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diciembre, 2007:

La figura literaria del año: Maximino Muyo Rubio

No por haber ganado el Planeta, ni por haberse acercado siquiera a uno de los sillones vacantes de la Real Academia Española. Pero sí por haber sido, sin duda alguna, el autor guadalajareño más prolífico durante 2007, es por lo que podemos calificar a Maximino Muyo Rubio, natural de Villacadima, como la figura literaria del 2007 en nuestra provincia. Por esta circunstancia, que no la consigue cualquiera, y que le ha supuesto al autor serrano ver el fruto de largos años de trabajo y dedicación, vamos a charlar con él y sonsacarle alguno de los secretos de su vida, que él muy pulcramente se resiste a declarar. 

Maximino Rubio Muyo, autor de novelas con temática serrana.

 Una vida compleja y dinámica 

Maximino Muyo vino al mundo en el enclave serrano de Villacadima, en 1940, cuando, recién acabada la Guerra Civil, todavía estaba densamente poblado aquel rincón de la provincia. Tercer varón en una serie de seis hermanos, acudió al Colegio Mixto de la localidad, desde los seis a los catorce años, adquiriendo una capacidad de ver el mundo que le ha servido para bandearse en la vida, aunque en aquella aula fría y austera no pasó de controlar, y a medias, las cuatro reglas de cálculo. 

Pero la afición de nuestro personaje se centró especialmente en la lectura. Hasta Villacadima llevó en cierta ocasión su hermano mayor  una Enciclopedia que ambos leían, sacándola de su zurrón, mientras cuidaban las ovejas y las vacas que sacaban a pastar por las altas trochas y prados de la villa. 

-Tuve la suerte- nos dice Muyo Rubio –que a mis hermanos mayores les tocó servir la Mili en Zaragoza, y desde allí nos mandaban a casa libros que compraban, y que yo devoraba con verdadero deleite. Seguí bastantes años en Villacadima, pastoreando y recogiendo, dedicado a lo que hoy se llama pomposamente “agricultura y ganadería”, pero lo mío era irme todos los días al campo, con las ovejas, o a las huertas, a cuidar las verduras, y en ratos libres a leer, a leer… 

Muyo Rubio es un ejemplo de autoilustración en tiempos de anonadamiento. Salió del pueblo para hacer el Servicio Militar, y a seguido ingresó en la Guardia Civil, donde toda su vida desarrolló las tareas encomendadas a este Servicio público, del que ha heredado, como no podía ser menos, un alto sentido del deber, de la honradez, del amor a la Patria… 

Preguntas y respuestas 

-¿Por donde ha discurrido su vida, Maximino? 

– Pues ya lo acaba Ud. de decir: por Villacadima y las Sierra, toda mi infancia, hasta que me fui a la mili a Madrid, y luego de Guardia Civil por mil sitios, hasta que me jubilé y me retiré a Getafe, donde ahora vivo. Pero siempre que puedo, regreso al pueblo, aunque solo sea a pasear por sus calles vacías, por sus entornos verdes y frescos. La familia se quedó con una casa, en pie y conservada, pero cada vez voy menos, sabe Ud? por cuestiones de salud. 

-¿De dónde le viene ese interés por la vida extraterrestre, Maximino? 

– Pues mire Ud, yo creo que es desde que fui pastor durante tantos años. Se veían encima las estrellas, el firmamento, que hace tiempo era más negro que ahora, lleno de estrellas brillantes, y a mí me parecía como que oía ruidos en la noche, que llegaban de allí arriba. Y… siempre pensé que en aquella inmensidad negra, enorme, llena de mundos y de ruidos, debía haber muchos otros planetas habitados, muchas gentes que un día llegarían a contactar con nosotros. 

– Y ahora una curiosidad ¿por qué tienen tanto protagonismo en sus novelas los policías, las fuerzas de seguridad del Estado? 

– Pues lógico, porque yo mismo he pasado mi vida entera en esa circunstancia, de perseguir ladrones, de buscar el orden en todo, de hacer respetar la ley, por encima de cualquier otra pasión o contingencia… 

– ¿De qué manera está la provincia de Guadalajara reflejada en sus novelas, Maximino? 

– De muchas maneras. Quizás el haber vivido hasta los veinticinco años en Villacadima y por conocer perfectamente las montañas de la zona, los montes, las cuevas… es por lo que he ambientado ahí varias de mis novelas. Sobre todo en el pico Ocejón, pues desde que tengo uso de razón lo recuerdo como un pico especial que me llamaba como con voces propias. 

