Larga vida a doña Aldonza de Mendoza
A quien visita el Museo Provincial de Bellas Artes, instalado en la planta baja del palacio del Infantado de Guadalajara, le sorprenderá en el primer pasillo, al final del mismo, la presencia de un enterramiento de estilo gótico en el que yace serena, viva y lustrosa, la estatua yacente de una dama de alta alcurnia alcarreña que vivió allá por los finales años del siglo XIV y los primeros del siglo XV.
Ese enterramiento, esplendor del arte gótico, es el de doña Aldonza de Mendoza, hija que fue del Almirante de Castilla, don Diego Hurtado de Mendoza, acaudalado y poderoso prócer de nuestra tierra en aquella época, y hermanastra de quien sucediera a su padre en el título máximo de señor de Hita y Buitrago, además del luego añadido de marqués de Santillana, don Íñigo López de Mendoza. Conviene que nos entretengamos un rato en mirarla, en saber de ella.
Los días de su vida
Fue doña Aldonza hija del almirante don Diego Hurtado, del principal linaje de Mendoza, y de su primera esposa, María Enríquez, del de Trastamara. Fue su nacimiento en el último tercio del siglo XIV, hacia 1380 y, pronto huérfana de su madre, asistió a la segunda boda de su padre, quien en 1387 volvió a casar con la también viuda Leonor de la Vega, en cuyo vientre se formaría, naciendo luego, don Iñigo López de Mendoza, futuro primer Marqués de Santillana.
A doña Aldonza la marcó, quizás en demasía, el matrimonio con su primo don Fadrique de Castro, duque de Ariona, y conde de Trastámara, pero sobre todo los días de su vida se amargaron bastante por las peleas (que degeneraron en guerras abiertas, con soldados, batallas, tiros y muertos) con su hermanastro, don íñigo López de Mendoza y de la Vega, a causa de la herencia de su padre, ya que este en su testamento y codicilos favoreció notablemente a doña Aldonza, a quien dejó muchos territorios y riquezas que otros hermanos, y especialmente el futuro marqués de Santillana, no vieron con buenos ojos, haciéndole guerras. Viuda desde 1430, vivió en sus tierras de Espinosa y Cogolludo, y falleció el 18 de junio de 1435 dos días después de haber dispuesto su testamento. En su largo documento, reparte sus aún numerosos dineros en mandas múltiples a iglesias, ermitas y monasterios, dejando lo más sustancioso de sus bienes al todavía joven monasterio jerónimo de San Bartolomé, de Lupiana, donde quiso ser enterrada y puesta en un sepulcro “convenyble a mi persona” y en un lugar de privilegio, «según mi estado demanda».
Esos deseos se cumplieron, y Aldonza recibió sepultura en medio de la nave del monasterio jerónimo, a los pies de sus gradas, Su cuerpo fue depositado en el interior del maravilloso sepulcro que antes había mandado tallar. Allí estuvo muchos años, pues los Mendoza siguieron siendo patrones del cenobio, pasando luego el patronazgo al mismo rey Felipe II. La memoria de Aldonza quedó prendida en aquel espacio sacro y solemne, y las liturgias jerónimas se posaron día tras día, año tras año, sobre el pálido alabastro de su sepulcro.
Solamente en 1836 quedó vacío San Bartolomé de monjes, y el sepulcro abandonado hasta que en 1845 se desmontó y trasladó al Museo Provincial que surgió en el Convento de la Piedad de Guadalajara. Pero de allí partió, pese a las numerosas quejas que en la ciudad generó su traslado, hacia el Museo Arqueológico de Madrid en 1868, donde se mantuvo otro largo siglo hasta que en 1973, en ocasión de la inauguración del Museo Provincial en la planta baja del palacio del Infantado, regresó definitivamente a sus patronímicos lares.
