Bretaña.

Sin ser lo mejor, pero personalmente lo que más me impactó de este lugar, que es una verdadera “naturaleza domesticada”, fue el paseo de plátanos al que llaman Chestnut Avenue, que es triple y que tiene más de dos kilómetros de largo, escoltado de unos árboles más de dos veces centenarios, que transmiten fuerza, seguridad y buenas vibraciones a quienes entre ellos pasa.

El laberinto de Guadalajara

Guadalajara tuvo uno de los más interesantes laberintos del Renacimiento en Europa. Lo pusieron los Mendoza en su palacio ducal, en el centro de los jardines de poniente, y lo diseñó su arquitecto Acacio de Orejón, en la segunda mitad del siglo XVI.

Se trataba del “Laberinto de Creta”, ingeniosamente dispuesto de tal modo que venía a ser un complicado conjunto de corredores, pasadizos y acequias circulares por las que se accedía a una estrecha isla central en la que residiría el minotauro. Sobre este elemento del jardín del palacio del Infantado sólo nos ha quedado la referencia gráfica que aparece en uno de los croquis que hizo Orejón cuando la gran reforma palaciega del quinto duque, pero no se conoce otra referencia ni documento escrito alusivo a él. Junto a estas líneas aparece el croquis que encontré, hace muchos años, en la Sección de Osuna del Archivo Histórico Nacional.

Su significado se nos muestra fácil y consecuente con el conjunto manierista del programa implantado por el duque en su mansión alcarreña: la utilización de un mito cretense como es el del laberinto, el minotauro y la lucha de Teseo contra este ser, pudiera parecer, en principio, muy desligada de la tónica general del conjunto, en el que priman alusiones a la historia romana y a la mitología olímpica. Pero basta con conocer la general utilización de este elemento «laberíntico» en la mayoría de los jardines del Renacimiento italiano para comprobar que su utilización en Guadalajara no hace sino afianzar el clasicismo de todo el programa.

Una vez abandonado el palacio, utilizado para otros fines, bombardeado, hundido y reconstruido, hacia 1980 se reordenó el vacío espacio de los jardines ducales y se colocó de nuevo un laberinto, que sin tener nada que ver con el original, sí que le da un plus de interés a este conjunto ajardinado pseudorenacentista de tan afamado palacio. De esta manera, a través de este laberinto clásico, podemos unir Hampton Court con Guadalajara. Porque un fino hilo de identidad entre estos dos palacios (el original de Wolsey y el que López de Mendoza hicieran, de nuevo, con pocos años de diferencia) se puede establecer a través de ese interés común por el juego del laberinto arbóreo.

Grandes fuentes de Castilla-La Mancha

El disfrute del patrimonio monumental de nuestra Región de Castilla la Mancha, es uno de los motivos que nos empujan a menudo a viajar por ella. Recorrerla en toda su amplitud es siempre un ejercicio entusiasta y que requiere tiempo, y dinero para gasolina. Pero la satisfacción de encontrar sorpresas por sus caminos, en las plazas mayores de sus pueblos, y desmadejar sus historias al hilo de una estampa (el viejo castillo, el molino, la serrijada de encinas o la fuente manantial) no tiene precio.

Aquí animo a mis lectores a que se marquen la Ruta de las Fuentes por Castilla la Mancha, y en cuanto puedan hacerlo, recorran sus cinco provincias para mirar, y admirarse con ellas, las mejores fuentes de cada enclave.

