En el centenario de Mujica Laínez
No quería dejar pasar este año sin recordar una efemérides (un par de ellas, mejor dicho) que atañen a la cultura española, también a la alcarreña, más allá del Océano Atlántico. Muy al Sur, en Argentina.
Una es el centenario del nacimiento de un escritor excepcional, uno de los mejores en lengua española, que ha dado el siglo: el bonaerense Manuel Mujica Lainez, nacido allá, en la capital del Río de la Plata, en septiembre de 1910.
El otro es el bicentenario de la independencia de Buenos Aires, de cuando se apartó completamente de la administración de la Península. No se trata de la independencia de la Argentina, no: de la de Buenos Aires tan solo, pero ella arrastró enseguida al conjunto de las tierras hoy argentinas.
Con la inauguración restaurado del Teatro Colón, se ha culminado esa efemérides austral, que ha brillado en la Avenida Mayo como todo brilla allí: hasta el monolito en que está grabado el nombre de don Pedro de Mendoza, el alcarreño que llevó hasta el Río de la Plata los aires hispanos, para quedarse allí siempre.
Y de Mujica, ¡qué poder decir!, sino que ha estado, todo el siglo, entre los mejores del escribir castellano, y sin embargo se fue a la tumba, en 1984, sin conseguir ese Premio Nobel que durante los años en que él brilló se lo llevaron otros que quizás deberían haber esperado.
Confieso ser un admirador sin límites de la obra de Mujica. Un hombre panhispano, puesto que aparte de su natural argentino, se educó en Europa, viajó mucho (que es un buen termómetro de la cultura) y hasta ejerció labores diplomáticas en España, de tal modo que no está en ese bloque de americanos que hoy en día (algunos en el poder máximo de sus respectivos países) abominan de España y de lo que España dejó en sus tierras.
Los años de Mujica
Nació Mujica Laínez el 11 de septiembre de 1910 en la ciudad de Buenos Aires. Se formó en estudios por París, Londres y en el Colegio Nacional de San Isidro de su ciudad natal. Solo aprobó dos años de Derecho, y en 1932, muy joven aún, entró de redactor en el dirario “La Nación”, medio en el que llegaría a jubilarse. Como cronista viajó por toda Europa, palpando el aire del incendio continental, que reflejaba en el periódico rioplatense. Y empezó a escribir, sus libros, inolvidables e intensos, que luego recordaremos. A lo largo de su carrera literaria, Manucho, (así le llamaban sus íntimos) fue reconocido con una gran cantidad de premios. Entre ellos, destacar el Gran Premio de Honor de la SADE, el Premio Nacional de Literatura y el Pulitzer. Además fue elegido miembro de la Academia Argentina de Letras en 1956 y, poco después, académico de la de Bellas Artes. Contó con la Legión de Honor del Gobierno de Francia y fue nombrado Ciudadano Ilustre de Buenos Aires. Mujica vió sus libros traducidos a quince idiomas, y escribió mucho, además, en los periódicos, también críticas de arte, crónicas de la vida de Argentina, que le idolatró.
Entre San Martín y Florida está la galería Güemes que refleja el espíritu comercial y de elegante decadencia del Buenos Aires de los años treinta. Por allí pasó Astor Piazzola dirigiendo la “Orquesta de Cuerdas”, y por allí pasó Mujica Laínez, tarareando el tema del “Adiós nonino” del compositor porteño. Hasta Gardel pasó por sus baldosas, sonajeando “Caminito”. Murió Mujica en su retiro de “El Paraíso”, por La Cumbre, allá en las sierras de Córdoba, donde encontró el rincón ideal que todo ser humano busca para morir. Era el 21 de abril de 1984.
La obra de Mujica
Para cualquier humano con sensibilidad literaria, tras leer las tres primeras páginas de cualquier libro de Mujica Laínez tendrá la sensación de que en las manos tiene la obra de un escritor magnífico, un mago de las palabras y las historias. Además, en castellano siempre, uno de los mejores que ha dado el universo hispano. Aparte de todo cuanto nos dejó, desde Bomarzo a El Laberinto, yo elegiría siempre “Misteriosa Buenos Aires”, porque es la crónica de esa ciudad a la que él amó tanto que siempre dijo que era fea, que no valía nada…. “para que no vengan turistas a ella: la quiero solo para mí” decía.
Su obra se inicia en 1936 con “Glosas Castellanas”, donde aborda una revisión del Quijote y Sancho Panza, y donde hace un ejercicio literario en el que prueba sus armas y sus lecturas. Sigue en 1938 con “Don Galaz de Buenos Aires” que es su primera novela, ambientada en el siglo XVII de la ciudad del Plata. Y en 1942 escribe la biografía de Miguel Cané padre, hermano de su bisabuela, un romántico porteño. Su “Canto a Buenos Aires” data del año siguiente, y está formado por 1092 versos alejandrinos, que Mujica escribió en cuatro meses. Aparte de algunas biografías de tipos porteños del XIX, a partir de 1948 se lanza con los cuentos. Y escribe su “Aquí vivieron” con el subtítulo de “Historias de una quinta de San Isidro” en 23 relatos o cuentos encadenados, fórmula que repite en 1952 con los 42 momentos que cronológicamente situados forman su “Misteriosa Buenos Aires”, el libro más vendido de su bibliografía.
