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noviembre, 2010:

Un castillo menos: el de El Cuadrón

En el tema del patrimonio histórico-artístico de Guadalajara, no todo iban a ser alegrías. Para nuestra desgracia, y suponemos que para la de algunos más que tienen el amor preciso a sus heredadas esencias, viene a sacudirnos una tristeza, porque hace unas semanas se ha venido al suelo, y ha desaparecido por completo, y para siempre, uno de los castillos que la Orden de Calatrava levantó en su frontera del Tajo. Me estoy refiriendo a la torre del Cuadrón, o de Santa Ana, en término de Auñón. Un castillo menos. 

La torre de El Cuadron, como estuvo hasta agosto de 2010

Así estaba la Torre del Cuadrón, junto al Tajo, en agosto de 2010.

 Hubiera querido no haber tenido que escribir nunca este reportaje, pero era algo que se veía venir. El castillo del Cuadrón –la “torre de Santa Ana” como la llamaban en Auñón- llevaba incólume en su decrépita elegancia, casi 5 siglos, y era todo un símbolo de la Edad Media en medio de la Alcarria asomada al Tajo. 

Quienes pasaban por la carretera que va, junto al gran río, cuando se ensancha en las aguas de Bolarque, desde Almonacid y Sayatón hacia Sacedón y Auñón, veían el orgulloso torreón en lo alto de un cerro, vigilando el arroyo de Valdelagua que desde los olivares altos bajaba al gran río. Ya no hay allí más que un montón de piedras, que desde la carretera ni se ven. Hay que subir al cerro para contemplar la desolación. 

La historia de un hundimiento 

La historia ha sido sencilla: los restos del castillo calatravo del Cuadrón, en término de Auñón, se mantuvieron dispuestos a la visita, en un cerrete junto al Tajo, durante muchos años, siglos enteros. No había sido estudiado el edificio con detenimiento hasta que, hará unos 15 años, tanto Jorge Jiménez como yo mismo nos interesamos por él, y conseguimos rescatar información relacionada con su historia, llegando a la conclusión de su importancia como enclave histórico relacionado con la Orden de Calatrava. Yo mismo elaboré en el año 2000 un breve estudio que se ofreció como novedad en uno de los capítulos del libro “Guía de campo de los castillos de Guadalajara”, y que ha servido para divulgar su conocimiento, al menos, entre los miles de lectores de esa obra, que ya va por su tercera edición. 

Poco antes, en 1999, advertía en estas páginas de “Nueva Alcarria” del peligro que corría este castillo, alertando a las autoridades que se preocupasen por su protección, ya que corrían rumores (ahora se ve que algo fundados) de que pudiera venir al suelo. 

Hace unos ahora 10 años, los propietarios del terreno en que se enclavaba el castillo, decidieron vallarlo (están en su derecho) y señalarlo como propiedad privada, con lo cual se hizo un poco más difícil su admiración y estudio. Solicitaron  además permiso para derruirlo, al Ayuntamiento de Auñón, el cual se lo denegó. Entre otras razones, porque un Ayuntamiento en ningún caso puede dar permiso para derribar un castillo, puesto que todos están protegidos de manera genérica por la Ley del Patrimonio Histórico-Artístico, tanto a nivel nacional como autonómico. 

Y solamente hace unas semanas, fui informado, por amigos de Auñón, de que a finales de septiembre de 2010, tras un verano largo y seco, sin amenaza previa de empeoramiento de su estado, “el castillo se ha hundido”. Inmediatamente me trasladé al Cuadrón, escalé el cerro, y desde fuera de la finca que continúa bien vallada, observé y fotografié el estado en que ha quedado esta venerable reliquia del Medievo: ahora es un montón informe de piedras amontonadas, en el que nada ha quedado en pie: ni bóvedas, ni escudos, ni leyendas, ni ventanas, ni almenas: nada. 

No voy a entrar en ningún tipo de valoraciones del hecho. Pienso que hay instituciones, personas, autoridades y normas legales que deberán investigar lo que ha ocurrido y cómo ha ocurrido. 

La torre del Cuadron, como quedó en Septiembre de 2010

Así quedó la Torre del Cuadrón, junto al Tajo, en Septiembre de 2010

 La historia de El Cuadrón 

Es este el lugar, y el momento, en que sí quiero dedicar un recuerdo a este edificio, ruinoso y viejo, sí, pero querido de muchos, y representativo de una historia (la de Castilla, que es la nación en que vivimos y nos nutre desde hace siglos) y de un espíritu que no podemos, de ninguna manera, borrar. 

Entre las fortalezas que la Orden de Calatrava tuvo en torno al río Tajo, y entre las que cuentan las de Zorita y Anguix, por ejemplo, hay que conocer también esta que llaman del Cuadrón o «torre de Santa Ana» los vecinos de Auñón, en cuyo término municipal se encuentra. Las Relaciones Topográficas que en el siglo xvi enviaron los vecinos de Auñón al rey Felipe ii, nombraban y describían someramente a esta vieja torre del Cuadrón, a la que calificaban de elemento inservible y medio arruinado. 

Aunque no es difícil de encontrar, el hecho de no aparecer en poblado y no estar señalada en ningún mapa aconseja dar la referencia exacta de su situación geográfica: en el mapa a escala 1:50.000 del Instituto Geográfico Nacional, está en la hoja 562 correspondiente a Sacedón, en latitud entre 40º 28′ y 40º 29′ Norte, y longitud entre 2º 47′ y 2º 48′ Este. Allí está señalada como «torre de Santa Ana» vigilante de una depresión que lleva el nombre de «barranco de Valdelagua». 

