Tendilla, de punta a punta
Estos días se encuentra Tendilla abierta por sus cuatro costados a la celebración de la Fiesta. Lo hace en honor de su patrona, la Virgen María en su advocación de La Salceda, una devoción que cunde por igual en los dos pueblos fronteros, Tendilla y Peñalver. En ambos recuerdan el milagro de su aparición a “los dos hermanicos”, sendos caballeros de la Orden de San Juan que se vieron comprometidos en medio de una tormenta y pidieron a la Virgen su favor, lo que concedió esta cesando la tormenta y apareciédoseles en lo alto de un sauce.
La imagen corrió de acá para allá. En Peñalver unas veces, en Tendilla otras, durante muchos siglos estuvo en el altar mayor del monasterio franciscano reformado de La Salceda, que se puso en lo alto del monte y en medio de la Alcarria, a caballo entre ambos términos. Al vaciarse el monasterio de sus frailes pardos, la imagen se llevó a Tendilla, donde ahora la veneran, sacan en procesión, y reparte ilusiones, curaciones y mejoras vitales para cuantos creen en ella.
Tendilla en un valle
Para cuantos quieran ir en estos días a Tendilla, además de disfrutar con sus festejos y especialmente con el encierro de los toros, tan antiguo y tradicional como el que más, se ofrecen más abiertos y luminosos que nunca sus monumentos que la consagran como villa que es meta de viajeros y excursionistas. Ahora también de buscadores de fiestas.
Lo mejor de Tendilla es su calle mayor. Soportalada, más de medio kilómetro de casas a un lado y otro de la calle-carretera se constituye en objetivo de máquinas fotográficas y en lugar de paseo y asombro, porque no es habitual –es más bien muy raro- encontrar un pueblo de Castilla que haya mantenido tal cantidad de soportales a ambos lados de su tradicional calle mayor. Turégano, Medina de Rioseco, Palencia capital, muy pocas más.
Pasear debajo de las viejas vigas, sobre el enlosado eterno, mirando los fuertes pilares, contundentes en sus apoyos, y ver el mundo a través de esos marcos de piedra que constituyen cada vano del paseo, es todo un lujo. Merece recorrerse, con detenimiento y saboreando, la calle mayor de Tendilla en una dirección y luego en otra, para coger el sabor completo de esta villa.
La iglesia de la Asunción
En el comedio de la calle se abre la plaza, y allí surge a un lado el Ayuntamiento y al otro la iglesia. Con unos jardines en el medio, y su correspondiente fuente.
La iglesia es obra inacabada, aunque en sus inicios fue pensada con ideas de sobrepasar con mucho a lo que en toda la Alcarria hasta entonces, y era el siglo XVI, se conocía. De su gran edificio solo se terminó la cabecera y parte de la nave, quedando tan sólo iniciados los arranques de muros y pilastras de los pies del templo, que hoy se pueden ver penetrando a un patiecillo desde la iglesia. Su tamaño y calidad da idea de la pujanza económica del pueblo en el momento de iniciarse la obra. De su primer impulso, en el siglo XVI, es el ábside de paramentos robustos, contrafuertes moldurados y ventanales con dobles arcos de medio punto, lo mismo que se observa en los muros laterales.
La portada es obra de comienzos del siglo XVII, con severidad de líneas, achatada proporción y un exorno lineal de cuatro columnas jónicas, un frontoncillo y vacías hornacinas.
De las dos torres proyectadas, sólo se terminó una, en el siglo XVIII, bajo la dirección del arquitecto Brandi. En su interior se pueden admirar algunas losas sepulcrales con escudos de armas en ellas tallados, y la imagen de la patrona, esa Virgen de la Salceda que antes decíamos, y que solo mide unos diez centímetros de altura, estando tallada en madera recientemente restaurada y pintada.
El palacio de los Solano
En la soportalada calle mayor, al comienzo de ella según se viene desde Guadalajara, se encuentra el palacio que construyó el secretario real de Hacienda don Juan de la Plaza Solano, nacido en Yélamos de Arriba, y muerto en Madrid en 1739. Aunque es obra sencilla, ofrece la grandiosidad de sus proporciones y los elementos justos de arquitectura barroca como para dotarla de una belleza serena y atractiva. Muestra en la fachada un portón de almohadillados sillares y escudo cimero de los López de Cogolludo, tal como reza una cartela junto a las armerías talladas en piedra. Anejo al palacio está el oratorio o capilla de la Sagrada Familia, de la misma época y estilo. El interior del palacio, que conserva intacta su primitiva estructura, todavía está necesitado de arreglos y mentenimientos, y en su parte posterior mantiene la estructura de gran palacio con su enorme patio por el que hasta corre el arroyo del Prá cantarín y fresco cuando lleva agua.
Santa Ana en el pinar
Santa Ana fue monasterio de monjes jerónimos. Grande y hermoso en sus tiempos (siglos XVI al XVIII) lo que hoy puede el lector encontrar, si sube desde Tendilla por el camino del pinar, es un montón de ruinas entre arboledas, que cuentan con su expresivo silencio, y con la generosidad de sus grandiosos muros, cómo allí hubo templo, hubo monasterio, y tras avatares diversos vino al suelo, fue expoliado, y hoy solo el viento, el sol y las nubes son testigos del abandono.
