Los angeles americanos de Tartanedo
Hoy es noticia, una vez más, Tartanedo, y su patrimonio artístico. Y en concreto la docena de pinturas que representando ángeles se muestran, desde el siglo XVIII, en sendos altares de la capilla de los Montesoro, en su iglesia parroquial.
De su abandono ancestral, pasaron a ser restaurados en Toledo por la Consejería de Cultura, y de allí a ser mostrados, en exposiciones diversas, por la capital de la Autonomía, por Guadalajara y por Sigüenza. Una vez colocados en sus lugares primitivos, resplandecientes en su ambiente de pinturas y santos sobredorados, les ha llegado el momento de su ascensión a la memoria colectiva: a la semana que viene, el viernes 20 de agosto, será presentado en Tartanedo un libro que trata de ellos, que pone en la voz poética de José Antonio Suárez de Puga su glosa, y en el saber hondo de Teodoro Alonso Concha la razón de su existencia.
Una docena de ángeles
Estos ángeles cuzqueños llenan los muros de la capilla de los Montesoro con su fuerza y su serenidad. Son doce figuras pintadas al óleo sobre lienzos, que representan a doce seres angélicos, teóricamente los mismos que forman la corona de la Virgen María, llevando en sus manos y en cartelas o escudos, los símbolos de la Letanía Lauretana. Tienen más, sin embargo, que estos simples detalles enumerados. Tienen la fuerza del arte barroco hispano, pues son sin duda piezas ejecutadas en los talleres de pintura del Cuzco, en las alturas incaicas del virreinato del Perú, y aquí traídas por encargo de un noble y acaudalado ganadero molinés, hace más de dos siglos y medio.
Hay muchas colecciones de cuadros con ángeles en el arte hispánico. Bartolomé Román, en el barroco madrileño, consiguió el sabor de la elegancia en sus representaciones. En la provincia de Guadalajara, son de ver los cuatro arcángeles pintados en las pechinas de la iglesia jesuítica de la Virgen de la Luz en Almonacid de Zorita, y aún se asoman, un poco burdos, en relieve y repintados en la bóveda del crucero de la iglesia de Jadraque otros cuatro sujetos. Por el Señorío de Molina, en remota ermita, quedan otros por ver y estudiar.
Estos de Tartanedo, y ya restaurados, son impresionantes: una joya para el arte provincial, sin duda. Sus formas, sus actitudes, sus ropajes, sus adornos, todo indica que proceden de los talleres de pintura de la ciudad de Cuzco, una de las más importantes, junto con Lima y Potosí, del virreinato del Perú, en el que fue primer mandatario un paisano nuestro, el mondejano Antonio de Mendoza, y por el que luego pasaron otros varios alcarreños, que allí llevaron de ayudantes y funcionarios a gentes de la Alcarria, y de donde vinieron otros, aristócratas y nobles de medio pelo, a vivir en Guadalajara.
La riqueza del entorno, que recibía herencia capitalina de los incas, y se llenaba de ideas nuevas, mezcla de lo indígena andino, lo recién llegado del barroco andaluz, y lo naturalmente crecido de la pujanza criolla, dio un arte peculiar que levanta la admiración de quien contempla sus palacios, conventos e iglesias. Cuzco, la fría y lejana capital del virreinato, dio un estilo de pintura de ángeles que no ha sido igualado por ninguna otra escuela. Y es de ella de donde surgieron, sin duda, los doce cuadros de ángeles que vinieron a ser colocados en los muros de la capilla de Tartanedo. Desconocemos las circunstancias de su llegada, compra, autoría, etc. Pero de lo que no cabe duda es que proceden de allá.
Estos doce ángeles, pintados sobre fondo neutro de grises y ocres, se nos ofrecen en actitudes amables, cariñosas, dulces, como de paso de danza, en andadura sosegada. Sus vestiduras son amplias, rimbombantes, de capas y faldellines, con algunas corazas, botas y rodilleras especialmente hermosas, broches ricos en el pecho, y largos pelos sobre suaves facciones que, a nada que se observen, nos dejan en la duda, en la confusión de sexo e intención que muestran. Todos ellos llevan en su mano un escudo o cartela en el que se pinta una figura tomada de la Letanía de la Virgen, por lo tanto son ángeles que quieren honorar a María Madre de Dios, llevando sus poéticos iconos tomados de los Salmos: “Electa ut Sol”, “Fons signatus”, “Scala Salutis”, “Lilia inter spinas”, etc. Tres de ellos añaden un símbolo, pudiendo ser caracterizados como arcángeles: el principal, el jefe de todos ellos, es Miguel, con vara de mando y gran sombrero de plumas coloreadas. Otro es Rafael, caracterizado por su bordón y su esclavina como arcángel caminero. Y el tercero, que levanta en su mano izquierda un puñado de rosas, se trata de Gabriel. Los demás son ángeles, del montón, ninguno armado, pero elegantes, soberbios, bellos e inolvidables. Sin nombre propio, pero nacidos de la corona de estrellas (doce estrellas) que la virgen María Inmaculada lleva.