Lo que dicen los viejos papeles 

Copiaremos aquí lo que dicen las Relaciones Topográficas de Auñón (año 1575) al respecto: «A los treinta y seis Capítulos dixeron: que en término de esta Villa ay una Torre de Cal y Canto de Sillería, a la cual llaman la Torre del quadron, y tiene un epitafio y letrero, el qual no se ha podido entender por ser letra mui extrangera y peregrina y que vulgarmente dicen: que la hizo el Rey Jaime de Aragon, para desde ella combatir una Ciudad y población que estaba en un cerro mui alto, que se dice el cerro de Campana. La muralla y edificios denotan lo que era la dicha habitacion, que están todos arrobinados, pero mucha parte de la muralla está por partes sana y va así dando noticia y muestra por donde iva la dicha muralla, que es mucha tierra, y que no se entienden aver otros epitafios, ni letreros ni antiguallas más de esto». A este texto, el editor de las Relaciones, el cronista provincial Juan Catalina García le ponía la siguiente nota al pie: «Permanece esta torre más abajo del ensanche que hace la vega del pueblo al acercarse al Tajo. Pero no sé que conserve inscripción alguna…. cuanto a lo tocante al rey D. Jaime de Aragón, no es cierto». 

Descripción del castillo del Cuadrón 

Lo que queda del Cuadrón es parte de su gran torre del homenaje. Tenía esta tres pisos. La entrada, orientada al noreste. De planta aproximadamente cuadrada, de unos diez metros por lado, la planta baja se cubría por bóveda de crucería de la que aún se ven los arranques de los nervios. La planta media era de bóveda encañonada, apuntada, soportada por dos arcos fajones de los que también se ven los arranques laterales. A esta planta se subía por una escalera que iba por el interior del grueso muro, y de la que aún quedan señales. Esta escalera seguía ascendiendo hasta la tercera planta, una terraza descubierta protegida posiblemente por almenas que ya no existen. La altura total, unos quince metros. Su construcción, de firme sillarejo calizo, con refuerzos de sillar en las esquinas. En el muro de la planta baja, casi al alcance de la mano, un escudo heráldico que aún mantiene su policromía original: un castillo de tres torres, de oro, sobre campo de color rojo. El emblema de la nación castellana. 

Un ancho dintel de piedra, caído del que formaba la puerta de entrada de la torre, y hoy empotrado en el suelo, deja en parte ver un letrero escrito en caracteres góticos, del que no hemos podido entender palabra. 

En derredor de esta torre se ven los restos de su amplio recinto exterior: un gran cuadrilátero de muros de casi un metro de espesor, totalmente derruidos, que en sus esquinas tenía torreones semicirculares, posiblemente con única función de refuerzo constructivo. Su acceso estaba abierto al noroeste, y en su derredor, un amplio foso que aún se hace evidente a pesar de haberse ido rellenando a lo largo de los siglos con los materiales del desplome de la muralla. En el interior del espacio castillero, nada de señalar sino es la incierta boca de un pozo junto al costado norte de la torre. 

¿Quién y cuando construyó este castillo vigilante de un pequeño arroyo y de la vega del Tajo? Los detalles arquitectónicos revelan que sin duda fue alzado a mitad del siglo xv. En una época en la que esta comarca del medio Tajo se vio sacudida por una violenta guerra (casi doméstica) en el seno de la Orden militar de Calatrava, señora del territorio. Don Juan Ramírez de Guzmán, a quien se le conoce en las viejas crónicas con el sobrenombre de Carne de Cabra, se autonombró maestre de Calatrava frente a la auténtica magistratura del infante don Alfonso de Aragón. Conquistó todas las villas y fortalezas de la encomienda de Zorita, y durante años luchó contra Auñón, el único enclave que permaneció fiel al maestre Alonso de Aragón. Quizás fue éste quien mandó construir esta fortaleza, y de ahí quedó en la memoria popular (como un siglo después se escribía) que fue levantada por el rey Jaime de Aragón, la figura que en las legendarias memorias aparecía como gran rey y guerrero. 

Un apunte final: Todo lo que se había  dicho hasta ahora sobre el castillo de “El Cuadrón” 

 Layna Serrano, en 1933, en su monumental obra “Castillos de Guadalajara” menciona el hecho, que le han contado, de que en término de Auñón hay una vieja torre castillera de gran interés. No llegó a visitarla. 

En 1993, Jorge Jiménez Esteban publica su libro “Castillos de Guadalajara” por la editorial Penthalón, poniendo una fotografía de la torre y anotando su existencia. 

El 17 de junio de 1994 publico en esta periódico, “Nueva Alcarria”, el artículo titulado “El Cuadrón: una fortaleza medieval descubierta” en el que por primera vez aporto datos históricos y resalto la importancia de este viejo castillo. 

El 29 de Octubre de 1999, también en “Nueva Alcarria”, publico otro artículo bajo el título de “El Cuadrón: un castillo calatravo en peligro” en que advertía con datos objetivos la posibilidad de que el castillo alcarreño “se cayera solo”. Creo que merece la pena releer este artículo. 

En el año 2000 publico la primera edición del libro “Guía de Campo de los Castillos de Guadalajara” del que van tres ediciones por AACHE, y ha sido muy utilizado por estudiosos y viajeros, fundamentalmente de fuera de Guadalajara. 

En 2006 publica el profesor José Luís García de Paz su libro “Castillos y Fortificaciones de Guadalajara” editado por “Nueva Alcarria” y en su página 103 se hace eco de la historia, descripción y peligros del Cuadrón de Auñón. 

Finalmente, y no será porque no fue avisado por unos y otros, el castillo ya no existe. “Se ha caído él solo”.

Una ciudad perdida: Villavieja en Trillo

Cuando vuelvan los buenos años, el tiempo nuevo de la inversión en cultura, seguro que habrá quien proponga que Villavieja en Trillo sea uno de los lugares en los que se instale un Parque Arqueológico, porque ese es un lugar en el que se conjuntan todos los ingredientes para que la Historia Antigua se muestre, y los pretéritos siglos nos entreguen su voz clara, todo ello desde un espacio natural espléndido, rodeado de una Naturaleza privilegiada. Yo ya lo propongo, para cuando haya dinero.

El cerro de Villavieja sobre Trillo

El cerro de Villavieja, sobre el Tajo que bordea a Trillo.

