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febrero, 2008:

Arte y color en la iglesia de San Miguel en Alovera

Se ha acercado el viajero a un pueblo cercano a la capital. Uno que está en plena llanura de la Campiña del Henares, y que crece sin parar cada día que pasa. Entre urbanizaciones y proyectos de rascacielos, entre campos que van verdeando y polígonos cuajados de industrias, Alovera asienta sobre un terreno fértil de cereales, frutos y huertos, con regadío aprovechado del Canal del Henares. Desde hace algunos años, en que se creó su gran Polígono Industrial, la actividad ha girado de forma clara hacia la de la industria productiva y la logística y distribución, ampliándose progresivamente el número de habitantes, que según el último padrón, de 2007, supera ya las 9.184 personas.

A pesar de ello, Alovera no pierde su raiz profunda campiñera, su sentido rural, y sus elementos propios, que la identifican ahora y siempre ante los que allí nacieron y los que van llegando a sembrar su vida. De ahí que nos fijemos ahora, especialmente, en la riqueza artística de su templo parroquial. Que merece una visita tranquila, y una admiración sincera, especialmente por lo bien que su párroco está llevando la restauración y adecentamiento del templo, desde hace muchos años y poco a poco.

Tiene delante un monumento que ni es fuente clara ni estatua solemne: es una afilada pirámide truncada entre contrafuertes asombrados, que saben ponerle contrapunto al nido de la cigüeña que asienta orondo en lo alto del chapitel de la torre.

Está dedicada la iglesia aloverana a San Miguel, emisario de Dios en su lucha contra el Diablo, y con su mole de piedra y ladrillo da sentido a la plaza que preside. El templo es obra del siglo XVI, construida su fábrica con los elementos tradicionales de la campiña del Henares: aparejo de ladrillo y sillarejo de canto rodado, con labrado sillar en las esquinas, más cal y yeso. Tenía ya Alovera iglesia desde muy antiguo, pero la que se hizo en la segunda mitad del siglo XVI es la que ha llegado hasta nuestros días. Con una gran cabecera, tres naves al interior, y el atrio cubierto de la entrada, sobre la plaza, más una coqueta torre enteramente de ladrillo. El pórtico tiene 7 arcos sobre 8 columnas con capiteles de talla renacentista en el estilo netamente alcarreño. Los materiales de construcción fueron contratados en lugares de la comarca, cercanos, como Chiloeches, de donde se extrajo toda la piedra, o de Iriepal y Centenera, de donde vino toda la cal. Fue su autor el maestro constructor Nicolás de Ribero, quien se ocupó en ella entre 1569 y 1587. Este hizo las trazas y la obra de cantería, colaborando con él otro conocido maestro de obras montañés, Juan de Buega. Hacia 1590 acabóse el cierre de la bóveda de la capilla mayor, con lo que se puede decir que quedó terminado el templo. Hay documentos que atestiguan que también el maestro de obras Juan Ballesteros intervino en sus trazas, sobre todo en el desarrollo y acabamiento de la magnífica cabecera.

El retablo mayor que cubre todo el muro de la capilla mayor, de planta cuadrada, es de estilo manierista clasicista, un tanto arcaizante para la época en que se hizo, primera mitad del siglo XVII. Ya totalmente terminado el templo, se encargó a los escultores hermanos Juan González, Pedro González y Francisco González [de Bargas], que en sus talleres de Santorcaz lo construyeran. Eran toledanos, y el último trabajó y tuvo taller en la ciudad de Guadalajara.  Les llevó hacerlo de 1635 a 1639, en que lo bajaron desde Santorcaz a Alovera, y lo montaron, siendo a continuación el artista madrileño Francisco Guillén Brito quien lo darara y estofara, tanto la arquitectura como las figuras.

El retablo muestra tres cuerpos divididos a su vez en tres calles. En las laterales aparecen los cuatro evangelistas, y en la central, aparece abajo un gran sagrario de moderna factura, encima el titular de la parroquia, San Miguel Arcángel como guerrero que vence al Diablo, y en la parte superior un Cristo crucificado. No hay escudos tallados, a pesar de que los hubo en el templo.

El retablo de  San Gregorio

A destacar en su interior otro gran retablo, anterior en su realización al actual templo. Se sitúa sobre el muro del fondo de la nave del Evangelio. Es una obra espléndida, del Renacimiento, realizada en torno a 1540. Se denomina “retablo de San Gregorio” y consta de tres calles y tres cuerpos, coronados estos por frontones curvos, con el central pintado y los laterales tallados con veneras. En la parte inferior de la calle central aparece una imagen de la Virgen María en una hornacina, y el resto del retablo está formado por tablas pintadas, separadas todas ellas por columnas y arquitrabes cuajados de decoración esculpida de tipo plateresco.

Los ocho cuadros, que miden 70 x 70 centímetros, ofrecen escenas de la vida de María y de la infancia de Jesús. Son concretamente el Nacimiento de la Virgen, la Visitación, la Asunción de María, la Adoración de los Magos, la Circuncisión de Cristo, la Presentación de Jesús en el Templo, y Cristo entre los doctores.

El cuadro central, que da nombre al retablo, es algo más grande, y refleja la escena de la Misa milagrosa de San Gregorio, en la que se manifiesta pictóricamente la consagración milagrosa que hizo este personaje cuando, ante la mirada atónita de sus concelebrantes, apareció sobre el altar el propio Cristo rodeado de los símbolos de la Pasión. Por no ser muy prolijo en la descripción de los diversos temas, que están tratados con elegancia, con alegría, llenos de vitalidad y sorpresas, cabe referir un poco más en detalle lo que vemos en el cuadro central, el más específico: aparece un interior de templo formado por arquitectura clasicista, lo cual nos da idea de que el pintor es un hombre que “está al día” en los modismos estilísticos, aunque las proporciones son irreales en algunos detalles. Del grupo de figuras, destaca una en el lado derecho, vestida de negro, y en actitud orante, que bien podría tratarse del donante del retablo, como es habitual. El artista compone la escena y los personajes sin proporciones uniformes, y manifiesta una sensación de irrealidad especialmente en los pliegues rígidos y angulosos de los ropajes de San Gregorio. La devoción a este santo es muy antigua en Alovera, pues ya las Relaciones Topográficas de finales del siglo XVI decían que “se votó la fiesta de San Gregorio, para evitar las plagas del escarabajuelo que se hace en las viñas”.