Sigue luego la que llaman la saga de la aristocracia porteña o de la oligarquía, razón por la que algunos en su país han relegado a Mujica, en los últimos años, por no ser popular… en 1952 saca a luz “Los ídolos” donde nos asombra con ejercicios de misterio y evocación, y donde aparece la tía Duma, mujer de energía poderosa, de dinero y de prestigio social, audaz y sin prejuicios, generosa y egoísta, frívola y apasionada, que aparecerá una y otra vez en sus libros.
En “La Casa” (1953), una vieja mansión del número 556 de la Calle Florida cuenta su propia historia mientras la van demoliendo día a día, poblada de remembranzas, seres desencarnados, angélicos y demoníacos. Estas y algunas otras conforman la etapa juvenil de Mujica, con obras en las que alude a un tiempo pretérito, envejecido, decadente, nostálgico, vagamente soñado, quizás muerto. Una forma magistral de decirnos como era Buenos Aires, o como él la veía, en los inicios del siglo XX.
Pero donde Mujica brilla definitivamente, de cara al mundo, es en las novelas de raíz histórica, pero inclasificables por sus fondos y sus maneras. En 1962 saca a la palestra su “Bomarzo”. Nadie que la haya leído puede dejarla fuera de sus preferidas. Es una de las mejores novelas que se han escrito nunca. Aquí Mujica Lainez, encarnado en el duque Pier Francesco Orsini, se prepara para modelar el sueño humano de la inmortalidad. Es una recreación magistral del Renacimiento. Alberto Ginastera la convirtió en cantata, y luego en ópera, estrenada en Washington y en Nueva York, prohibida por inmoral durante el gobierno de Onganía y finalmente puesta en el Teatro Colón con todos los honores. Cientos de ediciones en todos los idiomas la avalan.
En 1965 le editan “El Unicornio”, una recreación del medievo francés contada por el hada Melusina donde también se aborda el tema de la inmortalidad. En 1974 escribe, en su retiro de “El Paraíso”, la novela que a los españoles más nos gusta: “El laberinto”, obra de basamenta histórica con personajes que discurren por hechos reales: El protagonista de la historia es Ginés de Silva, ese niño que desde un rincón señala con deje grave la escena que acontece en El entierro del Conde de Orgaz. La novela sigue sus pasos, y retrata el momento del encuentro con el Greco y las sesiones de posado. Luego lo acompaña a través de peripecias que le harán recorrer Madrid, recién convertida en corte, y Sevilla, “puerta al mar” del desfalleciente Imperio. Ginés conoce a Lope de Vega, y le toca participar con “la felicísima armada” en el desastre de Lepanto, donde describe con todo detalle la ineptitud guerrera del Duque de Medinaceli. Acaba el personaje, que “hace las Américas” en una estancia de las sierras de Córdoba, donde (bueno, no digo el final, que no quiero estropear la lectura a los entusiastas que la lean). Es muy difícil encontrar hoy un ejemplar de “El laberinto”, está superagotado.
“El escarabajo” es su última gran novela, y puede ser calificada como una monumental revisión de la historia de la humanidad a través de elementos emblemáticos, en la que hace gala de todo su saber histórico, describiendo escenas, civilizaciones y personajes a través del ojo de un escabarajo de lapislázuli que procede del hondo foso de la historia egipcia.
Yo apostaría por una novela de 1979, “El Gran Teatro” que viene a cerrar, con maestría, el ciclo de novelas de personajes de Buenos Aires, y lo hace de la mano de la mítica María Zúñiga y su prima Amalita Zúñiga de Castro. El Teatro Colón, visto con los ojos de un niño, que apenas entiende lo que va ocurriendo: la novela dura tres horas, lo que dura una representación en su escena, pero ¡pasan tantas cosas…! Crónica social y soberbio documento porteño.
Los Mendoza en la pluma de Mujica
Por supuesto que le dedica páginas a don Pedro de Mendoza, el primero de los colonizadores de la orilla del río de la Plata, al inicio del siglo XVI. Su valor y su crueldad le deslumbran. En ese cuento primero, que fecha en 1536, “El hambre”, dice Mujica: ¿Cuándo regresará Ayolas, Virgen del Buen Aire? ¿Cuándo regresarán los que fueron al Brasil en pos de víveres? ¿Cuándo terminará este martirio y partirán hacia la comarca del metal y de las perlas? Se muerde los labios, pero de ellos brota el rugido que aterroriza. Y su mirada turbia vuelve hacia los platos donde el pintado escudo del Marqués de Santillana finge a su extravío una fruta roja y verde.
Está retratado el espíritu mendocino, que luego se reflejó en tantos otros colonizadores, de pisar nueva tierra y defenderla con uñas y dientes. Capitanes y virreyes, espadachines y comerciantes… de dura madera frente a otros sujetos que por las cuestas del Alto de las Carretas amanecen. Cualquier visitante de Buenos Aires recordará a Mujica, y a los Mendoza, si pasea por la Avenida Mayo y se pone ante su colosal monolito, o si se entretiene por las calles del barrio de San Telmo y acaba en el cruce entre Defensa y Belgrano, ante la estatua del armado Pedro de Mendoza, fundador y héroe.