La monumental fuente nueva de Ocaña, del siglo XVI, fue diseñada por Juan de Herrera y es hoy uno de los más singulares elementos del patrimonio castellano-manchego

 Albalate de Zorita, Guadalajara: la Fuente de la Villa

Albalate de Zorita, en Guadalajara, nos ofrece una de las mejores fuentes de esta provincia. Muy interesante es la Fuente de la Villa, que a un lado de la carretera, en parte baja y frente al caserío se encuentra. Se trata de un muro de fuerte sillería en el cual se muestra magnífico escudo con la cruz del perro en él tallada. De este muro surge gran caudal de agua por ocho gruesos caños en forma de leoninas o perrunas cabezas, que cae en pilón amplio y de allí va a regar huertas y cañamares. Es, además, un curioso ejemplo de fuente renacentista, por lo que atañe al modo de recoger el manantial y canalizarlo; se acogen las aguas de varios manantiales muy próximos entre sí, canalizando cada uno por separado; luego se reúnen en dos ramas, hasta formar una sola canalización que forma una especie de remanso, dividido en dos conductos, pero superpuestos; el de abajo lleva sus aguas al campo, y el de arriba las lleva a la fuente, que tiene un hueco grande ocupado por un enorme cántaro de barro. Por la parte de atrás de la fuente, salen otros tres caños que vierten en otro pilón.

Belmonte, Cuenca: La fuente grande de la plaza de Enrique Fernández

En la plaza que se llamó “del Pilar” porque lo tenía, de piedra, y muy grande, en un costado, junto a un abrevadero donde se acercaban a beber las caballerías, en su costado norte se alza esta fuente, la mayor del pueblo y una de las más sugerentes dela Mancha. Laplaza que está dedicada a Enrique Fernández es hoy un espacio cómodo, muy amplio, que aparece cerrado en la parte oeste por el convento de los Trinitarios. La fuente fue construida en el siglo XVI por iniciativa de los marqueses de Villena, señores seculares de la población, y así se completaba un lugar que siempre fue abierto, destinado a mercados y tratos, donde se reunía la gente, pegada al barrio de San Isidro, de casas humildes y populares.

Almansa, Albacete: la Fuente de los Patos

Aunque la llaman de los patos, lo que la adorna realmente son unas esculturas de cisnes, en bronce. Se localiza, desde al menos el siglo XIX, en el lugar más céntrico, en el corazón de Almansa. Centra la plaza de Santa María, que se escolta de un lado de la iglesia arciprestal de la Asunción, tiene enfrente el palacio de los Condes de Cirat, y al fondo se yergue, como un telón palpitante de escenario vivo, el castillo altivo. La fuente es circular, con un alto borde de piedra que es lo más antiguo de ella, siendo los “patos” un añadido más moderno. En Almansa, y en general en los pueblos manchegos de Albacete, las fuentes escasean, es Mancha pura, es casi desierto aquella zona, y una fuente en medio de un pueblo es un lujo que se fotografía.

Puertollano, Ciudad Real: la Fuente Agria

La Fuente del Agua Agria, en el centro de su gran prado de recreo o Ejido de San Gregorio, es ahora nuestro destino. Pocos de nuestros lectores han llegado a Puertollano, pero cuando lo hagan se sorprenderán de lo “gran ciudad” que es. Entre otras cosas, tiene un Paseo que se parece al del Prado de Madrid. En su centro está la fuente de aguas supersalutíferas, en un hondón de donde surge a través de dispensadores metálicos, pero recubierta y adornada de un gran templete metálico de la segunda mitad del siglo XIX, que le asemeja a un kiosco de la música de los tradicionales de parque.

 Ocaña, Toledo, la Fuente Nueva

 En la provincia toledana hay que ir a ver la mejor de todas las fuentes de la Comunidad, la Fuente Nueva de Ocaña, Es una de esas sorpresas que depara al viajero la inacabable genialidad del espíritu constructivo de siglos antiguos., y que afortunadamente ha llegado a nosotros incólume a pesar de los casi cinco siglos que tiene de vida. En la parte baja de la villa, sobre un vallejo por el que indudablemente corre siempre un ancho cauce acuoso, subterráneo, se tenía de muy antiguo la fuente de uso del pueblo, que en época del emperador Carlos se consiguió magnificar, construir y dar como servicio público a un pueblo que era muy poblado y muy importante en esa época. Se encargó la fuente, -parece ser con muchos visos de verosimilitud- al mejor arquitecto de la época, a Juan de Herrera, director de las obras de El Escorial

La obra es una colosal pirueta de la ingeniería hidráulica de tiempos antiguos: Se calcula que tiene más de500 metrosde galerías para conducir las aguas, y está alimentada por un viaje ya existente que ofrecía así un servicio de provisión de agua, para humanos y caballerías, y de lavadero, que fue la delicia de la población cuando se hizo.

