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enero, 2011:

Memoria de Filipinas en Molina de Aragón

Entre las diversas casas grandes molinesas, destaca en la ciudad del Gallo el palacio que llaman del “Virrey de Manila” y que no es otro que el que construyera, a partir de 1740, don Fernando de Valdés y Tamón, mariscal de campo del ejército español, que había servido al país como Virrey del Archipiélago de las Islas Filipinas a principios del siglo XVIII.

De este caballero santiaguista, militar y estadista, quedan muy pocos recuerdos, pero de aquí y de allí han ido surgiendo algunos elementos que nos permiten ahora conocerle algo mejor. Es hora de evocarle, y con él, a las lejanas y tropicales Filipinas, desde la gélida Molina.

 

No sabemos donde ni cuando nació don Fernando Valdés y Tamón, aunque sí sabemos que era de origen asturiano, y que su vida discurrió en la primera mitad del siglo XVIII. Caballero de la Orden de Santiago, hizo su carrera en la milicia borbónica, participando de seguro en la Guerra de Sucesión, al lado del rey Felipe V. Aun gobernando este, y tras ascender en la carrera a coronel y brigadier de infantería, un real decreto de 25 octubre 1727 le nombró para el cargo de Virrey de Filipinas. Allí llegó, tras el largo viaje que suponía alcanzar América, atravesar México, y luego completar la travesía de Acapulco a Manila, el 14 de agosto de 1729. Tomó posesión al día siguiente, inaugurando un virreinado muy denso de novedades, actuaciones y mejoras. También de luchas y contratiempos. Ahora veremos cuales. En 1739, diez años después, fue revelado del cargo, sometido al correspondiente Juicio de Residencia, que pasó con éxito, y elevado al cargo de Mariscal de Campo.

Casó con una molinesa, del linaje de los Vigil, y en la ciudad del Gallo construyó un gran palacio al que se trasladó a vivir, con su joven esposa, largas temporadas, decorándolo en el exterior con pinturas que recordaban los paisajes, las ciudades y las tradiciones de Filipinas, y en el interior con tantas joyas y curiosidades que, según dicen, parecía un palacio de las mil y una noches.

Nada más llegar tuvo que iniciar los trámites e investigaciones para hacer el “juicio de residencia” de su antecesor, José de Cosío, quien finalmente fue sancionado por haber realizado una mala gestión económica. Hoy todavía nos causa asombro ver cómo la esencia de la buena administración del gobierno español en sus inmensos territorios coloniales, era hacer una investigación y un juicio abierto en el que cualquier agraviado podía personarse, a los altos cargos que cesaban. Muchos de ellos fueron sancionados, castigados y algunos de ellos (léase el mismísimo Cristóbal Colón…) terminaron en la cárcel, por los “agujeros” encontrados en su trayectoria pública ¿Se imaginan mis lectores lo que ocurriría hoy si esta “antigualla” del “juicio de residencia” se siguiera haciendo hoy con los ministros, gobernadores, consejeros, presidentes, alcaldes y demás rectores de nuestras cosas?

El principal éxito del virrey Valdés consistió en obtener de Madrid el levantamiento de la prohibición de exportar seda china a México en el Galeón de Manila (Real Cédula de 8 de abril de 1734). Esta ley fijaba un tope máximo a la exportación por valor de medio millón de pesos, si bien con la ventajosa autorización de importar mercancías en el viaje de vuelta por el doble de aquella cantidad.

El tema militar le tuvo entretenido largo tiempo. Uno de los problemas que todavía en el siglo XVIII seguía vivo en las Filipinas era el bandolerismo y la piratería en los Mares del Sur del Archipiélago, especialmente desde la isla de Joló, donde había un sultanato musulmán comandado entonces por Muhammad Alí Muddín, que hacían guerra, pillaje y daban mucha inquietud al resto del archipiélago.  En 1731 zarpó de Cavite una fuerte armada que se reforzó en Zamboanga con la incorporación de goletas de aquel presidio, para atacar Joló. Este lugar fue conquistado duramente por los españoles, que incendiaron casas y barcos, y pasaron luego a la isla de Talobo, arrasando además la isla de Casual, regresando finalmente la armada en 1731 a Manila. En todo caso, Valdés entabló negociaciones con el sultán de Joló, el referido Alí Muddín, dando por resultado la firma de un tratado de paz el 1 de febrero de 1737. fueron años duros, de guerras y batallas, que no le impidieron dedicarse, además, a enviar varias expediciones a las islas Palau, en las Carolinas, en el intento de consolidar el dominio español de las mismas.

