Viaje por el Barranco del río Dulce
Con un nuevo libro en las manos, el que ha escrito José Serrano Belinchón y ha ilustrado Paco Gracia, podemos hoy echarnos al camino y recorrer algunos de los rincones más espectaculares e inolvidables de nuestra provincia.
Esos caminos discurren a uno y otro lado del río Dulce, que con un corto trayecto por las tierras norteñas de Guadalajara, consigue aunar todo tipo de sorpresas, desde cañones rocosos, cascadas y bosques raros, hasta lamer las basamentas de pueblos encantadores cuajados de historia y monumentos.
Por el barranco del río Dulce, que además tiene oficialmente la consideración de “Parque Natural” desde hace 5 años, se entretiene el viajero haciendo fotos, oyendo el viento sonar entre las ramas ahora peladas de los árboles, y admirando las alturas grises y rojizas de sus cantiles longevos, curiosos, parecidos a rostros de viejos momificados.
Nacido entre el románico
El río Dulce nace en lo más arido y frío de la meseta sur, cuando casi se une, por altillos y cerros de oscuros quejigares, con la meseta norte, que por aquí lleva el nombre de provincia Soriana. En término de Bujarrabal lo hace, y tras pasar por tierras de rojiza peñasquería, empiza a dar sonoros balbuceos por lugares como Estriégana, Sauca y Jodra.
Estos tres pueblecillos tienen algo en común, y son sus iglesias parroquiales, que en los tres casos son de arquitectura románica rural. Para quien se quiera hacer (se puede hacer en 2 o 3 jornadas) completo el trayecto del barranco del río Dulce, desde que nace en la altura, hasta que da sus aguas al Henares en Matillas, es obligado pasearse, en la misma tarde, estos tres lugares.
La más espléndida de todas es la iglesia d estuca, que tiene una estupenda galería porticada orientada a sur y oeste, y sus columnas pareadas dan apoyo a los capiteles que están tallados elegantes y simpáticos, desde el siglo XIII, con temas vegetales y algunos antropomorfos, destacando la imagen de unos sacerdotes, la Anunciación de María, y algunos monstruos.
El tmeplo de estriégala es la sencillez por antonomasia. Solo su portada de arcos semicirculares y piedra rodena encendida, más la planta de su ábside, dan memoria de la edad en que fue construida. Y más abajo, cuando el río va a meterse en bosquedales intrincados, sobre un otero surge el lugar de Jodra, en el que también pequeña iglesia nos da con precisión los elementos propios del románico: su atrio porticado, de arcos sencillos, y su portada de ingreso, con repetidas arquivoltas baquetonadas. Un ábside semicircular a oriente, y la espadaña maciza y triangular a poniente, suman en total la esencia del románico.
El barranco que nace en Peregrina
Por la carretera que va de Torremocha del Campo a Sigüenza, el viajero sigue y enseguida se encuentra con los primeros espasmos de la Naturaleza. El río se despeña por cortadas rocas, bajando desde la altura a base de cascadas y rápidos sonoros. Las perspectivas son siempre magníficas. En los apartados del camino podemos parar y mirar hacia el sur. El río se va perdiendo, entre altos cantiles calcáreos y profusas arboledas que le tiñen de verdor en verano, y de oro titilante en el otoño. Hay un espacio singularmente atractivo: es el “Mirador del Dulce” que se ha construido, a base de piedra de la zona, en una curva con espectaculares vistas sobre el río y el poblado de Peregrina. Este mirador se dedicó a la memoria del Doctor Rodríguez de la Fuente, don Félix, que además de médico era naturalista, estudioso de la biología española, y divulgador genial de sus goces. Todos recuerdan a Félix “el amigo de los animales”, y el hecho de tener aquí un mirador dedicado a su memoria es debido a que en este Barranco del Río Dulce filmó muchos de sus reportajes, pues las condiciones para el desarrollo de la fauna son perfectas: desde los lobos (que él trajo de fuera, pero que aquí filmó) hasta los buitres y las águilas, los nocturnos mochuelos y los rarísimos desmanes del Pirineo. Una parada es obligada y la admiración por el espacio ya está irreversiblemente asentada en nuestro recuerdo.
Pelegrina y su castillo
Hay que bajar a Pelegrina. A recorrer andando sus cales, ver su templo también románico por fuera, y renacentista por dentro, donde alberga uno de los más bonitos retablos de toda la provincia. Obra muy probable, en algunos de sus detalles, de Martín de Vandoma. El viajero debe subir hasta el castillo, que perteneció a los obispos de Sigüenza como lugar de descanso en siglos pasados (la ciudad Mitrada queda, al otro lado de unas lomas, y sobre el río Henares a menos de una legua de distancia).
En lo alto del castillo, los ojos se pierden en la distancia de los meandros del río, de sus valientes orillas, de sus infinitos colores. El instante de vivencia de un tiempo ido, entre los murallones de la fortaleza episcopal, sirven para confirmar el mal estado de ese castillo, que puede venirse al suelo cualquier día. Pero mientras eso ocurre, seguimos despeinando minutos y dejamos que se nos haga la boca agua contemplando lo que aún nos queda por recorrer.