Fu en 1530 cuando el Concejo de Ocaña consiguió la licencia para iniciar esta obra que suponía el alumbre y captación de aguas, en un contexto de aprovechamiento de este recurso en el que se incluye la construcción en 1541 de la presa de Ontígola, muy cerca dela villa. Apartir de esa fecha, y antes de 1580 en que se acabó, fue construyéndose este elemento en el que trabajaron el maestro de obras Lucas de Villa y Blas de San Juan, más los dos hermanos del primero, Juan y Pedro, todos ellos venidos de la Trasmiera norteña, de donde procedían todos los canteros que en Castilla trabajaban en esa época. Les ayudaron los canteros locales Francisco Sánchez y Blas Hernández. Todos ellos habían trabajado conjuntamente y a las órdenes de Juan de Herrera en la presa de Ontígola, y en el palacio real de Aranjuez, lo cual prueba sin documentos que el genial arquitecto cántabro tuvo que tener alguna intervención en esta obra, a la que sin exageración podríamos denominar “el Escorial de las fuentes castellanas”.

La obra estuvo en construcción muchos años, porque el Concejo de Ocaña no tenía suficientes recursos y entonces no estaban los tiempos (ni a ellos se les ocurrió) para endeudarse con préstamos de banqueros y usureros como hoy ocurre. La obra salió poco a poco, cuando se allegó dinero de los impuestos y así fue que en 1582 se dio por concluida. Y hasta hoy, en que se ha arreglado y dejado como un pincel, que da gusto verla.

Luís Moreno Nieto, quien fue Cronista provincial de Toledo, describía así la fuente en su libro «La provincia de Toledo», editado en 1960: «Monumental y suntuosa fábrica de utilidad pública, labrada entre 1574 y 1578, cuya planta es un rectángulo de 210 pies de largo por 192 de ancho (59 x 54 metros) que se halla dividido en dos secciones, a saber: la fuente propiamente dicha y los lavaderos. Lo verdaderamente artístico es la fuente en su parte arquitectónica exterior. Compónela una larga galería de piedra cubierta, sobria y elegantemente decorada con 22 pilastras toscanas y un entablamento corrido sobre el cual, a plomo de las pilastras, se alzan sendas bolas en sus pedestales. La galería va protegida por losas de piedra a dos aguas. En ambos extremos de la fachada aparecen sendos escudos blasonados de la villa, también en piedra. El agua mana por 10 abundantes caños que vierten en un pilón de sillería dividido en compartimentos. Los muros interiores son de ladrillo, como los arcos y bóvedas que cubren la galería. Rodean el conjunto unos sólidos muros de mampostería coronados por albardilla de sillería, cuyos ángulos y machones adornan grandes esferas de lo mismo. El patio que de ello resulta tiene dos entradas: una en rampa por el O. y otra por el S. mediante una espaciosa escalera de sillería de dos ramales, con remates de grandes esferas en sus antepechos, ángulos y machones. Dos magníficos pilones de piedra situados al N. del patio sirven de abrevaderos. Tras ellos, separados de este patio por fuerte muralla y también al N., están los lavaderos, que tienen su entrada por el O., bajándose hasta allí por una escalera de sillería de dos ramales. Este nuevo patio enlosado forma un paralelogramo de 192 pies de longitud por 64 de latitud (54 x 18 metros), y en su sentido longitudinal hay dos grandes pilones de sillería iguales y paralelos, que son los lavaderos». Sin duda una visión certera y resumida de tanto y tanto que esta fuente tiene para ver y que invitamos a nuestros lectores a que se desplacen a admirarla.