– Aunque me imagino la respuesta…. ¿Cuál es la comarca que más le gusta de Guadalajara? 

– Pues claro, la mía, la Sierra Norte que llaman ahora. Villacadima está a una altitud de 1.341 metros sobre el nivel del mar, un poco menos que Galve de Sorbe: en esa zona no llega jamás la polución, sus pinares son extensos y bellísimos, y hay allí oxígeno para todos cuantos quieran llegar… 

– A ver si me puede contar alguna anécdota vivida en su tierra más o menos recientemente… 

– Pues ocurrió que hace unos diez años, yo acostumbraba a ir, al menos una vez al mes, por Villacadima. Y estando en pleno invierno, con un tiempo malo y un frío que pelaba, habiendo solo dos casas abiertas, llegó un señor que quería verlo, y yo con mucho gusto le acompañé a dar una vuelta por el pueblo, y se fijó en la Casa Ayuntamiento, que como quizás sepa Ud. es un edificio de grandes proporciones , con dos viviendas, salón de  Concejo, Secretaría y Escuelas. Y este señor dijo que qué lástima de edificio, que le iban a dejar  hundirse…, y seguimos camino de la Iglesia y me preguntó que quien le facilitaría la llave de la Iglesia, y  le dije que la tenía el señor cura de Galve del Sorbe, y le di los datos para que se la pidiera… el tal señor me dijo luego que él trabajaba en la Universidad de Acalá de Henares, y que tenía mucho interés en que Villacadima fuera mejor conocido, y se recuperara todo. Total: que a los pocos días vi con sorpresa que ese señor salía, en fotografía, en el diario Nueva Alcarria, resultando ser el Rector Magnifico de la Universidad. Era el señor Manuel Gala, total nada! 

– Sigue leyendo, Maximino? 

– Ya por la edad voy teniendo más problema, por la vista, pero sí, leo bastante… 

– Y cuales son sus autores preferidos, si se puede saber 

– Pues mire, aunque mal me esté el decirlo, pero los autores que más me gustan son Ud. y el señor Serrano Belinchón, que viene mucho por estos pueblos, concretamente por Cantalojas. Yo de Ud. tengo algunos libros, y de los dos leo sus crónicas. Y luego Manuel Leguineche, que me han gustado siempre  mucho sus crónicas y libros, y me llama la atención aún que, siendo vasco, ejerce de alcarreño, como otros lo hicieron antes, como Camilo José Cela, Benito Pérez Galdós, Dámaso Alonso, y otros  muchos, a los que me gusta leer. 

Con esas respuestas, hechas desde su sencillez y con el corazón puesto encima de la mesa, en medio de la conversación, dejamos a Maximino Muyo Rubio, que sabe bien de las razones que llevan a que los libros, y la lectura, colmen una vida y aún la den alas para seguir desarrollando libros, escritos, novelas… 

Apunte Final 

Los argumentos de las novelas de Muyo 

Las seis novelas que le han puesto en la vitrina destacada de las librerías, son imágenes de una sociedad del futuro, con ribetes muy acentuados del pasado y el presente de nuestra provincia. De una parte, a Muyo le atraen los temas de extraterrestres, vida interplanetaria y mensajes llegados desde el más allá. Por otra, fundamenta la acción de sus novelas, y de los personajes que las protagonizan, en serranos valientes y decididos, que bien a través de grandes negocios y empresas, bien desde la perspectiva de su servicio a la sociedad desde la policía o la guardia civil, van desgranando con sus anécdotas y aventuras unas interesantes peripecias que quedan fraguadas en los seis títulos siguientes, resumidos en breves palabras por su propio autor: 

1. Entre El Cielo y la Tierra. Es un largo relato en el que dos niños de un pastor, que con trece y once años se quedan huérfanos de padre, comienzan a pastorear el ganado que guardaba su padre, y su patrón les protege en su adolescencia, llevándoles con él a Zaragoza para que estudien en la Universidad: como ambos niños tenían el don de la ubicuidad, se van trasladando a planetas lejanos por medio de la transfiguración. Esta novela se desarrolla en un pueblo de Guadalajara y en Zaragoza. 

