El Dorado de Jirueque

viernes, 21 diciembre 2007 3 Por Herrera Casado

 

Hace poco hablamos de Jirueque a propósito del libro que ha escrito el profesor de Alcalá, don Pedro Carrero, sobre sus andanzas por las frías tierras de la presierra guadalajareña. Entonces renové la memoria de una de sus joyas patrimoniales, y ahora quiero dejar lanzada la invitación para que mis lectores se acerquen a ver una de esas maravillas escondidas –de las que tantas hay en Guadalajara- como la que supone el enterramiento de Alonso Fernandez, cura que fue, en la Edad Media, de Jirueque y las Cendejas. Un impresionante conjunto funerario que a todos sorprenderá.

Tenemos la idea de que en los pequeños pueblos de nuestra provincia, aparte de su iglesia que puede ser románica, o renacentista, y de algún que otro palacete, fontana o picota, poco más hay que admirar. Pero debemos de ir informados, siempre que se emprenda cualquier viaje de curiosidad o reconocimiento, de lo que en cada lugar existe, porque podemos irnos sin admirar lo que –por escondido y oscuro- no se ve habitualmente, siendo lo mejor de todo.

Esto es lo que ocurre con el enterramiento de “El Dorado de Jirueque”, un mausoleo funerario de un olvidado personaje del siglo XV, del que la única memoria que ha quedado es su enterramiento, y que supone toda una sorpresa y un disfrute el poder contemplarlo.

En llegando a Jirueque, se sube el cuestarrón, hoy bien pavimentado, y se llega a lo más alto, a la iglesia parroquial, donde con la compañía del párroco, don Francisco, o sin él (porque siempre está ocupado en mil sitios ayudando a las gentes de los pueblos que tiene adscritos), se pasa al interior y en el fondo de su nave de la epístola aparece la pequeña capilla que contiene, como único elemento, tras la sencilla verja y ante el ínfimo altar, el enterramiento de don Alonso Fernández. A este se le llama coloquialmente “el Dorado de Jirueque”, dicen unos que porque era muy rico, y estaba “dorado” de dineros; dicen otros que porque una vez que se levantó la cubierta y se introdujo una vela encendida en el interior del sepulcro, este se veía en la oscuridad como una caja transparente de tonos dorados. Lo cierto es que el cura debió tener dineros suficientes para encargarse el tal mausoleo, y que el enterramiento está hecho, todo él, con material de alabastro [de Cogolludo, por más señas] y por lo tanto ofrece un lustre bellísimo entre blanco y amarillento.

Una impresionante obra de arte

El sepulcro está exento y situado en el centro de la capilla. Aparece yacente la figura de un hombre, revestido de ropajes litúrgi­cos, con sotana y amplia casulla de bordes muy decorados. Cubre su cabeza con un simple bonete, del que asoman los flecos de su larga cabellera, y la apoya sobre dos almohadones; entre sus manos sujeta un misal. La cama sepulcral presenta decoración esculpida en sus cuatro caras; a los pies aparece la figura de un sacerdote arrodillado sobre un cojín con las manos juntas orando, un bonete delante y la cabeza descu­bierta mostrando amplia tonsura. A la cabecera aparecen dos angelillos desnudos sosteniendo un escudo en el que se ven dos llaves cruzadas, símbolo del sacerdocio. El costado derecho presenta la escena de la Anunciación, con buenas tallas de la Virgen y el Arcángel, separadas por un jarrón de azucenas. En el costado izquierdo aparecen los relieves de Santa Lucía, arrodillada, y Santa Catalina de Alejandría, más dos escudos similares al de la cabecera, rodeados de corona de laurel. El conjunto se apoya sobre seis leones, atados sus cuellos por cadenas. Y en la pestaña del sepulcro se lee esta inscripción en letra gótica: *Aquí está sepultado el honrado alonso fernandes, cura que fue desta yglesia y las cendejas el qual falesció a quinse dias del mes de octubre, año de mil y quinientos y dies años+, con lo que queda identificado el personaje, sus cargos, y el año de construcción de este monumento.

Tiene en total este monumento diez figuras humanas (el sacerdote yacente, el sacerdote orante, el arcángel Gabriel, la Virgen María, Santa Lucía, Santa Catalina de Alejandría, los dos angelotes que sostienen el escudo, y dos figuras mínimas de sacerdotes, sobre las pilastras de la cabecera) y seis animales (seis leones, de grandes cabezas, encadenados por el cuello, uno en cada esquina, y dos en el comedio de los laterales). Aún podría contarse como décimonona la figura del emperador Majencio, cuya sola cabeza aparece cortada a los pies de Santa Catalina, vencedora con su virtud de aquel sátrapa.

