Pastrana cubierta de miel
Han llegado otra vez los días de risas y miel. Han llegado a Pastrana, en el corazón oloroso de la Alcarria. Frío aún, pero vibrante está el aire. La Feria Regional Apícola, en su 28ª edición, desembarca entre la blanca panoplia de su plástica carpa, en l aplaza de la Hora, todavía con el rumor de las sedas de la Eboli y la incierta duda de la heterodoxia de sus habitantes, los del siglo XVI, que fueron pioneros en eso de dudar de todo, hasta de la Religión Católica. Tanta historia, y tanto arte son el mejor marco para encuadrar esta impresionante muestra de la economía y la realidad alcarreñas.
El palacio, renaciente y renaciendo
El monumento más alto, más ancho y cuajado de historias que hay en Pastrana es el palacio ducal. En el que vivió y murió doña Ana, en el que estuvo Santa Teresa, en el que soñaba Felipe II su amago imposible de presidir el mundo desde un empinado olivar. Este palacio ducal de Pastrana ofrece su monumental fachada, de dorada piedra severa, de portalada clásica con escudos, y en el interior, tras el patio acristalado y valiente, los salones que parecen abrir la sima del tiempo bajo sus artesonados de madera cantarina. La Universidad de Alcalá, con la ayuda del ministerio de Fomento, lo ha restaurado, con la intención de darle vida. Nada menos que 1.400 millones de pesetas se han invertido durante los pasados años para poner en funcionamiento (hospedería, centro cultural, museo) esta casona tan singular, tan alcarreña. Todos sabemos lo fuerte que era esta apuesta, y por eso la aplaudimos en su día, y nos sumamos a ella. Hoy, hace ya varios años, la restauración se ha concluido, y el palacio ha quedado cerrado, excepto para reuniones como esta Feria Apícola, y algún que otro acto cultural veraniego y aislado.
La calle mayor de Pastrana está siempre en sombra: los pasos resuenan entre los muros, bajo los aleros. Hay un balcón, muchos balcones tristes tras los que alguien mira con pesar. Hay humedad y silencio. Pero pesa tanto la historia de esa calle, que no me canso (yo al menos) de recorrerla una vez y otra, subir y bajar, mirar a los muros, mirarme adentro.
Se llega al final donde está la Colegiata, y el Ayuntamiento. En la primera, hay también solemnidad de alturas, gozo carmelitano. En su altar, la oscuridad de Jimeno. Las santas barrocas de seda y talismanes. El San Francisco de la cruz roja y mistérica. La Asunción sobre el ágata, brillante como si tuviera el sol entre sus vetas. Y en el Museo, la gloria del hilo y la cochinilla. Los seis tapices que cuentan la victoria de Alfonso, el rey portugués, sobre los moros de Tánger, de Arcila, de Alcazar Seguer… el barullo de sus soldados, la estridencia de sus trompetas, el bramar del agua contra los bajeles. Pastrana tiene en su Plaza de la Hora, en su calle mayor, en el Museo de su Colegiata, una mano abierta que se te pone sobre el pecho y casi te ahoga. Es realmente hermoso este lugar.
Pasos por Pastrana
Para el visitante que recorre con parsimonia esta villa de la Alcarria, no se acaba nunca la sorpresa: la contemplación, uno a uno, de los monumentos más señalados permite seguir el paseo, tranquilo y dispuesto a recibir sorpresas, por las calles, callejas, plazas, rincones, pasadizos y fuertes cuestas que la villa tiene. En esos lugares, anónimos o con nombres evocadores, está también el encanto y la monumentalidad de esta población. Que si tiene el apelativo de principesca por su historia, demuestra luego ser campesina, letrada, carmelita y artesana por sus cuatro costados.
Pastrana sólo puede descubrirse andando una por una sus calles y plazas. Hay algunas zonas que recomendamos no perderse. Así, el llamado barrio del Albaicín, donde tradicionalmente se dice vivieron los moriscos que, en gran número, trajo de las Alpujarras a su villa ducal don Ruy Gómez de Silva. Allí pusieron sus casas y talleres estos individuos, dedicados durante largos años al trabajo de la seda. En este mismo barrio tuvo casa, viviendo en ella y escribiendo algunas de sus más famosas obras, el dramaturgo Leandro Fernández de Moratín.
La calle de la Princesa de Éboli, ó Calle Ancha por la que se entra a la villa, ofrece un buen conjunto de edificios populares, destacando entre ellos el gran Palacio Viejo de antigua portada gotizante y cuestudos jardines que pronto se cuajarán de lilas. En la Calle Mayor, que desde la Plaza de la Hora asciende suavemente hasta la Colegiata, también abundan los buenos ejemplos de construcciones reciamente alcarreñas, con planta baja de mampostería ó incluso sillar, planta alta de revoco en yeso, y tinados con galerías cubiertas bajo los pronunciados aleros. Se ven escudos de armas por los muros y en los interiores frescos y oscuros se paladea la poesía conceptual de otros siglos.
