Nobles casas molinesas
Leer la historia del antiguo eñorío de Molina, es adentrarse en la auténtica manera feudal de entender la sociedad, y conocer la expresión de unos modos ancestrales de vida y convivencia. Fruto de la conquista a sus ocupantes árabes, las altas tierras molinesas, desde los miradores sobre el Jiloca hasta las hoces del Tajo, fueron puestas bajo las manos de los Lara, de sus condes don Manrique, don Gonzalo, don Alonso, aquellos que supieron mantener su independencia entre Aragón y Castilla. De su Corte de Caballeros surgieron cuantos iban a constituir, siglos adelante, la nobleza limpia de los hijosdalgo molineses. Su asentamiento en los grandes pueblos de ocupación agrícola y ganaderas, en los diversos sexmos del Campo, el Sabinar, el Pedregal y la Sierra, llegó a dar un aire propio a cada pueblo, y hoy levanta en el visitante, añoranzas y deseos de conocer más a fondo aquellas vidas, cargas de ejecutorias de nobles linajes y orondas golillas, que poblaron sus muros.
El viajero que ande el Señorío va a encontrar edificios verdaderamente singulares y curiosos, todos ellos merecedores de una visita detenida y evocadora. En Mazarete, a la vera de la copuda olma de la plaza, se ve la ya medio desvencijada casona de los López Mayoral. En el siglo XVII fue construida, con elementos lineales y geométricos muy en la línea del momento. Pero puede el viajero divertir su atención observando cuantas extrañas cosas se tallaron en su frontis, sobre la piedra grande del dintel. El nombre del dueño, don Gregorio López Mayoral, los anagramas de Jesús y de María, y luego el cúmulo de atributos de su profesión ganadera: un cayado, una pica, un calderón, dos caballos, dos ovejas, y la gran cabeza de un astado.
Sigamos a Milmarcos, donde varias casonas mantienen imperturbables sus frentes nobles: la de los López Montenegro, en la plaza, frente al Ayuntamiento, con un gran portón de semicircular dovelaje, un magnífico escudo tenido de ángeles y monstruos, y anchos balconajes de hierro bien colado. Aún en el mismo lugar no saludan las antiguas casonas de los López Olivas, de los Badiolas y, en la calle del Jesús, ese magnífico palacio, propio de una real Corte, que en siglo XVII edificio la familia García Herreros, de la que surgió el Inquisidor y Obispo don José García Herreros, y que luego fue ocupada de los Téllez y Liñán, hasta finalizar en la famosa Doña Pepa con cuyo nombre hoy todos en el pueblo conocen este edificio.
Tortuera sorprenderá al viajero con varias casonas de antiguo y rico linaje. Es la mejor, sin duda, la de los López-Hidalgo de la Vega, gentes de numerosas ejecutorias de nobleza desde el siglo XV, grandes propietarios de ganados, siempre radicados en esta villa, aunque de la familia surgieran grandes figuras del pensamiento, la religión y la literatura. Uno de ellos, por mencionar algún nombre, fue D. Diego López de la Vega, Obispo de Badajoz y Coria, mediado el siglo XVII. Es esta casona un colosal y limpio ejemplo de la vivienda nobiliaria en el Señorío de Molina. Portón arquitrabado, rematado en gran escudo de armas. Ventanales simétricos, cubiertos de rejería de la época. Un patio adjunto con tapial rematado de almenas. Al interior, y a pesar de modernas reformas, escalera noble y grandes techos oscuros de madera. Ni rastro ya de pinturas y blasones que cubrían sus paredes.
En el mismo lugar de Tortuera, vemos los palacios de los Moreno y de los Romero de Amaya, gentes de alta prosapia.
Prados Redondos no va a la zaga en casonas solariegas. La de los Cortés de de comienzos del siglo XVI. Un portón magnífico, de semicircular dovelaje, remata con el escudo familiar. Delante de la casa, un patio rectangular con puertas a los extremos. Encerrada en el pueblo, la casa de los Garcés semeja mucho a la anterior, y está magníficamente conservada en sus interiores.
Y acabemos en Molina, la capital del Señorío. El recuerdo de los palacios que cayeron, no hace mucho todavía: el de Obregón, el de los Peyró del Castillo, tantos otros… la presencia digna, magnifica, de otros que aún parecen guardar el hálito conceptista del Siglo de Oro: el de los Motesoro, el de los Funes, el de los Garcés de Marcilla… y, en fin, ese colosal ejemplo de lo que fue el palacio señorial, en el siglo XVIII; el de D. Fernando Valdés, virrey de Molina, con sus paramentos cubiertos de pinturas y escenas relativas a la nobleza de la familia; con su gran portada barroca… y hoy ya lamentablemente desguazado, agredido y violado por quienes desprecian de manera total este testimonio arquitectónico del pasado de su tierra.