La consecuencia de este continuo estado de guerra, fue la creación de numerosos fuertes en islas y ciudades, en puntos estratégicos y puertos de muchas islas. En 1738 el virrey Valdés informaba al Rey sobre el estado de los fuertes del Archipiélago oriental, enviando a la corte un plano y descripción de los 25 entonces existentes. Todos corrían por cuenta de la Real Hacienda, menos los cinco construidos y mantenidos por los agustinos recoletos, y de todos ellos quedan hoy importantes restos, que muestran la tarea defensiva y constructora de España en aquel país. Los fuertes más interesantes eran precisamente los construido pos los agustinos: el de Romblón, en la isla del mismo nombre; más los de Cuyo, Agutaya, Linapacan y Culión, en Calamianes. El primero fue construido a mediados del siglo XVII por Agustín de San Pedro, el llamado Padre Capitán, y se conserva en parte. La iglesia fortificada es la actual catedral de Romblón. Los dos fuertes, de San Andrés y Santiago, que la defendían desde la altura del monte, están en ruinas. Los cuatro fuertes de Calamianes fueron obra del mismo constructor, el padre Juan de San Severo, que los levantó alrededor de 1683. El de Culión fue parcialmente demolido alrededor de 1930, y ya sólo queda la iglesia que estuvo dentro del fuerte. Tanto en Cuyo como en Agutaya habitaron agustinos recoletos hasta noviembre de 1973, quedando todos en bastante buen estado de conservación.

Aparte de ello, Valdés promocionó mucho los estudios geográficos en el archipiélago, quedando de su mandato una serie amplia de planos, algunos de los cuales van junto a estas líneas. Especialmente interesante es el del puerto de Manila, que se remodeló en su tiempo, y la conjunción de todos estos trabajos quedó reunida en el gran libro manuscrito titulado “Planos de las plazas, presidios, y Fortificaciones en todo el distrito de las Provincias que sujeta el Real Dominio en las Yslas Philipinas, Relación de la Artillería, Tren de su manejo, Pertrechos de Guerra, tropas regladas de dotación, Sueldos, Raciones y Municiones, con Liquidación y Separación de su importe a el Año producto de las rentas y consignaciones de qué se exporta según el estado presente, puesto en orden de la S. M. G. (Dios le guarde) por el Mariscal de Campo Don Fernando Valdés Tamón a cuyo cargo es el Gobierno de las dichas Yslas”. Manuscrito en 1738 se encuentra hoy en el Museo Naval de Madrid. En su interior aparecen muchos planos de ciudades, puertos, fuertes y el general del Archipiélago. Solo por esto, ya sería Valdés recordado con aplauso por su tarea en tan lejanas tierras.

Pero además, y según los historiadores de aquel territorio, sintió Valdés gran preocupación por la penosa situación del campesinado, y para mejorar su condición de vida dictó medidas como la limitación de la jornada de trabajo a nueve horas, la protección frente a los abusos de capataces y funcionarios, o la presencia de un médico en cada plantación.

Durante su gobierno también se fundó la Facultad de Derecho Civil en la Universidad de Santo Tomás (1734), en sintonía con el espíritu reformista de la Ilustración, y tuvo el acierto de apadrinar, con el dinero real, la reconstrucción de uno de los santuarios más queridos del cristianismo filipino, la hoy calificada como Basílica del Santo Niño de Cebú también al cargo de los Agustinos que consiguieron del gobernador se reconstruyese en piedra, como hoy la vemos. Una talla muy curiosa de ese Santo Niño figura junto a estas líneas.

 El palacio de Molina

 A partir de 1740, de regreso a España, y ya casado, erigió su palacio en Molina de Aragón. Un palacio (algo más que una casa grande) en la Calle de Tejedores, que hoy se conoce también como de los Vigil de Quiñones, porque esa familia fue su propietaria, como descendiente del matrimonio constructor, hasta el último cuarto del siglo pasado, en que la casa se transformó en edificio de viviendas en su interior, consiguiendo que no se derribase o modificase su aspecto externo, como algunos pretendían.

De la primitiva construcción quedan los muros, y la portada solemne, que es muy llamativa, porque define un ingreso de tono barroco, culminado por el enorme escudo de armas del Virrey, que además de los cuarteles con los símbolos de sus linajes y apellidos, está timbrado de banderas, lanzas, cañones y tambores, y otros elementos militares.

En la fachada, el mariscal Valdés mandó pintar vistas de Manila, de Filipinas, y de advocaciones marianas de aquellas islas. Las pinturas al fresco de esta fachada, sobre las que han pasado más de 250 inviernos, han quedado prácticamente irreconocibles. En el primer estudio que se hizo sobre este palacio, en septiembre de 1975, se aportaban numerosos datos de imágenes, frases y detalles que aún podían verse. Tras los últimos 35 inviernos acontecidos, la pérdida ha sido mayor aún, y el edificio ha entrado en la lista roja de “Hispania Nostra” en la que se incluyen los elementos patrimoniales españoles en grave peligro de deterioro. Qué lástima que Guadalajara sea una de las provincias españolas con más edificios y elementos en esta lista.

Frases y vistas filipinas en el palacio molinés

Como un testimonio de lo perdido, apunto aquí algunas de las cosas que se veían, y con dificultad aún pueden verse, en la fachada del palacio molinés de Valdés Tamón. Situándonos frente a la fachada, de izquierda a derecha y de arriba abajo, aparecían temas como el de un anciano leyendo y meditando, y a su lado otros varios sujetos que hablaban y discutían. Se coronaba con esta leyenda: PHILOSCPHIA / CLAVIS OMNVM / SCIENTARUM.

