Andando por el Valle del río Mesa

viernes, 6 febrero 2009 0 Por Herrera Casado

Quizás aprovechando los fastos turísticos de la FITUR, pero sin nada que ver con ella, en estos días ha salido a luz un libro que brinda la posibilidad de conocer mejor una parte escondida, y que a todos encantará pasearla, de nuestra provincia. Concretamente el valle del río Mesa. Es un libro ancho, en dimensiones y en palabras, en imágenes sobre todo: una perspectiva impresionante y muy particular sobre esta comarca del extremo nororiental de la tierra guadalajareña, integrado hoy en el Señorío de Molina, aunque siempre cabalgó entre sus señores, los duques de Medinaceli, los reyes de Aragón… una tierra de frontera, dinámica y aún viva.

Desde Selas hasta Algar

El recorrido por el curso del río Mesa se inicia en las proximidades de Selas, un pueblo pinariego del Señorío de Molina. Enseguida baja de los cerros en que nace (marcados con una placa de mármol en el sitio justo en que mana) y llanea levemente junto a Anquela [del Ducado] para enseguida torcer hacia el norte bajo unos abruptos roquedales, y ya entre bosques densos de sabinas, encinas y robles, atravesando la finca de la Avellaneda, corre hacia Turmiel, deja a la derecha en alto a Establés, y va por el término de Anchuela [del Ducado también] para meterse en su primera hoz, espectacular aunque siempre solitaria, porque solo se la puede recorrer andando, no pasa carretera alguna por ella.

En esa hoz del alto Mesa, destacan dos referencias naturales que todos quienes las han visto diputan como inolvidables. Una es la Peña Coba (que por cierto sirve de imagen de portada del libro) y otra es el Tormo Melero. La primera, un roquedal enpinguruchado de tonos rojos aunque es calizo, y el segundo una gran atalaya picuda, de más de 25 metros de altitud, en cuya parte alta hay un ventanal horadado, que la hace parecer una gigantesca aguja de coser.

Por estos lares, junto al río que es casi siempre arroyo, y entre los riscos y los cantiles de las orillas, va discurriendo sin pausa el viajero. Entre el puente que le cruza, -término de Turmiel- por donde dejando la carretera se inicia el recorrido a pie, hasta Mochales, barranco abajo, hay unas cuatro horas y media de paseo. Hay que saberlo, para escoger un día largo, tranquilo, sin alteraciones meteorológicas, y con el cuidado de que alguien esté esperando en el extremo final del trayecto.

En Mochales se abre el valle del Mesa, que corre ancho y generoso hasta Villel, donde llama la atención su castillo, su callejeo empinado y sus palacios antiguos, y poco más allá, aparece Algar, que barrunta lo que viene después, porque el río se encajona a partir de este que es el último pueblo de Guadalajara, y sigue por Calmarza hasta Jaraba e Ibdes (provincia de Zaragoza estos tres últimos) atravesando un desfiladero rocoso que sin duda debe figurar entre los más impresionantes de España. Tierra del buitre leonado, hasta un centenar de parejas se contabilizaron el año pasado por estos pagos.

A pie y en coche

El autor de esta excursión plasmada en libro, el profesor Alonso Concha, que hace poco más de un año nos regaló también otro libro memorable, la “Arquitectura Popular de Tierra Molina” se conoce, lógicamente, al dedillo esta tierra. Nacido en Tartanedo, y apasionado de su sesma del Campo, es el mejor guía para llevarnos seguros. Yo, que soy amigo suyo desde hace unos cuantos decenios, puedo asegurar que lo que cuenta lo ha vivido, y eso es lo que en parsimonia teje y desteje en sus páginas. Nada queda por ver y recomendar.

En coche se hace el recorrido desde Selas y Anquela hasta Turmiel. Y de allí, antes justo de cruzar el río por un puente que sigue hacia Establés y Anchuela, nos ponemos a andar. El camino sigue por la orilla izquierda del río, aunque la excursión, que ya he dicho antes que es larga, para entusiastas entrenados, deberá planificarse con intención de tener que cruzar el río en varios lugares, pues las orillas a veces se cortan a pico por las rocas.

La tercera parte del camino, desde Mochales a Algar, se puede hacer en coche. Los más puristas irán también a pie, porque este valle que corre hacia el Ebro, y por lo tanto va buscando las playas y las aguas del Mediterráneo, tiene tantas perspectivas que disfrutar que en cada recodo hay algo nuevo: un molino, un pairón, una ermita…