El impresionante retablo de San Gregorio de la iglesia parroquial de Alovera es, sin duda, la mejor pieza artística mueble de toda la Campiña. Realizado en torno a 1540, los investigadores no dudan en atribuirlo a pintores del círculo de Juan de Borgoña y Juan Correa de Vivar. Se aprecian dos manos distintas, dos autores, que bien podrían ser Cristóbal de Cerecedo (que trabajó en retablos de Meco, junto al propio Correa, y acabó el retablo de La Celada) y Pedro de Egas.

La Piedad flamenca

Otro magnífico cuadro se conserva en la iglesia de Alovera. Se trata de una imagen de “La Piedad” y se encuentra colgado en el interior de la remozada sacristía. Representa a la Virgen María, abrazando a su Hijo muerto, sobre un fondo de oro. Cristo se representa muerto, y María doliente, vestida de toca blanca que le cubra la cabeza, y un ropaje de tonos azulados, y un manto sobre la espalda, de color verde. Los ropajes tienen unos pliegues muy finos. La técnica de la pintura es muy detallista, muy propia de los artistas y talleres de los Países Bajos. Se trata de una obra del manierismo flamenco fechable en la segunda mitad del siglo XVI. Aunque no existen documentos, es muy posible que fuera su autor el pintor flamenco Willem Key (según afirma Ramos Gómez) o bien alguno de los dos pintores flamencos que en esa época estuvieron trabajando, en retablos y pinturas, por Guadalajara: Jerónimo Bosque o Gabriel Girandés.

En esta misma sacristía, en la que hemos entrado a ver esta Piedad que merecería un hueco en las Salas flamencas del Prado, no puede el viajero dejar de admirar la techumbre, pues al compás de la restauraicón en ella hecha, vemos la aparición de nuevas pinturas representando a los evangelistas y ángeles diversos, realizadas por el pincel clásico, y vivo/actual a un tiempo, del gran pintor Rafael Pedrós, nuestro imaginero del siglo XXI en tierras de Campiña, Alcarria y Serranías.

La iglesia está hoy perfectamente restaurada y con mucho gusto mejorada en pinturas de bóvedas, habiéndosele añadido en los pies del templo una nueva capilla bautismal, con arquería semicircular, vidriera moderna y un panel de cerámica renacentista de estilo talaverano que muestra la Asunción de la Virgen, además de una vieja pila bautismal de origen medieval. También se ve en la nave del evangelio una lápida correspondiente al enterramiento del bachiller Juan Martínez, sacerdote, enterrado bajo ella en 1598, y que es la prueba de la costumbre que hubo de enterrar a los eclesiásticos, y a los legos que lo pagaban, en el interior del templo.

Apunte

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El mejor aporte de datos sobre este templo, su construcción y su contenido, está en el libro que hace años escribió el historiador alcarreño Angel Mejía Asensio, y que se titulada “Auge y decadencia de una villa castellana: Alovera“. Lo publicó el Ayuntamiento en el año 2000 al premiarlo en un concurso que se convocó sobre temas aloveranos.

Además son fundamentales, en la vertiente gráfica, los tres grandes libros de fotografía que editó el Ayuntamiento en el año 2002, con las firmas de maestros de la imagen como Francisco Brioso, Amando García, José Antonio Magro, Nando Ruiz y Andrés Sanz, y que en sus tres tomos llevaban los siguientes títulos: “Tierra y gentes”, “Rincones y Costumbres”, y “Hacia el futuro”.

Sabemos que está a punto de salir un libro, que prepara AACHE, sobre “La Campiña del Henares” en el que se van a recoger todas las noticias históricas, geográficas y patrimoniales de los 10 principales pueblos de la vega del Henares, desde Humanes a Azuqueca. Será una obra muy completa con datos, imágenes, planos y noticias inéditas sobre entornos agrícolas, obras de arte, heráldica, etc. Con todo ello, bien puede Alovera decir que, en este sentido bibliográfico, no está olvidada.

Feria en Tendilla, a la antigua usanza

Será Tendilla, este fin de semana en el que entramos, la corte de la alegría y la evocación. Por fin, después de años de tener a San Matías de espaldas (en lo que a climatología se refiere) va a  lucir el sol, no soplará el viento, y no hará frío. Eso llevará a miles de personas hasta la villa alcarreña. Las demostraciones ecuestres, los saltos de los titiriteros, las migas castellanas, y hasta una demostración de danza del vientre (en versión egipcia, que es la buena) darán motivos más que suficientes para que mucha gente se dirija a esta “Calle Mayor de la Alcarria” que es Tendilla. Que evoca, en su multisecular Feria de San Matías, los días grandes del Renacimiento.

La Calle Mayor, para ver y ser visto

Si algún monumento tiene Tendilla que la haga ser recordada por todos cuantos la visitan, este es sin duda la larga Calle Mayor que hace de principal arteria de comunicación y donde se centra la vida, la animación, y hasta donde se condensa, como en mágico conjuro, la historia toda del alcarreño burgo. Gracias a ella, Tendilla es, sin duda, uno de los mejores ejemplos de conjunto urbano tradicional en todo el ámbito de la región castellano-alcarreña. Y ello no lo debe al acúmulo de monumentos trascendentes en su aspecto individual, ni a la situación determinante del conjunto, ni siquiera al hecho de contar con una historia de dimensiones más o menos atractivas. Este título lo posee por juntar, a lo largo de toda una calle, que es su Calle Mayor, el eje primero de su vida urbana, un alargado muestrario de casas, de edificios públicos y privados, y de paseos soportalados, que surgieron además en un momento concreto de su evolución, a mediados del siglo XVI, confiriéndola a partir de entonces su definitiva y actual estampa.