2. El hombre que quiso saber demasiado, trata de un abogado, hijo de unos marqueses, que con treinta  años sólo hacía que leer libros en el parque del Retiro. Un día se le acerca un joven solicitando limosna  y se hace amigo de él. Los padres del pobre son de Cantalojas, por lo que decidieron hacer un viaje por aquellas tierras. Esta novela se desarrolla en los pueblos de Tamajón, Cantalojas, Villacadima, Galve del Sorbe y otros, En ella, su protagonista quiere hacer   experimentos  contratando dos  científicos extranjeros para  investigar en un laboratorio secreto la creación de monstruos. 

3. El hombre que soñó con otros Mundos trata de un joven universitario que estudia Ingeniero Aeronáutico, y en sus vacaciones comienza a investigar con artilugios rudimentarios en un pueblo de la provincia de Huesca, fabricados por él, en una fragua de sus abuelos, sobre la posibilidad de viajar a otros planetas en cohetes por él fabricados… convence a otros tres universitarios que estudiaban la misma carrera y eran del mismo curso, dos amigas y un amigo, y una vez terminada la carrera se deciden a hacer una nave espacial, la envían a Venus (esto ocurre en el año 2030), y suceden multitud de peripecias entre los terrestres y los venusianos. Esta novela está ambientada en la provincia de Huesca y sus hechos se desarrollan entre los años 2020 al 2070. 

4. El Apasionado. Está protagonizada por un joven de dieciocho años de edad, que propone a su padre comprar un tractor  y se lo niega. Abandona entonces el domicilio familiar, ya en Madrid, y decide trabajar y estudiar el Bachillerato para ingresar en la Policía Secreta de la época; una vez conseguido,  al salir de la Academia de Policía  es destinado a Barcelona, donde  hace unos Servicios extraordinarios de repercusión nacional, llegando al empleo de Comisario. Esta novela se desarrolla en Madrid y Barcelona. 

5. El Hechicero Generoso. Trata de un adolescente que, con catorce años, cuando su padre  quiere que pastoree su rebaño, como lo habían hecho sus otros cinco hermanos, se escapa a Madrid, a casa de un tío, y cuando va su padre a por él, tiene que ingeniárselas para que no le encuentre. Poco después descubre que tiene poderes sobrenaturales, y a partir de ese momento los emplea en bien de la Humanidad. Se desarrolla en Madrid capital. 

6. Roque y los Fantasmas. El protagonista es  un adolescente, hijo de un abogado de Madrid, que quiere saber todo  sobre el ocultismo, leyendo muchos libros de estos temas. Esta novela se desarrolla en el Pico Ocejón y en la sierra de Cantalojas. Todas estas obras han sido publicadas dentro de una colección titulada “Palabras Mayores”. 

El Dorado de Jirueque

 

Hace poco hablamos de Jirueque a propósito del libro que ha escrito el profesor de Alcalá, don Pedro Carrero, sobre sus andanzas por las frías tierras de la presierra guadalajareña. Entonces renové la memoria de una de sus joyas patrimoniales, y ahora quiero dejar lanzada la invitación para que mis lectores se acerquen a ver una de esas maravillas escondidas –de las que tantas hay en Guadalajara- como la que supone el enterramiento de Alonso Fernandez, cura que fue, en la Edad Media, de Jirueque y las Cendejas. Un impresionante conjunto funerario que a todos sorprenderá.

Tenemos la idea de que en los pequeños pueblos de nuestra provincia, aparte de su iglesia que puede ser románica, o renacentista, y de algún que otro palacete, fontana o picota, poco más hay que admirar. Pero debemos de ir informados, siempre que se emprenda cualquier viaje de curiosidad o reconocimiento, de lo que en cada lugar existe, porque podemos irnos sin admirar lo que –por escondido y oscuro- no se ve habitualmente, siendo lo mejor de todo.

Esto es lo que ocurre con el enterramiento de “El Dorado de Jirueque”, un mausoleo funerario de un olvidado personaje del siglo XV, del que la única memoria que ha quedado es su enterramiento, y que supone toda una sorpresa y un disfrute el poder contemplarlo.