En el más grande de ellos se veía una gran ciudad en aspecto panorámico, con edificios numerosos y especies vegetales exóticas. Sobre el conjunto se veían las siglas IHS, y abajo, en una cartela, aparecía el nombre de MANILA, indicando ser esa la  ciudad representada. Sobre los árboles se distinguían sus nombres escritos: MANCANO / CACAO / PLATANO. En otros cuadros se veían ángeles, una mujer portando un cuadro ovalado en el que estaba pintada la Virgen; mientras unas niñas jugaban al pie de la composición. Por si alguien quiere ver el estudio completo de este palacio, lo publiqué en las páginas amigas de “Nueva Alcarria” el 20 de septiembre de 1975. Se puede leer, ahora, en mi blog de archivo documental, en esta dirección: http://herreracasado.com/1975/09/20/molina-la-casa-del-virrey-de-manila.

Una historia de Medranda

Mañana sábado 22 de enero tendrá lugar un acto poco frecuente en un pueblo pequeño como es Medranda: en el Ayuntamiento, y a media tarde, se celebrará la presentación de un libro que pone en negro sobre blanco toda la historia de ese pueblecillo del valle del río Cañamares. Será su alcalde, Luis Fernández Carcamo, la Diputada de Cultura, María Jesús Lázaro Silgado, y principalmente su autor, José Ignacio Rodríguez Castillo, quienes se repartan la alegría de dar a conocer a sus vecinos este logro. 

Medranda está en el valle del Cañamares, a la puerta de la Sierra del Alto Rey.

 Medranda tiene todos los ingredientes para ser considerado paradigma de la ruralía castellana: larga historia, de siglos, nacido el lugar en un espacio de caminos y encuentros, hace más de novecientos años. Dedicación de sus habitantes a la agricultura, de secano por estar en la Castilla seca y de huertas por tener tan cerca un río serrano de los que no se agotan. Y costumbres heredadas de padres a hijos durante años, durante siglos, cuidando esas esencias que hoy se quieren dar como ridículas, pero que si bien se mira son las que han mantenido unido al país, fuerte y respetado por los demás, y luego puesto entre los más avanzados del mundo: la fe religiosa cristiana, el respeto y la obediencia a las leyes emanadas de gobiernos fuertes, la solemnidad de las fiestas y las tradiciones familiares, el respeto al saber y la experiencia de la edad, las ganas de progresar y ser mejores. Bueno, tampoco es para dar aquí una clase de moral ciudadana. Resumiendo: que Medranda ha sido lo que la han dejado ser, sin meterse con nadie, y llegando al fin a este nuestro siglo viva y coleando. 

Y ahora con un libro escrito por uno de sus hijos, que lleva de generación en generación más de tres siglos, que se sepa, por el pueblo, y que ha tenido el entusiasmo, la paciencia y el saber suficientes como para hilar noticias sueltas y darlas juntas en una “Historia de Medranda” que por fin va a ser conocida de todos sus hijos, y de cuantos en los alrededores, en la provincia, y en Castilla quieran saber de este lugar. 

El nombre 

Al plantearse el estudio acerca del nombre del pueblo, Rodríguez Castillo sigue en todo a Ranz Yubero en su “Diccionario de Toponimia de Guadalajara”, quien dice respecto a Medranda: Las documentaciones del lugar son «MEYDRANDA» en 1242 (Minguella, 1910 I 564) y 1353 y «MEDIANDA» en 1591 (González, 1829, 67). Medranda es uno de los varios topónimos de Guadalajara que indican un `límite, mojón´, señalando el límite entre los arevacos y los belli o entre las Diócesis de Sigüenza y Toledo, derivando del celta *METORANDA (Corominas, 1972 I, 88-89), y ese significado permaneció en la mente de quienes habitaban el lugar a finales del siglo XVI. Pero el autor va más allá, y pone todos los ejemplos que encuentra en la toponimia española, de raíz celta, para demostrar que MEDRANDA significa “frontera”, “límite” lugar donde dos mundos se encuentran. Es curioso que esto suceda en medio de un valle que, geográficamente, está claro que constituye una unidad. Por algo será todo ello. 

 La historia política  

En cuatro líneas puede quedar resumida la historia de Medranda, porque en esencia perteneció, desde los días de la repoblación de la Transierra castellana, a la tierra de Atienza, y luego quedó incluida en la sesma del Bornova, del Común de Villa y Tierra de Jadraque, pasando en calidad de aldea de su jurisdicción al señorío de los marqueses de Cenete y duques del Infantado, en el que estuvo hasta 1812. Durante la Edad Media, reconoció al Rey de Castilla como único señor: de ahí la devoción a los símbolos de la monarquía, campeando por aquí y por allá las coronas y las águilas, las columnas del Non Plus Ultra y las lises borbónicas. Aunque no se recuerda ocasión en que un rey de España cruzara el Cañamares (siempre viajaban por el ancho y cómodo Henares), seguro que alguien de Medranda bajó hasta Jadraque a contemplar el paso, en su día (era 1555) de Su Majestad el emperador don Carlos hacia su anunciado retiro en Yuste. Fue aquel un viaje lento y solemne, un viaje de silencios y lágrimas contenidas, en el que todo un país, aplaudió y contempló como un capitán valiente renunciaba a su corona y tomaba el camino del retiro a un convento, a morir pronto. 