Ya en el siglo XVI estaban tan satisfechos los vecinos de Tendilla de la prestancia de su pueblo, que en el largo informe enviado al rey Felipe II en 1580 (al que comúnmente se llama «Relaciones Topográficas») decían de sus calles y soportales: …Quiero adbertir una curiosidad que tubieron los fundadores que en la plaza y en las demás calles de la villa hicieron unos Salidizos y portales, que aunque llueba se puede andar la maior parte de la villa sin varros, limpieza que no se halla en pueblos de su manera… tiene muy buena plaza, y calles anchas de buena traza…

En la Calle Mayor de Tendilla se encuentran sucesivos todos los elementos que le dan la categoría de conjunto urbano de gran relieve. Desaparecidos ya el convento de los jerónimos que había sido primor del Renacimiento; el monasterio de la reforma francisca de La Salceda, con su opulenta sucesión de edificaciones y obras de arte; el castillo valentón de su altura; las murallas y puertas de su entorno, y aun las casas condales, hoy queda, a lo largo de un kilómetro de asombro, la sucesión de edificios que en su gran mayoría son viviendas particulares, y que se caracterizan por estar construidas, de forma sencilla, conforme a los cánones de la arquitectura popular alcarreña, esto es, planta baja de sillarejo y alta o altas de yesones y piedras sobre entramados de madera, todo ello enfoscado de yesos de diversos tonos. En su fachada principal, el portal da a los soportales que recorren el pueblo, y la planta principal ostenta balcones. Por atrás, tienen patios y cuadras. Ese amplio muestrario de construcciones populares sumadas unas junto a otras, con variedad larga de pilastras, de aleros y de soluciones en las bocacalles, es lo que confiere a Tendilla su carácter único. El gran arquitecto e historiador del arte, Luis Cervera Vera, dejó acabado un magnífico estudio de esta Calle Mayor de Tendilla, que hace un par de años, entre el Ayuntamiento de la villa y la editorial AACHE sacaron a la calle, ofreciendo en páginas de tono crema las sorpresas visuales que el académico Cervera dibujó con paciencia benedictina.

También en el informe enviado al Rey a finales del siglo XVI (de carácter fundamentalmente fiscal, aunque descriptivo y realista de la situación contemporánea) se expresaba la satisfacción de contar aquí y allá con casas de muy buen aspecto, especialmente las que ornaban la ancha Calle Mayor …En la dicha villa hay mui buenos edificios de casas; son fabricadas de yeso y madera, y algunas de piedra y cal; hay pocas de tapería de tierra… de esto es el sumptuoso Edificio de las Casas, en las quales hay aposentos, y salas muy preciadas con mui buenas portadas, y ventanage de obra Romana y curiosas molduras en mui buenas maderas de nogal y pino…  En esta calle mayor aparecen también edificaciones singulares. Y entre ellas cabe mencionar el palacio y oratorio adjunto de los Solano, que es una obra barroca sencilla pero muy digna, de la primera mitad del siglo XVIII, con fachada de líneas anguladas, escudo nobiliario en lo alto, y sillar bien tallado, que presenta un portón de almohadillados sillares y el cimero escudo de la familia. Junto al palacio está la capilla u oratorio de la Sagrada Familia, de nave única, también con fachada a la calle, ocupando todo ello, con sus enormes jardines posteriores, toda una manzana del pueblo.

Otro edificio singular es la iglesia, inacabada conforme al plan inicial de mediado el siglo XVI. De ella solo quedan terminadas la cabecera y parte de la nave, así como los arranques de muros y pilastras de los pies del templo. De ese primer impulso constructivo es el ábside de robustos paramentos, de contrafuertes moldurados y ventanales con dobles arcos de medio punto. La portada, más moderna, es obra de comienzos del siglo XVII, y está diseñada en clara tendencia manierista, con severidad de líneas, proporción achatada y un exorno lineal de cuatro columnas jónicas sumadas de un frontoncillo y vacías hornacinas. Solamente tiene terminada, y ello en el siglo XVIII, una de las dos torres proyectadas, que se debe al arquitecto Bradi, según nos acaba de demostrar el estudioso tendillano profesor García de Paz. Ya es chocante, en todo caso, que los tendillanos pretendieran hacer un templo con dos torres, como las catedrales más solemnes. Les faltó el dinero, que no las ganas.

Los halcones y las águilas

Los impulsos dados por Juan Antonio Nuevo y Luis Lorenzo, anteriores ediles de Tendilla, se ven cuajados con la confirmación de este año, en que la Feria va a ir a más. Hoy viernes, a partir de las 7 de la tarde, se inaugura con exposiciones de fotografías y esculturas. Por las noches habrá bailes, de los modernos, y algunos tradicionales a cargo del grupo de danzas del palacio de “La Cotilla”. Estos solamente el sábado.

Un grupo dse teatro medieval, “Cuerno la Cabra” se pondrá a recordar con sus representaciones los días del Medievo en que esta villa comenzó a crecer. Las mujeres de la Asociación Cultural se vestirán, como siempre, con sus mejores galas, dando con sus sonrisas y lozanía el mejor perfil de la Feria. Y se repartirán migas castellanas el sábado y por la mañana del domingo, para dar paso, a la 1, a esa demostración ecuestre que es desde el primer momento la esencia de la feria tendillera: exhibición de saltos de caballos, arrastre de troncos de mulas, demostración de labores con arado romano, herraje de caballos en caliente, para pasar luego de comer, a las 4:30 de la tarde, y en las eras de la Soledad, a la exhibición de aves rapaces.

