Tendilla sale a relucir

viernes, 19 diciembre 2008 2 Por Herrera Casado

El pasado 5 de diciembre, en un ambiente prenavideño y festivo, amistoso y optimista, en el salón parroquial de Tendilla se presentaba un nuevo libro con entrañas alcarreñas: la Memoria Gráfica de Tendilla en el siglo XX. Es este un libro cuajado de emociones y hallazgos. Una obra que merece tener en las manos, repasar despacio, leer a ratos, mirar una y otra vez, hacia delante, hacia atrás, fijándose en los pies de las fotos, en las manos de los protagonistas, en las luz de sus ojos y en la tristeza de algunos rostros.
Ha sido coordinador de esta obra, y recopilador de fotografías y textos, el profesor García de Paz, atento siempre a encontrar huellas de la Alcarria, presencias de Tendilla, por cualquier camino que recorra. En esta ocasión lo ha conseguido plenamente, muy certero en la selección y muy compacto en las referencias literarias que unos y otros, muchos de aquí y algunos de fuera, hacen sobre Tendilla.

El pinar de Tendilla

De las múltiples estanterías que el libro sobre Tendilla ofrece, hay una que me ha llamado especialmente la atención. Porque en una publicación de fotografías, en las que prima siempre el patrimonio, o la fiesta, o las gentes en sus mil y una actividades, no es habitual que aparezca un capítulo dedicado a los árboles, a la tierra propiamente dicha, a los espacios en que solo piedras y vegetales se contemplan. Los pinares de Tendilla están tratados con meticulosidad y acierto por el ingeniero Rafael Serrada Hierro, muy conocido en Guadalajara, y ya clásico por su saber y trabajos en la consideración de la historia geográfica de nuestra tierra.

Nos dice que hay tres montes fundamentales en el término de Tendilla, o mejor dicho, en sus inmediatas proximidades: el Pinar, el Quejigar y la Solana. Cada uno con sus características y sus problemáticas. Haciendo un sucinto resumen de su interesante trabajo, me atrevo a explicar en estas breves líneas lo fundamental de cada uno.

Las laderas del barranco de Valdeauñón, ese es el nombre real del Pinar tendillero. Es propiedad de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, y tiene 37 hectáreas de superficie, estando poblado por una masa muy regular, plantada modernamente, de pino carrasco. Nació (hasta de los pinares podemos hacer biografías) en 1923, por lo que algunas personas de Tendilla aún se acuerdan de ello, tras la inundación catastrófica de 1915, y con una visión que el gobierno de la época, dirigido por el general Primo de Rivera, tuvo clara, como fue la de cambiar olivares pobres y eriales estériles, por una masa densa de árboles, reguladora del clima y, sobre todo, del suelo. Se construyeron para el cauce de sus aguas una serie de diques transversales y sendas de encauzamiento, y se llenó la cuesta de miles de pequeños pinos que ahora cumplen, los más veteranos, 85 años… lástima que hace algún tiempo fue invadido por el Sirococcus strobilinus, un hongo que se cebó en los ejemplares más corpulentos y ahogados por la falta de una corta metódica. Ha sido herido, (esperemos que no de muerte, pero sí de forma considerable) por la construcción de una carretera (la variante de Tendilla) que le ha partido en dos y ha hecho cambios radicales en sus escorrentías. Sin embargo, y sin inmutarse, él ha seguido dando beneficios al pueblo, y a esa mínima parte de la Alcarria donde asienta: ha cambiado el paisaje (en las fotos de este libro es palpable el paso de un erial seco a esta densa oscuridad de las ramas) ha protegido al pueblo de las riadas devastadoras, y ha propulsado una biodiversidad elocuente (ha animado a crecer en su espacio a los jazmines, los arces, las madreselvas, e incluso ha dejado que estiren sus pulmones los quejigos y las encinas).

Acaba Serrada pidiendo que no le olvide y se hagan las reformas que requiere, en un momento clave para su pervivencia: hacer las necesarias claras en la masa pinariega, de vez en cuando, y organizar bien el régimen de los caudales en las laderas que ha creado la carretera nueva.

El quejigar de Tendilla

A este otro espacio vegetal se le denomina “San Ginés y Valdevacas” y es propiedad del Ayuntamiento de Tendilla. Más grande que el anterior, tiene 124 hectáreas y está poblado por una masa muy regular de quejigo y encina, con extensa regeneración de monte bajo. Clásicamente, se utilizó para abastecimiento de leña para las chimeneas y cocinas de la población, así como servir de espacio para la vida de caza variada (desde conejos a jabalíes, hubo de todo) y la utilidad de sujetar avalanchas de agua en las tormentas veraniegas. Hay en él plantas aromáticas, y es también un manantial de biodiversidad (posee algunas especies del género Sorbus) añadiendo las funciones de contrapunto paisajístico, lugar de turismo y de enseñanza.