El arte, el patrimonio 

No tiene excesivo patrimonio monumental esta villa. Una plaza amplia, bien cuidada, rural y amable, es el núcleo de su urbanismo en llano. Destaca por su volumen, y por su altura, la iglesia parroquial de Santa María, que muestra triangular espadaña y nada más en cuanto a interés arquitectónico. Curiosas cerrajas de hierro forjado en las cancelas, y el interior, de una sola nave, apoyada su bóveda sobre pilares rematados en clásicos capiteles, despierta interés el retablo mayor, obra de fines del siglo XVII, con adornos de talla de tipo barroco y ocho pinturas sobre lienzo, muy oscuras y sucias, entre las que destaca la central, un magnífico Calvario con tres figuras de buena ejecución, colorido y actitudes, que en todo recuerdan el hacer de la escuela del Greco en Toledo. Tanto las figuras de Cristo crucificado y su madre, como la de San Juan envuelto en ropajes ampulosos y con su mano derecha en la que junta los dedos medio y anular sobre el pecho, hacen pensar en dicha atribución. El Greco trabajó para algunos retablos de la diócesis de Sigüenza: en la catedral hubo uno (hoy desperdigados sus elementos por museos europeos) y en Almadrones otro retablo con apostolado que también ha sido aventado por museos diversos. No es imposible que aquí dejara al menos un Calvario, o que saliera de su taller… solo la documentación podría desvelarlo, y de esa época no ha quedado ni un papel en la iglesia. Lo que sí es cierto es que el retablo es de mucho interés, y que no puede seguir así más tiempo, tan oscuro, tan sucio, tan abandonado. 

En el muro del Evangelio se abre la capilla que fundó el clérigo Pedro Sanz, también en el siglo XVI, cerrada por una magnífica reja de hierro forjado cuyos barrotes con adornos de rombos y crestería del estilo hacen fecharla en los comienzos de dicha centuria, en la que saldría de los talleres rejeros de Sigüenza. 

Bajo el coro aparece una pila bautismal, de piedra tallada, sin duda el elemento más antiguo del patrimonio de la villa. Como siempre, esa pila donde se cristianaron generaciones de medrandenses, es el hito más firme y antiguo de una historia local. 

A la entrada del pueblo destaca la ermita de la Soledad, obra del siglo XVII con portada que presenta doble arco con moldurajes varios. Dedicada en un principio a la Vera Cruz, luego fue nombrada con la advocación que hoy lleva. Tuvo en su interior un buen retablo barroco que desapareció en la Guerra civil. Junto a ella se puso, a comienzos del siglo XIX, el camposanto que hoy ya no se utiliza. Ha recibido en estos últimos años una restauración muy completa que la ha dejado recuperada totalmente, en un entorno agradable y que da buen tono a la entrada al pueblo. 

También es de mencionar la fuente del pueblo, en su plaza mayor, con tres cabezotas talladas de cuyas bocas salta el agua. La última reforma la ha puesto un frontal de piedras limpias y escuadradas, sustituyendo al muy antiguo que, aunque le daba carácter, tenía posibilidades de hundirse. De Tomás Camarillo ha quedado una imagen, muy repetida en los libros, de la fuente de Medranda sirviendo de abrevadero y de lugar de reunión de gentes del pueblo. Sigue siendo un elemento querido, entrañable, de esta villa que ofrece, sobre todo, amistad y buen carácter en sus habitantes. 

Las fiestas de Medranda 

Son muchas las que se celebran a lo largo del año. Por San Sebastián (en estos días) se tenía siempre bullanga. Es esa fiesta que bulle por el pleno invierno que barrunta la primavera (el equivalente de los santos blases y las santas aguedas, un preanuncio carnavalesco) de la que solo ha quedado la esencia en un ágape-merienda multitudinario el sábado más cercano al santo: o sea, mañana. 

Celebra muy animadas fiestas en honor de San Juan, en junio, con tradicionales fogatas y procesión. Ahora se montan espectáculos culturales que animan la jornada. En el verano es la Virgen de la Soledad la protagonista, y antes en la primavera lo fue la fiesta de las Cruces, la bendición de los campos, etc. Esto es, que cualquier ocasión es buena para que los vecinos, los pocos que quedan (109 censados hace un par de años) se reúnan y se cuenten sus aventuras de todo un año.  Más datos sobre esta obra.

Apunte bibliográfico 

 

Un libro que nace 

El libro que mañana se presenta es el titulado “Historia de Medranda” y su autor es José Ignacio Rodríguez Castillo. Según nos dice en la solapa del volumen, vecino del pueblo, aunque nacido fuera, en los años en que todo el mundo se marchó. Sigue enraizado allí, y ha escrito esta obra, de 240 páginas, que ha editado AACHE y puesto como número 77 en su colección “Tierra de Guadalajara”. Se estructura, de forma clásica, en los sucesivos temas de la Geografía, la Historia, el patrimonio artístico, las costumbres, y las anécdotas relativas a las instituciones y los edificios viejos: el molino, la martiniega, las fuentes, el camposanto, las ermitas… Muchas fotografías para ilustrarlo, algunos documentos y la correspondiente bibliografía tras cada capítulo. Un libro serio, que pone a Medranda en su sitio.