Aunque ya se ha usado en muchos lugares, siempre es de admirar el control de los cetreros sobre tan peligrosos animales: los halcones, los neblíes, los azores, las águilas… A la usanza europea más pura, se verán las evoluciones bajo el azul de halcones, neblíes y otros elementos del nutrido grupo de las aves de presa. Veremos la demostración con el señuelo, que a veces ofrece la sensación de que no es un animal quien lo ejecuta, sino una máquina programada. Halcones encapuchados primero, luego libres para mirar con sus ojos universales, imparables, con sus garras afiladísimas, con sus picos que parecen máquinas de precisión, persiguiendo a la paloma.

Además de todo ello, estará la esencia de la Feria de San Matías: los puestos de comida, de zapatos, de guantes, de cestas, de mantas… el bullicio propio de la quincallería en el mejor sentido, el toma y daca, la fruta de colores, el olor de los chorizos, la persuasión de las olivas y las berenjenas, el dulzor de las almendras y los manises garrapiñados, de las nueces con miel, del alajú moruno… se merece Tendilla este alegrón, y nos lo merecemos todos, por aguantar en esta Alcarria olvidada y sacrificada, que solo recibe puntapiés y olvidos.

Quizás convenga hacer una reflexión final sobre lo que es San Matías en Tendilla. Estarán a todas horas los políticos provinciales. Es una fiesta pregonada, va mucha gente a ella, gente a mirar y a no hacer nada, y por lo tanto es el lugar ideal para estar allí, y más ahora, con unas elecciones generales al Parlamento de Madrid, a tres semanas vista. En una sociedad que tiene por referencias firmes la imagen y la frase, la sonrisa y el talante, este será su sitio. Así es que, lector amigo, que lo sepas: además de ver saltos de caballos, vuelos de halcones y tendertes de almendreros, verás caras y aún cuerpos de candidatos. En directo.

La Feria tiene, eso sí, un reclamo propio: un aliento y una expresión sabia, y es la de que cuando las caras se vuelven hacia otro lado, uno debe dar el paso adelante. A Tendilla la han partido por el eje haciendo la variante en la cuesta, pero sus gentes han sabido controlar la situación, y aún la pueden controlar más. Esta Feria de San Matías, estos tres días de animación, y aún estas palabras que ruedan llamando a su visita, son elementos que dicen que Tendilla existe, y que es hermosa, y que merece ser tenida en cuenta para otras cosas. Por ejemplo, para seguir viniendo a ella, a lo largo del año.

Mirando Castillos por el Valle del Henares

Puestos a viajar, por Guadalajara lo mejor es hacerlo en las zonas en que  más abundancia exista de restos monumentales, de bellezas paisajísticas, de buenas fondas y de mejores gentes. Y ese lugar es, sin duda, el valle del Henares: desde Azuqueca a Horna, todo el recorrido junto a las aguas, -río arriba-, del Henares es territorio propicio.

Mas de media docena de castillos encontramos hoy en la orilla izquierda del río Henares. Desde Alcalá hasta Guijosa, precisamente es en esa orilla izquierda donde se alzaron como defensa, y hoy constituyen una interesante ruta monumental que aquí ofrezco como aliento de viaje.

En el espacio que forma el río Henares y sus amplias orillas, un espacio que es rectilíneo y abarca poco más de 120 kilómetros, vamos a encontrar unos elocuentes restos del pasado de esta tierra: sus castillos. La explicación a que los haya, y a que sean tan numerosos, está en la propia historia: durante tres siglos, el Henares fue frontera entre Al Andalus (la Marca Media o reino de Toledo) y Castilla. Y la defensa de los musulmanes, puesta en su orilla izquierda, vio levantarse numerosas fortalezas para evitar la irrupción de los castellanos, que llegaban fácilmente a la orilla derecha.

Desde la desembocadura del río en el Jarama, poco más allá de Torrejón de Ardoz, empezamos a ver fortalezas. Es más, el nombre de la capital y de la provincia, Guadalajara, viene del apelativo árabe, Wad-al-Hayara, que significa “el río”, pero río con la acepción de gran valle de amplias orillas, “de las piedras2 o mejor dicho, de las fortalezas hechas con piedras, fuertes y duras como estas. Así, Wad-al-Hayara significó para los andalusíes, durante mucho tiempo, “el gran valle de los castillos”, y estos han pervivido, medio arruinados o recuperados, que de todo hay, hasta hoy mismo.

Los iniciales castillos

En Torrejón hubo castillo (el mismo nombre latino del pueblo lo demuestra) que fue mucho tiempo después sustituido por un palacio o casas grandes aún hoy existentes. En Alcalá, que en árabe significa lo mismo: “el castillo”, de al-kala, la torre alta y defensiva, hoy se ve aún en la orilla izquierda del río, en los altos que otea el cerro Gurugú, una torre a la que llaman “de Alcalá la vieja”, herencia de la época árabe.

En Guadalajara incluso, con su nombre relacionado como ya hemos visto, hubo también poderosa alcazaba, que llegó a ser en tiempos cristianos”alcázar real”, y que en época de inicial dominación musulmana sirvió para controlar lo que primero fue vado y luego puente levantado en época califal, cuando Abderramán III dirigía una inmensa estructura política desde Córdoba.

Aguas arribas vamos a ir encontrando sucesivos castros, atalayas y fuertes castillos que avizoraban las extensas planicies de la orilla derecha del Henares, hasta las estribaciones de la Somosierra. Se alzaron estos castillos precisamente sobre atalayas de terreras y sobre cerros testigos, y entre ellas hay que destacar dos: Hita y Jadraque.