En llegando a Jirueque, se sube el cuestarrón, hoy bien pavimentado, y se llega a lo más alto, a la iglesia parroquial, donde con la compañía del párroco, don Francisco, o sin él (porque siempre está ocupado en mil sitios ayudando a las gentes de los pueblos que tiene adscritos), se pasa al interior y en el fondo de su nave de la epístola aparece la pequeña capilla que contiene, como único elemento, tras la sencilla verja y ante el ínfimo altar, el enterramiento de don Alonso Fernández. A este se le llama coloquialmente “el Dorado de Jirueque”, dicen unos que porque era muy rico, y estaba “dorado” de dineros; dicen otros que porque una vez que se levantó la cubierta y se introdujo una vela encendida en el interior del sepulcro, este se veía en la oscuridad como una caja transparente de tonos dorados. Lo cierto es que el cura debió tener dineros suficientes para encargarse el tal mausoleo, y que el enterramiento está hecho, todo él, con material de alabastro [de Cogolludo, por más señas] y por lo tanto ofrece un lustre bellísimo entre blanco y amarillento.

Una impresionante obra de arte

El sepulcro está exento y situado en el centro de la capilla. Aparece yacente la figura de un hombre, revestido de ropajes litúrgi­cos, con sotana y amplia casulla de bordes muy decorados. Cubre su cabeza con un simple bonete, del que asoman los flecos de su larga cabellera, y la apoya sobre dos almohadones; entre sus manos sujeta un misal. La cama sepulcral presenta decoración esculpida en sus cuatro caras; a los pies aparece la figura de un sacerdote arrodillado sobre un cojín con las manos juntas orando, un bonete delante y la cabeza descu­bierta mostrando amplia tonsura. A la cabecera aparecen dos angelillos desnudos sosteniendo un escudo en el que se ven dos llaves cruzadas, símbolo del sacerdocio. El costado derecho presenta la escena de la Anunciación, con buenas tallas de la Virgen y el Arcángel, separadas por un jarrón de azucenas. En el costado izquierdo aparecen los relieves de Santa Lucía, arrodillada, y Santa Catalina de Alejandría, más dos escudos similares al de la cabecera, rodeados de corona de laurel. El conjunto se apoya sobre seis leones, atados sus cuellos por cadenas. Y en la pestaña del sepulcro se lee esta inscripción en letra gótica: *Aquí está sepultado el honrado alonso fernandes, cura que fue desta yglesia y las cendejas el qual falesció a quinse dias del mes de octubre, año de mil y quinientos y dies años+, con lo que queda identificado el personaje, sus cargos, y el año de construcción de este monumento.

Tiene en total este monumento diez figuras humanas (el sacerdote yacente, el sacerdote orante, el arcángel Gabriel, la Virgen María, Santa Lucía, Santa Catalina de Alejandría, los dos angelotes que sostienen el escudo, y dos figuras mínimas de sacerdotes, sobre las pilastras de la cabecera) y seis animales (seis leones, de grandes cabezas, encadenados por el cuello, uno en cada esquina, y dos en el comedio de los laterales). Aún podría contarse como décimonona la figura del emperador Majencio, cuya sola cabeza aparece cortada a los pies de Santa Catalina, vencedora con su virtud de aquel sátrapa.

El aspecto del conjunto es señorial, elegante y espléndido. Lástima que esté situado en espacio tan estrecho, porque casi no hay posibilidad de adquirir perspectiva para contemplarle en su conjunto. Las fotografías deben hacerse con objetivos de gran angular, y el espectador se tiene que ir a las esquinas, y casi pegar la espalda contra los muros, para tener una visión de conjunto.

El personaje allí enterrado no ha dejado apenas huella en los anales de la historia. De él se sabe poco más que fue cura del pueblo, y de los tres Cendejas (de la Torre, de En Medio y del Padrastro) y que fue beneficiado del Cardenal Mendoza, con relaciones económicas y patrimoniales en Cogolludo, de donde sacaría el material para hacer su sepulcro. El cual no fue hecho, sin duda, en vida del eclesiástico, sino al morir este, porque la leyenda en letra gótica que corre sobre la cenefa del catafalco dice su nombre, sus títulos y el día exacto de su muerte.

Otros enterramientos salidos de la misma mano

En este caso no estamos ante la obra aislada de un escultor más o menos genial. Estamos ante una de las obras de un escultor (un cantero, opinaba Layna) de los que eran comunes en los finales de la Edad Media. Una especie de Jack Jackson de “Los pilares de la Tierra”, que iban de aquí para allá ofreciendo sus servicios, y su arte exquisito, a magnates que querían poner las más hermosas y nunca vistas imágenes de talla en piedra sobre los capiteles de los templos o en  los frontales de altares, palacios y enterramientos.