La doctora María Jesús Fuente Pérez hizo un exhaustivo análisis de doña Aldonza, en un curso sobre historia medieval en Galicia, y aporta una visión nueva sobre su figura, concretando haber sido llevada al matrimonio por un interés desmesurado del marido, don Fadrique Enríquez, de poder en la Corte, y habiéndola maltratado, encarcelado y haciéndoselas pasar muy duras a la pobra doña Aldonza. Hubiera sido una gran señora en sus enormes estados, de no surgir también don Iñigo, su hermanastro, más joven y, sobre todo, mucho más ambicioso. La de doña Aldonza de Mendoza, a quien vemos (con un poco de imaginación, claro, pero esta es fundamental para alentar la vida) todavía respirar y sonreír a través del alabastro tallado, fue una vida rota y cercenada por esa eterna cuestión de considerar a las mujeres como seres de segunda categoría. En nuestra civilización, afortunadamente, esto ha terminado, pero en el mundo actual, por desgracia, todavía quedan muchos países, [in]culturas y regímenes en los que la mujer es “un bicho” que habla. Deberíamos dirigir más nuestros pasos a conseguir que, por ejemplo, el Islam considere a las mujeres exactamente igual que a los hombres. Esa sí sería una empresa de aplauso.
El sarcófago donde yace Aldonza
Muchos han sido los estudiosos que han mirado, una y otra vez, esta pieza sublime de la escultura gótica, asombrándose de su hermosura y perfección. En la gran obra que se editó hace diez años con motivo de la Exposición en Santillana del Mar sobre el marqués de Santillana, la escritora Elena Sainz Magaña hizo un análisis que yo considero definitivo sobre este sepulcro.
Comienza diciéndonos que sin duda se trata de uno de los exponentes más bellos de la escultura funeraría de mediados del siglo XV, momento cumbre en que se unen en el arte español las pervivencias medievales con el influjo borgoñón y las innovaciones procedentes del Renacimiento italiano, fomentadas, sobre todo, por el mecenazgo de las grandes familias, entre las que tuvo lugar destacado la de los Mendoza.
Como todos sabemos, los Mendoza fueron el punto de apoyo de la palanca renacentista en España. Ellos alentaron las formas nuevas, los espacios anchos, la luz y la imitación de la Antigüedad en formas y proporciones. Todavía es muy temprano, 1435, para hablar de Renacimiento en España, pero sí que llega algo de su influjo a través de la obsesión naturalista que el arte borgoñón está desarrollando por Centroeuropa. Así ocurre que este sepulcro manifiesta vivamente el influjo borgoñón que empieza a desarrollarse por Castilla durante la primera mitad del siglo XV. La talla está en la órbita de las esculturas toledanas del cuatrocientos, en las que, ya superado el gótico, se quieren adivinar las nuevas corrientes renacentistas.
Sainz Magaña describe el enterramiento de doña Aldonza, y a su calificación y palabras me voy a ceñir para decir a mis lectores lo recomendable que sería su visita, su admiración en el Museo Provincial, estos próximos días de fiesta: el sarcófago presenta la estructura típica de la cama sepulcral exenta con representación yacente de la difunta, lo que venía a ser la perpetuación del túmulo que se colocaba en la iglesia y sobre el que era expuesto el cadáver antes del enterramiento. El interés por representar a la muerta con belleza, con sensación de vida, con intención de eternizarla, se pone claramente en evidencia en este monumento, y a este respecto, recordamos aquí la descripción que con un poético lenguaje decimonónico nos da el escritor alcarreño José Julio de la Fuente en 1883:
» … Una urna ceñida de graciosas hojas de cardo, y, sobre ella, la bellísima estatua de Doña Aldonza de Mendoza, suelta la toca, ceñido el sayal, reviviendo la morbidez de sus delicados miembros la blancura del alabastro » .
Sainz analiza con un sentido netamente iconológico esta pieza que vemos en el Museo Provincial: “la belleza que transmite tanto el rostro sereno como el perfecto estudio de los plegados del ropaje, los finos encajes y el mínucioso trabajo de las manos no responde sólo a una mera cuestíón formal, desprovista de contenido, sino que era consecuencia de un neoplatonismo cristianizado. Se trataba de reflejar el carácter virtuoso que había tenido la difunta y su confianza en alcanzar la vida eterna tras el juicio. Heredada del medievo, la figura en reposo unifica dos conceptos asociados, Sueño y Muerte, con un sentido de serenidad, de confianza, en un tópico ya presente en la Antigüedad Clásica. El sepulcro de doña Aldonza estaba concebido para ser colocado en el templo, garantizando así su salvación por su enterramiento «ad sanctos», es decir, por la cercanía con el altar, por la situación en el templo. El monumento funerario no sólo garantizaba la vida eterna, también era un símbolo de prestigio y de conservación de la memoria, así, en el borde de la tapa se lee la siguiente inscripción: Doña Aldonça de Mendoza que Dios aya, duquesa de Arjona, muger del Duque D. Fadrique, finó sábado XVIII días del mes de junio del nascimiento del Nuestro Salvador lhesu Christo de mill et quatroçientos et XXXV años.”