Hita era ya espacio ocupado por los hombres primitivos y los romanos, pero los árabes la dotaron de un gran castillo en lo alto de su perfecto cerro. Desde allí arriba es sorprendente el espacio que se domina: Hacia el norte la Somosierra, por supuesto, nítida y con todos sus valles, ríos y caminos. Por el sur la mirada se pierde en la meseta alcarreña. El castillo fue, tras la reconquista, propiedad de los reyes castellanos, que se lo cedieron a nobles cortesanos, especialmente la familia de los Fernández de Hita, y luego a los Mendoza, que la hicieron centro de su primer feudo junto con Buitrago. A sus pies se levantó la villa que se rodeó de muralla en tiempos del marqués de Santillana, siendo albergue de importante aljama judía. Con los años llegó el abandono, y el castillo sirvió incluso de eje de una ofensiva en la Guerra civil de 1936-39.

Aguas arriba, Jadraque, el Castejón de Debajo de los cristianos, y el Xaradraq de los árabes, que tras muchos siglos de existencia, fue protagonista en una de las acometidas de rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, por estas tierras. Situado sobre “el cerro más perfecto del mundo” como lo calificó Ortega y Gasset, este castillo pasó tras la reconquista por los Reyes a la familia del linaje Carrillo, que finalmente se lo vendieron al Cardenal Mendoza, quien aquí fundó un feudo nuevo, el Condado del Cid, y fue su hijo, don Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza, quien lo utilizó habitualmente y mandó levantar un mejorado castillo incluyendo en su interior un lujoso palacio renacentista.

Sigüenza, eje del valle

Aunque ya muy alto en el tramo superior del río, cuando el Henares es apenas un hilo de agua que procede de Sierra Ministra, el medieval burgo de Sigüenza debe su antañona importancia al castro que señoreó la orilla izquierda del río. Bien pudo colocarse en uno u otro lado del valle, pero es evidente que, aunque los primitivos celtíberos pusieron en Villavieja (lado derecho) sus castros defensivos, fueron los visigodos y posteriormente los árabes los que levantaron castillo sobre las rojizas rocas areniscas del lado izquierdo.

Conquistada la ciudad de Segontia por los castellanos y aragoneses en 1124, al mando de un ejército capitaneado por el clérigo francés Bernardo de Agen, que sería nombrado por Alfonso VII primer obispo y primer señor de la ciudad, desde ese momento se inició la construcción de esta alcazaba, que fue creciendo a lo largo de los siglos, y que vio todo tipo de acciones guerreras, traiciones, asaltos y hundimientos.  Desde el siglo XII al XIX, el obispo de Sigüenza tenía el mando en la catedral, en la diócesis, y residía en el castillo, controlando de una forma relativa, pero efectiva, a los priores y abadesas de monasterios y cenobios del gran valle (Valfermoso, Sopetrán) y aún más lejos (Buenafuente, Albendiego, Huerta…). Como sé que hay muchos lectores de estas páginas que antes, y no hace mucho, se han leído “Los pilares de la Tierra” de Ken Follet, solo les pido que se imaginen que muchos elementos de aquella Kingsbrigde del siglo XI se reprodujeron en esta Sigüenza de la Edad Media. Con una particularidad: que aquí el poder episcopal era omnímodo, y no tenían un Hamleigh que les tratara de hacer sombra. Ni siquiera la ciudad se hizo respondona en ningún momento. Las luchas y los avatares del castillo tuvieron por protagonistas a los clérigos del momento.

Más arriba aún, quedan vestigios de torres, y aún otro castillo, el de Guijosa. El camino sube entre cerros empinados que fueron castros celtíberos, todos excavados y mostrando las huellas de un pasado espléndido, en torno al siglo V antes de Cristo. La fortaleza de Guijosa, que aunque en ruina amenazante aún se mantiene para admirarla y fotografiarla, fue propiedad de los Orozco, que la tuvieron como elemento de contrapeso, siempre leve, frente al poder episcopal.

Y esto es todo cuanto se puede ofrecer como elementos a ver y considerar en esta hipotética Ruta de los Castillos del Henares, que en cuanto a historias y descripciones, valoraciones de sus alcazabas y ofertas para su visita, ya han sido ampliamente tratadas por otros autores. Aquí solo quería dar esa pincelada breve y oferente para que sirva de idea de un viaje descubridor, de una excursión emocionante.

Apunte

Una mirada a los castillos del Henares

Además de los libros de Layna, Jiménez,  Ruibal y algún otro, recientemente este diario “Nueva Alcarria” ha sacado a luz una obra de considerable calado, en la que se catalogan, describen y aprecian unos 400 castillos, atalayas y castros de la provincia de Guadalajara. El autor, el profesor de la Autónoma Dr. García de Paz, y el título “Castillos y fortificaciones de Guadalajara”. A lo largo de muchas de sus páginas, ampliamente ilustradas con fotografías y planos, se describen estos castillos del Henares, y algunos otros de menor entidad, pero que también forman la corte de estas remotas reliquias de nuestra historia.

Una Ruta del mudéjar en Guadalajara

El viaje por la provincia tiene un buen puñado de ofertas: la visual y la sentimental, la del pasado y la del presente, el paisaje y la historia. Y el arte. Porque a nada que se mire con cierto tino, uno encuentra la filigrana artística en cualquier pequeño, en el más ínfimo, o muchas veces y por muchos sitios en los más grandes.

De los diversos estilos que se han sucedido a lo largo de los siglos, el mudéjar es uno de los que mejor caracterizan a nuestra tierra, a esta que ahora se denomina Castilla-La Mancha pero que estuvo cohesionada desde el siglo XI bajo el apelativo geopolítico de “Reino de Toledo”.

Ahora pido a mis lectores que, como en otras ocasiones han hecho, le den una oportunidad a la imaginación, y la pongan a caminar por tierras, sierras y trochas de nuestra provincia: y que por todas ellas busquen los elementos de una de nuestras más genuinas y olvidadas raíces, las mudéjares, las que explican en callada retahíla algunas páginas de la historia común.

