El salón de caza del palacio del Infantado
Una de las principales joyas del arte gótico flamígero es el palacio de los duques del Infantado, en Guadalajara, que levantó Juan Guas a instancias de don Iñigo López de Mendoza, segundo del título, a fines del siglo XV. Su colosal fachada en la que se mezclan los estilos gótico, mudéjar y renacentista, así como el patio de los leones, son conocidísimos de todos.
Durante la pasada guerra civil sufrió grandes desperfectos este palacio, y entre las pocas obras de arte que en él se salvaron, figuran las grandes decoraciones de pintura al fresco de las salas bajas. Un gran salón, llamado “de las Batallas”, centra el conjunto, arrancando de él dos pequeñas salitas, otra mediana, llamada “de la Biblioteca”, y esta “sala de Caza” que ahora nos ocupa.
Es obra de un pintor italiano, nacido en Florencia a comienzos del siglo XVI, que vino a España en 1567 llamado por Felipe II para decorar el Escorial en compañía de otros artistas de la vecina península. Su nombre, Rómulo Cincinato, y su categoría artística, en opinión del padre Sigüenza, es de que “no era hombre de mucha invención”. El rey hispano buscó lo que necesitaba para su gran monasterio: pintores plenamente renacentistas, capaces de plasmar todo un pasado glorioso y magnificente del que Felipe II creía hallarse en el pináculo. Manos amaneradas y frías, pletóricas de color, de figuras agradables, de amplias arquitecturas como enmarque. Y éstas eras las de Tibaldi, Carducci, Cambiaso, Zúcaro Cincinato.
Este último viajó a Guadalajara, llamado por el quinto duque del Infantado, don Iñigo López de Mendoza, en 1578, cuando realizaba ciertas modificaciones y arreglos en su palacio arriacense. Durante dos años permaneció Rómulo Cincinato en la ciudad del Henares decorando los techos de varias salas de este palacio, desplegando en ellos lo mejor de su arte y, contra la opinión del padre fray José de Sigüenza, una gran imaginación y una amplia gama de recursos.
Aquí, en la Sala de Caza, se mezcla el gusto del duque por el deporte cinegético, con el del pintor por las fábulas mitológicas. Condenado Cincinato en El Escorial, a pintar escenas del más pulcro cristianismo, Sagradas Cenas, Transfiguraciones, pasaje de la vida de San Lorenzo y San Jerónimo, etc., llega a Guadalajara y se encuentra en total libertad de lanzar sus colores a donde le plazca: y son entonces las guerras itálicas, los signos del zodiaco y un sin fin de figuras y escenas mitológicas con las que puebla el palacio de los Mendoza. Todo el paganismo que alienta en el Renacimiento florentino, del que Cincinato ha bebido desde sus primeros días, es el que plasma en esta magnífica y colosal obra. Don Iñigo López de Mendoza, hombre cultísimo, protector de poetas, pensadores, aficionado a la caza y al lujo, alienta y se complace con esta obra.
En este Salón de Caza, se distribuyen las pinturas de la siguiente manera: una gran escena central rodeada de cuatro medallones con diversos dioses y un friso de escenas de caza. Sobre cada muro se levanta otra escena, rodeada a su vez de angelillo, grutescos, pájaros y otras figuras mitológicas. En los ángulos de la Sala, los escudos policromados de la familia Mendoza y Luna con diversas alianzas.
Diana cazadora, con sus clásicos atributos del carcaj y las flechas, aparece en diversas escenas acompañada de su hermano Apolo, que viste de guerrero y sostiene en su mano el tridente. Al fondo, el templo de Delfos en donde moraba su oráculo.
En las escenas de caza que aparecen distribuidas, y también perfectamente conservadas en su pintura, por el techo de esta Sala, vemos una movida “caza del jabalí”, de la que el duque sería muy aficionado y practicante en los montes cercanos a la ciudad, en donde hoy todavía existen libres estos animales. Unos perros acosan al gigantesco animal, y dos caballeros le persiguen con lanzas. Idéntica composición utiliza Cincinato para representar la caza de ciervos y venados, y no olvida de colocar otras escenas de caza de perdices y patos.
El gusto italianizante y plenamente clasicista de estas pinturas, hoy perfectamente conservadas, consagran a su autor, el italiano Cincinato, muerto en Madrid hacia 1593, como uno de los más interesantes intérpretes del Renacimiento pictórico en España. La visita al palacio del Infantado de Guadalajara, magnífico en su arquitectura y recuerdos históricos, podría justificarse tan sólo por estas pinturas.