Jirueque: Un patrimonio centenario
En la jornada de mañana sábado, Jirueque va a tener la oportunidad de vivir, a medias con Jadraque, un Centenario singular y sentido. Se cumplen ahora (habrá que esperar al otoño para que el aniversario sea completo) quinientos años del fallecimiento y construcción del sepulcro del licenciado Alonso Fernández de la Cuesta, cura de Jirueque, y famoso en los anales de la historia y el arte por haber mandado ser enterrado en una capilla de su iglesia parroquial, bajo un tallado sepulcro de alabastro, que es tan brillante y llamativo que al final ha adquirido el sobrenombre de “el Dorado”.
Jornada conmemorativa
Mañana va a tener lugar un doble acontecimiento: en Jadraque primero, y después en Jirueque, una jornada de estudio y visita turística promoverá el recuerdo de ese personaje y, sobre todo, la importancia artística y patrimonial de su sepulcro.
En el Ayuntamiento de Jadraque tendrá lugar, a media tarde, la conferencia de Alba Marrodán, especialista en escultura funeraria medieval, pasando luego, quienes quieran, hasta el cercano pueblo de Jirueque, donde tendrá lugar el “practicum” de la conferencia, con la visita personal, y la descripción in situ, del enterramiento del eclesiástico.
El hecho de que se cumplan ahora los cinco siglos del fallecimiento y enterramiento de Alonso Fernández es motivo más que suficiente para traer a la actualidad su vida y fundamentalmente el mérito artístico de su enterramiento.
La Asociación Cultural de Jirueque, junto a su Ayuntamiento, han programado una serie de interesantísimos actos, que incluyen conferencias, conciertos, exposiciones, y promoción de esta joya de la escultura gótica castellana. La ocasión está más que ofrecida y tiene la oportunidad de rememorar personajes y hechos, pero, sobre todo, de aprender y admirar en torno al arte de nuestra provincia, que tantas sorpresas guarda todavía.
La escultura de Jirueque
La capilla de San Andrés, en la iglesia parroquial de Jirueque, guarda un tesoro. Es la talla sobre alabastro de un gran mausoleo, exento y situado en el centro de esta capilla que se encuentra a la cabecera del templo parroquial de Jirueque.
Por describirla someramente, diremos que se trata de un hombre, revestido de ropajes litúrgicos, con sotana y amplia casulla de bordes muy decorados. Cubre su cabeza con un simple bonete, del que asoman los flecos de su larga cabellera, en el estilo clásico de los “Reyes Católicos”. Esa cabeza se apoya sobre dos almohadones mientras que entre sus manos sujeta un misal muy voluminoso.
La cama sepulcral presenta decoración esculpida en sus cuatro caras; a los pies aparece la figura de un sacerdote arrodillado sobre un cojín con las manos juntas orando, un bonete delante y la cabeza descubierta mostrando amplia tonsura. A la cabecera aparecen dos angelillos desnudos sosteniendo un escudo en el que se ven dos llaves cruzadas, símbolo del sacerdocio. El costado derecho presenta la escena de la Anunciación, con buenas tallas de la Virgen y el Arcángel, separadas por un jarrón de azucenas. En el costado izquierdo aparecen los relieves de Santa Lucía, arrodillada, y Santa Catalina de Alejandría, más dos escudos similares al de la cabecera, rodeados de corona de laurel. El conjunto se apoya sobre seis leones, atados sus cuellos por cadenas. Y en la pestaña del sepulcro se lee esta inscripción en letra gótica: +Aquí está sepultado el honrado alonso fernandes, cura que fue desta yglesia y las cendejas el qual falesció a quinse dias del mes de octubre, año de mil y quinientos y dies años+, con lo que queda identificado el personaje, sus cargos, y el año de construcción de este monumento.
Tiene en total esta pieza diez figuras humanas (el sacerdote yacente, el sacerdote orante, el arcángel Gabriel, la Virgen María, Santa Lucía, Santa Catalina de Alejandría, los dos angelotes que sostienen el escudo, y dos figuras mínimas de sacerdotes, sobre las pilastras de la cabecera) y seis animales (seis leones, de grandes cabezas, encadenados por el cuello, uno en cada esquina, y dos en el comedio de los laterales). Aún podría contarse como décimonona la figura del emperador Majencio, del que aparece, cortada, la cabeza a los pies de Santa Catalina, vencedora con su virtud de aquel sátrapa.
El aspecto del conjunto es señorial, elegante y espléndido. Las fotografías deben hacerse con objetivos de gran angular, y el espectador se tiene que ir a las esquinas, y casi pegar la espalda contra los muros, para tener una visión de conjunto.