 A la orilla derecha del río Tajo, frente a las Tetas de Viana, tras haber dejado atrás los baños de Carlos III, frente a ellos aún, se alza un cerro acantilado, valiente, rojizo, muy testigo, muy en alto viéndolo todo, sobre el pueblo de Trillo: es Villavieja, la que todo lo domina, la que desde su altura nos da unas vistas panorámicas espléndidas, y en sus entrañas esconde misterios y largas parrafadas de historia vieja, de tiempos iberos, de mesnadas medievales.

Por razones familiares voy todas las semanas a Trillo, y todas las semanas me asombro de este gran enclave arqueológico que está como dormido. Allí, a este lugar le llaman también “la ciudad de Capadocia”, porque autores antiguos, asombrados de su situación, y ante la evidencia de haber sido una población consistente, pensaron que habría sido sede de alguna ciudad importante de la Antigüedad, incluso de esas que menciona la Biblia, o los cronistas de Carlo Magno.

En realidad, se conoce desde hace muchísimo tiempo su importancia arquológica, y las excavaciones que en los últimos años, muy de poco en poco, se han ido haciendo, han desvelado el inicio de lo que seguro ha de ser un potente yacimiento que espera (y está entre los primeros de la lista) su oportunidad de afloramiento.

 El asentamiento

Para elaborar este artículo, he tomado como principal referencia el reciente trabajo de investigación sobre la ciudad de Villavieja que ha publicado en la «Revista de Trillo» el arqueólogo Antonio Batanero Nieto, quien ha escrito ampliamente sobre este tema*. Puede decirse que es él, hoy en día, quien más sabe de este enclave.

Ya don Casimiro Gómez Ortega, uno de los científicos de la España carolina, en 1778 escribía su libro  “Tratado de las Aguas Termales de Trillo» y en él refería que este era el lugar donde había asentado la ciudad de Bursada, de la que habla Plinio en su tercer libro sobre la Geografía de España. Al final de este trabajo inserto las palabras de Gómez Ortega, porque tienen su gracia, sobre todo por lo que fantasea.

La realidad es palpable para cualquiera que se acerque y decida pasar un par de horas trepando por las rojizas rocas de este cerro. Amesetado y largo, calculo que tiene unos 500 metros de longitud en su parte más alta, y en la más ancha llega a ocupar unos 100 metros, siendo más estrecho cuanto más se acerca a su extremo oriental, que es el que más acantilado se asoma sobre el Tajo. Allí es inaccesible, y su altura ronda los 70 metros sobre el río.

Sin embargo, por el lado oeste, es mucho más suave, y la falda del cerro está aterrazada desde antiguo, gracias a muros que forman bancales, y que desde hace siglos sirvieron para cultivos de árboles frutales, viñas, olivos, etc. Dada la estructura y colocación de las piedras en esos bancales, los estudiosos han pensado que pudiera remontarse el origen de esos aterrazamientos a la época árabe, o incluso visigoda. Nada raro, teniendo en cuenta que en unas excavaciones de hace años aparecieron en esa zona algunas piezas ornamentales de época visigoda.

Se puede distinguir en el conjunto de Villavieja una parte alta, en la empinada cima del rocoso cerro, que sería la acrópolis o castro habitacional, y una parte baja, cerca de la carretera que hoy pasa bajo el cerro, y próximo a los aterrazamientos, que sería la necrópolis o lugar donde se enterraban los muertos, durante muchas generaciones.

En la parte alta se distingue un basamento ciclópeo que podría corresponder a la entrada del castro, en su extremo norte, de donde partiría una muralla no demasiado alta, pues la postura fortificada del cerro no la hacía necesaria. El interior de la acrópolis muestra todavía los trazos de sus calles y los relieves de los bajos muros de lo que serían sus viviendas. Todo ello muy deteriorado, muy perdido, pero con indudable trazado que hasta los más antiguos que lo vieron así devastado ya pensaron en que aquello fue alguna vez una ciudad. Y muy importante, según ahora veremos, para algunos historiadores.

Citas de autores

La mayoría de los autores, entre los siglos XVIII y XX, que hablan de Villavieja, eran viajeros que habían llegado a Trillo en busca de salud y/o descanso, a disfrutar de la tranquilidad del Real Balneario de Carlos III, que se puso de moda desde la época de este monarca Borbón. Buena parte de esos viajeros eran gente erudita, adinerada, con tiempo suficiente y rentas de las que permiten a un ser humano poder pensar sobre lo que le rodea sin tener que preocuparse de ganarse el pan y el de sus hijos cada día.

Recordamos algunas referencias que esos autores hacen de Villavieja. Dice Juan de Rejusta, en 1768, que a este cerro los del pueblo lo llamaban “Ciudad de Capadocia”. Así: “La Villa de Trillo se halla situada en un valle orilla del Río Tajo cercada de cuatro cerros en la inmediación hay un cerro que dicen se llamó en tiempos Capadocia y hay vestigios de algunas casas y hoy hay allí una ermita de San Martín”.

El gallego don José Andrés de Cornide y Saavedra, sabio donde los haya, en su periplo por la arqueología de la Alcarria, habla largo y tendido de este lugar, que visitó, opinando que se trataba de la ciudad de Contrebia. Hay que saber que en siglos pasados, la erudición no se limitaba a describir y conjeturar, sino que tenía que aportar soluciones para ser tomada en serio. Eso es lo que hace Cornide con Villavieja. Escribir esto: “…en el cerro que Don Casimiro Ortega dice está algo más de una milla de Trillo y en el qual cree, según informe de Don Francisco Fuero, que pudo haber estado la antigua po­blación denominada Bursada (…) Este cerro, a que he subido, forma como un procurrente o península escarpado y rodeado por el Tajo por Oriente y Mediodía, y queda comprendido entre Trillo y sus baños. En él no hay vestigio de población romana, o morisca pero sí de pe­queñas casas de calles o senderos intermedios, aquellas de piedra incierta tomada con tierra o mezcla muy deteriorada. Yo creo que puede haber sido población celtibérica, defendida solo por la naturaleza y por el esfuerzo de sus naturales, y por varias reflexiones que hago en mi nota de la Celtiberia y sus ciudades en la Memoria de Cabeza de Griego me inclino a que hubiese sido Contrebia.»

