Sorpresas en el románico de Atienza

viernes, 1 abril 2011 1 Por Herrera Casado
 El pasado sábado, y con motivo de la visita que la Asociación Española de Amigos del Románico giró a Atienza, por el camino de las mostranzas surgieron algunas sorpresas en ese inacabable universo que es el arte románico, especialmente el que cuaja sobre cinco templos de la villa castellana.

Más de cien amigos se le añadieron al románico atencino, gentes venidas de toda España, de Canarias incluso, hasta de Francia. Acompañados siempre de don Agustín González, párroco de la villa, y empujador de todo cuanto ha supuesto en esa villa arte y cultura, pudimos visitar de nuevo los templos grandes. En cada uno de ellos surgió alguna nueva sorpresa, de esas que has visto cien veces, pero que de pronto explota con su significado nuevo.

Imagen de San Pelayo entre las figuras que pueblan la portada románica de Santa María del Rey de Atienza

 Santa María del Rey

Dos sorpresas, una en cada portada. En la enorme portalada abocinada que abre el templo por el muro sur, un total de 85 imágenes talladas nos reciben y parlotean entre sí. Son la suma de un tratado teológico en que se explica, a los fieles que entiendan (y en la Edad Media lo entendían todos) que por ese hueco de coronación semicircular se entra a un lugar sagrado, a un templo, y que todos los seres que nos miran desde lo alto han conseguido llegar a la Gloria, tras luchar con los vicios, que también allí se representan. 

Vemos tallas muy bien identificadas de Cristo en Majestad, de San Pedro y de San Pablo, y nos sorprende una que es casi con toda seguridad la imagen de San Pelayo, al que algunos han querido dar el título de patrón de Castilla y León, quizás porque ya lo es con seguridad de varios pueblos leoneses, y gallegos, entre ellos Villacarralón, Santa María del Condado, Quintanilla de Urz y hasta de Zarauz en Guipúzcoa. 

San Pelayo es representado habitualmente por las tenazas, con las que dice la leyenda que fue martirizado en la Córdoba de Abderramán III, en el siglo IX, pero también por la espada y unas tijeras que lleva en la faltriquera, como vemos en esta portada de Atienza, y en la imagen superior. 

Aparecen, además muchas figuras de apóstoles, de monjes, de justos que orantes miran al cielo, a la parte superior de la portada, donde ángeles van subiendo. Pero en el contexto de la crítica social y religiosa que todo elemento del románico lleva dentro, en esta portada vemos también una curiosa figura de león revestido de monje, o de monje con cabeza de león, como se quiera mirar. Es la denuncia de la simonía, del nepotismo y de los vicios que una casta teocrática generaba. 

En la portada del norte, un conocido estudioso del románico nos pidió que observáramos un hecho curioso: pocos templos románicos tienen portada abierta al norte. Y menos aún en Atienza, tierra muy fría. Cuando esto ocurre en el mundo románico, es porque ante esa puerta hay un antiguo lugar de culto pagano, de cultos precristianos, de fuentes con mitología y espacios sagrados antiguos. En Atienza, frente a la portada norte de Santa María se eleva el cerro puntiagudo de El Padrastro, excavado hace un siglo con resultado de haber sido un castro celtíbero, y posiblemente un lugar en alto con cultos primitivos al Sol, a los cielos. Además, en esa portada hay frases, una de ellas en latín, alabando a Dios y recordando que fue el rey Alfonso de Aragón, quien reconquistó la villa y erigió este templo. Otra, en caracteres cúficos, reproduce la famosa aleya del Corán en que se da toda la alabanza a Alá, y se proclama su permanencia. Es una puerta, sin duda, heterodoxa. 

San Bartolomé 

Dos curiosidades que apreciamos por primera vez en este templo, algo aislado del caserío, y una novedad. De las curiosidades, la primera es que el pretil sobre el que se sustentan las columnas del atrio porticado, es mucho más elevado al interior que por fuera. Y dentro, se observa que ese muro tiene una serie de arcos, cegados, que sin duda tuvieron una función tectónica distinta de la actual de sostener las columnas de ese atrio. Había, entre todos los visitantes, quien opinaba que fueron arcos de una construcción muy antigua, elevada sobre un terreno que se ha ido rellenando con los siglos, por aluvión del cerro, y que dado que está junto a la “Puerta de Salida” de la villa, y esta a su vez escoltada de la “Fuente Romana”, es posible que se tratara de algún antiguo edificio romano, que se reutilizó en épocas posteriores, visigoda y por supuesto románica. 

