La Fuente de Abajo, en Fuentelencina
Ha servido el fin de semana, apacible y primaveral en sus perfiles, para volver a la Fuente de Abajo, en el vallejo que a mediodía de Fuentelencina, acabado de nacer, va ahondando las tierras y los olivares y va dirigiándose, con aguas y huertas, hacia el ancho camino del río Arlés, que desde Alhóndiga bajará al Tajo pasando antes por Valdeconcha y frente a Pastrana.
Viajar por la Alcarria reserva sorpresas a todos, a los que se la conocen de punta a cabo, y más aún a los que la visitan por primera vez. Por eso es tan recomendable echarse a andar por las trochas de la Alcarria, a descubrir maravillas, porque las hay en cada rincón. La mañana de recién estrenada primavera, soleada y tibia, invitaba al viaje por los valles de Alcarria. El rumor del agua es el que atrae al viajero, que al llegar a Fuentelencina, camino de Pastrana, decide seguir las indicaciones que el Ayuntamiento ha puesto en la carretera, y que dicen “A la Fuente de Abajo”. Con facilidad, y en coche, se llega al primer vallejo que por levante rodea a esta importante villa que en la Edad Media, y aún después, tuvo señalado papel en los anales alcarreños. El lugar es indiscutiblemente hermoso. Un recóndito y suave valle en el que los árboles, infinitos, están ahora con sus verdes capullos arrancando brillos: las acacias copudas, el enorme juego de las ramas de la noguera, los chopos estilizados.
Promete ser grandiosa esta primavera. La tibieza del aire y el celado azul sobre los bordes de la costanilla cuajada de olivos, dan fe de ese mensaje seguro. Se oye el agua, cayendo de caños, rodando por piedras, borboteando en sumideros. Encima, muy cerca, las últimas casas del pueblo. Nadie canta ni grita, la naturaleza es solamente rumor de agua, y el viajero la escucha. Una fuente monumental, la “Fuente de Abajo”, llena el paisaje de muros, caños, acequias, lavaderos, bolones y espaldas de sillar calizo.
Una fuente de piedra
Sale el agua de una veta del nivel freático que hay junto al pueblo, en una cuesta que le cerca por levante. Nunca se seca, y su caudal es muy abundante. Tanto, que necesita seis grandes caños para salir entera. Se construyó con un muro de piedra sillar en el que a trechos de casi dos metros se espacían las cabezas de león talladas de cuya boca sale el chorro de agua. Cae el líquido mineral sobre unas oquedades talladas que permitirían en su día asentar los cántaros. Y del gran pilón delantero donde se recoge el agua de los seis leones se va por un gran caño y canalillo hasta un estanque enorme, un lavadero que finalmente desagua para seguir su camino de arroyo que bajará hasta el río Arlés, que está como a media legua de este lugar, valle abajo. Sería un gozo ver el movimiento de aquel espacio, hace siglos, o no tanto: hace solamente cincuenta años, en que el agua todavía no había llegado a las casas. Allí las jovencitas bajarían con sus cántaros a recoger el agua de los leones.
Y allí las mujeres con sus tablas, jabones y enormes cestos lavarían las ropas y las pondrían a secar luego. Un bullicio de féminas cada día, y un mirar de varones por las cuestas, entre los árboles, allí sentados en las grandes piedras grises que escoltan el rumor y la sombra. La fuente es muy antigua, está allí, y es aprovechada, desde que Fuentelencina es lugar de común habitación de gentes. Las Relaciones Topográficas que los del pueblo mandaron a Felipe II en el siglo XVI, ya nos dan constancia de su existencia y uso. Decía así el punto 23 de la Relación: Como dicho es, en esta Villa no hay rios, ni en el asiento de ella fuentes, ni pozos, ni género de agua; pero en lo bajo de la Vega hay dos fuentes, la una la fuente suso, ques á tiro de arcabud; la otra la fuente la Canal, ques á tiro de piedra, de donde copiosamente se proveen de agua los ganados é Vecinos; y del agua dellas se riega la vega hasta el fin de la alameda, ques casi á media legua, y se sirven los lagares del aceite que están allí cerca, é se hace el servicio de las tenerias como se dirá adelante.