En la plaza de la Colegiata destaca el edificio del Ayuntamiento, que guarda estrictamente su antigua apariencia, que no es otra que la de un gran caserón revestido en su fachada del clásico aparejo toledano con sillarejo y alternando con anchas hiladas de ladrillo. En el muro frontal se empotra un antiguo escudo municipal del siglo XVIII tallado en piedra. Ese escudo, timbrado de corona ducal y adornado de múltiples lambrequines, ofrece como en sintético emblema la historia de la villa. En el cuartel primero, una letra P cruzada de una banda y escoltada de dos flores de lis; en el segundo cuartel, una cruz, una calavera y una espada, símbolos de hermosa leyenda que dice que Pastrana está dispuesta a defender la cruz con la espada hasta la muerte. También en esa plazuela, y frente a la iglesia mayor, se ven unas antiguas casas de alta galería abierta con arcadura de ladrillos, que pertenecieron a los clérigos capitulares de la Colegiata.
Los nombres del Heruelo, del Almendro, del Pilar, de las Animas (estos últimos en el barrio alto del Albaicín), de la Castellana, de las Siete Chimeneas, de las Monjas, etc. son algunos de los que sirven para nombrar las estrechas y frescas callejas pastraneras. La cuesta de la Castellana, muy pronunciada, también ofrece un precioso panorama de alcarreños perfiles. Es, en definitiva, todo un apretado conjunto de espacios urbanos que definen de magnífica manera a esta villa tan reciamente hispana que es Pastrana.
Serán estos días de Feria Mielera que van entre el 5 y el 8 de marzo los que permitan a cientos, a miles de curiosos, volver a Pastrana, o descubrirla. Será esa voz que no se dice la que les hablará. La voz del hidalgo pobre con golilla, la de la gitana que arregla cacharros de cobre, la del maestro de primeras letras que sabe rígidamente latín y lo enseña con un mimbre fino. Una Pastrana de siempre que está abierta, para ti, lector. Abierta y palpitante. Dulce de mieles.
Propuesta de lecturas
La última publicación sobre Pastrana es el libro que firma Esther Alegre Carvajal, y edita Meral, cuajado de fotografías de gran tamaño. Es parte del primer tomo de esa “Tierra de Guadalajara” que ha editado Diputación y que el pasado jueves 26 de febrero se presentó en un hotel de Madrid. Un lujo de impresión, de textos e imágenes, que nos ofrece nuevamente la historia y el pálpito de esta villa. Otra ayuda, imprescindible, para saber más de Pastrana.
Y más específico, pues solamente trata de los tapices de la colegiata, pero estos los mira del derecho y del revés, con todos sus datos, orígenes, motivos, escenas, autores, y cualquier cosa que se quiera saber de ellos, está el libro titulado “Textiles y tapices de Castilla-La Mancha” que escribieron el pasado año los especialistas Victoria Ramírez y José María Ferrer.
El Palacio Ducal, a la espera de su uso
Tras una meticulosa restauración, llevada a cabo por la Universidad de Alcalá, y tras haber invertido muchos millones de Euros, se ha conseguido dar un vuelco a la realidad del palacio ducal de Pastrana: hoy es un espacio perfectamente recuperado, elegante, útil, limpio, con ganas y posibilidad de hacer que Pastrana despegue hacia la cultura y el turismo de una forma insospechada.
Pero el palacio, más de cinco años después de haber sido completamente restaurado, no se abre. Solamente en este caso de la Feria Apícola, y muy puntalmente a lo largo del año (y siempre por iniciativa del Ayuntamiento). Al parecer, la razón que se da desde altas instancias para no poner en marcha e infundir vida al edificio, es que no se ha concretado todavía el uso científico que tendrá, pues gracias a ese plan de uso universitario se consiguió la ayuda. Pero el tema, que es de mero papeleo, no parece que justifique ese plantón en que está el Palacio. La economía de los pastraneros, el despegue de la villa en esta hora difícil de una Alcarria rural en despoblación, no se puede permitir el lujo de tener un máquina, así de potente, parada. Ni un solo año más.
Alguien tendrá que dar el acelerón, y por las trazas, quien tiene ahora la palabra es el Rector de la Universidad de Alcalá, Virgilio Zapatero. El Ayuntamiento de Pastrana está dispuesto a colaborar en lo que haga falta, pero… alguien tiene que ir no ya a cortar la cinta, sino a poner aquello en marcha. Los alcarreños estamos pidiendo y deseando que sea cuanto antes.