Este escultor, cuyo nombre nos es desconocido, fue autor de, al menos, otros dos enterramientos más. Todos ellos realizados en los últimos años del siglo XV o en la primera década del siglo XVI.

El primero de ellos sería el del chantre don Juan Ruiz de Pelegrina, que hoy vemos (aunque en la semipenumbra en que la catedral se encuentra) en la capilla de San Marcos de la catedral de Sigüenza. El otro, sería el enterramiento de don Martín Fernández, cura de Pozancos, y beneficiado del cabildo seguntino, que está en una pequeña capilla de la iglesia de Pozancos, aunque con elementos (como las imágenes en talla de bulto de Adán y Eva) en el Museo Diocesano de Arte Antiguo de la capital del obispado.

En ambos casos, aunque en disposición diferente, el autor desarrolla programas muy parecidos. El del canónigo seguntino tiene estatua yacente, revestido de los ropajes litúrgicos propios del caso, y relieves tallados con su escudo, el del Cabildo, escoltado de la escena de la Anunciación, y santas advocaciones. El de Pozancos, que estuvo como el de Jirueque aislado en el centro de una capilla, pero que hace ya mucho tiempo se adosó al muro, distribuyendo anárquicamente sus talladas piedras, tiene también al cura revestido yacente con un libro sobre el pecho, y en los laterales sus escudos de linaje, el del Cabildo, la Anunciación, Santa Lucía y Santa Catalina. Las similitudes entre el enterramiento de Pozancos y el de Jirueque son tantas, que sin duda se trata del mismo artista. El del canónigo Pelegrina se ha querido ver anterior, enlazado con la escuela de Sebastián de Almonacid, autora de los mausoleos de Martín Vázquez de Arce en Sigüenza, Campuzano en Guadalajara, Pedro de Coca en Ciudad Real, condes de Tendilla [hoy en San Ginés pero primitivamente en Santa Ana de Tendilla], y el Condestable don Alvaro de Luna en Toledo. En cualquier caso, similitudes que nos hacen ver la fuerza de un talento desconocido que ha llegado, tras largos siglos de silencio, hasta nosotros.

Apunte

Más información acerca de El Dorado de Jirueque

Hay un par de publicaciones, aunque raras de encontrar, que hablan del Dorado de Jirueque, desde diversos puntos de vista. Para quienes quieran ampliar conocimientos, estos son los lugares de referencia bibliográfica imprescindibles: Francisco Layna Serrano escribió un amplio artículo, con buenas fotos, y lo publicó en el “Boletín de la Sociedad Española de Excursiones” en 1948. Y el más reciente, de Rosa López Torrijos, publicado en la Revista “Wad-Al-Hayara” nº 5 de 1978, bajo el título “Datos para una escuela de escultura gótica en Guadalajara”. El clásico estudio de Ricardo de Orueta titulado “La Escultura Funeraria en España. Provincias de Ciudad Real, Cuenca y Guadalajara” [existe reedición, en 1999, de AACHE], no le llega a mencionar, sin duda porque el autor, en aquellos años de difíciles caminos, nunca llegó hasta Jirueque.

Arquitectura Popular en Tierra de Molina

 

El lunes pasado tuvo lugar en el palacio del Infantado un acto cultural de presentación de un libro que ha editado la Junta de Comunidades, y que versa sobre la arquitectura popular en el Señorío de Molina. Al acto asistieron, además de los autores del libro, la Delegada Provincial de la Consejería de Cultura, Riansares Serrano, y en el transcurso del acto se analizó no solo el contenido del libro, y la intencionalidad de los autores al escribirlo, sino la problemática que afecta a toda la arquitectura popular en nuestra provincia, que en gran modo ha quedado relegada ya a las fotografías antiguas y a los recuerdos, porque zonas enteras, comarcas enteras, han visto desaparecer en el transcurso de pocos decenios sus elementos más característicos, suplantados por construcciones más cómodas, modernas, pero carentes del esencial intento de lo tradicional.

Una arquitectura popular que se debate

Entre la destrucción y la conservación. Ese es el estado actual de la arquitectura popular en Tierra Molina, en que por la despoblación progresiva de la comarca, muchas construcciones han ido hundiéndose, o han quedado abandonadas, mientras que el fenómeno de las “vueltas” de sus antiguos habitantes, o de sus hijos y nietos, para utilizarlas como residencias de vacaciones, han propiciado el cambio de aspecto y de estructura, llegando a quedar algunos pueblos irreconocibles de cómo eran hace una o dos generaciones.