Debería seguir siendo tratado con cortas periódicas, si no para obtener leña, que ya no se necesita, sí para darle la renovada jugosidad de la vida, que a un bosque se le concede precisamente de esta manera: cortando y limpiando lo que le sobra. Dice así Serrada, con la palabra justa del profesional sabio: “Necesita que se le aplique un plan de resalveo de conversión a monte alto para que no caiga en riesgo de incendios y de estancamiento fisiológico, a la vez que se potencian sus posibilidades de regeneración natural”. No se puede decir más con menos palabras. Porque esto es lo que están necesitando la mayor parte de nuestros montes. A la Naturaleza no se la salva, precisamente, por la inacción y la exclusiva admiración, sino por actuar sobre ella con medidas técnicas y de protección activa.

La solana de Tendilla

Así se le llama a la ladera que forma el costado derecho del valle del arroyo Pra, o valle de Tendilla. La ladera iluminada por el sol, orientada al sur, más caliente y seca. Se compone de pequeñas cuencas de barrancos, a uno de los cuales en Tendilla le llaman “el Barranquillo”, que llega prácticamente hasta las casas de la villa.

Es la más ancha de estas zonas montuosas, pues tiene 300 hectáreas de extensión, y la propiedad está muy repartida entre propietarios particulares, dividido en innumerables parcelas. Su población son simples matorrales, algún golpe de pino carrasco, y pequeñas matas de encina dispersa. A este monte “se le ve el suelo”, lo cualquiere decir que cuando llueve mucho, el agua corre alegre, sin nada que la pare. Sigue siendo el culpable de que todavía pueda haber inundaciones [el día menos pensado] de graves consecuencias, en el pueblo. Para Serrada, esta situación de la Solana tendillera es “el ejemplo de la muy frecuente degradación de la vegetación forestal por causas antrópicas históricas”.

Sin ninguna utilidad actual, como no sea la de dar esa pincelada de austeridad y tristeza al paisaje que por esa ladera le cae a Tendilla, está necesitando que se le aplique urgentemente un plan de restauración hidrológico-forestal. Un bonito entretenimiento para las autoridades locales, que así tendrían otra ocupación alternativa a la tan manida salida turística para un lugar al que la desviación de la carretera le ha robado un buen fragmento de sus posibilidades. Sería justo ahora, cuando se va a cumplir el centenario de la actuación sobre el Pinar, cuando la Solana podría ver amanecer su nuevo día.

Apunte

El libro de imágenes sobre Tendilla

La Memoria Gráfica de Tendilla que aparece con el patrocinio del Ayuntamiento de esta localidad alcarreña, y editada por AACHE, tiene 168 páginas, y una preciosa portada en la que luce a todo color una acuarela del artista toledano Enrique Vera, con un diseño que anima a abrirlo enseguida, y a pasar páginas, todas a cual más interesante.
El valor añadido a este libro clásico de imágenes, rescatadas todas ellas de viejos álbumes y ajadas cajas de zapatos, está en los textos que han puesto un buen ramillete de plumas actuales y pasadas. Porque aparecen textos firmados por Alonso Zamora Vicente , Serrano Belinchón, López de los Mozos, y Pedro Aguilar, sí, pero también hay valiosísimos escritos que pormenorizan aspectos de Tendilla, de sus monumentos, paisajes y recuerdos, firmados por Rafael Serrada Hierro, Santiago Barra, Amelina Correa, José Antonio Ruiz Rojo y yo mismo.
El coordinador y alma de la obra ha sido José Luis García de Paz, quien se puso, hace ya mucho tiempo, a reunir y digitalizar las viejas fotografías que devolvían vida a los años pasados del siglo XX. A sus paisanos les pedía lo mejor, lo más entrañable, los momentos cruciales de la fiesta, de las inundaciones, de las celebraciones familiares, de los grupos felices. Ha rescatado también fotografías del fondo Camarillo, inagotable filón de la memoria alcarreñista, y de la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Comunidades. Y ha puesto su palabra al inicio, explicando la intención y el alcance que quiere tener el libro.
Se divide en numerosos capítulos, cada uno de los cuales presidido por un texto alusivo, y luego rellenas sus páginas de las más selectas fotografías sobre cada tema. Son estos los referidos al Patrimonio tendillero, la iglesia parroquial, los antiguos conventos (Santa Ana y la Salceda, hoy ya en ruinas), el Pinar, la Feria de San Matías y las Fiestas de la Virgen de la Salceda en Septiembre, las familias, hombres y mujeres, niños y bodas, acabando con un curiosísimo capítulo sobre los Personajes, entre los que destacan Cela, los Baroja, el general Muñoz y doña Encarnación Díaz de Yela, entre otros.
Un sabor añejo, y una clara voz actual, presiden el libro de principio a final. Queda el lector con ganas de más, pero sabe con certeza que ahí está lo mejor: Desde la asombrosa imagen del castillo de Tendilla todavía en pie y silueteado de almenas, hasta la apacible siesta de Pío Caro Baroja en el pinar de Tendilla, en el verano de 1950.
Un libro alcarreñista más, que canta por sí solo, y pide amable que se le mire, se le lea, se le tenga entre las manos, y se le guarde como merece, como un pequeño tesoro de imágenes, sonrisa y felicidad antigua.