El aspecto del conjunto es señorial, elegante y espléndido. Lástima que esté situado en espacio tan estrecho, porque casi no hay posibilidad de adquirir perspectiva para contemplarle en su conjunto. Las fotografías deben hacerse con objetivos de gran angular, y el espectador se tiene que ir a las esquinas, y casi pegar la espalda contra los muros, para tener una visión de conjunto.

El personaje allí enterrado no ha dejado apenas huella en los anales de la historia. De él se sabe poco más que fue cura del pueblo, y de los tres Cendejas (de la Torre, de En Medio y del Padrastro) y que fue beneficiado del Cardenal Mendoza, con relaciones económicas y patrimoniales en Cogolludo, de donde sacaría el material para hacer su sepulcro. El cual no fue hecho, sin duda, en vida del eclesiástico, sino al morir este, porque la leyenda en letra gótica que corre sobre la cenefa del catafalco dice su nombre, sus títulos y el día exacto de su muerte.

Otros enterramientos salidos de la misma mano

En este caso no estamos ante la obra aislada de un escultor más o menos genial. Estamos ante una de las obras de un escultor (un cantero, opinaba Layna) de los que eran comunes en los finales de la Edad Media. Una especie de Jack Jackson de “Los pilares de la Tierra”, que iban de aquí para allá ofreciendo sus servicios, y su arte exquisito, a magnates que querían poner las más hermosas y nunca vistas imágenes de talla en piedra sobre los capiteles de los templos o en  los frontales de altares, palacios y enterramientos.

Este escultor, cuyo nombre nos es desconocido, fue autor de, al menos, otros dos enterramientos más. Todos ellos realizados en los últimos años del siglo XV o en la primera década del siglo XVI.

El primero de ellos sería el del chantre don Juan Ruiz de Pelegrina, que hoy vemos (aunque en la semipenumbra en que la catedral se encuentra) en la capilla de San Marcos de la catedral de Sigüenza. El otro, sería el enterramiento de don Martín Fernández, cura de Pozancos, y beneficiado del cabildo seguntino, que está en una pequeña capilla de la iglesia de Pozancos, aunque con elementos (como las imágenes en talla de bulto de Adán y Eva) en el Museo Diocesano de Arte Antiguo de la capital del obispado.

En ambos casos, aunque en disposición diferente, el autor desarrolla programas muy parecidos. El del canónigo seguntino tiene estatua yacente, revestido de los ropajes litúrgicos propios del caso, y relieves tallados con su escudo, el del Cabildo, escoltado de la escena de la Anunciación, y santas advocaciones. El de Pozancos, que estuvo como el de Jirueque aislado en el centro de una capilla, pero que hace ya mucho tiempo se adosó al muro, distribuyendo anárquicamente sus talladas piedras, tiene también al cura revestido yacente con un libro sobre el pecho, y en los laterales sus escudos de linaje, el del Cabildo, la Anunciación, Santa Lucía y Santa Catalina. Las similitudes entre el enterramiento de Pozancos y el de Jirueque son tantas, que sin duda se trata del mismo artista. El del canónigo Pelegrina se ha querido ver anterior, enlazado con la escuela de Sebastián de Almonacid, autora de los mausoleos de Martín Vázquez de Arce en Sigüenza, Campuzano en Guadalajara, Pedro de Coca en Ciudad Real, condes de Tendilla [hoy en San Ginés pero primitivamente en Santa Ana de Tendilla], y el Condestable don Alvaro de Luna en Toledo. En cualquier caso, similitudes que nos hacen ver la fuerza de un talento desconocido que ha llegado, tras largos siglos de silencio, hasta nosotros.

Apunte

Más información acerca de El Dorado de Jirueque

Hay un par de publicaciones, aunque raras de encontrar, que hablan del Dorado de Jirueque, desde diversos puntos de vista. Para quienes quieran ampliar conocimientos, estos son los lugares de referencia bibliográfica imprescindibles: Francisco Layna Serrano escribió un amplio artículo, con buenas fotos, y lo publicó en el “Boletín de la Sociedad Española de Excursiones” en 1948. Y el más reciente, de Rosa López Torrijos, publicado en la Revista “Wad-Al-Hayara” nº 5 de 1978, bajo el título “Datos para una escuela de escultura gótica en Guadalajara”. El clásico estudio de Ricardo de Orueta titulado “La Escultura Funeraria en España. Provincias de Ciudad Real, Cuenca y Guadalajara” [existe reedición, en 1999, de AACHE], no le llega a mencionar, sin duda porque el autor, en aquellos años de difíciles caminos, nunca llegó hasta Jirueque.