En este sentido, es muy elocuente la frase que nos da Alonso Concha como causa de la progresiva destrucción de la arquitectura molinesa (y que es común a lo que ocurre en las otras comarcas de nuestra provincia): Más injustificable, por gratuita y masiva, es la alteración producida por propietarios absentistas que, una vez aumentado su poder adquisitivo tras su emigración, regresan en periodos vacacionales a sus antiguas casas familiares y, sin criterios (o con criterios subconscientes en los que lo antiguo les suena a pobreza) deciden renovar por completo su segunda residencia. En este sentido, y debido a la escasa o nula vigilancia de municipios e instancias superiores, se generan tantas tipologías de vivienda como propietarios existen en un pueblo. El resultado es obvio: un mosaico indescriptible de casas que nada tienen que ver con lo preexistente”.

Los elementos más característicos de la arquitectura molinesa son los siguientes: construcciones propias de tierras altas y por lo tanto frías, con gruesos muros, pequeños vanos, tejados a dos o cuatro aguas, para que escurra el agua y no se amontone la nieve. Propia de economías de pastores y ganaderos, más que de agricultores. Todas ellas acumuladas en núcleos aglutinados, pequeños y no muy lejanos unos de otros, siempre construido en piedra, aunque en el valle del Valle se utiliza mucho el adobe y la argamasa, usando tambiénn la madera y la teja como elementos auxiliares, entre los que destacan como piezas expresivas las rejas (tan hermosas y variadas en Alustante) los dinteles (tan solemnes y cantarines como en Aragoncillo y Concha) los aleros (como se ven en Corduente) y las chimeneas (Armallá, etc.).

Las portadas, expresión de un pueblo

En la arquitectura popular molinesa, como suele ocurrir en toda Castilla, la fachada habla del carácter de las gentes que habitan la casa. Es como el ser humano, que puede ser alto, gallardo, veloz, pero donde está el alma de la persona es en el rostro. En las portadas de las casas, grandes y pequeñas, de Molina, aparecen los detalles que identifican y transmiten almas. En unas aparecen grandes arcos de piedra tallada, y en su dovela angular una talla sencilla, una cruz, una flor, una fecha, unas iniciales, una frase bíblica quizás…. En otras, al centro del muro, surge el escudo del hidalgo. Todos saben que Molina fue siempre tierra de blasones y de caballeros, de prosapias antiguas y de dinero. El emblema de los apellidos, las piedras armeras con las imágenes de sus linajes, cubren muchas de estas fachadas. También aparecen rejas, espléndidas a veces, y aleros pintados y decorados. Otras veces la fachada entera está esgrafiada con dibujos hechos a compás, o con simples trazos hechos con peines o punzones sobre el barro cuando aún estaba tierno. Son formas de decir lo alegre, lo próspero, lo más definitorio de su dueño.

En las “casas grandes” de Molina es donde mejor se expresa esta teoría de la imagen. Desde ahora tomamos este nombre por definitivo, frente al que hemos utilizado desde antiguo de “casonas” que realmente era un apelativo importado de regiones más norteñas.

Las casas grandes molinesas son estudiadas por este grupo de autores a conciencia, con unos planos perfectos, y unos alzados muy elocuentes, hechos por el arquitecto Alvaro Hernández. De sus grandes portalones y sus amplias escaleras se da cuenta en este libro. Y de ellas se estudian todos sus componentes, que son comunes al resto de las edificaciones populares del Señorío: además de esos portales, que a veces se ven cubiertos de empedrados preciosos y pacientes, se ascienden por escaleras a las salas altas, donde están las alcobas, y desde allí por escalera normalmente más estrecha a la cámara. Antes en la planta baja hemos visitado la cocina, amplia y con su chimenea en un lateral, donde se vive en invierno, y se preparan las comidas o se recitan los poemas antiguos, los cuentos de miedo, las memorias de las guerras… Siempre que he ido a Molina, y he entrado en esas casas sencillas, hermosas y llenas de humanidad y recuerdos, sus habitantes me las han enseñado de cabo a rabo. Es siempre (enseñar la casa a un visitante) la forma más clara de abrir una amistad, que suele ser de por vida. En ese gesto está la clave de una forma de ser, que siempre pienso es ancestral y celtibérica: enseñar la casa y sus recovecos es dar amistad, verdadera, sin decir otra palabra.