Armallá, un salinar en Molina

Un buen amigo mío, José Sanz y Díaz, que era de Peralejos y había pasado la vida trotando por el Señorío, mirando en archivos y escribiendo artículos y libros sobre su tierra, me dejó en cierta ocasión un trabajo que le habían publicado en la Revista Carreteras, allá por 1964, y que tiene noticias que quisiera aprovechar para contárselas hoy, cincuenta años después, a mis lectores, porque lo que tiene amarre de histórico nunca envejece, y porque hoy conviene llamar un tanto la atención hacia estas viejas salinas molinesas, que en tiempos fueron sustento de condes y aun de reyes, y a pesar de haber sido remodeladas, propulsadas y hermoseadas por la administración carolina, de Carlos III, en el siglo XVIII, han ido perdiendo fuerza y hoy no son más que un triste recuerdo de lo que fueron, hace siglos. 

Es un bloque más de renglones que lo que quieren, en realidad, es aldabonear en las puertas de los organismos oficiales, y en sus representantes temporales, para que ninguna oportunidad se pierda, y menos ahora la de ayudar a estas salinas a recuperarse como se hizo no hace mucho con las de Riba de Saelices, en la sierra del Ducado. 

El edificio central de las Salinas de Armallá en Tierzo, fue mandado construir por Carlos III.

 Historia de las salinas 

 Estas salinas de Armallá, cercanas al pueblo de Tierzo, en el Señorío de Molina, son nombradas en el Fuero original de este territorio, a mediados del siglo XII. Decía así este fuero: Do a vos en fuero que siempre todos los vecinos de Molina y su término, así caballeros, como clérigos, eclesiásticos y judíos, prendan sendos cafices de sal cada año e se den en precio de estos cafices, sendos mencales, et prendan estos cafices en Traid o Almallas

El origen de su epxlotación es muy remoto. Aunque no existen datos, es posible que ya los romanos las utilizasen. Los árabes, desde luego, lo hicieron, porque si algún recuerdo de ellos queda en este lugar es precisamente el nombre. En árabe, m.adin al-mallaha significa “minas de sal” o “poblado salinero”. De allí heredó el nombre actual, que sería más lógico escribir y pronunciar “Almallá” para ceñirnos mejor al origen islámico de su apelativo. 

Estas salinas fueron usufructuadas en un principio por los condes de Molina, quienes paulatinamente fueron cediendo sus derechos a favor de nobles y monasterios. Sin embargo, a fines del siglo XIII, cuando el señorío molinés pasa a ser regentado por el rey Sancho IV, se dice que la sal de Molina y su Tierra puede ser vendida libremente en toda Castilla. De 1481 es un privilegio de los Reyes Católicos sobre estas salinas, y en el siglo XVI alcanzan su auge y más intensa explotación, a raiz de pasar a ser administradas por los Mendoza de Molina, los condes de Priego. Finalmente, en el estado borbónico, pasaron a control directo de la Administración estatal, siendo rehechas tal como hoy las vemos, tras la razonada petición que en 1739 hizo al rey su administrador, don Bernardo Arnao y Zapata, con el apoyo de los hombres del Común de Molina. En 1845, el conocido Diccionario Geográfico-Estadístico de don Pascual Madoz las describe brevemente: comprende magníficos edificios para habitación y almacenes, buenas cercas y buenas eras necesarias para la evaporación; el  manantial o pozo de las salinas es abundantísimo, de excelente calidad y tal vez de los mejores de la península pues sus sales pesan 125 libras, y su fabricación asciende de 16.000 a 18.000 fanegas cada año: hay en este establecimiento un administrador, un fiel interventor, un medidor, dos guardas de salobres y otro para las fábricas, este último habita siempre en ellas. 

Las Salinas de Armallá se encuentran en el municipio de Tierzo, y son atravesadas por la carretera que va de Molina a Checa. Su edificio central fue construido en la mitad del siglo XVIII. Su aspecto externo es realmente hermoso, y además muy funcional.  Es de planta casi cuadrangular, con unos cuarenta metros de lado, y su interior totalmente diáfano. Muestra el armazón de madera de la techumbre completamente al descubierto, sujeto por veinticuatro grandes columnas, cada una de una sola pieza de madera, escuadradas, de unos cuarenta centímetros de lado y una altura, en las más altas, de aproximadamente catorce metros. Todo un espectáculo interior. El tejado es a dos aguas, con durmientes muy largos. Los muros son de cal y canto, ofreciendo unos contrafuertes exteriores en forma de bóvedas de medio cañón para evitar las tensiones laterales. En la parte que da a los manantiales salinos –esto es, a mediodía del edificio‑ se abre un porche cubierto donde descargaban los carros de sal. La cumbrera tiene un leve chaflán en los dos extremos, lo que le da una gracia especial. Por último, toda la estructura de madera, debido, sin duda, al roce de la sal apilada, ha adquirido una peculiar textura, muy suave, auténticamente aterciopelada. 

Con Sanz y Díaz por Armallá 

Nos cuenta don José que siempre que apretaba el calor, con su familia se iban a pasar el verano a su pueblo, a Peralejos. A la fuerza tenían que pasar por Armallá, donde siempre paraban. 