El personaje allí enterrado no ha dejado apenas huella en los anales de la historia. De él se sabe poco más que fue cura del pueblo, y de los tres Cendejas (de la Torre, de En Medio y del Padrastro) y que fue beneficiado del Cardenal Mendoza, con relaciones económicas y patrimoniales en Cogolludo, de donde sacaría el material para hacer su sepulcro. El cual debió ser hecho, según la teoría de Alba Marrodán, en vida del eclesiástico, por su encargo personal, tras haber elegido al escultor, al que conocería de otros trabajos similares por la diócesis, y que no tuvo problema al retratar a don Alonso aún en vida. La leyenda en la pestaña, señalando el día de su muerte, se tallaría después.
Otras esculturas parecidas
En la provincia de Guadalajara y en el entorno de la diócesis de Sigüenza, quedan todavía algunas muestras escultóricas, basadas singularmente en enterramientos de eclesiasticos.
Son de una parte del del cura de Pozancos, don Martín Fernández, hoy en mal estado pero sin duda similar a la del hombre de Jirueque. Despiezada, llevados aquí y allá sus elementos constitutivos, la estructura original fue similar. Y lo mismo puede decirse del enterramiento catedralicio de don Marcos Ruiz de Peregrina, hoy en la oscura capilla de San Marcos en la catedral. Protonotario apostólico y maestrescuela de Burgos, a su muerte en 1497 fue colocado su cuerpo tal como había dispuesto, en un suntuoso enterramiento en el centro de la capilla. La necesidad de espacio, forzó tiempo adelante a desplazar este sepulcro, diseñado para ser exento, a un muro de la capilla, ajustando estatua y relieves como Dios dio a entender a los reformadores. Desacoplados están de una parte el bulto corporal, de otra sus escudos, los del Cabildo, las tallas de Santa Catalina y San Marcos, algún león que otro, etc. Todo en el mismo estilo y contexto que las otras estatuas.
Un seguntino en la piedra de Ciudad Real
En Ciudad Real se puede visitar (lo hemos hecho la pasada semana, a propósito de un Congreso) la capilla y enterramiento de don Pedro de Coca, en la iglesia de San Pedro. Un poco anterior a la estatua de El Dorado, pero posiblemente salida del mismo taller que ella, es el sepulcro de este personaje que fuera chantre en Ciudad Real después de haber sido contador de los Reyes Católicos, canónigo en Sigüenza y, con toda seguridad, paniaguado y colaborador del Cardenal Mendoza.
Este sujeto creó en sus mandas testamentarias un gran complejo artístico que a su muerte debería ser construido y anexado a la iglesia de San Pedro, en la que entonces era todavía una sencilla ciudad en medio de la llanura manchega.
Sobre el muro sur del templo, se abrió hueco y se levantó enorme la capilla, que al exterior tiene unos torreones semicirculares adosados en las esquinas, y un viejo escudo tenido de un guerrero en lo alto del muro, junto a la entrada sur del templo.
En el interior, la capilla se abre por medio de una puerta solemne y grandiosa, cobijada por arco semicircular muy elevado. En su interior, a la izquierda y como cabecera de la misma, aparece un gran retablo tallado sobre alabastro, con estructura y detalles góticos, que deberá ser analizado para ponerle en contexto de la escuela gótica seguntina de escultura. Era este, sin duda, el eslabón que faltaba para poner en conexión estilística los enterramientos que por iglesias de Guadalajara existen, y el taller que los generó: en el retablo todo es del siglo XV finales o principios del XVI: a excepción de la imagen de María, moderna, lo demás se conserva con pulcritud rigurosa: escenas de la Vida de Cristo, culminadas por un calvario, protegido el todo por una escocia en la que surgen continuos los escudos heráldicos del personaje (un árbol escoltado de dos leones rampantes).
En el fondo de la capilla, aparece el enterramiento del chantre: sobre una cama adosada al muro, y en cuyo frente surge una pareja de pajes que sostienen y muestran el emblema heráldico del eclesiástico (en todo recuerda, -postura y elementos- al Doncel de Sigüenza) está la figura recostada y revestida del eclesiástico. Sus ropas se parecen enormemente a los de El dorado de Jirueque. Su cabeza, clavada a la de este, a la del cura de Pozancos y a la del chantre Ruiz de Peregrina en la catedral seguntina. A los pies del personaje, un pajecillo que parece salido de la corte de Isabel y Fernando, con las piernas dobladas apoyando la cabeza en una mano, medita y llora al difunto. Y leones a los pies, leones encadenados. Una vez admirada la composición, uno se queda convencido de que esta estatua ha salido del mismo taller, de la misma mano, que tantas y tantas de Guadalajara, incluida la de Martín Vázquez en Sigüenza, la del caballero Campuzano en San Nicolás de Guadalajara y la del Dorado en Jirueque.