Algo de historia y muchas imágenes

Por no ser demasiado pesado en letras, creo que lo mejor es dar claridad a esta propuesta con lo que es razón fundamental de nuestro tiempo: con la imagen, con las siluetas que en este caso son de complicadas tracerías y asombrosos dibujos en volutas.

Casi cuatro siglos permanecieron los musulmanes controlando políticamente el territorio de nuestra actual provincia, al menos el más poblado, el de los entornos del río Henares: desde su nacimiento por Horna y Sigüenza, hasta su salida al Jarama más allá de Torrejón, los árabes, bereberes y gentes varias del Norte de África y el Oriente Próximo tuvieron el control de los caminos, de los alcázares y los portazgos. Desde los comienzos del siglo VIII hasta el fin del XI, la cultura islámica fue marcando (Marca la llamaron, por ser frontera con el cristiano Norte castellano) esta tierra, y dejando hondas huellas que aún pueden rastrearse.

Arte mudéjar en Guadalajara

De la Literatura, el Derecho, la Música o los Festejos, no quedan sino reflejos pálidos en nuestro vivir actual. El arte es el que mejor ha dejado su evidencia. El color pálido del yeso, de la piedra serrana tallada, o la pintura roja de los muros, todavía se asoman a nuestro camino. Lo mudéjar es la herencia, en tierra ya cristiana, de esa previa dominación o cultura islámica. Muchos moros quedaron a vivir pacíficamente entre el sustrato hispano-romano y visigodo previo, sin dramas especiales con los nuevos gobernantes. Y esos moros tuvieron el saber de muchas cosas. De la construcción sobre todo, de la decoración de edificios, de portadas, de ventanales y cornisas.

Por ello no se hace difícil encontrar sus huellas en múltiples espacios de la provincia de Guadalajara. Tanto en lugares estrictamente civiles, como los más puramente religiosos. Siete espacios nos pueden servir de parada, en una ruta idealizada que empezaría en Guadalajara y acabaría en Campisábalos, en los extremos septentrionales de nuestra tierra.

Los complicados dibujos de líneas y plantas (por algo se llaman arabescos a estas múltiples encrucijadas) reciben su herencia capital de la exquisitez islámica, de Granada, en cuyo palacio nazarita de la Alhambra toda la maravilla de la imaginación geometrizante es posible.

 

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En Guadalajara encontramos un ejemplo primordial: el palacio de los duques del Infantado, construido en los años finales del siglo XV, recibió de las manos de muchos alarifes de origen moro sus más delicados adornos. En la imagen adjunta vemos remarcado el mocárabe que a todo lo largo de la fachada de este caserón mendocino sustenta el nivel más alto de balconadas y garitones. El genial espíritu de la levedad pétrea, de la ingravidez de la madera, tiene aquí su asiento.

Un lugar preciso y magnífico para iniciar una ruta del mudéjar que a continuación se irá hacia la Alcarria, y llegará hasta Brihuega. Subirá hasta el podio de su castillo de los obispos, cruzará el patio de honor, hoy cuajado de enterramientos, y penetrará en la capilla del arzobispo Jiménez de Rada (todavía hoy cerrada a las visitas turísticas). Allí, en sus paredes, y con pintura de oscuro tono rojo, encontrará el viajero los enrevesados y armónicos dibujos que artistas mudéjares al servicio de los toledanos prelados le pusieron a comienzos del siglo XIII. Lo más curioso de todo, un pez en tonos pardos, de gran belleza.

Más allá, en las orillas casi del Guadiela, en el hondo y recoleto valle de Córcoles, la severidad cisterciense de su templo monasterial alberga en los costados de su presbiterio unas credencias que ven tallados rosetones de hermosa parafernalia mudéjar. Escoltadas de cortas columnas y pequeños capiteles románicos de acanto petrificado, los complicados dibujos de geometría soñada dan noticia cierta de alarifes moros por aquellos contornos. Era el siglo XII, Edad Media castellana repleta de gentes pegadas a su tierra secular y querida.

Se sube a Sigüenza luego, y se encuentran en plena ciudad episcopal detalles de la mudejaría andante: en la catedral, sin ir más lejos, en el gran coro de tallada madera que adorna el centro de su principal nave, surge brillante -cardinas y filigranas- la teoría más sublima del mudéjar, del geometrismo aniconográfico por excelencia: ausencia de seres, inexistencia de vida. Parece como si las líneas, al curvarse, solo buscaran producir música. Y en el Museo Diocesano de Arte Antiguo, en un par de arcos que sirven de paso entre sus primeras salas, vemos los restos de sendas casas de las Travesañas, en las que constructores moros pusieron, para adornar los escudos de hidalgos severos, una complicada tracería sobre yeso de curvas, ángulos y mil sueños. No deben ser olvidados, aunque estén tan recónditos ahora. Y se acompañen, desde hace pocos años, de otro magnífico arco mudéjar rescatado en el interior de la Casa del Doncel, y que puede admirarse en ella.

El románico de Pela

Más hacia el norte, el viajero llegará hasta Albendiego, y en la orilla serena del Bornova, se acercará hasta la ermita de Santa Coloma, el ejemplo más excelso del románico rural en Guadalajara. En su ábside, tres ventanales centrales en los que la filigrana tallada del mudéjar pregona viejísimos laureles. Los rosetones múltiples que tienen como motivo central la cruz octopuntata de los sanjuanistas, muestran hasta qué punto el mudéjar adornó los templos medievales cristianos. Junto a estas líneas vemos también un ejemplo de tamaña floritura en la piedra.