Por entonces visitó este lugar el Conde de Cabarrús, quien se ocupó con gentes de Trillo de buscar y encontrar alguna lápida de epigrafía romana. Al siglo siguiente fueron aún más numerosos los viajeros y buscadores. Quien redactara el capítulo sobre Trillo en el gran diccionario de Pascual Madoz, dice del lugar que «Esta población que probablemente debe su origen y nombre, como su importancia, a las célebres aguas que posee es antiquísima, aun  que trasladada del sitio llamado Villavieja, donde se conservan las ruinas de su exis­tencia primitiva, en la que fue considerable, mencionada por Ptolomeo en la región de los carpetanos, con el nombre de Thermide, de donde ha venido a decirse Trillo”. Elucubración exagerada a todas luces, porque además el origen etimológico de Trillo no puede ser más claro, atendiendo solamente a la evolución de las palabras de nuestro idioma: Trillo = Torrillo, o sea, lugar junto a una pequeña torre que vigilaba el río y un puente.

A mediados del siglo XIX es don José María Escudero de la Peña, erudito viajero que nos dejó una magnífica Crónica de la provincia de Guadalajara hoy recuperada en edición facsímil, de la original de 1853, quien nos dice que «En las cercanías de la actual villa de Trillo, en el despoblado de Villavieja, existen las ruinas de la antigua Thermida, cuya reducción a Trillo no se hace difícil, teniendo en cuenta las graduaciones que le aplicó Tolomeo en la parte más septentrional de la Carpetania, rayando con los arévacos de Sigüenza, y su nombre derivado del de Thermos, calor, refi­riéndose a sus famosas aguas”.

 Hallazgos epigráficos

 Aparte de la piedra encontrada por Cabarrús, hoy perdida, sabemos que a finales del siglo XIX el entonces Cronista Provincial, Juan Catalina García López, encontró en la ladera de poniente una gran estela con dibujo y caracteres, que él se ocupó de hacerla llevar al Museo Arqueológico Nacional, donde aún se guarda. La vemos junto a estas líneas. Difícil es su lectura, y nosotros no vamos a tratar de enmendar la plana a nadie sobre este particular, por no ser especialistas. Según nos dicen los que saben de esto, bien pudiera tratarse de una lápida funeraria o de una inscripción votiva de culto al dios Mitra. El señor García López nos decía al respecto que: «hasta que la tradición fue confirmada por una lápida romana que yo recogí en aquel sitio en 1889 y la que dice de esta manera:

 SOL. AVG. V
DIO. G. LIB.
 S.I.

(Soli Augusto Dio Glai libertus solvit libens Imerito)».

Esta lápida es de piedra arenisca, y está rematada en semicírculo. De 70 cms. de longitud, presenta una especie de rosetón en la parte alta, con las letras de 5 cms. profundamente talladas, y que según los más recientes analistas, vienen a decirnos que se trata de una estela funeraria de la segunda mitad del siglo II puesta en su día sobre los restos del liberto Cayo Cornelio.

Más adelante, el propio Layna Serrano visitó Villavieja, y poco antes de la guerra, en 1935, encontró otra gran pieza arqueológica que fotografió, y aunque tampoco se conoce su paradero, el recuerdo ha quedado en los archivos fotográficos del que fuera Cronista Provincial. Se trata de una gran piedra tallada en cuya fotografía Layna escribió de su mano: «Friso romano hallado en el lugar que llaman Capadocia, Trillo«. Sin duda perteneció a un edificio más o menos grande, como parte de un friso, o altar, y es la evidencia de que Villavieja no es un invento de los alcarreños, sino el lugar donde asentó una ciudad de importancia, muy evolucionada a lo largo de siglos y siglos. Un lugar, sin duda, que tiene un gran futuro en cuanto a estudios y excavaciones.

Lo mismo ocurre con la parte que llamamos necrópolis, y que está junto a la ermita dedicada a San Martín, que sin duda fue erigida sobre los restos de un antiguo templo pagano. La zona está muy estropeada por labores agrícolas y expoliada por buscadores de tesoros. Los arqueólogos Izquierdo Benito e Izquierdo Bertiz hicieron en el último cuarto del siglo XX una campaña de excavación que arrojó interesantes hallazgos y permitió sacar conclusiones superficiales. Como nunca se llegó a apostar por el estudio académico de Villavieja y su necrópolis, algunos espontáneos han buscado por su cuenta y han llegado a encontrar tres tumbas de inhumación cubiertas por losas de piedra, apareciendo en sus ajuares elementos de adorno y por supuesto huesos, que una vez analizados por los Izquierdo, y con el conocimiento de las autoridades culturales de la zona, permitieron concluir, por el momento, que aquello podía fecharse en la transición del mundo visigodo al altomedieval y concluyendo que la ermita de San Martín habría sido en su origen un antiguo templo ligado al poblado de Villavieja. Finalizan clasificando la urgencia de los trabajos arqueológicos dado el peligro que presentaba la necrópolis de seguir siendo expoliada.

Los estudios de Izquierdo Benito e Izquierdo Bertiz se publicaron en la Revista Wad-al-Hayara en 1977, y desde entonces no se han hecho campañas en el lugar. Es sin duda importante que se planifiquen, porque el lugar puede dar muchas sorpresas a nada que se excave con método. Hace solamente cinco años, una empresa de telefonía destrozó bastante el entorno para construir un camino que llevara a sus vehículos hasta las antenas colocadas en la cumbre de la vieja ciudad. Este es un caso habitual en nuestro país: empresas de telefonía (no hace falta dar nombres, porque se pasan todo el día, eme que eme, dando la tabarra con publicidad engañosa) que arrasan yacimientos arqueológicos, y luego no tienen un “encargado” que pueda dar explicaciones acerca de una simple avería en las comunicaciones de una ciudad.