Llegan los Figurantes a Guadalajara

 Escribir es siempre una liberación. Aunque esto que voy a decir tendrá muchos detractores, yo creo que quien sufre, quien se siente oprimido, quien desea algo nuevo, mejor, ser más libre, más alto, más íntegro… debería escribir, escribirlo. La encrucijada sociopolítica en que nos encontramos puede ser un buen motivo para empezar: la rebeldía de decir y hacer algo más que poner un aspa delante de un nombre en una aburrida lista de candidatos.

Aprovechar ese tirón de indignación para ponerlo en la cotidianidad del trabajo, o del paro, de la diversión, de un viaje, de un cumpleaños, de un recuerdo, de un deseo, de una preocupación, de una depresión, de una tarde gris, de un no parar entre gimnasios y supermercados, entre clases de idiomas y consultas al médico. Lo mejor para curarse de la angustia es escribir. O del aburrimiento, o de la ansiedad, o de la desesperación. Y escribir sin esperar que nadie te lea, ni que nadie te recrimine por lo que escribes.

 

Estos rimbombantes pensamientos acerca del escribir se me vienen a la cabeza a propósito de que un amigo mío ha escrito un libro, y lo ha visto editado, y hasta va a organizar una fiesta literaria de presentación, esta tarde, en el Salón Multiusos del Centro Cultural San José, en Guadalajara. El escritor es Francisco Vaquerizo Moreno, un sacerdote ya jubilado, muy viajero siempre, muy franco en sus charlas, muy simpático todavía. El libro se titula “Los figurantes” y no va de teatro, precisamente, sino de la vida misma, que está llena de protagonistas (a la fuerza), de actores de primera fila, y de figurantes. Es un libro de cuentos, de relatos, de escritos, sin más.

Como estaría mal visto que yo escribiera aquí un artículo que no tenga nada que ver con Guadalajara, voy a justificar la aparición de este comentario al libro de mi amigo. Él es nacido en un pueblo de Guadalajara, ha sido cura de varios pueblos y ha dado clases en Sigüenza. Entre otras mil cosas. Y ahora que vuelve a escribir un libro (lleva ya casi treinta publicados…) aparecen en varios de sus capítulos historias de la provincia, de sus gentes, de sus formas de ser. Hay paisajes, puentes, obispos medievales, un ferroviario que se jubila y un lugar ideal (Arménida) que no se dice donde está pero sí que para en la Alcarria. Todo eso convierte a “Los figurantes” de Paco Vaquerizo en un caso clarísimo de alcarreñismo militante, y por eso lo traigo aquí.

Aparte de que al leerlo, a ratos, hoy un cuento y una semana después otro, me ha hecho sentirme feliz, por dos cosas fundamentalmente: porque escribe tan requetebién este señor, que es pura delicia leerlo. Parece que estuvieras charlando con alguien, en una terraza veraniega, caminando por entre los árboles, al sol alegre de una primavera que suena. Y porque todo destila campechanía, felicidad, optimismo. No a lo tonto, sino en plan concienzudo, como saliendo de dentro del pecho. Vamos, que te dan ganas de seguir viviendo otros cincuenta años más. Porque son los que probablemente va a durar todavía Vaquerizo escribiendo cuentos y relatos de esta talla, de este tenor.

Quien es Vaquerizo

Es Francisco Vaquerizo uno de los más firmes valores de la literatura alcarreña actual. Escribe, publica, da charlas y supone siempre un gran valor de experiencia y buen decir para cuantos tenemos, de vez en cuando, el placer de oirle y poder conversar con él.