Y de él nos dice: El minúsculo caserío se desparrama como una bandada de palomas torcaces en la falda de una colina, que lo resguarda del cierzo, y más abajo, cabe la carretera, están las salinas propiamente dichas, con sus almacenes y una vieja casona señorial que alzaron sus propietarios, rodeada de jardines un tanto abandonados hoy. El pozo de donde se extrae el agua salitrosa, las balsas am­plias donde se cuaja la sal por evaporación y unos chalets presumidos, sin nada notable, Lo intere­sante es la vieja casona del siglo XVIII, que levan­taron los navarros Leyún, entonces dueños de las históricas Salinas. Se explotan desde tiempos re­motos; figuran ya en los documentos señoriales del Común de Villa y Tierra de Molina, a partir del Conde don Pedro Manrique y de la reina doña Ma­ría de Molina, que les concedieron privilegios y mercedes. 

Luego describe el lugar, tal como él lo veía hace 50 años: Casa de varias plantas, con empaque de palacio campestre, dotado al mismo tiempo de amplias cá­maras y grandes estancias en varios pisos. Voltea sus balcones sobre la carretera y la vega, teniendo a la espalda las salinas y al lado un arroyo que fertiliza huertas y jardines. Desde el último piso se divisa a lo lejos la dehesa de Arias, con su ca­sona fortificada y sus construcciones modernas. 

Recuerda Sanz y Díaz las palabras de su amigo, el que durante la guerra civil fuera Capitán de Caballería, José María Alonso Gamo, cuando al llegar al caserío dijo: EI escuadrón se detiene junto a Tierzo, y descabalga. 

Y en su breve escrito para la Revista “Carreteras” que conseguiría dar a conocer este enclave a nivel nacional, sigue memorando aconteceres: En el año 1564 se creó en España el monopolio de la sal, en sustitución de varias tasas que tenían por base el consumo de dicho producto. Reinaba Felipe II y necesitaba dinero para su campaña con­tra los luteranos en los Países Bajos. Entonces la riqueza pecuaria del Señorío de Molina quedó muy afectada por tal medida, pues­to que sus rebaños eran trashumantes, pastando de verano en estas sierras del alto Tajo y de invier­no en Andalucía. El pastoreo aquí fue siempre un gremio muy importante. El nuevo impuesto filipense era un medio indirecto de hacer pagar tasas a los ganados que transitaban en busca de pastos por las tierras comunales, y a tanto llegaron las molestias de los ganaderos que el honrado Concejo de las Mesta logró que el Concejo Real anulara en 1741 dicho impuesto sobre la sal, porque encarecía notablemente la lana y la carne. 

Tras la implantación del “estanco de la sal” a mediados del siglo XVIII, se impuso la obligación de que cada familia declarara bajo juramento el número de individuos y, de cabezas de ganado que cada núcleo hogareño tenía, sirviendo ese dato para poder retirar de los depósitos del Gobierno, mediante una cartilla de racionamiento, la cantidad asignada de sal. El precio fue subiendo, haciéndose muy costoso para la mayoría de los ganaderos. Pero el rey cobraba lo que quería, y los que arrendaban el servicio se hacían de oro. Tal ocurrió con el conocido financiero don José Salamanca, y tal ocurrió, desde finales del siglo XVIII, con la familia Navarra de los Leyún, que consiguieron el arriendo de estas salinas de Armallá, ganando mucho dinero con ellas, y construyendo con parte de esas ganancias. 

Y aún nos dice Sanz y Díaz que aunque en el siglo actual (el pasado, para nosotros) había mantenido su prestancia la casona, a pesar de bastardeos, actualmente es propiedad de un médico, que tiene gusto por la conservación y restauración de estas cosas, prueba de su inteligencia y de su cultura. Se llama Angel Nieves y es mi amigo, al que siempre me gusta saludar cuando paso por delante de las famosas Salinas de Armallá

Apunte Bibliográfico: Un libro sobre las Salinas en Guadalajara 

Existe una publicación, hoy ya rara de encontrar, pues se considera agotada, que trata de las Salinas de la comarca de Atienza, y en su conjunto de todas las de la provincia de Guadalajara, trayendo por lo tanto noticia de las de Riba, La Olmeda, Santamera, Armallá, Traid, etc. Sus autores fueron Antonio Trallero Sanz, Joaquín Arroyo San José y Vanesa Martínez Señor, y su título “Las salinas de la comarca de Atienza”, figurando como nº 41 de la Colección “Tierra de Guadalajara” de la editorial AACHE. De 128 páginas y numerosas ilustraciones, es una forma de adentrarse en la explotación, historia y curiosidades del mundo de la minería salada.

Don Bernardo de Sigüenza, en Vísperas de Siempre

En estos días en que comienza un nuevo año, el incansable Francisco Vaquerizo nos deleita con una nueva obra suya: una novela en esta ocasión, de las de acción y guerra; una novela histórica además, de las que ahora se llevan: “Vísperas de Siempre” es el relato de una vida conquistadora y estudiosa, la sazón en que se mueve y prospera don Bernardo de Agen, un monje aquitano que vino a Castilla llamado por su tío  y acabó siendo Obispo –el primero- de Sigüenza, conquistador de tierras y amigo de sus amigos. 