La otra curiosidad, es la nítida disposición iconográfica de la ornamentación de la portada de acceso al templo: Columnas y capiteles lisos o con simples formas vegetales, terrenales. Una cenefa que corre sobre las impostas de los capiteles y aún se extiende al muro, con tallos vegetales de capullos que están naciendo, símbolo de la regenración, del nacimiento hacia nueva vida. Y arriba, los arcos cubiertos por cenefas que lucen la clásica serie de “ochos sin fin” que representan la Eternidad, el infinito, la sucesión sin fin de los días: la Otra Vida. Así pues, la puerta de San Bartolomé es un ejemplo parlante y muy en la línea de la simbología románica, que expresa el sentido de la vida humana, proyectada hacia la Eternidad, y a la que se llega penetrando al templo. 

Aspecto general de la ventana, y detalles de los capiteles, en el ábside de San Bartolomé de Atienza

La novedad es que ya puede admirarse, fotografiarse y disfrutar mirando un nuevo ventanal románico, el único que existe sobre el muro central de la cabecera, que en este templo siempre supimos que era cuadrangular. La casa del santero, recientemente derribada, ocultaba esta preciosa ventana, aspilleraza, de canon estrecho y alto, con un arco simple que apoya en sendos capiteles muy bien conservados, como recién tallados, porque durante siglos han estado protegidos de la intemperie. Representan vegetales muy elaborados.

San Gil 

En la iglesia de San Gil, la primera que se rescató de sus destinos utilitarios (fue primero almacén de cereales y luego taller de forja) para montar en ella el primero de los museos atencinos, otro cofrade de la Asociación de Amigos del Románico nos ilustró acerca de un detalle mínimo, muy visible, pero poco considerado, que existe en su ábside. 

Se trata de dos cabezas humanas que sirven de ménsulas a los arcos nervados que bajan desde la cúpula de cuarto de esfera que cubre ese ábside, remate del presbiterio, y que al exterior se traduce en un alto y estilizado monumento que da carácter al románico atencino. 

Son dos cabezas humanas, de varón, similares entre sí, que se diferencian por los atributos que les cubren las orejas. Puestos de frente a ellas y al altar, la de la derecha lleva sobre sus orejas sendas alas, de ave, o angélicas. Es, sin duda, el símbolo que sella la religiosidad y la bondad del personaje. Es el modelo del Bien. La cabeza de la izquierda, sobre las orejas vemos aparecer sendos animalejos, con diablos simples, con cuerpo de animal, y cabeza expresiva, que le hablan o chillan al personaje, a sus orejas. Un símbolo del pecado, del diablo que tienta, el modelo del Mal, en suma. 

Recuerdo aquí, que en Beleña, por no irnos más lejos, hay una representación similar en la arcada interior de su portada, la del mensario famoso, donde aparecen en sucesión los doce meses del año representados por faenas alusivas, y tanto al principio como al final, dos imágenes que señalan el Bien y el Mal. El primero es un ángel, muy bien tallado, y el segundo es una cabeza de un negro, de gruesos labios y cabellos cortos y ensortijados. De todos es sabido que en la Edad Media, y especialmente en la Europa rural en la que se desconocía la existencia de la raza negra, sus individuos eran considerados demonios, y sus figuras el símbolo del Mal. 

Interior del ábside, con imágenes en detalle de las ménsulas del Bien y el Mal en el interior de San Gil de Atienza

Van las imágenes de estas cabezas junto a estas líneas, por primera vez reproducidas. Serán bienvenidas, por su puesto, otras interpretaciones. En todo caso, lo que sí quiero que quede claro es que a cada visita que se le hace a estos edificios del patrimonio románico alcarreño, se le encuentran nuevos sentidos, nuevas sorpresas, además del goce estético que supone verse incluido en recintos de tanta armonía, de tanto sosiego y solemnidad.