Un último enclave, la final frontera que nos circuye: Campisábalos, en su capilla del caballero San Galindo tiene varios motivos mudéjares que mostrar: quizás sea la ventanilla (no más de treinta centímetros de diámetro) que da luz a su presbiterio, ofrece de nuevo la estrella de cruzados rayos que complica el espacio, parte la luz y se lleva la mirada a rebotar en todos los límites que forma.

Un viaje, éste del mudéjar por Guadalajara, que merece emprenderse cualquier día. Aunque ya lo hayas hecho otras veces, lector amigo, esta oferta no decae: es más, se levanta cada año porque el mudéjar guadalajareño está formado de pequeñas sorpresas, y en su esencia la búsqueda paciente puede aportar tantas ofertas que lo que hoy solamente es un artículo puede llegar a ser un día cortejo de sones y filigranas. Una oferta que solo busca darte el camino por donde ir, lejos y cerca a un mismo tiempo, para poder encontrarse en silencio con uno mismo, con su ancestral identidad.

Apunte

La Casa del Doncel en Sigüenza

Aunque siempre pregonada como esencia del gótico civil, la casa palacio que se construyeron los Vázquez de Arce en la plazuela de San Vicente, en la Travesaña Alta seguntina, que ha sido restaurada con amor y sabiduría estos pasados años, ofrece diversos elementos mudéjares que sorprenden al visitante. Uno de ellos es el arco que da paso entre dos amplias estancias. Otro es un ventanal diminuto de celosías caladas en piedra. Y otros son los variados artesonados que, hoy limpios y recuperados, nos muestran escudos heráldicos de hidalgos serranos mezclados a frases y cifras en castellano aljamiado.

La ruta del mudéjar en Guadalajara, que podría tener por basamenta los hilos que hoy ponemos aquí como camino, tendría uno de sus espacios más sustanciosos en la Casa del Doncel, en Sigüenza. Cuenta ya este monumento con un libro explicativo que lo refiere con detalle, y entre sus autores aparece Pedro Lavado Paradinas, uno de los máximos experto en este estilo, que se encarga del capítulo dedicado precisamente a los artesonados. Una parada obligada en el andar turístico de nuestra provincia.

Platos y Jarros made in Pelegrina

A cualquiera que avance, despacio siempre, desde Sigüenza hacia Pelegrina (que es lugar con castillo episcopal y muy hermosos paisajes con arboledas, cantiles rocosos, águilas y cascadas) le sorprenderá ver a manderecha de su camino una gran torre con pinta de medieval postura ¿quizás de tiempos del Cid Campeador? ¿Quizás mendocinos? ¿Un puesto de mando de la Guerra Civil, una atalaya de reconocimiento de los árabes? Nada de eso. Según se sube desde Sigüenza a Pelegrina, a la derecha, quedan los restos devastados de una de las curiosas y vistosas empresas fabriles que tuvo Sigüenza en su historia, durante varios siglos, hasta casi ayer mismo: La Pelegrina, un complejo de fabricación de mil cosas hechas con barro y esmaltes.

Un bonito libro que ha puesto en nuestras manos la Diputación Provincial, escrito por Juan Castillo Ojugas, veterano compañero de estas páginas, nos ha ilustrado totalmente sobre aquella fábrica, sobre quienes la montaron, y nos ha dado cientos de imágenes de lo que allí se hacía. Algunas cosas tan hermosas como las que con estas líneas se alinean.

Alfarería de la tierra

Hacia 1700 alguien se propuso aprovechar las buenas materias primas que daba la tierra en torno a Sigüenza: abundantes y baratas, las diversas calidades de arcilla suponían un filón para con arte, agua, tiempo y saberes fabricar todo tipo de elementos que hicieran más agradable la vida y pudieran servir de adorno y maravilla.

Ya Larruga en sus “Memorias Políticas y Económicas” de 1792 nos decía que “En Sigüenza hay una fábrica de loza que para el país la tienen por fina…” y después de la Guerra de la Independencia todavía hablaba de ella Sebastián Miñano, en su ”Diccionario Geográfico y Estadístico” en el que decía que “En Sigüenza hay una fábrica de loza…” Todavía a finales del siglo XIX, don Juan Catalina García López, en su obra “El libro de la provincia de Guadalajara” que quería ser, -en sencillo pero completo diccionario del momento- una enciclopedia de lo que nuestra provincia daba de sí, escribía que Sigüenza disponía de un centro alfarero, una “fábrica de Baldosín fino de distintos colores” al que le daba muy buen porvenir.

Lo tuvo, y produjo muchas y bonitas cosas, durante todo el siglo XIX y el primer cuarto del XX, siendo primeramente denominada como “Fábrica de La Pelegrina” y después “El Acierto”. Lo más lucrativo del negocio consistió en hacer tejas y baldosas, pero el número y tipo de piezas que aquí se fabricaron alcanza el medio centenar de variedades, destacando entre otras cosas las jarras, platos y botijos, las tazas y cuencos, y hasta cristales de mejor o peor calidad, pero también se hicieron, de tal modo que abastecieron de productos para sus medicamentos al mismísimo Hospital de San Mateo de Sigüenza.

Un trabajo meticuloso

Recientemente, un estudioso de la alfarería provincial, el doctor Juan Castillo Ojugas, descendiente de Montarrón por su padre, que fue el famoso escritor e investigador don Juan Castillo de Lucas, ha elaborado un denso trabajo de investigación sobre este centro alfarero, hasta el punto de haber obtenido con él, y por unanimidad del jurado, el Premio Provincial de “Investigación Histórica” del año 2006. En su obra, aporta más de 500 imágenes de lo que él pacientemente buscó y recogió entre las ruinas de la antigua fábrica. Como un simple buscador de cascotes, Castillo se entregó horas, y días enteros, a recoger todo aquello que sobre la árida superficie de la paramera brillaba o tenía color. Y de cada pieza, numerada y clasificada, fue sacando conclusiones hasta obtener y edificar todo un estudio, plasmado en libro, de lo que en aquel lugar de La Pelegrina se fabricó entre los siglos XVIII, XIX y parte del XX.

