Las máquinas de mi vida

lunes, 22 agosto 2011 0 Por Herrera Casado

 Para construir un conjunto amplio de información sobre la provincia de Guadalajara, como creo que he estado haciendo en los últimos 40 años, he necesitado no solamente moverme por sus caminos, cosa que he hecho a pie, en seiscientos y luego con algún todoterreno que me han facilitado las cosas, sino que he tenido además que tomar algunas fotografías, bastantes fotografías. Tantas, que es imposible contarlas, pero sí que he conseguido llegar a digitalizarlas todas, y a clasificarlas de modo que se pueda encontrar, en menos de un minuto, cualquier motivo que se necesite ver o consultar.

Para llegar a construir este archivo fotográfico, que por supuesto sigue vivo y en formación y renovación continua, me he ayudado de algunas máquinas de fotografía que hoy quiero evocar y plasmar en imágenes. Ellas se lo merece. Todas ellas están conservadas y, menos la última, dignamente jubiladas. Porque a ese grado de la vida las ha llevado no ya solamente el tiempo, sino el cambio de tecnología fotográfica, que es una de las cosas que más ha evolucionado en los últimos 25 años.

Si hoy intentara salir al campo con mi Bronica de 6 x 4, y si consiguiera en alguna parte un carrete de diapositivas para montarlo en su chasis, seguro que seguiría haciendo unas fotografías espléndidas, pero luego tendría que revolver Roma con Santiago para que en algún lugar revelaran ese carrete, cosa que apenas se hace ya en Europa. La fotografía digital se ha implantado de forma absoluta. Y, hay que confesarlo, frente a cualquier opinión de algún fotógrafo obsoletamente anclado en el pasado físicoquímico, que la fotografía digital es inmensamente mejor, y que con ella se consiguen hoy mejores fotos que con las clásicas máquinas de mediado el siglo XX.

Sin más evocación ni disquisición técnica, aquí va la memoria y las imágenes de esas “máquinas de mi vida” gracias a las cuales he podido captar –siempre el milagro de la fotografía- la realidad que fluye.

 Flexaret IVa

 Con un objetivo Meopta, esta máquina de fabricación checoslovaca, de paso 120 que hacía negativos en tamaño 4 x 4 cms, la compró mi padre, de segunda mano, en 1963, por 300 pesetas, lo que suponía entonces un desembolso considerable. Con ellas hicimos las primeras diapositivas en color, de ese tamaño, que siguen siendo, a pesar de la pérdida de los colores, una maravilla de nitidez.

Es verdad que en mi familia hubo máquinas fotográficas desde los años 20, y con ellas la familia se retrató y guardó imágenes de momentos buenos. Cuando llegaron los malos, a partir de 1936, todo desapareció: las máquinas, los momentos buenos, y por supuesto las vidas de los mejores.

Con la Flexaret hicimos, mi padre Eugenio y yo, fotografías de viajes por España, especialmente la costa cantábrica y los Pirineos, y algunas cosas sencillas de la provincia. Estaba empezando.

Minolta SR T 101

Hacia 1970 me hice con una Minolta, que en ese momento era lo más moderno para usar negativos de 35 milímetros, con objetivos intercambiables. Me costó 1.200 pesetas. Hice cientos de carretes Negra por la provincia. Y con ella utilicé diversos objetivos, un tele de 300 mm., un gran angular de 18 mm, y diversos complementos de macro. De entonces son, de la década 70-80, las fotografías de la mayor parte de los monumentos y elementos patrimoniales de Guadalajara que almacené. Entonces se podía entrar a las iglesias, sacar a la calle las cruces parroquiales, fotografiarlas con un paño negro detrás y la alegre chiquillería del pueblo en torno, campar por el Museo Diocesano y fotografiar sus fondos sin tener que pedir permiso al Cabildo. El horror que genera hoy en día, en pueblos e instituciones varias, la toma de fotografías con una cámara montada sobre un trípode, es uno de los elementos que categorizar la intransigencia y la incultura de un pais. Eso ocurre ahora en España, el único lugar de Europa donde está prohibido hacer fotos a casi todo.

Bronica Zenza

Sin duda la mejor máquina que he tenido en mi vida. Un prodigio de la tecnología japonesa, que adquirí en 1983 por 250.000 pesetas, que era lo que costaba entonces un coche de gama media. Por supuesto que iba con dos objetivos, chasis para el cambio de carretes sin acabarlos, apliques visuales, disparadores y mango lateral, haciendo con ella las mejores fotos de monasterios, catedrales y castillos que recuerdo. El problema era que los carretes de paso 120 eran caros, lo mismo que su revelado, y cada vez que uno disparaba el botón… había que pensárselo mucho.

 Olympus IS 1000

 Una estupenda compacta que conseguí comprar en un moll de Virginia, USA, en 1992, por 60.000 pesetas, la mitad de lo que valía en España, y que tenía un objetivo perfecto, aunque quizás estaba un poco limitada por su estructura compacta, si bien estaba dotada de un objetivo 80-200 muy fácil de manejar con mandos electrónicos. Con ella me lancé definitivamente a la fotografía en color, con diapositivas de aquellos vibrantes colores que daban los carretes Ektachrome de Kodak y los Velvia de Fuji.

 Fujifilm Finepix 4900 Zoom

 Fue la primera máquina de tecnología digital que tuve, y esto en el año 2000. La máquina costó (era de las primeras que llegaban a España) 240.000 pesetas y alcanzaba a hacer fotografías de 8 Megapixels, cuatro veces más de lo que se estaba consiguiendo un año antes. Mejoraba algunas cosas sobre las de negativos, pero se quedaba corta en otras. Ahí está la pobre, guardada y sin poder ser usada, porque ya no se hacen baterías para ella.

 NIKON

 Desde 2006 me he pasado a Nikon. Las SLR de objetivos intercambiables, en su gama media semiprofesional, a pesar de la progresiva complejidad de sus mecanismos y posibilidades, dan una calidad y tienen una versatilidad que en manos de quien sabe consiguen sueños. Yo me conformo con retratar y aprehender lo que veo, seguir dando imagen a los viajes, testimonio de cómo cambia la provincia, guardando instantes. Tuve primero la D200, me la robaron, luego usé la D80, que aún sigue por ahí, y desde 2011 me manejo con la D7000, un cacharro maravilloso que siempre va por delante de uno mismo.

 En el mundo de imágenes y aportes visuales en el que vivimos, y que no tiene marcha atrás, la fotografía y el video, la televisión y el cine se han impuesto a la poesía y la novela, se han adelantado diez pueblos a la conferencia y el cuento al amor de la lumbre. La civilización hablada ha pasado a ser la civilización retratada, y mientras hablemos de civilización no vamos mal. En esa vertiente, emotiva, palpitante y colorista de la civilización, espero seguir moviéndome unos pocos años más. De momento, aquí han quedado las imágenes y el recuerdo de “las máquinas de mi vida”.