Nació Vaquerizo en Jirueque, en 1936. Estudió en el Seminario de Sigüenza y empezó a ejercer de cura en 1959. Seguidamente se licenció en Derecho Canónico e hizo Periodismo en la Universidad de Navarra. Tras ocho años como párroco en Concha, Auñón, Alhóndiga y Entrepeñas, fue Profesor de Lengua y Literatura, en Sigüenza, durante un tercio de siglo. Ha ocupado su tiempo en enseñar, leer y escribir.

Vaquerizo ha publicado 25 libros y aún tiene por ahí media docena más pendientes de publicación. Es por ello que puede declarársele sin exageración como uno de los escritores guadalajareños más fecundos. Entre los escritores alcarreños, que aquí viven, y de nuestras cosas escriben, posiblemente sea uno de los valores más señalados en este momento. De ahí que esta nueva entrega de su ya larga bibliografía sea merecedora de un fuerte aplauso.
Don Camilo José Cela, en su «Nuevo Viaje a la Alcarria», le calificó de “clérigo de buenas letras». Y ya sabemos que don Camilo no era tendente a las alabanzas ajenas, sino más bien al contrario. Vaquerizo ha escrito también en los periódicos de Guadalajara, concretamente lo hizo con aplicación en “La Tribuna”, y ha ganado bastantes premios literarios.

Hace seis años publicó a su costa un folleto que titulaba “Historia de mis libros o de cómo me fui haciendo escritor”. Esto no es habitual, ver cómo un literato se explica en la intimidad y en la sucesión de éxitos y fracasos. Normalmente, y lo digo por experiencia, uno tiende a recordar solamente lo bueno (de la vida, de los viajes, de las querencias, de los libros que ha escrito, de los aplausos que ha recibido, etc.) y de forma automática, autoprotectora, desaparecen de la memoria los malos tragos y las malas críticas recibidas. Pues a pesar de ello, Vaquerizo en este folleto lo cuenta todo. Demuestra con ello que es un hombre abierto, que no tiene nada de solemne, que está dispuesto a tomarse unos vinos con cualquiera que le pregunte, y a dar buenos consejos a quien se los demande.

En las 32 páginas de la “Historia de mis libros…” anota con la meticulosidad de un orfebre las fechas, las páginas, las críticas, las satisfacciones y los desengaños que le llevaron escribir y publicar sus obras. Que alcanzan la respetable cifra de 25 títulos. Unos de poesía (Un puñado de pena, Sigüenza y otros versos, Estas que fueron pompa y alegría, con un total de 84 poemas dedicados a mujeres que fueron algo significativo en su vida…), otros de historia religiosa (Leyendas y Romances del Saz, Historias, Romances y Leyendas del Madroñal, o su autobiografía Memoria de mi formación sacerdotal, que dio que hablar a muchos niveles, sobre todo diocesanos y curiales), otros, en fin, de información y recuerdos (el más querido para su autor, Pascua en Florida, Por los caminos de Jirueque y dos novelas históricas: En libertad bajo sospecha, protagonizada por el escultor Martín Vandoma, y Vísperas de siempre, que es la vida novelada e inventada de Bernardo de Agen, primer obispo de Sigüenza) a más de cien intervenciones en forma de charlas, recitales, conferencias y apoyos en actos culturales. Vaquerizo, con esto que digo y mucho más que forma su bagaje, es sin duda uno de los intelectuales de mayor calado que en este momento viven en nuestra tierra.

Qué son Los Figurantes

Como no es cuestión de destripar los asuntos que los veinte cuentos que forman el libro nos ofrecen, lo que cumple ahora es simplemente afirmar que el libro es entretenido, que salvo el primero, dedicado a la vida de un ferroviario de a pie por las alturas de Horna y Ambrona, los demás son breves, se leen con placer y muy a gusto, y queda uno con las ganas ciertas de tener en las manos otro volumen de relatos así, muy de la tierra, muy simpáticos, con guión pensado y conclusiones claras. Si hay uno, entre todos, al que personalmente me apunte, por ser como el resumen y la cifra de todo el libro, es el de “Mi abuelo Deogracias” en el que se condensan esas formas de ver el mundo tan propias de los ancianos castellanos: una filosofía que, no por devaluada, deje de tener hoy mismo sus anclajes en la humanidad más cierta.

