El puente árabe sobre el río Henares

viernes, 9 septiembre 2011 0 Por Herrera Casado

 En estos días de fiesta, qué mejor manera de acercarnos a Guadalajara que mirando sus monumentos diáfanos, antiguos, expresivos… y algunos de esos monumentos son los puentes que atraviesan el río que dio vida a la ciudad, aunque hoy sigue estando un poco olvidado de los urbanistas. 

Sobre el viejo “río de piedras” que dio nombre a la Arriaca celtíbera y a la Wad-al-Hayara árabe, se alzó pronto un puente que los romanos promovieron y que los árabes terminaron de construir. Siglos de vida y tránsitos han llegado hasta hoy, en que el puente sobre el Henares es emblema de la ciudad, y algo que sin duda merece la pena ver, estudiar, admirar siempre. 

El puente árabe de Guadalajara sobre el río Henares

 

Hoy llegamos a Guadalajara desde la Campiña. De esta comarca a la de la Alcarria, donde se encuentra la ciudad, hay una frontera bien nítida: el río Henares, Y sus orillas se acercan y confluyen gracias a un puente, -que ahora tiene su réplica moderna- justo donde la orilla izquierda se alza agria en forma de cortados areniscos, las llamadas terreras o cantiles arcillosos sobre la orilla izquierda del Henares. De tal manera –lo podrá ver quien examine el adjunto dibujo esquemático de este grandioso puente, que con paciencia trazara el estudioso Pavón Maldonado hace 30 años- que visto desde río arriba a la izquierda el puente se “empotra” literalmente, en su mayor altura, contra la terrera, mientras que en su lado derecho va bajando y extendiéndose suavemente sobre el terreno llano de la orilla derecha. 

Memoria del puente árabe 

Desde tiempos muy remotos, que alcanzan con probabilidad a la época de la colonización romana, el paso del camino o vía desde la Campiña a la ciudad se hacía por un vado que se empedró para mayor comodidad, apareciendo pronto la necesidad de construir un puente, que ha sido durante más de veinte siglos el más conocido y transitado del Henares. De origen romano, construido plenamente por los árabes, en época cristiana medieval era ya de proporciones monumentales, y tenía en el centro una torre alta y fuerte, según hemos leído en la Relación de 1579, y así llegó a los días de Núñez de Castro, que fue el último de sus antiguos historiadores, a mediados del siglo XVII. Así decían los redactores de la “Relación” de Guadalajara en 1579: Está sobre el dho rio vna Puente de mui hermoso y fuerte edificio, con vna torre alta y fuerte en medio de ella que en su demostracion arguye gran antigüedad, y segun viejas escripturas presúmese haver sido edificada de los romanos, es el edificio de ella cal y ladrillo y canto.  

Pero la torre desapareció, posiblemente en los avatares de la Guerra de Sucesión, a principios del siglo XVIII, cuando nuestra tierra fue teatro de importantes acciones bélicas, hundiéndose definitivamente el puente en 1757, en el discurso de una gran riada otoñal, dando a partir de entonces servicio en precarias condiciones a través de un puente provisional de barcas y maderas mal puestas.  

Por el agobio que para las relaciones comerciales y sociales suponía la falta de puente en Guadalajara, el corregidor de la ciudad recabó la colaboración (en forma de impuestos) de todos los pueblos en 30 leguas a la redonda, que se obligaron a hacer aportaciones para su reconstrucción; así y todo, no llegando los dineros para la construcción completa, fue necesario acudir a las arcas del Estado para que pusieran lo que faltaba y así reedificar el puente con la solidez y grandiosidad con que entonces se acometían estas obras. Redordemos que se hace esta reconstrucción durante el reinado de Carlos III, tan dado a montar estas grandes obras públicas en beneficio del desarrollo de la Patria. 

Todavía a mediados del siglo XIX, en 1856, fue necesario hacer otra gran reparación, quedando desde entonces tal como hoy lo vemos. Como si fuera el tocón de un gran árbol, en el puente de Guadalajara han quedado marcados los siglos en forma de tipos diferentes de piedras, de colores distintos, de estilos y parches.  

Este puente guadalajareño, que está declarado monumento nacional, puede calificarse de obra antiquísima, pues como ya he dicho fue levantada por los romanos para dar acceso al puesto militar que vigilaba el Henares desde su orilla izquierda, cercano a la vieja Arriaca que asentaba (por donde hoy anda Marchamalo) junto a la Vía Augusta que avanzaba desde Mérida a Zaragoza. En el lecho del río se pusieron enormes losas talladas, que aún se conservan, y sobre ellas se construyó este puente, que ha ido sufriendo derrumbamientos por vejez, avenidas del río y guerras, pero que aún hoy conserva su aire morisco y su vetustez.  

La principal fábrica de este monumento es árabe, de la segunda mitad del siglo X, y fue ordenado levantar por Abderramán III, para servir de acceso a lo que ya era una de las más importantes ciudades de la Marca Media. Consta de varios arcos apuntados, y en el centro del río, contra corriente, avanza un fortísimo espolón o estribo que remata en varias hiladas de sillería en degradación, y sobre él aparece un «arco ladrón» en herradura, al que llaman el ojillo para dar salida a las avenidas impetuosas. Tuvo originariamente una alta torre en el centro, y al parecer otra en el extremo opuesto a la ciudad. Mide 117 metros de largo, y se forma por siete arcos y seis pilastrones, muy fuertes y macizos los dos centrales, llevando uno de ellos un aliviadero muy característico de los puentes árabes. Se han rescatado los dos últimos en unas recientes jornadas de recuperación arqueológica.  

