Juderías: Y a los cien años resucitó
Mañana mismo, por la tarde, en Sigüenza, se va celebrar un entrañable homenaje a la memoria de uno de los escritores más castizos e importantes que ha tenido nuestra provincia en el siglo XX, y al que, en el centenario justo de su nacimiento, se le quiere rendir aplauso y recuerdo. La Excmª Diputación Provincial de Guadalajara, atenta siempre a lo que supone aliento a la cultura de raiz provincial, a lo que tiene rumor de manantial propio y consistente, lidera esta jornada, en la que tendrán fuerza las voces de Lorenzo Díaz, Javier Sanz Serrulla y quien esto escribe.
Un escritor molinés
Aunque nacido en Madrid, su infancia la pasó en Molina, pocos le relacionan con el Señorío, y aunque dejó un escrito maravilloso sobre su tierra, al final hay que dar la razón a quienes dicen que “nadie es profeta en su tierra”. Fue en Madrid donde desarrolló toda su carrera. Venido al mundo en 1910, cursó la licenciatura de Medicina, en la Universidad Central y el Hospital de San Carlos, aprendiendo el oficio junto al mejor maestro que hubiera soñado: con don Gregorio Marañón, de quien se hizo no solo admirador, sino devoto, propagador y estudioso más allá de la muerte del gran clínico.
Siguió toda su vida trabajando en su profesión, descansando en los tiempos que la administración habilita para ello, en su casa de la Calle Mayor de Sigüenza, pasando largas jornadas y profusas tertulias en la Alameda de la ciudad mitrada. Quedó viudo pronto, y siguió acudiendo a Sigüenza con su hermana, que le ha sobevivido. Él murió en Madrid, en agosto de 1991, cuando en Sigüenza sonaba la fiesta mayor de San Roque.
Sus temas literarios
Alfredo Juderías empezó a escribir porque se lo pedía el cuerpo. Y las aficiones, pues en Madrid vivió siempre en las tertulias literarias de la posguerra, acompañando a gentes como César González Ruano, Federico Carlos Sainz de Robles, Antonio Mingote, García Nieto, Federico Muelas y Gerardo Diego. Muy amigo de quienes hacían cultura en Guadalajara por aquellas épocas, Juderías trabó amistad con José Antonio Suárez de Puga, Fermín Santos, Angel Montero, y Juan Antonio Martínez Gómez-Gordo.
Como siempre pasa, el quehacer y la práctica pronto le soltaron y auparon a un estilo propio en el que, sin haber llegado a dejar una obra copiosa, sí que la tuvo medida, homogénea y atractiva.
Algunas de sus cosas fueron dedicadas a la tierra natal. Así, en 1976 su amigo José Martialay le proporcionó la edición de un breve opúsculo sobre su ciudad natal, titulado así “Molina de Aragón”. Era del mismo corte, pero mucho más breve, que el que había escrito y editado en 1958 dedicado a Sigüenza. El que en homenaje a la figura de su maestro, también tituló “Elogio y Nostalgia de Sigüenza”, que es un libro único, maravilloso, lo mejor que salió de su pluma, en el que apunta un recorrido por la ciudad y por la catedral seguntina, en un lenguaje que parece sacado del mejor de los clásicos, de una novela picaresca, de un entremés cervantino…
Ese “Elogio y nostalgia” de la ciudad en que vive y sueña, es la mejor obra, la más pulida y definitoria de la literatura de Juderías. Quienes la han leído (y no lleva más de una hora hacerlo) la tienen por lucero que guía sus pasos en la vieja ciudad castellana. Nadie debería entrar a ella sin haber tenido entre las manos esta meditación y este llamado de don Alfredo. Debería examinarse de su lectura a cuantos penetren en la catedral, y aquel que no sepa de ella, que no se haya entretenido un rato con sus definiciones a lo Mateo Alemán de enterramientos y lápidas, no debería ser admitido.
La fórmula es repetida por Juderías en otros tres lugares: en Molina de Aragón, por ser su ciudad natal. En Santiago de Compostela, donde con motivo de un Congreso Médico, la Reunión del Collegium Internacional de Radiología ORL, en 1973 le lleva a preparar un recorrido por la ciudad del Apóstol, en ese lenguaje coloquial, ricamente humano, que levanta sonrisas y pide pasos. Finalmente, lo repite en Lourdes, en 1979, dándonos otra lección de conocimiento profundo de un lugar turístico, pero humano, al que él acudía todos los años por colaborar con cuantos se arriman a la posibilidad del milagro en los Pirineos franceses.
También fue poeta Juderías. Dedicó poemas de la ciudad de su amores, a la catedral seguntina, a mil cosas más. Trabajó en la reunión de poemas de médicos compañeros (estuvo activo muchos años en la Sociedad Española de Médicos escritores y Artistas) y publicó la Primera Antología de Médicos Poetas en 1957, en la que inlcuyó cosas suyas, cosas de Martínez Gómez-Gordo, y de Francisco Cortijo, entre los guadalajareños.
De su especialidad no escribió demasiado. Tiene un libro firmado en 1956 y que titula “Sobre la Medicina práctica” en el que apoya la sistemática clínica por encima de cualquier otra, y una “Educación e higiene de la voz” de 1969, con el que varios años se encargó de enseñar a cantar y a usar bien la laringe a los alumnos de la Escuela Nacional de Canto.
