La Ruta del Pedregal

viernes, 26 marzo 2010 0 Por Herrera Casado

Seguimos por Molina, recorriendo sus mil caminos. En esta ocasión, propongo dirigirnos al extremo más oriental del Señorío, que es también el más cercano a Levante de toda la provincia: la sesma del Pedregal, limitada a oriente por una pequeña cordillera, la Sierra Menera, cuyo corazón es de hierro (bien lo saben en Ojos Negros y en Setiles) y desde donde se divisa media España, porque está en lo más alto y en lo más céntrico de ella.

En Molina cabe hacer muchas cosas en cualquier fin de semana que, de cara a la primavera, se prepare un viaje tranquilo por ella. Desde comer estupendamente en un buen restaurante de la capita del Señoríol, hasta trepar por las rocas y subir al castillo de Zafra, o ir contando los pairones que se esparcen por término de Tordesilos, y aún alcanzar las sierras más abruptas de Checa y Orea, dos de los pueblos más altos de España, más fríos y más hermosos en sus paisajes redondos y solitarios.

Iglesia parroquial de Tordesilos. Interior, recientemente restaurado (Fotografía de J.A. Tolosa)

 Entrando desde Aragón

Para los que a Molina llegan desde Aragón, la primera  tierra que se ve es la sesma de El Pedregal, en la que puede pararse a contemplar el pueblo que lleva este mismo nombre, de antigua historia aunque de moderna estampa, y El Pobo de Dueñas, cuyo conjunto urbano nos habla de tiempos antiguos, y donde podemos admirar la iglesia parroquial, en la cual se conserva el  enterramiento del obispo don Gil Manrique, natural del pueblo, que alcanzó a ser Capitán General y Virrey de Cataluña. Su imagen yacente está tallada en piedra con su figura revestida de episcopales galas. También aquí deberá el viajero entretenerse en admirar su fuente pública, ya en el camino de Setiles, y varias casonas molinesas, entre las que destaca la que fue de los Manrique, con portada  adovelada y escudo de la familia, aunque de ella quede solamente el portón y el escudo, medio troceado. De otras casonas que hubo, apenas queda nada: la del obispo (que sería casa curato, con un cáliz tallado simplemente sobre el dintel pétreo), y la que ahora es Ayuntamiento, a la que pegaron en su día el frontón para jugar a pelota mano. Su fuerte color rojo en cualquiera de las arquitecturas, y su grupo, todavía indemne, de parideras a la entrada de la villa, le hacen superinteresante de visitar.

Los pueblos de Sierra Menera

Por estar tan distantes de la capital, aunque las gentes que aquí viven saben que quienes están lejos son “ellos, los otros”, apenas son conocidos estos parajes molineses. La Sierra Menera es un colosal conjunto orográfico que merece ser conocido. Cuajada en su interior de mineral de hierro, fue explotado desde tiempos prehistóricos hasta hace 23 años en que se cerró por completo esta industria extractiva, cesando el tren que llevaba el mineral hasta Sagunto, y cerrando casas, comercios y demás… ahora en Aragón, en la vertiente turolense de la sierra van a crear el Parque Cultural de Sierra Menera, que devolverá algo de vida a la zona con aporte de turistas. En la vertiente molinesa nada, apenas si queda nadie en sus pueblos (Setiles, Tordesilos) y de ellos pocos se acuerdan, excepto para llenarles, como lo han hecho, los pintorescos montes de molinos de viento para producción eléctrica. Una “monada” que a nadie parece disgustar. En la provincia de Teruel se están moviendo. No hay más que visitar su página web: http://www.xiloca.com/xilocapedia/ para ver los proyectos.

Pero desde aquí animo al viajero a que ponga rumbo a Setiles. Es un lugar que enseña con su prestancia la antigua riqueza que le dieron las minas de hierro. Conserva una iglesia parroquial de moderna reconstruc­ción, con una torre en la que el tejado es de coloreado esmalte, como en el cercano Aragón, y un soberbio retablo barroco. Y por las calles y plazas van sorpren­diendo, en repetida turbulencia de formas, volúmenes e historias,  los diversos palacios o “casas grandes” que la hidalguía y los ganaderos de la tierra erigieron allí en pasados siglos. Yo recomiendo no dejar de admirar la casona fortificada de los Malo, obra reformada del siglo XV. Es este un edificio que muy alterado a lo largo de los siglos, muestra aún la esencia de la arquitectura semifortificada de la Edad Media: fue don Garci Malo quien la construyera en aquellos tiempos, con dos fuertes torreones en su frontal, rematados en almenas. Luego, en el XVIII, le pusieron una portada imponente, consistente en vano rodeado de varias molduras, incluyendo en ellas figuras geométricas y extraños animales tallados en piedra. En la parte superior y protegido por una moldura triangular está el escudo, la clásica insignia heráldica de los Malo: un cordero místico acompañado de dos leones, sobre la rueda de Molina de sus más antiguos poseedores. El interior, conserva el patio de armas, desde el que se distribuyen las habitaciones y espacios. Un verdadero castillo en medio del pueblo.