Este edificio lo mandó levantar Iñigo López de Mendoza, conde de Tendilla, sobre una vieja y pequeña ermita dedicada a Santa Ana. Mandó construirlo al mejor arquitecto de su tiempo, Lorenzo Vázquez, y dio dineros para que se llenara todo él de hermosas obras de arte: pinturas, tallas, piezas de orfebrería y telas. Se lo entregó a la Orden de San Jerónimo, para que allí hicieran sus oraciones y lo cuidaran.
Pasados los siglos, las leyes liberales lo desgajaron, vendiéndose edificios y terrenos a particulares que desmotaron todo y aprovecharon tejas, maderas y piedras. Las obras de arte sufrieron pillaje y fueron vendidas. El retablo, joya primorosa del Renacimiento, acabó en el Museo de Arte de Cincinati. De su iglesia solo queda el muro mayor, de contenido estilo gótico. De la sacristía, que algún cronista que la vió llegó a decir que era de lo mejor del Renacimiento hispano, nada ha quedado. Junto a estas líneas va una fotografía de las ruinas que hice en 1972. Hoy están aún peor.
La Salceda en el monte
Subiendo la antigua cuesta, en dirección al barranco del Infierno, pasadas las múltiples curvas de aquel camino que hoy ya es casi recuerdo desde que hicieron la nueva variante, se encuentra el viajero con las ruinas ingentes de lo que fue convento franciscano de La Salceda. De larga historia, de memorias insignes por personajes, riquezas y hechos acaecidos. Uno de ellos fue haber sido gobernado por el que sería luego regente del país, el Cardenal Francisco Ximénez de Cisneros, a quien dedicaron un monolito que hoy puede verse escoltado de carrascas amigas.
De lo que fue un convento enorme, con gran iglesia renacentista, claustro solemne y una capilla de planta circular para recoger en ella, en grandes armarios, las Reliquias que promovían peregrinaciones de múltiples gentes, solo quedan montones de piedras. Sufrió incendios, saqueos y finalmente la Desamortización lo vació y fue vendido a trozos. La portada de la iglesia acabó de solemne portón de un bar en el pueblo. Hoy se ha reconvertido en puerta principal de un bloque de apartamentos.
Como se ve, hasta el convento de la Salceda se supo acomodar a los tiempos que van corriendo. De los cuadros y libros (algún Rubens, algún manuscrito del Beato de Liébana, cerámicas talaveranas sin cuento, tallas barrocas… no quedó más que el recuerdo anotado que escribiera con buen pulso, en el siglo XVII, don fray Pedro González de Mendoza, hijo eclesiástico de la Princesa de Éboli, al que hicieron franciscano, guardián de la Salceda, y acabó siendo obispo de Sigüenza y Granada nada menos.
Y el callejeo por Tendilla
Para terminar, aunque estos días seguro que estará de coches el pueblo que no se pueda dar un paso, recomiendo al visitante que callejee: por Tendilla se puede, es grande y extenso este pueblo, y tiene recovecos para todos los gustos. Desde la calle mayor salen, hacia el arroyo, pequeñas calles que le cruzan. Alguna de ellas, la de la Fuente, también tiene un pequeño fragmento porticado.
Esa calle, tradicional donde las haya, en la que tuvo casa Carmen Baroja, la hermana de don Pío, y luego fue ocupada por sus hijos, Pío y Julio Caro, mostraba la gran casona a la que denominaban “el parador del tío Ruperto”. Al final de la calle se abre la “fuente de los Mendoza” que es otro monumento tendillero, porque tiene muchos siglos a sus espaldas, y en la frente tallado un escudo de los Mendoza, que como todos saben fueron señores de media Alcarria, y, por supuesto, de Tendilla.
Esa calle, que hoy es hermosa como tantas otras de la villa, a comienzos de siglo sirvió para que un gran artista español, como lo fue el toledano Enrique Vera Sales, hiciera una magnífica composición artística, y en colores la publicara en primera página el semanario “Blanco y Negro”.
Es esta una de las muchas (cientos de ellas) fotografías e imágenes que va a ofrecer el libro que José Luis García de Paz está preparando con el título de “Memoria Gráfica de Tendilla en el siglo XX”. Los recuerdos de gentes, de fiestas, de oficios y pinares, se juntarán con textos que sobre Tendilla han escrito ilustres viajeros y cronistas varios.
Por el lado del cerro, Tendilla también tiene calles empinadas y bonitas. Con buenas vistas sobre el valle, sobre la ladera de enfrente, hoy cuajada de pinos, en la que surge la estatua dedicada a Jesús en su advocación de Sagrado Corazón, que en los años veinte del siglo pasado pusieron sobre las ruinas del que fue desmochado y desbaratado castillo mendocino, del que afortunadamente aún quedan algunas fotos. Mejor no recordarlo…