El caso es que para los visitantes de hoy, el entorno puede fascinarles por la belleza paisajística, por la estructura de enclave habitacional muy antiguo, y por saber que están pisando, cuando por allí discurran, tierras que durante siglos fueron lugar de habitación, de culto y de promesa de mucha gente, antecesores nuestros.

 Lo que escribe Gómez Ortega sobre Villavieja

En su clásico texto “Tratado de las Aguas Termales de Trillo”, de 1778, el científico Ortega nos dice así de Villavieja: “…Pero no falta quien presuma que ya en tiempo de los Romanos era Trillo una de las mas famosas ciudades de España, discurrien­do con los argumentos siguientes. Al oriente de Trillo, a poco más de una milla de distan­cia, se registra una montaña, que conserva por tradición entre sus moradores el nombre de Villa vieja (…) …se pudiera conjeturar con grande verosimilitud haber estado fundada en la referida montaña la ciudad de Bursada. Habla Plinio en el lib. 3 Cap. 3, de los pueblos Bursorenses, y dice que eran de la España Citerior, y tenían por confines, o aledaños a los pueblos Calagurritanos, y a los Complutenses; y aunque esta noticia no sea suficiente para dar fixa situación a la ciudad de Bursada, sirve mucho para conducirnos a examinar donde la colocó Claudio Ptolomeo en sus Ta­blas de Europa. En la segunda fixa el Mapa de la antigua Provincia Cartaginense, en el qual comprebende dentro de los pueblos Celtíberos a Cesada, que es hoy la villa de Hita, a Ercávi­ca, conocida por la Hoz de Peñaescrita, como lo demostró el doctor Francisco Antonio Fuero en su sitio de la antigua ciudad de Ercávica y también incluye a Bursada que coloca a los 40 grados y 50 minutos de latitud, los quales convienen puntualmente con la situación de Trillo”

* Batanero Nieto, Antonio: Hallazgos epigráficos en el cerro de Villavieja. Trillo (Guadalajara), en «Actas del Segundo Simposio de Arqueología de Guadalajara». Molina de Aragón, 20-22 abril 2006, publicado en 2008, pp. 223-244.

Memoria de Salvador Embid en su centenario

Se cumplen en estos días (concretamente ha sido el pasado martes 9 de Noviembre) el centenario del nacimiento de Salvador Embid Villaverde, de quien muchos alcarreños guardan memoria. Y porque no quede en olvido esta efeméride, que tanto tiene que ver con esta provincia, aquí van recogidos en gavilla algunos recuerdos de este personaje, que durante años, durante decenios, dirigió y dio vida a este periódico “Nueva Alcarria” como presidente de su Consejo de Administración y alma mater de sus páginas, en las que él mismo colaboró habitualmente.

Salvador Embid Villaverde

Salvador Embid Villaverde

 Una breve biografía de Embid

Aunque en el siguiente capitulillo ponga resumida la lista de cargos, méritos y homenajes que tuvo en vida Salvador Embid, aquí deben ir las notas breves de su vida, que él mismo aporta en su último libro. En dos vertientes podría dividirse su vida: en la administrativa y en la informativa. La primera estuvo siempre centrada en su puesto del Instituto de Enseñanza Media “Brianda de Mendoza” del que fue secretario, y en su entorno de actividades pedagógicas y sociales, pues presidió la Comisión Provincial de Becas, y actuó como alma visible de un centro educativo que, no lo olvidemos, durante todos los años de la posguerra fue el único que impartió las enseñanzas medias a los jóvenes de Guadalajara y toda su provincia. Embid fue entre 1934 y 1935 Jefe de Personal y de Magisterio en la Delegación de Educación en Barcelona. Había salido con ganas de comerse el mundo desde su pueblecillo natal, Huertapelayo, a formarse y hacer oposiciones. Después de la guerra se vino a Guadalajara, donde quedó para siempre.

La segunda vertiente se desarrolló en lo que ahora llamamos “Comunicación e Imagen” y que equivale a lo que en tiempos anteriores era “Prensa y Propaganda”. Desde un “Nueva Alcarria” que fue órgano oficial del régimen anterior, accedió a su propiedad en el momento en que se dio opción a la privatización de estos medios. Y a partir de ahí, en unión de sus otros dos socios y amigos, José de Juan-García y Amador Rodríguez Ayuso, pusieron en marcha esta gran empresa que aún hoy sigue y diariamente se aventura desde una perspectiva comercial difícil y con un buen número de empleados detrás.

En ese escaparate que es un periódico de provincias, Embid desarrolló una faceta propia de su sentido cristiano y su moral a prueba de bombas, redactando cada semana un artículo (y estuvo así decenios enteros) en el que comentaba temas de actualidad, y animaba a sus lectores a comprometerse y vivir conforme a un sentido cristiano de la vida. Escribió además tres libros, que eran realmente recopilación de sus mejores artículos, sumados de comentarios de amigos y admiradores. Él presumió siempre de tener “un millón de amigos”, aunque no era, porque no tenía cargo que lo permitiera, de los que concedía prebendas o proporcionaba puestos de trabajo: Embid no necesitaba asesores porque sabía muy bien lo que hacía y lo que convenía hacer en cada momento.

A él le gustaba presumir de sus amigos poderosos: obispos, gobernadores civiles, generales, políticos de la nueva etapa democrática, etc. Era una especie de coleccionista de amigos. No le faltaba ninguno, y si alguno se le resistía, hacía todo lo posible por incluirle en su álbum. Siempre lo conseguía. De ahí que llegó a ver cómo el alcalde Javier de Irízar le dedicaba una calle de la nueva Guadalajara, o cómo le nombraba Socio de Honor el Club “Siglo Futuro” cuando este empezó desde una perspectiva cultural independiente.

Su especialidad, sin embargo, fue la de programar y organizar homenajes a otros: y así fue el primero en conseguir que la ciudad tributara un homenaje en vida a Antonio Buero Vallejo o memorara como correspondía al fraule jerónimo José de Sigüenza, que a fuer de intelectual se vio sumido en un larguísimo proceso de la Inquisición.