La personalidad de un posible cura depresivo se desvela en unas “Memorias para el olvido” que son, quizás, la mejor pieza literaria del libro. Va mucho más allá de la anécdota y de la gracieta. Va al corazón del viejo, al meollo de la existencia humana, y puede ponerse como ejercicio práctico para siquiatras que empiecen.

De Guadalajara (es obligado hablar de ella aquí) tiene varios relatos. Uno memora al tío Gascón de Alhóndiga. Cuenta y no para de los viajes en autobús de marca Barreiros que llevaba a la gente desde ese pueblo hasta la capital, pasando por Valdeconcha, Peñalver, Armuña y Aranzueque. “El Gascón tenía un aire de diligencia del Oeste” y recuerda lo divertido que era viajar en la baca del autobús, sobre todo en el buen tiempo (en el invierno también había quien tenía que viajar en la baca, por falta de espacio dentro… el tema era más crudo, evidentemente). Es un canto a los pueblos, a sus gentes, a la “filosofía de la vida” de esta tierra tan poblada antes, tan tradicional y severa.

Otro relato está orientado sobre Entrepeñas, en verano, chicos y chicas, y nos dice de cómo él se hizo con una barca y todo, una barca a la que puso por nombre “el ataud”. En ella iban sus amigos y amigas, en unos años de dorada juventud, de verdadera sensación de eternidad.

La historia de los puentes de Jirueque es desternillante, curiosa, siempre con el buen escribir de Vaquerizo. Se suman los recuerdos de Evencio el de Valdelagua (un pueblo que ahora vuelve a renacer, junto a Budia, pero que durante décadas estuvo derruido y abandonado), y en “El Aniversario” nos presenta en brevedad la historia de Bernardo de Agen, el clérigo al que hicieron obispo de Sigüenza (cuando aún estaba esta en la “Barbariae pars”) para que no tuviera más remedio que conquistársela a los musulmanes. Viene a ser este relato como un “trailer” de su reciente novela “Vísperas de Siempre”, en la que aparece el purpurado durante más años y más batallas en activo.

Con todo esto, creo que queda justificada la noticia, el comentario y el espolique que pongo al principio, y que se me ha venido a la mente tratando de encontrar explicación a estas ganas de escribir que a Vaquerizo afectan. Que deberían afectar a todos, porque escribiendo más seríamos más libres, más sanos de mente y más cabalmente humanos.

Alvar Gómez de Ciudad Real, alias el latinisimo

Siempre fue Guadalajara ciudad donde florecieron en abundancia los poetas y literatos. Y fue muy especialmente su Siglo de Oro el XVI, cuando de mano de la familia Mendoza alcanzó la ciudad del Henares su título de «Atenas alcarreña», ocupando calles, plazas y palacios los ilustres varones dedicados a la contemplación de las letras y las ideas.

Apoyados, eso sí, con el maná suculento de los aristócratas, que “solo” perseguían la sencilla dádiva de que les inmortalizaran, en sus versos, o en sus novelas, porque sabían –sigue siendo verdad- que el mejor rescate del olvido para un ser humano es quedar se vida, su obra y sus proezas estampadas en tinta negra y en carácter de imprenta sobre el blanco papel de los libros.