Se trata de una obra en la línea más pura de la arquitectura califal cordobesa de la época, pues en principio tenía una fuerte rampa doble o lomo, que suponía ser más elevada la parte central que las laterales. En lo que resta de obra árabe, alternan las hiladas de sogas con variable número de tizones. La forma de sus arcos y la estructura de sus bordes es muy similar a la de los que se ven en la mezquita de San Salvador en Toledo. 

Fue remodelado en época cristiana, sufriendo muchas reformas a lo largo de los años. Del extremo sur, el que da a la población, arranca en zig zag la pontezuela que se dirigía hacia el barranco del Alamín, y cruzándolo, seguía camino por la margen izquierda del río (el camino salinero) sin necesidad de subir a la ciudad. En el fondo del puente se levanta un monolito pétreo en el que se ve borrosa leyenda explicativa del arreglo que de este puente hizo Carlos III, tras su derrumbamiento en 1757 por fuerte inundación. Fue el arquitecto montañés Juan Eugenio de la Viesca quien se encargó de llevar adelante la obra de restauración. En el siglo XX se le privó del pretil de piedra y la chepa central que aún, tras las muchas reformas, le confería un verdadero aire medieval, hoy ya perdido. 

Al igual que los clásicos puentes romanos y árabes este de Guadalajara tiene unos pilastrones que mantienen los arcos con planta angulada o picuda aguas arriba, y redondeada aguas abajo. Como detalle singular nos ofrece el aliviadero (los de Guadalajara le llamamos “el ojillo” que se abre sobre el pilastrón más antiguo, con doble zarpa. Ese aliviadero consta de un arco de herradura enjarjado, con una estructura que permite fecharlo sin duda en la segunda mitad del siglo X. El pasadizo que forma este aliviadero tiene una bóveda con sección de herradura, con sillarejos colocados a tizón, muy bien ordenados. 

No hay duda que la construcción originaria de esta puente sobre el río Henares es árabe. Durante los primeros siglos de existencia de la ciudad, el río se cruzaría por un vano cómodo y empedrado, o por un puente de madera. El hecho de que Abderaman III mandara personalmente iniciar la construcción de esta gran obra, prueba la importancia que hacia el año 950 había ya adquirido la Wad-al-Hayara de la Marca Media andalusí. Y las reformas y ampliaciones hechas en la Edad Media castellana, a partir del siglo XIII (de lo que son muestra la numerosas marcas de cantería que se ven en los sillares bajos, especialmente abundante la estrella de cinco puntas) vendrían a darle la configuración actual.  

Otro puente famoso y antiguo de Guadalajara es el de las Infantas (llamado así por haber sido construido cuando las hijas del rey Sancho IV eran señoras de la ciudad), que cruza el barranco del Alamín junto a la torre barbacana llamada también así, por el barrio al que antecede: Este barranco es un foso natural al norte de la ciudad, habiendo sido utilizado como barrera defensiva, lo mismo que el barranco de San Antonio, al lado sur del burgo, y el foso del Henares a su occidente. Sobre el barranco del Alamín han surgido hoy otros puentes, la mayoría peatonales, pero todos airosos sobre el cada vez más hondo, según se acerca al Henares, barranco del Alamín. 

Por el costado oeste de la ciudad, el barranco de San Antonio fue menos profundo, y finalmente fue desarticulado al construir sobre él, atravesándole, la Avenida del Ejército. De su antigua vialidad solo se conserva el puentecillo que lo cruza por la ronda de San Antonio, dando vista a los jardines mudéjares del Torreón de Alvar Fáñez.

El puente nuevo de la Ronda Norte
 

Desde hace 5 años está en servicio un nuevo puente sobre el río Henares. El más espectacular, sin duda, y el más moderno. Se denomina oficialmente “Puente Arriaca”, y se trata de un enorme paso que cruza el río y las huertas de sus orillas por debajo de las terreras, permitiendo el paso de una autovía de doble sentido que funciona como “Ronda Norte” de la ciudad. El puente fue diseñado por el ingeniero D. Ramón Sánchez de León, autor también del nuevo puente atirantado sobre el Tajo en Talavera, y que le ha supuesto recientemente la entrega de la “Placa al Mérito de Castilla-La Mancha”. 

Este “puente Arriaca” tiene una longitud de tablero total de 201 m, distribuidos en un vano principal de 100 m, y dos vanos laterales de 42 m y 58,5 m. La anchura del tablero es de 30 metros, distribuido en dos calzadas de 12.5 m, una mediana de 3 m y espacios para ubicar las sistemas de protección. El sistema de atirantamiento consta de 28 tirantes en forma de semiabanico y distribuidos en un único plano de tirantes. El tablero esta formado por un cajón metálico, costillas laterales y una losa superior de hormigón. El pilono es totalmente metálico y tiene una altura sobre rasante de 58 m. Datos todos ellos que nos dan cuenta de su grandiosidad técnica.