Nunca acabaría de recordar detalles así en la vida de Salvador Embid. Que yo calificaría, en un resumen atropellado, de hombre bueno, cabal, amigo de sus amigos, y dispuesto a ayudar a todos.

Con los seleccionados por él mismo de los más de 4.000 artículos que escribió semana tras semana, montó tres libros. En el prólogo al último de ellos, decía: “Pero no todo lo que uno lleva dentro -de amor a su tierra, a sus creencias, a su Dios y a su Patria – puede hacerse y decirse en un artículo… y por esa razón me lancé a la aventura de escribir un libro que titulé: “Mi vida y… ¿milagros?” y que había sido la ilusión de toda mi vida, aunque hube de demorar mi propósito, por razones económicas y por miedo al fracaso y aun por temor a que se considerara una petulancia ante mis escasas experiencias en ese terreno. Y el éxito me acompañó de tal modo, que con gran sorpresa por mi parte, se agotó en muy pocos meses”. A ese título le siguieron “Verdades y ¿Mentiras?” y finalmente “Las homilías de don Salvador” en el que adoptaba ya un papel clásico en vida. Recopilación de sus avatares, Embid deja que sean otros los que atiendan con sus textos a valorar su personalidad, y publica luego sus artículos favoritos con la mención detallada de aquellos nombramientos o distinciones que a él más le había llenado, y que mis lectores podrán componer su personalidad cuando lean cuales fueron estas:
Su pueblo natal le nombró Hijo Predilecto. Esto es algo que a cualquier mortal le llena de orgullo. Quizás lo que más: que el pueblo o ciudad donde ha nacido le considere uno de sus vecinos más ilustres y señalados. En 1990 el Ayuntamiento presidido por Javier de Irízar le dedicó una calle en la zona de “La  Chopera” y finalmente el 7 de mayo de 1993 el Club de Opinión y Cultura “Siglo Futuro” le nombró primer Socio de Honor de esa institución.

Un apunte de Huertapelayo, su pueblo natal

Lejano está, pero no difícil de llegar, porque hoy se han abierto carreteras cómodas y accesibles. La mejor forma de acceder a Huertapelayo es hoy, desde la meseta en que asienta Villanueva de Alcorón y Zaorejas, por una estrecha carretera que va deslizándose entre los pinares, siguiendo un barranco poco a poco más profundo y estrecho, hasta llegar al Tajo. Muy cerca de éste, y entre altísimos roquedales que amenazan con derrumbarse, formando un paisaje pintoresco y único, asienta el pueblecillo de Huertapelayo, rodeado su caserío de espesa vegetación, mon­tuosos paredones de roca, y alegres y múltiples arroyos que bajan hacia el Tajo, al que se accede fácilmente desde el pueblo por empinado caminillo. El lugar sigue hoy prácticamente deshabitado, aunque en verano son multitud de familias las que a él regresan a pasar sus vacaciones, por lo que las casas, Ayuntamiento, iglesia, puentes, plazas, etc. se mantienen bien con­servados. Su aspecto de pueblo serrano es encantador. Su Plaza Mayor, con copuda olma central, es de aspecto inconfundible. La iglesia parroquial es obra del siglo XVII, escasa de elementos artísticos en el aspecto arquitectónico, pues en el muro sur se abre un gran portalón semicircular sin interés, y a poniente álzase espadaña sencilla para las campanas. En su interior resalta el retablo mayor, de estilo churrigueresco popular, obra de fines del siglo XVII.
Perteneció este pueblo, como aldea de mínima importan­cia dada su remota situación, al Concejo y Común de la ciudad de Cuenca, desde el siglo XII en que fue reconquistada a los moros esta región. Luego, durante siglos, continuó en esta situación, siendo prácticamente nulos sus avatares históricos.
Entre las muchas bellezas que el pueblo y término de Huertapelayo encierran, sobresale el túnel excavado en la roca para que pase la carretera o camino que va al pueblo, y el puente de la Tagüenza que comunica con el pueblo de Huertahernando, al otro lado del río; y, por supuesto, la ribera entera del Alto Tajo a su paso por el término, perteneciente al trayecto del «Parque Natural» que como magnífica reserva ecológica, se extiende desde Valtablado hasta Peralejos.

Datos para una biografía

Es también el propio Salvador Embid quien nos facilita la tarea de traerle a la memoria en su Centenario con los datos concretos de su quehacer vital. No porque esta página se escriba desde “Nueva Alcarria” de hoy, sino que debería escribirse en todos los periódicos, emisoras, canales y corazones de quienes sienten Guadalajara como algo vivo y perdurable, sonoro y cálido. Esta es la memoria de este gran hombre:

Perteneció como funcionario del Estado al Cuerpo Técnico-Administrativo del Ministerio de Educación y Ciencia, por oposición, como Jefe de Negociado. Fue secretario del Instituto «Brianda de Mendoza» de Guadalajara durante 32 años, desde mayo de 1939 a septiembre de 1972. Añadió en ese contexto el cargo de jefe provincial del Servicio de Promoción Estudiantil (Becas) durante 15 años. Y sumó el de Técnico de Formación Profesional de Educación y Ciencia, y secretario general de la Junta Provincial durante 15 años.

Muchas otras páginas llenan su biografía, sobre todo relacionadas con actuaciones solidarias con los más necesitados: fue fundador, junto con el doctor Rafael Valle Adaro, director del Hospital Provincial, de la Asociación Española contra el Cáncer en Guadalajara. Colaboró intensamente con UNICEF como jefe de su Gabinete de Prensa, siendo esto mismo de la Asamble Provincial de la Cruz Roja, que le hizo socio de honor de la misma.