En los periódicos de Guadalajara (Nueva Alcarria primero, y Flores y Abejas después) Alfredo Juderías dejó algunos artículos referentes a temas seguntinos. Son difíciles de encontrar ahora, a no ser que se purgue con paciencia la colección completa de ambas publicaciones. Una cosa sí que quedó, el año antes de su muerte, impresa en el nº 12 de la Revista “Abside” que por entonces dirigía y animaba el actual arzobispo de Sevilla, don Juan José Asenjo. En ese número publicaba un “Réquiem de urgencia por el maestro Sebastián de Almonacid” a propósito de las diversas teorías que entonces, como ahora, se mantenían danzantes acerca del autor de la estatua del Doncel. Nadie lo ha llegado a concretar, pero esa visión del escultor medieval, con ribetes renacentistas, que da el salto mortal haciendo la estatua de Martín Vázquez tras tallar otras más hieráticas de Campuzanos y Tendillas, es la que Juderías toma con su cabal sentido del humor y el buen escribir que le caracterizó.
Su pasión por la gastronomía
Entre los temas que más le interesan a Juderías está el de la Gastronomía, la coquinaria antigua. Se decantó por algunos aspectos aún más peculiares de ella, y así produjo la “Cocina para pobres” que le ilustró su amigo Antonio Mingote, y aún anda reproduciendo ediciones. Hizo también un curioso ensayo sobre cocina judaica. Lo tituló “Viaje por la cocina Hispano-judía”, y se lo editó también Seteco. Es de 1990, un año antes de morir, y como me imagino que hizo con muchos otros amigos, me mandó un libro regalado, con esa dedicatoria que me llena de orgullo: “Un libro y un amigo”, A. Juderías.
De todo ello hablará Lorenzo Díaz en su homenaje.
Su ideario marañoniano
En la parcela médica, Juderías fue un seguidor a ultranza de Gregorio Marañón. Se formó con él en el San Carlos, y de él aprendió esa moderna Medicina que puso a la española en la punta de los avances científicos a mediados del pasado siglo. Sobrepasando al puro ejercer clínico de Letamendi, Marañón aumenta la visión del médico, desde la siempre presente clínica, con los avances analíticos, ayudándose de la radiología naciente, de la bioquímica, y de todas las tecnologías que hacia 1950 van apuntando.
En la escuela de médicos madrileña aprendió los rudimentos de la Otorrinolaringología junto al entonces catedrático, Antonio García Tapia, y de ahí también nació su querencia hacia esta parcela quirúrgica del actuar profesional. Tras el impasse de la guerra, volvió a Madrid a ejercer, haciéndolo primero junto a don Guillermo Núñez en la Facultad, y luego por su cuenta, integrándose hacia finales de los años 50 en el equipo constituido en la Ciudad Sanitaria “La Paz” donde junto a Sacristán y Gavilán desarrolló su principal quehacer médico-quirúrgico.
Que no fue demasiado activo, pues Alfredo prefería dedicarse a las tareas de “relaciones públicas”, organización de congresos, y tareas de formación, que siempre ha de haber en un grupo tan numeroso y complejo como el de La Paz. Acudía una vez a la semana a pasar consulta y a operar problemas de su especialidad en la Clínica de “La Antigua” de Guadalajara, habiendo aún personas que le recuerdan en esta tarea, revestido de una gran bata blanca cerrada por delante, como era entonces, en los años 50, tradicional en esta especialidad.
De Marañón aprendió todo, y a Marañón le devolvió su admiración en forma de estudios continuos. Preparó una edición del “Ideario” del clínico madrileño, así como el libro “Marañón, evocación al maestro”, que fue presentado en Guadalajara en 1962. Finalmente, y por encargo de Espasa-Calpe, se dedicó durante más de 10 años a recoger y editar las Obras Completas de Marañón, su obra más consistente, que fue apareciendo en 10 gruesos tomos de 1966 a 1977.
De todos modos, de este aspecto profesional y marañoniano hablará mañana en su homenaje el médico seguntino Javier Sanz Serrulla
Un apunte bibliográfico de urgencia
Para buscar las cosas de Juderías, aquí va un apunte breve, quizás incompleto, pero útil, de su obra literaria. Recuperada ahora, a los 100 años de su nacimiento. En una resurrección a las que nos tienen acostumbrados los escritores. Hay que leerle.
Sobre la Medicina práctica.
Editorial Murga. Madrid, año 1956.
Primera Antología Española de Médicos poetas. (Siglos XV al XX).
Prólogo de G. Marañón. Ed. Cultura Clásica y Moderna. Madrid, año 1957.
Elogio y Nostalgia de Sigüenza.
Idearium de Marañón
Prólogo de F. Carlos Saiz de Robles. Ed. Cultura Clásica y Moderna. Madrid, año 1960
La Medicina y los Médicos en la obra de Marañón
Ed. Espasa‑Calpe. Madrid, año 1962.
Educación e higiene de la voz . Ed. Atika. Madrid, año 1969
Cocina para pobres.
Prólogo de Luis Antonio de Vega (Portada de Mingote) Ed. SETECO. Madrid.
Santiago de Compostela de noche. Ed. Gasa. Madrid, año 1973 (Traducciones al francés e inglés)
Molina de Aragón. Ed. Comisión Provincial de Información, Turismo y Educación Popular de Guadalajara. Año 1977 (Portada de Fermín Santos)
24 horas en Lourdes. Edit.SETECO. Madrid 1979.
Obras completas de Gregorio Marañón (Selección de textos y notas) Ed. Espasa‑Calpe. Madrid. 1966-1977.