Y de las otras casonas que conviene mirar en Setiles, destaco la que allí llaman del tío Pedro y la tía Braulia, que tiene tallada en su fachada la fecha de 1752, y en la que conjugan perfectamente las piedras y los yesos de material rodeno, dándole un juego de rojos y de molduras que la hacen expresiva de la singular arquitectura noble molinesa. Magníficos ejem­plares de rejas y de hierros trabajados a mano en las antiguas  herrerías del pueblo, se ven por doquier.

Llegamos luego a Tordesilos, otro pueblo del Pedregal con verdadero interés y curioso patrimonio. Aquí destaca el número de pairones que cubren como una lluvia de piedra todo el término. Hasta una docena de ejemplares nos muestra José Antonio Tolosa en su página web de Infomolina (http://www.infomolina.com/), y que puede ser motivo de una excursión monográfica para quienes buscan admirar estos elementos tan característicos del arte antiguo molinés. Es muy hermoso el de San Antonio, a 100 metros del casco urbano, junto al antiguo camino a Orihuela del Tremedal. Ya se sabe que estos pairones se colocaban en los cruces de caminos, como señales de tráfico que sin embargo heredaban virtudes ancestrales de culto a los muertos. Otros espectaculares son los de El Aurero, dedicado a Santa Bárbara; el de las Ánimas, con su azulejo que las representa y una pequeña cruz de hierro “menero”, y el de la Virgen del Pilar, del que acompaño fotografía que tomé personalmente hace 40 años, aunque hoy está reconstruido perfectamente. Lo mandó hacer Domingo Cortés por haber salido indemne de la Guerra de Cuba. Hoy se ha llegado, aquí en Tordesilos, a levantar un pairón conmemorando las bodas de plata de un matrimonio (el de  Andrés Sánchez y María Isabel Company) que lo mandaron hacer nuevo, en lo alto de un cerro rojizo junto a la salida del camino que lleva a la villa turolense de Rodenas, en el año 2002, dedicándolo a San Andrés. Como digo, un motivo de curiosidad que merece emprender el viaje a Tordesilos, “a ver pairones”. Aparte de ello, la iglesia del pueblo merece también una visita, con su reciente restauración que le ha devuelto la elegancia popular de sus colorines en bóvedas y columnas y, sobre todo, el grandioso retablo mayor, obra del artista molinés Miguel Herber, en el siglo XVIII, obra espectacular y que nos permite reamigarnos con el barroco, al menos con este de los pueblos perdidos de la España profunda. En Tordellego destaca la iglesia parroquial, con su profusión de retablos barrocos que compensa el viaje. En Piqueras el viajero se quedaba sorprendido, hace años, del popular empedrado de su calle mayor. Empedrado que ya ha desaparecido, engullido por la modernidad y el necesario paso de los vehículos de motor por las calles de estos pueblos.

La parte norte del Pedregal

Hacia la parte norte de la sesma, nos dirigiremos a Hombrados, donde el viajero parará en la plaza y  allí se entretendrá en valorar el equilibrio arquitectónico de la casa de los González Chantos‑Ollauri, típica construcción hidalga molinesa; así como también la ermita barroca, con detalles  populares, de la Soledad. Siguiendo por su prados adelante, llegará hasta el castillo roquero de Zafra, que ahora a partir del próximo mes de mayo, libre ya de nieves y barros el entorno de la sierra de Caldereros, se dejará admirar como un bastión guerrero salido del ensueño.

Otras casonas podrán admirarse en Castellar de la Mue­la, cuya iglesia guarda abundante muestrario de altares y cuadros  barrocos, y en Tordelpalo, donde queda el solar, edificado, y muy representativo, de los Cienfuegos, casona puesta al lado de la carretera N-320, que a muchos hace parar por admirar el equilibrio de una casa grande molinesa cuajada de escudos y memorias.

Bajando a Anchuela del Pedre­gal se encuentra el viajero con un pairón interesante, y en el mismo pueblo la ermita de San José, obra de encanto popular, y «naif» como pocas. Prados Redondos ofrece tema para una visita  detenida: al llegar a la plaza, destaca como edificación curiosa  la «torreta» o predicatorio que alzaron en el siglo XVI para mostrar al numerosísimo gentío que hasta allí acudía «las Santas Espinas» que esta parroquia posee. En la iglesia, que es obra buena barroca, destaca el gran altar mayor, del mismo estilo, con profusión de tallas y pinturas. Por el pueblo se reparten varias casonas de genuino estilo molinés, como las de los Cortés, Garcés de Marcilla, Sendín y varias más. A la salida hacia Anquela del Pedregal ‑donde solo merece verse la portada de la iglesia‑ se admira una bonita fuente del siglo XIX. Chera, junto al río  Gallo, enseña el caserón a medio derruir del marqués de Santa Coloma. Y, en fin, Castilnuevo, en el mismo curso de agua, está  marcado por la silueta y la historia de su castillo, que perteneció primero a los Lara, condes medievales del territorio, y luego a los Mendoza molineses, llegando a decir algunos (la estructura se parece a lo que en el libro se relata) que aquí situaría Cervantes los capítulos de la “Insula Barataria” de su universal historia de Don Quijote y Sancho.

Yo creo que con lo dicho, tiene el viajero suficiente bagaje para ir entreteniéndose por estas trochas de Molina, las más alejadas de todos, las más puras y ciertas. Los caminos del Pedregal, secos y fríos, vibrantes de historias y densos de piedras talladas, de retablos, de horizontes abiertos.