Muerte y Renacimiento de los ángeles de Tartanedo
Cuando dentro de unos días se alce de nuevo el telón de los ángeles, y tanto los vecinos del pueblo como cuantos lleguen hasta allí para asistir a este acto cultural que se presenta denso e interesante, los vean iluminados, se darán cuenta de la suerte que han tenido: porque ahora recuerdo que hace 35 años, en ocasión de visitar la iglesia parroquial de aquel pueblo molinés, dedicada a San Bartolomé, acompañado de mi buen amigo Teodoro Alonso, que allí tiene casa, la de sus mayores, pude admirar la capilla del lado meridional del crucero: la que fundaron en el siglo XVIII los Montesoro y Rivas, un linaje de procedencia italiana, que había afincado en la planicie molinesa durante los años de la pujanza económica generada en torno a la ganadería lanera, pude apreciar que allí estaba, como en penumbra, el conjunto artístico barroco más impresionante del templo: en un muro colgaba, medio deshecho, un enorme cuadro representando el Juicio del Rey Salomón (hoy ya restaurado) y en ángulo los muros ofrecían sendos retablos pequeños, uno de San José y Santa Catalina y otro de la Inmaculada Concepción, rodeados hasta la cubierta con pinturas de trampantojo que simulaban grandes retablos barrocos, rematados por los escudos del linaje, y adornados de una telas que mostraban, oscuros, sucios y ajados, doce ángeles de apreciable factura. De aquella visita guardo la fotografía que acompaña estas líneas, en la que se da idea de cómo era originalmente el espacio.
Tras infinitas gestiones, que Alonso Concha llevó con paciencia y buen tino, aquellas telas lograron su restauración, su muestra pública, el aplauso de cuantos las vieron, y su colocación definitiva en el lugar para el que fueron traidas desde la lejana puna.
Aunque no llevan los arcabuces que finalmente se hicieron símbolos de los ángeles cuzqueños, estos tienen el mérito de la elegancia, de haber nacido en un taller de cuidados artífices. Son americanos por un detalle: Aunque todos van descubiertos, su capitán Miguel tiene en lo alto de la cabeza un gorro que culmina en tres grandes plumas, de color rojo, amarillo y azul, que tomadas de los tocados de los mandatarios incas primitivos se transmitieron en fórmulas, rituales y pinturas a las representaciones cristianas. Y esto solo ocurría allí, en América. En la sacristía de Alocén aparece un cuadro de Santa Bárbara a la que han puesto en la cabeza un gorro igual, con las mismas plumas y colores. Viene sin duda del virreinato, es una especie de carnet de identidad.
Para ellos se escuchará en Tartanedo, dentro de unos días, la palabra honda del poeta Suárez de Puga, desgranando los poemas que ha escrito para ellos. Y la del escritor Alonso Concha, que ha llevado años investigando sobre ellos y, en general, sobre los ángeles y sus símbolos.
Imágenes andróginas
Decía José Luis Sampedro en su novela Octubre que “Los ángeles son andróginos castos”. Todos los seres andróginos son, por esencia, castos, puesto que se trata de especies biológicas básicas que poseen los dos sexos, pero no pueden fecundarse a sí mismos. Aunque los ángeles han sido considerados siempre masculinos, al menos en el cristianismo moderno, y sus nombres, especialmente los de los arcángeles, que son los más usados, han sido dados a los varones (Miguel, Rafael, Gabriel y Uriel), no dejan de ofrecer, hoy todavía, una inquietante imagen hermafrodita. Y dado que hay tanta gente, al menos en nuestro país, que no tiene nada qué hacer, no sería extraño que ante la contemplación de estas pinturas se levante de nuevo la bizantina cuestión, clásica en el anaquel de las frases hechas, de tratar en hondura, con amplitud y hasta en Congreso, sobre “el sexo de los ángeles”.
Viene esta disquisición a propósito de lo que, siempre que me paro a contemplar estas pinturas, se levanta entre algunos espectadores que me acompañan: “aunque son ángeles, parecen mujeres”, “es que son ángeles y no tienen sexo”, “es que los ángeles realmente son femeninos”… etc.
El libro que se presenta en Tartanedo
Es una obra interesante y hermosa, salida de la factoría de AACHE, con el patrocinio del Ayuntamiento de Tartanedo, encuadernado en tela de color Burdeos, y todo él a color, mostrando muchas imágenes: todas las de los ángeles, a página entera, y otras que referencian su origen. El título de la obra es escueto: “Angeles de Tartanedo”, y sus autores son muy conocidos entre nuestros lectores: José Antonio Suárez de Puga, que escribe los versos de arte menor en homenaje a estos alados seres, y Teodoro Alonso Concha, quien se encarga de hacer un estudio de sus símbolos (esos elementos que portan y muestran en sus escudos) y aún de la búsqueda del sentido de los ángeles en el arte. A partir de la semana próxima el libro se podrá adquirir en Tartanedo, en Molina, en Guadalajara y en cualquier librería de España donde les guste ofrecer estas publicaciones tan interesantes de nuestra tierra.