Fue Socio de Honor de la Casa de Guadalajara en Madrid siéndole entregado el diploma por el entonces alcalde de Madrid, don Juan Barranco. También Melero de plata y placa de la Casa de Guadalajara en Madrid, lo que llevaba con gran orgullo. Y consejero de Cultura desde su fundación de la Institución «Marqués de Santillana», de la Diputación Provincial. Le fue concedida la Abeja de Oro por la Excmª Diputación Provincial. Fue Presidente del Sindicato de Prensa, Radio y Televisión, por elección entre periodistas y vendedores, en los tiempos de los sindicatos verticales. Recibiendo entonces la Medalla de Plata de la Organización Sindical. Colaboró intensamente con Hermandades del Trabajo Nacional, que le impusieron su distinción de Honor, y aún estuvo muchos años presidiendo la Junta de Cofradías de la capital.

Lo que dice de Embid  la página web de Alcarreños distinguidos

En la página web www.aache.com/alcarrians dedicada a los alcarreños distinguidos, y en la que ya figuran cientos de ellos, de hoy y de siempre, aparece Salvador Embid con este breve y concisa descripción:

Director honorario de Nueva Alcarria.  Nació en Huertapelayo, (Alto Tajo de Guadalajara), en noviembre de 1910.  Ejerció como funcionario del cuerpo Técnico-Administrativo de Educación y Ciencia en el antiguo Instituto de Enseñanza Media «Brianda de Mendoza».
Es autor de numerosos artículos sobre costumbres rurales de su tierra natal y otros de cariz moralizador y filosófico.
El libro de sus memorias que publicó en 1984 se titula Mi vida y…¿milagros?, al que siguió otro a finales de 1992, en linea parecida de recuerdos, de gratitud a sus amigos y de amor a su tierra, que tituló Verdades y…¿Mentiras?
Un nuevo libro titulado Las Homilías de don Salvador completó en 1994 la trilogía de sus publicaciones. Fueron sin embargo miles los artículos que publicó en Nueva Alcarria a lo largo de su vida. Director e impulsor de este semanario alcarreño, su presencia en la vida pública, social y cultural de Guadalajara fue muy señalada en las últimas décadas del siglo XX. Su mensaje, católico y conservador, alcanzó en ocasiones cotas de contenido teológico y doctrinal. Sus más celebrados artículos aquellos en los que contaba las tradiciones de los pueblos de la Alcarria en los años de la posguerra. Un estilo muy propio, coloquial, y una humanidad desbordante es lo que caracterizó siempre a Salvador Embid Villaverde, padre espiritual de todos los pelayos del mundo. Murió en Guadalajara en febrero de 1999.

Detalles románicos en Sigüenza

Aunque Sigüenza posee mil facetas a cual más interesante, será una muy concreta la que nos motiva hoy a viajar hasta ella, a convocar la mirada por sus calles. No hablaremos hoy de sus obispos, del sentido eclesiástico de su multisecular señorío; tampoco de su urbanismo singular, de sus literatos, de la riqueza ornamental que el Renacimiento deja en su catedral. Daremos un vistazo a su sentido románico, de ese que se constituye tras consumar la Reconquista e iniciar su construcción como ciudad y como comunidad, cuando los caminos del Románico español se centran en ella, y hasta ella acuden para conformarla, para darla un aspecto que hoy todavía mantiene en pureza de límites.

Iglesia de San Vicente en Sigüenza

Portada de la iglesia de San Vicente, en Sigüenza

Las iglesias románicas seguntinas

Sería lo principal de esta mirada la catedral seguntina, con su presencia entre fortaleza y templo. Es una de las pocas catedrales románicas que hay en España, antigua y bien conservada, a pesar de tantas reformas y añadidos. Sin embargo, quiero hoy entretenerme y animar al viajero a que se entretenga con otros dos ejemplos, menores, pero igualmente interesantes, en su viaje por Sigüenza: Al menos dos iglesias parroquiales fueron construidas en los primeros años del siglo XIII en la parte alta de la ciudad amurallada. Con una influencia muy marcada de la Catedral, Santiago y San Vicente se alzan con modulaciones propias, pero consiguiendo una belleza esplendorosa en la planta y los alzados de sus muros y estructuras. En breve recordatorio, estos son los detalles de estos templos.

La iglesia de Santiago

En la cuesta de la calle mayor que desde la gran plaza del Ayuntamiento asciende recta hasta el castillo, alineada con el resto de las edificaciones se nos muestra la fachada de este templo, de netas características urbanas y, por lo tanto, muy bien diferenciado del resto de edificios románicos de tipo rural en Guadalajara. Para valorar este templo hay que tener muy presente este dato: trátase de una iglesia ciudadana, hecha para servir de parroquia a un barrio de la parte alta de Sigüenza. Es por ello que carece de muchos atributos de los templos rurales: está incluido en una manzana de casas, y sólo su fachada principal, en la que se abre la puerta de ingreso, da a la calle mayor, mientras que el ábside se alza sobre el barranco del Vadillo, y los laterales se apegan a las construcciones civiles anejas.

Iglesia de una sola nave, dividida en seis tramos, tiene a poniente su fachada y puerta de ingreso, y a levante su ábside y cabecera. Sobre ésta se alza la inconclusa torre de las campanas. Aunque ahora se están haciendo tareas de restauración, esta va muy lenta, y todavía no es posible admirarla como se merece.

Para quien tenga la fortuna de acceder a su interior, cabe explicar lo que verá: la cabecera es lo único que se encuentra cubierto. Por una bóveda de crucería cuyos nervios triples descansan en las esquinas sobre haces de otras tantas columnas, que rematan en capiteles de hojas de acanto. El arco triunfal que sirve de paso de la nave al presbiterio es algo apuntado, descansando sobre columnas pareadas a través de capiteles con tallas de vegetales muy limpias y elegantes.

En ese presbiterio se encuentran, sobre sus muros, abiertos cuatro vanos de medio punto, uno de los cuales inicia la subida mediante escalera de caracol a la torre. Los otros servirían para el culto medieval. En la parte alta de esos muros, se abren tres ventanales, uno en cada paramento. Constan de doble arquivolta decorada con cordón y un recercado moldurado, que apoya sobre columnillas y capiteles vegetales. A su nivel, una cornisa recorre todo el muro a modo de imposta. Añadir que bajo el suelo de esta cabecera se abre una cripta, cumpliéndose con ello en este templo uno de los símbolos del arte románico, el de entroncar la altura divina (torres, espadañas) con lo profundo del tránsito postmortal (criptas, enterramientos). Los muros de la nave ofrecen, tapiados, diversos vanos antiguos que en un nivel alto eran de medio punto, y quizás sirvieron como ventanas, y en un nivel más inferior, algunos rompiendo a los anteriores, eran apuntados, más anchos, y debieron servir como altares ó enterramientos.