Primero analiza el sitio: al viajero que hoy se acerque por allí le va a impresionar sobre todo la presencia del gran horno, que es lo que queda más entero. De su chimenea concretamente, que con planta circular, muy amplia, y remate en almenas, parece enteramente una atalaya militar del Medievo. Enseguida se ve que por los alrededores quedan muchas ruinas de naves, depósitos, almacenes, embocaduras, conducciones, caminos ocultos y amontonamientos de cascotes y desechos. Todo ello, que a cualquiera que pase deprisa le puede parecer un simple estercolero, es en realidad la ruina pulverizada de una gran empresa. Un ejemplo, quizás, una muestra más de lo que ha ocurrido con nuestra tierra, con nuestra provincia: que lo poco que pudo tener de prosperidad quedó disuelta en el olvido. Sí, esto es un poco exagerado, porque Guadalajara crece por otros sitios. Pero esta zona de en torno a Sigüenza, estas sierras atencinas y molinesas, de lo poco que tuvieron se lo llevó este viento de la modernidad, y hoy tienen que ser gentes, -con paciencia inaudita, como Castillo Ojugas-, que tengan dedicación y amor por esta tierra, las que con paciencia y visión de realidad investiguen estos viejos sones.

El autor ha encontrado documentos acreditativos de los artesanos que trabajaron tiempos atrás en esta fábrica. En los anaqueles del Archivo Histórico Provincial de Guadalajara ha encontrado cantidad de contratos firmados por alfareros, con obligaciones de hacer piezas o de mantener aprendices (Melchor Ariza, Bernardo de Alvaro, Antonio Rello…) y en los libros de legos del Catastro del Marqués de la Ensenada, de mediado el siglo XVIII, también aparecen muy detalladament consignados nombres, producciones, ganancias, etc.

Piezas talaveranas, cristales de La Granja

En La Pelegrina se fabricaron piezas alfareras en imitación de las más prestigiosas del país. Así vemos que de aquí salieron algunos botijos, algunos platos y jarras calcados de Talavera. Con sus formas y sus colores, con sus dibujos y siluetas calcadas de la famosa tierra talaverana. También se hicieron cosas similares a lo que entonces se fabricaba en Manises: delicados tazones, orondos platos para frutas. Incluso se llegó a copiar el tipo de alfarería esmaltada en verde de Bailén, con sus grandes orzas, tinajas, fuentes adornadas de grecas geométricas y florales… se ve que atendían a la demanda de un público femenino siempre atento a lo más bello, a lo más llamativo, aunque fuera falso en el fondo, hecho en el taller de al lado de casa (como ahora los relojes primimarcas venidos de la China con los títulos suizos).

En todo caso, el volumen mayor de La Pelegrina fue la fabricación de tejas, tanto de tipo árabe como plaquetas, también ladrillos, normales y artísticos, y baldosas y baldosines, estos con mucha variedad y finura, lo que al fin le dio fama al complejo pelegrinesco.

Se hizo también cristal, o al menos el autor del estudio ha encontrado muchos restos entre las ruinas. La técnica de la cristalería se ha ido haciendo con el tiempo más sencilla. De aquellos lugares en los que solo donde había una sílice superfina (aquí en la provincia eran lugares serranos como El Recuenco, Villanueva de Alcorón o La Solana) se podían hacer buenas piezas, se pasó a hacerlas en cualquier fábrica donde se tuviera horno y arcillas finas. De diversos colores, con imperfecciones, formas irregulares, y todos los peros que se quieran, pero aquí en La Pelegrina, sin duda, hubo también facienda de cristal. Lo cual suma un nuevo espacio a esta artesanía maravillosa que aún hoy goza de la admiración de los coleccionistas.

Finalmente, quiero apuntar la teoría, expuesta, pero valiente, del investigador Castillo sobre el origen de gran parte del botamen de la farmacia del Hospital de San Mateo de la ciudad de Sigüenza. En estas páginas nos dice que bien pudo ser realizado en La Pelegrina, puesto que si bien la farmacia del hospital se abrió a mediados del siglo XVII, muchas piezas se romperían y habría que reponerlas, acudiendo a la fábrica cercana, donde además, -esto está demostrado- hacían todo tipo de cacharros imitación Talavera. Con este motivo, Castillo hace una memoria y resumen de la historia de la botica de San Mateo, uno de los lugares más emblemáticos (sumido ya, irremediablemente, en el virtual espacio de la memoria histórica) de la Ciudad del Doncel.

Apunte

Un autor y un libro

Antonio Castillo Ojugas es autor del libro titulado “Investigación histórica y etnográfica del complejo industrial alfarero de La Pelegrina”, presentado hace unas semanas por la Diputación Provincial de Guadalajara.

Castillo nació en Madrid, y tiene tres doctorados: uno en Farmacia (su tesis versó sobre los colirios con óxido de cinc a través de la historia), otro en Bromatología (con su tesis sobre “Liofilización de alimentos”) y otro en Ciencias Empresariales. Ha sido su pasión el estudio de la alfarería española, y ha dedicado numerosos trabajos, artículos, libros y conferencias al estudio de la alfarería de Guadalajara. No hace mucho publicó un libro sobre Tejas y Tejares de nuestra tierra.

Ha ganado el Premio Provincial de “Investigación Histórica” en el año 2006 y ha visto publicados sus trabajos monográficos sobre viejos alfares desaparecidos, en este mismo diario “Nueva Alcarria”.

El libro del que es autor tiene 246 páginas, y medio millar de ilustraciones, aportando noticias, documentos, e información veraz y contrastada sobre esta sorpresa de la industria antigua de Guadalajara y Sigüenza: el alfar de La Pelegrina.