Sepulcro de don Bernardo de Agen, primer obispo y conquistador de Sigüenza, en la girola de la catedral seguntina.

 

 Memoria de Bernardo de Agen  

 Sobre este clérigo de origen francés, pero desde su juventud incardinado en Castilla, donde labró su vida y su memoria,  podemos recordar ahora cómo fue traído a España por el también aquitano Bernard de Sédirac, arzobispo de Toledo a comienzos del siglo XII, junto a los que luego fueron obispo de Segovia (tío de don Bernardo) y de Palencia (hermano de don Bernardo). Nada más llegar accedió al puesto de canónigo de la Catedral de Toledo. Esta imagen de colocar a todos los sobrinos en puestos importantes, aunque lo hiciera en la Edad Media el arzobispo de Toledo, se llamaba entonces “nepotismo” y es algo que ha seguido funcionando hasta el día de hoy. No me voy a entretener en poner ejemplos…  

Es nombrado obispo “in Barbariae Pars” en 1121 concediéndosele la silla de la ciudad de Sigüenza, de la que –vaya mala suerte- eran señores temporales los árabes de Al-Andalus. La reina doña Urraca es quien le hace esta gracia a don Bernardo, encomendándole de paso que se encargue de conquistar la ciudad y el entorno en el que puede organizar una diócesis, pero que la tal conquista la haga pronto, bien, y con sus dineros. En 1124 ya había conquistado Sigüenza don Bernardo, inaugurando a fecha fija su diócesis, y decidiendo construir en la parte media de la ciudad una catedral, y en la alta un castillo. La reina de Castilla doña Urraca junto con su hijo Alfonso VII constituyen un señorío episcopal en esa nueva sede y le asignan interesantes bienes en las cercanías para engarzar con tierras, pueblos y castillos un apetitoso señorío feudal. La primera posesión asignada sería la de Riba de Santiuste, siguiendo Pelegrina, Guijosa, Aragosa y otros espectaculares entornos con interés estratégico. Es curioso que el señorío temporal de la ciudad de Sigüenza, en su parte baja, se le daría en 1138, y el de la parte alta, siete años después, en 1146. De tal modo que a partir de mediados del siglo XII, don Bernardo primero y luego sus sucesores serían señores espirituales y temporales de Sigüenza y su territorio en torno.  

Don Bernardo gobernó, al decir de los cronistas, con sabiduría y benignidad sus señoríos. Religioso y austero en lo espiritual, obispo de una diócesis nueva y con el tiempo rica, y valiente y esforzado en lo temporal, pues como guerrero la conquistó y luego defendió el territorio frente a los continuos ataques del Islam. En uno de esos ataques, en la orilla del Tajo, y cuando don Bernardo acudía capitaneando sus tropas, por Huertahernando, fue mortalmente herido, y allí finó. Se le trajo a enterrar a la catedral seguntina, que entonces estaba empezando a construirse, y allí sigue, en la pared exterior del inicio de la girola por el Norte.  

La novela de Vaquerizo  

Esta nueva obra de Francisco Vaquerizo Moreno, en la que novela la traza biográfica de Bernardo de Agen, viene a abrirnos las ganas de leer, porque se desarrolla en el campo, hoy tan demandado, de la novela histórica. Con una aventura que es muy nuestra, muy enraizada con la memoria histórica de la provincia alcarreña. Aunque parte de unos datos escuetos, breves, que cabrían en un folio, el autor de estas “Vísperas de siempre” historía y novela a un tiempo, mucho más de lo segundo que de lo primero, la aventura del primer obispo de Sigüenza, Bernardo de Agen, conquistador de la ciudad del Henares al Islam, a través de una serie de aventuras que convierten su biografía en una verdadera y apasionante novela.  

Las 192 páginas de este libro, que demuestra que también en Guadalajara se hacen buenas novelas históricas, ofrecen la secuencia de una aventura vital que dura cuarenta largos años. Un hombre piadoso, más amigo de los libros que de las armas, pero que se ve envuelto en el torbellino reconquistador de su tiempo, y por encargo de Alfonso VIIy su madre doña Urraca tiene que embarcarse en una aventura guerrera, de la que sale airoso (porque no podía ser de otra manera) manteniendo luego una secuencia vital de construcciones eclesiásticas, castilleras y repobladoras, junto a la continuación de la tarea reconquistadora, que finalmente le llevaría a morir, siempre en la primera mitad del siglo XII, cerca de Huertahernando, en el Alto Tajo.  

Además de estar muy bien escrita, con giros coloquiales, mucho humor, mucha veteranía en las descripciones, y hasta sus puntos de intriga y misterio, el autor nos ofrece una serie de historias paralelas, o novelas acompañantes, que ofrecen un verdadero retablo de personajes, costumbres, artesanías, oficios y peculiaridades de la Edad Media. Siempre me ha parecido un gran escritor (un gran poeta también) el jiruequeño Francisco Vaquerizo, pero en esta se ha esforzado y ha llegado a cotas de interés y elegancia que nos arrancan fácilmente el aplauso. Solo me queda decir, sinceramente, que estas “Vísperas de Siempre” y su aventura episcopal reconquistadora serán un elemento a tener en cuenta en la todavía escasa nómina de novelas y relatos de tema histórico en Guadalajara. Por algo se empieza.  