Lo más interesante del sepulcro es la tallada figura de la protagonista. Trátase de una figura femenina yacente sobre la tapa de un sarcófago. La caja está decorada en sus lados mayores con ramaje y un escudo central y en el menor conservado, el de la cabecera, con dos figuras de salvajes sosteniendo un escudo y una filacteria. El personaje, con los ojos cerrados, descansa en posición de decúbito supino con la cabeza apoyada sobre dos almohadas, decoradas con motivos vegetales y con borlas en las esquinas. Lleva un vestido largo, amplio, ceñido con una cinta bajo el pecho, y toca con tres alfileres, uno en la parte superior de la cabeza y dos en los laterales; en el cuello aparece un collar de varias vueltas con un colgante en forma de cruz.. Las manos las mantiene cruzadas, apoyadas a la altura del pubis, sujetando un rosario que se extiende hasta media pierna.
Un interesante programa iconográfico se ofrece por las tres caras del sarcófago que han sobrevivido, y que fue diseñado para estar, exento, en el centro de un amplio espacio eclesial, y así lanzar mensajes en sus cuatro costados: en sus lados mayores, se ven profusas hojarascas que reflejan la fecundidad, apareciendo en su centro las armas más antiguas usadas por el linaje mendocino, en forma de sencillos escudos apuntados de forma francesa con banda bordurada sobre campo liso (si estuviéramos viéndolo en color, sería una banda de gules bordurada de oro sobre campo de sinople). En el panel de la cabecera, hay tallado otro emblema heráldico, que representa las armas de los Enríquez (su madre era María Enríquez de Castilla, hija bastarda de Enrique II) aunque también ese escudo corresponde a don Fadrique Enríquez de Castilla y de Castro, duque de Arjona y conde de Trastamara, esposo que fue de doña Aldonza, y que consiste en un campo sobre el que aparece un castillo mantelado de sendos leones rampantes, estando ese escudo tenido por las figuras de dos salvajes velludos, con el sentido clásico medieval y renacentista de que el salvaje es el ser puro que con su protección mantiene el escudo limpio de pecado. Ese panel se ve adornado además de una filacteria en la que con letra gótica se lee: Omnia preterunt praeter amare Deum, que Sainz traduce como “Todas las cosas pasan, excepto el Amor a Dios”, con un sentido neoplatonista de esperanza en las obras, en este caso la más alta, que es amar a Dios. El panel de los pies no nos ha llegado. Hoy no existe.
Una descendencia controvertida
Hace ya años que el médico e investigador histórico don Ricardo Sanz García acuñó tras muchas cavilaciones la idea de que Cristóbal Colón, el almirante de la Mar Océana por ser el descubridor y primer colonizador de América para Castilla, fuera hijo de doña Aldonza de Mendoza. Hay diversas consideraciones que hacen difícil que esto sea verdad. Una de ellas, es la edad: nacida hacia 1380, murió en 1435, con 55 de edad, lo que hace que fuera muy difícil que tuviera un hijo a esos años. Además, era viuda. Lo cual supone que en esa época tener una dama de la más alta aristocracia, viuda, un hijo a los 55 años, se hace como muy improbable. La teoría del doctor Sanz García hacía morir a doña Aldonza de sobreparto, y por lo tanto a Cristóbal Colón nacer en 1435, con lo que su aventura ultramarina la hubiera realizado, en 1492, a los 57 años, una edad algo avanzada para lo que de energía y esfuerzo se necesitaba entonces. Sin embargo, el doctor Sanz ofrecía muchos otros argumentos en pro de su idea, con documentos y deducciones que, en todo caso, hacen sugestiva su teoría, aunque muy difícil de dejar completamente demostrada. Quizás en esa duda está la sal de esta derivación de la historia de doña Aldonza. Que si ya sufrió bastante en vida, si nos dejó su espléndida imagen tallada, además mantiene en suspenso y con misterio su destino último.
Lo de Colón es poco serio.