Portada de "El Vellocino Dorado" una de las obras cumbres de Alvar Gómez de Ciudad Real, poeta alcarreño del Humanismo renacentista

 

Al inicio de un otoño que brindará, junto al invierno, sus horas oscuras junto a la lumbre o bajo las mantas algunos buenos momentos para leer, es esta la ocasión para echar un vistazo a esos «atrases» de las gentes y las cosas que conformaron esta ciudad en que vivimos, palpitante desde hace siglos, tanto como ahora. Y de sus gentes, de las doctas y leídas, traer a la memoria uno de los más destacados personajes. A uno que fue representante característico del Renacimiento hispano, y que aquí en Guadalajara nació, murió y dio su obra toda. Perteneciente a familia de nueva nobleza, autodidacta muy posiblemente; crecido y educado en el ambiente intelectual del palacio del Infantado, se ocupó en versificar en lengua latina, y trató de hacer, siguiendo las recomendaciones del humanista italiano Pico della Mirandola, una «teología poética» que remedara y aun unificara las grandes creaciones poéticas del clasicismo latino con el cuerpo dogmático cristiano. Nebrija le llamó «el Virgilio cristiano» y Juan Catalina García dice de él que fue «el poeta latino más notable de la gente española de su tiempo». Hace unos veinte años se hizo una gran tesis doctoral sobre su figura en la Universidad de Cádiz, lo que confirma su importancia y pervivencia.

 Su vida

 Nació Alvar Gómez de Ciudad Real en Guadalajara, en el año 1488. Hijo único y heredero del importante mayorazgo que fundó su abuelo. Este, también llamado Alvar Gómez, ocupó el cargo de secretario real con Juan II, Enrique IV y aun alcanzó la primera época de los Reyes Católicos. Se distinguió por su capacidad de maniobra política, sabiendo traicionar y quedar bien con todos. El consiguió por trueques y negocios con el Gran Cardenal de España, don Pedro González de Mendoza, el señorío de Pioz, Atanzón, el Pozo de Guadalajara, los Yélamos y otros pequeños lugares. La familia fue, en todo caso, de escasos recursos. Fueron sus casas, inicialmente, un palacio o «casas mayores», en la parroquia de San Esteban, que se caían de viejas. El hijo del poeta levantó unas nuevas junto a la iglesia de San Ginés y puso por fin en práctica el deseo de todos sus antepasados de erigir convento de concepcionistas, cosa que se hizo frente a su nuevo palacio. Con más dinero, se ocupó en erigir nueva iglesia a su villa de Atanzón.

El poeta no parece que fuera a Universidad alguna. Ocupado en su corta hacienda, por sus dotes de poeta y humanista fue muy querido de sus conciudadanos. Ocupó algunos cargos en el gobierno del concejo y en las cortes de Valladolid en 1518 consta que representó a Guadalajara. Se casó con dona Brianda de Mendoza, hija legítima del tercer duque del Infantado. Se ocupó en guerras, de las que el Imperio carolino siempre anduvo metido. Y con el césar Carlos acudió a Bolonia, formando en la comitiva de su coronación imperial. Allá en Italia se acercó a los Papas, formó en sus cortes. Al flamenco Adriano dedicó su «Thalichristia» y a Clemente la «Musa Paulina», en 1522 y 1529 respectivamente. Una larga temporada pasó en la península itálica y es muy de notar que ese «exilio» o larga vacación en el extranjero coincidió con el de otro ilustre alcarreño, Luis de Lucena, médico de los Papas, y preocupado siempre de la hondura cristiana. Las relaciones entre ambos, aún por aclarar, son innegables. Es la época, al unísono, en que se desata en España la persecución inquisitorial contra los alumbrados, cayendo en las garras del Santo Oficio, y luego en sus hogueras, varios personajes de Guadalajara que se habían destacado en los oficios del quietismo, la dexadez y el libre interpretar de libros sagrados. A Alvar Gómez no llegó a tocarle el tribunal severísimo, pero él se mantuvo en Italia por si acaso. Y con el aprecio de los Sumos Pontífices como tarjeta. Volvió a España, sin embargo, y aquí murió, en su ciudad natal, el domingo 14 de julio de 1538, siendo enterrado en la iglesia conventual de San Francisco, en la capilla familiar que fundó su abuelo.