Molinos, pairones y ermitas

Teodoro Alonso nos cuenta, en brevedad llena de sabiduría, los elementos “menores” que el patrimonio de esta tierra nos brinda. Empieza mencionando los castillos, que para nuestro asombro son varios: en un recorrido relativamente corto, atravesando media docena de pueblos, podremos ver otros castillos, castilletes o viejos y semiderruidos torreones. Tiene su explicación esta circunstancias, porque el valle del Mesa fue tierra de frontera muchos siglos. Era el lugar donde chocaban, más que se saludaban, los dos reinos claves de la península ibérica: Castilla y Aragón. Así vemos una vieja torre en término de Turmiel, (en el pueblo lo que hay es un palomar, en lo más alto, aunque yo creo que en tiempos fue también torre defensiva) un castillo –el de la “mala sombra”- en Establés, una sombra de castillo en Mochales (donde no olvida el viajero mencionar la casa del médico misterioso que habitó entre las rocas de la parte alta del pueblo en tiempos de después de la guerra), la valiente silueta del castillo de Villel, el más poderoso del valle, feudo de los Funes, y las piedras que entre casas quedan en Algar, memoria sucinta de otra fortificación, frente a la que hubo en lo alto de las rocas frente al pueblo (el castillo del Mesa) del que nada queda sino el registro en los documentos medievales de su existencia.

Pero además de esos soberbios edificios, están los pequeños y humildes, hermosos siempre: están los molinos, de los que Alonso Concha va refiriendo todos los que encuentra. En ruinas la mayoría, y en desuso todos: el más singular es el de la Barbarija en Turmiel, aunque en Mochales aún queda otro con sus tolvas, sus cárcavas y su maquinaria completa. Más abajo hay uno que se transformó en Central Hidroeléctrica, y aún sigue funcionando como tal. Algunos se utilizaron así: pioneros de la electricidad en este remoto valle, cuando el mundo era tan roussoniano que las bombillas sacaban su fulgor mágico de las alegres aguas de este arroyo.

Además refiere nuestro guía dónde hay ermitas. Tal la de Pálmaces, término de Turmiel, en lo alto de una peña. Allí subí yo un día, y me quedé asombrado de que en lugar tan remoto y frío quedara en pie un medieval edificio con trazas de estilo románico. Ya no va nadie a ella. Está la de San Juan, en Establés, o la preciosa y bien arreglada de San Pascual Bailón, cerca de Mochales.

Por el campo, por los cruces, en cualquier sitio, aparecen en el valle del Mesa los pairones, esos “faros de la nieve” que sirvieron en siglos pasados para orientar al caminante sobre los nevados páramos del Señorío. En el valle del Mesa, donde no hace tanto frío como en la meseta, sirven para rezar a las ánimas, que es el verdadero origen de estas señales. Sobre las gradas de piedra, la recta columna tallada, y arriba la capillita donde se alberga una cerámica pintada que nos pide una oración a San Roque, a la Virgen, a las Ánimas Benditas del Purgatorio, entre las que siempre, todos, reconocemos a nuestros parientes, a los que tratamos de sacar de las llamas como sea. Aquí es fácil: basta con fijarse en el monolito, mirar a su remate, y santiguarse.

El rito del caminar se ejerce en el valle del Mesa con toda fidelidad. Es un sitio para ir en primavera, o en verano incluso. La naturaleza allí es alegre, dispuesta a entusiasmarnos, sin pedir a cambio otra cosa que el respeto por cuanto encontremos en ella.

La Avellaneda

Para terminar, el libro de Alonso Concha, que es ya, desde hoy, una joya imprescindible en cualquier biblioteca molinesista,  nos explica qué es la Avellaneda. Muchos la habrán visto, cuando al llegar a Anquela del Ducado, con paciencia y precaución, porque la curva es mala, toman la carretera que sube hacia Labros y Milmarcos.

La Avellaneda es una finca que mandó levantar don Calixto Rodríguez, allá por los finales del siglo XIX, para albergar la primera fábrica que él montó (fundador, director y dueño de la Unión Resinera) y poner una casa de vivienda para sí y su familia. Como había estado mucho por Francia y Bélgica, mandó a sus arquitectos que la construyeran en estilo centroeuropeo. Y así salió. Está abrigada por montañas y bosques, frondosas selvas de robles, que le dan en toda época un cariñoso color doméstico. Y los edificios, al decir de quienes los han visto de cerca –cosa difícil para el común de los mortales- son preciosos, llenos de detalles sorprendentes. La Avellaneda es un símbolo de lo que hoy es el Señorío de Molina: una maravilla antigua, en proceso de ruina, en la que nadie se fija. Ellos se lo pierden.

Apunte

El libro del Mesa

Es su autor el profesor Teodoro Alonso Concha, que se ha pasado una larga temporada caminando en detalle, paso a paso, esta comarca del Mesa. Su título es “Valle del Mesa” y la editorial que lo ha sacado a flote es “Mediterráneo” que está consiguiendo una espectacular colección de libros-guía sobre pueblos, comarcas y rutas de Castilla, y que en Guadalajara ha puesto sus miras con verdadero éxito.

El libro consta de 60 páginas en gran tamaño, y además del texto, conciso y seguro, ofrece una montaña de fotografías a color, muchas de ellas a doble página.