A la fuente de suso es a la que nos estamos refiriendo, la Fuente de Abajo como hoy la llaman. El valle minúsculo en que se enclava, la vega abundante y generosa, también es motivo de descripción, cariñosa, vital, en esta Relación antigua. Así decían poco antes, en el punto 21 de la misma: En esta Villa, á un tiro de piedra, hay una Vega donde se cogen algunas frutas y hortaliza en abundancia, y empieza una alameda por la Vega muy hermosa, y de las cosas más notables que hay en Castilla, porque hay dos caminos en cada orilla de la Vega y ambos van cubiertos de álamos negros, ú olmos que duran media legua pequeña, y por el uno puede ir un carro hasta salir de la alameda, y por el otro hasta la tercia parte del camino, y lo restante es angosto el camino; y en lo hueco de la Vega hay huertos, cañamares, é árboles frutales, y otras alamedas de salces é olmos, cosa muy fresca é de mucha delectacion; no hay ningunas pesquerias. Después de siglos, el Cronista Provincial don Juan Catalina García, analizando la historia de nuestros pueblos, se fijó en este de Fuentelencina, y escribió, poco, pero algo dijo, en esta fuente, de la que escribe en los Aumentos de las referidas Relaciones: Notable por su aspecto de grandeza y por la abundancia de sus agua es es la fuente principal, pasando luego a describir el también solemne y hermoso edificio del Ayuntamiento de esta villa. En su Catálogo monumental de la Provincia, sin embargo, se detiene con gusto en la iglesia y su retablo, pero nada dice de la fuente. Y es indudable que, al hablar de patrimonio, de monumentos, de heredada riqueza arquitectónica, la “Fuente de Abajo” de Fuentelencina es un elemento del que nadie puede olvidarse. ¿Sería su autor Alonso de Covarrubias? Seguro que no, porque tan grande arquitecto no se paraba a estas minucias, pero quien quiera que fuese el autor de tamaño elemento, lo mismo que otras de la Alcarria (recordar aquí las de Albalate, o Solanillos del Extremo) puso todo su saber, y toda la magia del uso de ese mineral que sigue siendo la esencia de la vida, el agua.
Otras fuentes de la Alcarria
En la Alcarria, y en un espacio relativamente pequeño en torno a Fuentelencina, hay enormes y fantásticas fuentes, elementos que fueron trascendentales en la vida de los pueblos, porque solo de ellas se podía abastecer cómodamente la gente para su bebida, sus guisos y sus necesidades de riegos y limpiezas. En Tendilla hemos visto la que llaman “fuente de los condes”, porque lleva estampados en la frente las armas heráldicas de los Mendoza. Está allí, monumentalmente tallada, desde el siglo XVI, generando su fuerza metálica de transparentes ruedas.
En Pastrana, una pequeña plaza, que en tiempos fue mayor, y de mercado, alberga la fuente de los Cuatro Caños, que es la más conocida de la media docena de fuentes que tiene la villa de la Eboli. Hecha también en el siglo XVI, por arquitectos de talla, se mantiene hoy espléndida tras su restauración reciente. El agua sale, en esta ocasión, por caras de viejos que son vientos o puntos cardinales. En Albalate de Zorita, junto al camino antiguo, hoy carretera, está la gran “fuente del perro”, modelo de ingenios acuíferos, que en su frontispicio de elegante piedra dorada tiene tallado el escudo heráldico de la villa, una cruz de piedras preciosas, escoltada de un perro que la encontró escarbando junto al río. Muy cerca, en Almonacid, nos asombra “la Fuente Vieja”, otro elegante ejemplo de utlidad acuosa. Y en Fuentenovilla (además lleva en el nombre su importancia acuosa) a las afueras está la grande con depósito de piramidal remate, escudos y tallas de vírgenes togadas, centrando otro precioso espacio húmedo y sonoro.
Como este es un año de abundantes lluvias en el otoño y generosas nieves en el invierno, bajan las fuentes ahora cargadas y rientes. Merece la pena echarse a viajar por la Alcarria y buscar estos rincones, como olvidados de todos, pero latientes de espíritu, de cargada historia, de belleza ambiental. En el silencio de la mañana, el agua que rompe la piedra en Fuentelencina ha despertado al viajero de un largo sueño. Se ha dado cuenta que, otra vez, como siempre, el mundo que le rodea sonríe sin recurrir al chiste. Solo porque amanece, y el aire se mueve y le llaman brisa.