 Su obra

La obra de Alvar Gómez de Ciudad Real es amplia, aunque no variada. Todos sus temas coinciden en la inspiración religiosa, cristiana, católica. Usa por norma la lengua latina, y es tal su conocimiento de ella, su maestría en el manejo de su difícil mecanismo, que puede decirse no tenía ningún secreto para él, y algunos de sus traductores afirmaron que era tan difícil de traducir como el más clásico de los romanos. De ese renombre como latino le vino la admiración que le profesó sin duda el mismo Erasmo de Rotterdam, quien con gusto accedió a poner unos versos, también latinos, en la presentación del «De Militia Principis Burgundi» del alcarreño. Es ésta una nueva oportunidad que nos permite sospechar del erasmismo y posible heterodoxia de Alvar Gómez.

Pongo aquí una relación cronológica y brevemente descriptiva de sus obras. Fue su primera publicación la Thalichristia, dedicada al Papa Adriano, con dos ediciones en Alcalá, los años 1522 y 1525. Aunque es obra cristiana, son numerosos los recuerdos e invocaciones a las figuras de la antigüedad grecorromana y a sus figuras mitológicas, demostrando Alvar Gómez en ese campo una erudición notable. El mismo título de la obra parece cristalizar la voluntad del poeta en hermanar lo religioso cristiano (Cristo) con lo mitológico pagano (Thalia, musa de la comedia), tarea muy común de la época, especialmente en los renacentistas ambientes del neoplatonismo. Pocos años después aparece editada su segunda obra poética, la Musa Paulina (Alcalá, 1529), que dedica al Papa Clemente VII y que escribe en dísticos latinos de gran altura estilística. En tercer lugar presenta una obra que viene a engarzar notablemente con el movimiento de indagación bíblico que Erasmo propone y otros muchos siguen: son Los Proverbios de Salomón puestos en verso y editados primero en Roma, 1535, y luego en Alcalá, 1536. En esa vía de acceso poético a los libros veterotestamentarios Gómez de Ciudad Real compone y da a luz (Toledo, 1538) las Septem elegiae in septem penitentiae psalmos. Es el año de su muerte inesperada en una madurez granada que aún prometía cosecha larga de sabidurías y elegancias. La admiración y fidelidad de su hijo Pero Gómez permitió que en 1540 la toledana imprenta de Juan de Ayala diera a luz el De Militae Principis Burgundi, dedicada a la glosa de los príncipes de Borgoña y muy en especial a la historia del Vellocino de Oro. El libro estaba dedicado, como es lógico, al Emperador Carlos, y en su preámbulo, tras la dedicatoria, figuran unos versos de Erasmo dirigidos a Alvar Gómez. Fue traducido este libro por el bachiller Juan Bravo y publicado con el título de El Vellocino Dorado, ese mismo año, también en Toledo. A la piedad de su hijo débese también que saliera a la pública consideración una obra originalmente compuesta por Alvar Gómez en metro castellano: la Theológica descripción de los misterios sagrados, partida en doze cantares, dedicada al Cardenal Tavera, impresa en Toledo en 1541. Años más tarde, dentro de la antología que Esteban de Villalobos imprimió ‑era 1604‑ con el título de Primera parte del Tesoro de Divina Poesía, aparecen las Sátiras morales de nuestro autor, en arte mayor y redondillas no malas. Y aun es preciso recordar ciertas cosas inéditas, y casi con seguridad perdidas, que Venegas cita en un prólogo a otra obra de Alvar Gómez, como compuestas por el arriacense: De prostigatione bestiarum adversus haeresiarchas, De conceptione Virginis y De las tres Marías.

Obra fecunda, meritísima, surgida no sólo del hombre, sino del ambiente, de la ciudad en la que ha crecido y madurado. Guadalajara renacentista, patria chica de Alvar Gómez de Ciudad Real, musa a su vez de este poeta y de su poesía. Hasta aquí el recuerdo de este hombre, ahogado casi en la marea de olvidos de este tiempo.