Saber más de Francisco Vaquerizo  

Nació Vaquerizo en Jirueque, en 1936. Estudió en el Seminario de Sigüenza y allí recibió el Presbiterado, el 5 de junio de 1959. Seguidamente se licenció en Derecho Canónico e hizo Periodismo en la Universidad de Navarra. Tras ocho años de cura párroco en Concha, Auñón, Alhóndiga y Entrepeñas, ha sido Profesor de Lengua y Literatura, en Sigüenza, durante treinta y dos años. Ha ocupado su tiempo en enseñar, leer y escribir. Todo lo ha hecho bien, con calma, sin prisas, y ahora le ha llegado la edad de jubilación total, aunque nunca colgará sus hábitos de lector y escritor, en los que se mueve con agilidad.  

Ha publicado 24 libros y aún tiene por ahí media docena más pendientes de publicación. Es por ello que puede declarársele sin exageración como uno de los escritores alcarreños más fecundos.  

Don Camilo José Cela, en su «Nuevo Viaje a la Alcarria», le calificó de “clérigo de buenas letras». Y ya sabemos que don Camilo no era tendente a las alabanzas ajenas, sino más bien al contrario. Vaquerizo ha escrito también en los periódicos de Guadalajara, concretamente lo hizo con aplicación en “La Tribuna”, y ha ganado bastantes premios literarios (aunque no todos a los que se ha presentado, según me ha confesado privadamente).  

Hace seis años publicó a su costa un folleto que titulaba “Historia de mis libros o de cómo me fui haciendo escritor”. Esto no es habitual, ver cómo un literato se explica en la intimidad y en la sucesión de éxitos y fracasos. Normalmente, y lo digo por experiencia, uno tiende a recordar solamente lo bueno (de la vida, de los viajes, de las querencias, de los libros que ha escrito, de los aplausos que ha recibido, etc.) y de forma automática, autoprotectora, desaparecen de la memoria los malos tragos, los sudores y las ganas de ir al water en los momentos más inoportunos. También de las malas críticas recibidas y de las buenas palabras versus traiciones de algunos y de algunas. Pues a pesar de ello, Vaquerizo en este folleto lo cuenta todo. Demuestra con ello que es un hombre abierto, que no tiene nada de solemne, que está dispuesto a tomarse unos vinos con cualquiera que le pregunte, y a dar buenos consejos a quien se los demande.  

En las 32 páginas de la “Historia de mis libros…” anota con la meticulosidad de un orfebre las fechas, las páginas, las críticas, las satisfacciones y los desengaños que le llevaron escribir y publicar sus obras. Que alcanzan la respetable cifra de 24 títulos. Unos de poesía (Un puñado de pena, Sigüenza y otros versos, Estas que fueron pompa y alegría, con un total de 84 poemas dedicados a mujeres que fueron algo significativo en su vida…), otros de historia religiosa (Leyendas y Romances del Saz, Historias, Romances y Leyendas del Madroñal, o su autobiografía Memoria de mi formación sacerdotal, que dio que hablar a muchos niveles, sobre todo diocesanos y curiales), otros, en fin, de información y recuerdos (el más querido para su autor, Pascua en Florida, Por los caminos de Jirueque y la novela histórica En libertad bajo sospecha, protagonizada por el escultor Martín Vandoma) y mil intervenciones en forma de charlas, recitales, conferencias y apoyos en actos culturales. Vaquerizo, con esto que digo y mucho más que forma su bagaje, es sin duda uno de los intelectuales de mayor calado que en este momento viven en nuestra tierra.  

No quiero olvidarme de mencionar el penúltimo de sus trabajos publicados, una Memoria Fotográfica de Jirueque, editado en 2008 por la editorial AACHE y el Ayuntamiento de su pueblo, y en el que Vaquerizo pone texto y memoria escrita a la fuerza de las antiguas fotografías de su villa natal. Un libro modélico, porque en la descripción lleva evocaciones certeras y define con exactitud las horas de un lugar pequeño.   

Visperas de Siempre, la novela histórica de Vaquerizo que describe la aventura medieval de don Bernardo de Agen.

 

Apunte Bibliográfico  

 El libro que da pie a este comentario acaba de aparecer en librerías e Internet: se titula “Vísperas de Siempre” y su autor es Francisco Vaquerizo Moreno. Está editado por AACHE de Guadalajara en su Colección “Novela Histórica”, tiene 192 páginas y añade grabados. Además de los versos que el autor dedica a don Bernardo y a la ciudad de Sigüenza, aparece una breve bio-bibliografía del autor, y cada capítulo, de los casi 40 que tiene la obra, está encabezado por un grabado antiguo. Impreso sobre papel ahuesado, cuenta con una portada muy evocadora del Obispo Bernardo y la catedral seguntina que él mandó construir.  

La obra responde a la expectativas del lector moderno, que busca historia, leyendas y fábulas conjuntadas en un ambiente creíble. Fechas y hechos están fundamentados en las crónicas de su tiempo, pero la mayoría de los personajes nacen para esta ocasión, redivivos de otros que, sin nombre, existieron y pedían a voces su reencarnación. Todo en ella es, pues, cierto, y queda bonito.