El viajero podrá contemplar a su sabor la portada principal, que da a la calle mayor seguntina. Se alza sobre el muro de poniente y aparece inmersa en una profunda bocina, ocupada por siete arquivoltas, cuatro de ellas anchas y otras tres como de segundo orden, más estrechas, separando a las anteriores. La que sirve de dintel arqueado es la más gruesa, moldurada con cordón y escocia, se apoya en pilastras laterales, simplemente molduradas. El resto de arquivoltas se decoran con temas geométricos, de entrelazos, con motivos vegetales muy variados y finamente tallados, recordando de forma nítida la decoración utilizada en la puerta románica de la catedral. Estos arcos apoyan a través de capiteles con hojas de acanto sobre columnas y columnillas que en diverso grosor se proporcionan con las arquivoltas a las que sostienen. En el tímpano aparece tallado un busto de Santiago en medallón, obra renacentista, y sobre el bloque de la portada lucen muy desgastadas pero con restos de policromía las armas del obispo don Fadrique de Portugal, quien al parecer patrocinó obras restauradoras en este templo, a comienzos del siglo XVI. La obra primitiva del templo de Santiago no cabe duda que ha de remontarse a los años del primer cuarto del siglo XIII, en el transcurso del obispado de don Rodrigo de Sigüenza. La restauración y adecentamiento de este monumento capital del estilo románico de Guadalajara es tarea que esperamos concluya pronto.

 La iglesia de San Vicente

 En la parte alta de Sigüenza, en los barrios que rodean al castillo y sobre la que llaman calle Travesaña Alta, asienta en estrecho pasadizo esta iglesia que junto a la catedral y Santiago forma el trío del mejor románico seguntino. Es también un templo urbano, escoltado por todos sus límites de otras edificaciones civiles, y tan sólo dando a la calle por uno de sus costados, concretamente el septentrional, en el que se abre la portada.

Se cobija ésta por un profundo arco de medio punto, muy ancho y elevado, de descarga, que fue realizado con mucha posterioridad a la original iglesia. La portada primitiva aparece muy desviada del eje de ese arco. Consta el ingreso de San Vicente de un vano al que se accede mediante escalinata, cobijado por cuatro anchas arquivoltas prolijamente decoradas. En esas cintas aparecen rosetas insertas en círculos, parejas de hojas afrontadas e inscritas en tallos y un taqueado jaqués, las dos primeras muy similares a la decoración de la puerta norte de la fachada occidental de la catedral, con una innegable influencia mudéjar. El más interno de los arcos de esta puerta es el dintel, arqueado, en arista viva. Todas las arquivoltas descansan sobre capiteles foliáceos, muy esquemáticos en su composición, y estos a su vez en columnas adosadas, excepto la arcada interna, que se apoya en jambas lisas. Sobre la puerta, y también desviada de su eje, hay una talla antigua de la Virgen bajo un doselete de aspecto gótico.

Pasamos al interior, que ha sido no hace muchos años restaurado con paciencia y acierto. Su aspecto es románico pleno, aunque algunos detalles evidencian cierta tendencia al protogótico. Es curioso comprobar, -se ve a simple vista- la irregularidad de la planta de este monumento, de una sola nave, ajustado como está, y condicionado, a los otros edificios que le rodean.

La cabecera, elevada sobre la nave, es de planta rectangular. Se abren los paramentos del fondo y de la epístola en sendos vanos (un óculo y un ventanal) adornados de arquivoltas y chambranas de puntas de diamantes. Sobre el muro del fondo se abre también un arco que tiene grueso baquetón por rosca y que forma una estrecha capillita, con otros dos vanos a su izquierda. Comprobamos también que los muros de esta parte principal del templo son más altos que los de la nave. Quizás se hicieron (ó rehicieron tras un hundimiento) después que ellos. Y se cubren de bóveda de sillar, reforzada con crucería sencilla. Los nervios de esta se apoyan en las esquinas sobre haces de tres columnas con capiteles de decoración vegetal, densa y que recuerda nítidamente a los elementos de este tipo que rematan los pilares de las naves catedralicias. Un arco triunfal, ya apuntado, da paso al presbiterio. Tiene tres arquivoltas y una chambrana adornada de puntas de diamante, apoyando sobre capiteles con hojarascas. La nave se cubre, finalmente, con techumbre de madera, aunque antiguamente la tuvo de piedra, pero se hundió, ya que en los muros vemos columnas en haces que flanquean los soportes de un gran arco fajón apuntado en el centro de la nave. Adosada a la cabecera se alza la sencilla torre.

Y un Apunte sobre la catedral seguntina

No es la protagonista hoy, la catedral, sino el complemento de una visita que busca los elementos románicos más sencillos. Pero siempre conviene visitarla, admirar sus fachadas, especialmente la que da a poniente, la principal, en la que además de sus torres almenadas lucen las portadas de neto estilo románico, con arcos enormes, y en ellos la decoración vegetal y geométrica característica de este estilo don raíces francas.

La catedral seguntina, ara verla con detenimiento, necesita un día entero. Al viajero que acude con prisas, le será suficiente admirar esta fachada, la del sur, frente a la plaza mayor, y vagar un poco por sus naves interiores, en las que admirará lo bien compuesto de sus bóvedas, lo airoso de sus pilares de múltiples columnas adosadas y ristras de capiteles bien tallados. Y, sobre todo, el rosetón que da luz al crucero desde su muro sur, el que da a la plaza. Ese rosetón es uno de los más antiguos –románico puro- de las catedrales españolas. Y por ser toda una excepción, recibirá un admirado vistazo en cualquier circunstancia.