La Cabrera y su puente carolino
Bajando por la orilla del río, cosa fácil y recomendable en tiempo de verano, se llega pronto a La Cabrera. Se está recuperando su viejo caserío, que sufrió una enorme avenida en el año 1921, hasta dejarlo destruido por completo. Hoy está el templo en pie, el gran puente que mandó levantar el rey Carlos III aguantó el que más. Y en la plazuela de detrás de la iglesia, que también es de traza románica, aunque perdida, el viajero lee con emoción unos versos que le inspiraron a Constantino Casado estas trochas, posiblemente cuando fuera párroco del lugar. Son versos castos y cautos, muy cordiales y medidos, muy de tiempos sanos y templados. Constantino Casado fue, entre otras cosas, abad de la Caballada de Atienza, canónigo de Sigüenza y pintor de Santa Lucía. Muy amigo mío, muy buena gente. Aquí junto a estas líneas pongo foto de la placa rimada, y en el libro de Serrano Belinchón puede leerse el verso entero.
Al viajero de La Cabrera, sin embargo, lo que más le gusta es ver los cerros que son de roca pura elevarse sobre sus cabezas, en perspectiva casi imposible, como si se te echaran encima. Tras el galacho de cima el puente, y mirando las limpias aguas del arroyo de la Fuente, que nacen soto del mismo, el viajero se echa a andar por el camino junto al río. Pasa por una piscifactoría, y va leyendo los carteles que han puesto, los de la Junta, aquí y allá, explicando las características del Parque Natural.
Porque, y esto es importante, la zona que pisamos es uno de los cinco espacios que nuestra Región Autónoma tiene como en palmitas, seleccionados por su belleza e importancia ecológica.
Desde Aragosa a Mandayona
Este viajero siempre ha disfrutado cuando ha recorrido, a pie por supuesto, los bordes húmedos y arbolados del río Dulce por lo hondo de su barranco. Unas veces en grupo de senderistas, y otras bien acompañado: siempre mirando para arriba, fijándose en el rojo agrisado de sus cantiles solemnes, o para abajo, disfrutando con el verde húmedo de los juncales, oyendo a las ranas veraniegas, distrayéndose con los petirrojos que en invierno saltan de rama en rama.
En medio del Barranco aparece Aragosa, que es una aldea encajonada entre las rocas, por donde el río baja como en escalones, dando vida a molinos, a caces, a parques junto a las arboledas. Han surgido hasta algunas Casas Rurales en este enclave, que es posiblemente el preferido, entre todos los pueblos del Barranco, por los turistas. Un espacio increíble se amalgama entre las casas, de piedra, y las rocas que las abrazan.
De allí, y todavía con perspectivas monumentales, a sus lados, con altísimas sierras y bosques densos, el valle se va abriendo y llega finalmente, tras dar lugar a varias cascadas vistosas, a Mandayona, donde ahora se está construyendo el “Centro de Interpretación” de este Parque Natural todavía tan poco conocido, pero que es de lo mejor que hay en la provincia.
Mandayona tiene su interés monumental centrado en la iglesia, que es renacentista, y muestra los símbolos de los Mendoza que la enseñorearon siglos atrás. Y es, también, la capital (por más poblada) de este valle encantador.
El río baja luego, ya recto y tranquilo, entre largas masas de chopos y álamos, ante la empinada villa de Villaseca [de Henares] dejando a la izquierda, también en alto, el lugar de Castejón [de Henares] donde dicen que anduvo el Cid de conquistas. Bajo la enorme masa del Cerro del Chaparro, junto a Matillas la nueva, le llega por la derecha el río Henares. ¿O es él, el Dulce, el que se arrima al río que viene de Sigüenza? Los nombres de estos últimos pueblos nos hacen pensar, finalmente, si no sería este que hemos recorrido el primitivo Henares, y el arroyo que lleva hoy el nombre, por aquello de pasar por Sigüenza, no se lo quitaría… De esto ya se ha hablado, y mucho, y bien… no es de este momento la diatriba.
El río Dulce, y el Henares, se van ya juntos, y bien amistados, hacia latitudes más meridionales. El viajero habrá quedado, sin duda, prendado de estos lugares. Querrá volver a verlos y a vivirlos, volverá una y otra vez. Como yo le pido a mis lectores que lo hagan.
Apunte
El libro de Serrano Belinchón
La mejor forma de hacer este recorrido, con documentación amplia y fotografías espectaculares, es llevando en la mano esta estupenda guía que ha escrito José Serrano Belinchón. Cada vez escribe mejor, cada vez funde con más acierto su conocimiento del terreno y de las cosas, con el decir limpio de su castellano impoluto.
El libro, de gran tamaño, se titula simplemente así: “Barranco del río Dulce”. Serrano escribe con trazo escueto y elegante lo que hay que saber del río, de los pueblos que lo circundan y de las cosas, la fauna, la flora, los recuerdos, que lo escoltan. Paco Gracia usa toda la que tiene en construir un reportaje fotográfico de excepción. Y la Editorial madrileña Mediterráneo, que es la que ha puesto el libro en la calle, puede sentirse satisfecha de esta iniciativa tan acertada. 64 páginas, 40 fotografías, 16 euros. Y un largo viaje por delante.