Edificios públicos y comunales

En todos los pueblos de Molina, en los 80 pueblos que le quedan al Señorío, en herencia de las cuatro sesmas divididas en veintenas, y por lo tanto en veinte pueblos que hoy casi puntualmente permanecen vivos, surgen los elementos públicos que engarzan en la línea de lo popular. Quizás lo menos popular, aún teniendo una pátina de vida densa, son las iglesias, porque fueron diseñadas por maestros constructores, por canteros, por arquitectos, que tenían sus ideas heredadas de otros lugares y de otras normas más académicas. Hay iglesias románicas (Labros, sin ir más lejos) o barrocas (la de Terzaga es impresionante) pero el espíritu popular se centra en otras cosas más directamente relacionadas con la vida diaria, o con los símbolos más antiguos, y entre ellos destacan los pairones, esos hitos de piedra que aparecen en las confluencias de los caminos, en los límites de los términos, en las plazas a veces o en los ejidos. Los pairones son, o eran en aquellos tiempos en que el Señorío permanecía nevado los tres meses del invierno, como faros en medio del desierto helado. Las lucecitas que se ponían para dar calor a la memoria de las ánimas del purgatorio, se verían en la noche como en el día los pilares pétreos sobre la llanada blanca.

Además hay juegos de pelota y trinquetes, hay fraguas y neveras, hay tabernas y tiendas. Hay fuentes hermosas, solemnes, como las de La Yunta (la fuente vieja) o la del obispo Martínez en Tartanedo, o la de Prados Redondos, ufana y barroca, o la de Hombrados, en la salida del pueblo, acostada en la colina, o esa de Fuentelsaz tan esbelta y coqueta, o esa moderna del caracol en Alustante… por ahí anda el duende de la gente molinesa, por el adorno que alegra tanta severidad paisajística.

Finalmente, otro de los elementos tradicionales que estudian estos autores, que se han dejado muchas muchas horas, días y meses, en estudiar a conciencia el fenómeno arquitectónico popular molinés, es el de las Casas de la Villa, o “Casa-Lugar” que llaman en los sitios pequeños. Es el asiento del Concejo, la casa de todos, que en lugares de las semas norteñas tiene un inconfundible aire aragonés, pero siempre manifiestan su capacidad de hermanamiento, como la recién restaurada de Alustante, que mantiene su vieja distribución, con el espacio cerrado de sala de reuniones y posible trinquete en la planta baja, reservando los novles salones para la altura.

Frente a las solemnes imágenes (y hay cientos de ellas, todas a color) de las casas, los palacios, las fuentes y los torreones de los pueblos molineses, están las descripciones meticulosas de su estructura, sus funciones, sus méritos y deméritos. Y la denuncia suave pero visible siempre, de haber permitido entre todos que la esencia de una maravillosa raíz popular como es la forma y composición de sus edificios, se haya ido perdiendo y casi olvidando. Del todo no, porque para eso está el libro que el lunes presentaban en el Infantado Alonso Concha, Sanz Martínez y Sanz Gutiérrez: para rescatar y dejar siempre en nuestra manos y retinas, la memoria de esas formas y esas funciones.

El Señorío de Molina está, con esta memoria, un poco más vivo y palpitante. Es como una saludable oxigenación que bien necesitaba y que debe ser motivo de nuevos impulsos, como los que le están llegando de estos grupos estudiosos, o de los más reivindativos que proponen a las autoridades unas comunicaciones, unos servicios y un interés que les posibiliten sobrevivir en este país en el que solo carbura Madrid y las costas.

Apunte

El libro de Alonso Concha y colaboradores

El libro presentado lleva por título “Arquitectura popular en Tierra Molina. Destrucción y Conservación” y son sus autores Teodoro Alonso Concha, Diego Sanz Martínez, Elena Sanz Gutiérrez y Alvaro Hernández Herranz. Forma parte de la colección “Monografías” como número 26, y está editado por el Servicio de Publicaciones de la Junta de Comunidades. Lleva un prólogo de Blanca Calvo, consejera de Cultura cuando se editó, y consta de 454 páginas, todas ellas impresas a color, con casi 500 fotografías que reflejan, pueblo por pueblo, los elementos más interesantes de las edificaciones populares del señorío molinés.

Pastrana en la mano

Siempre es fin de ruta, lugar del corazón, inolvidable memoria y repetida (y asombrada) evocación de un lugar centenario: Pastrana se ha ido afianzando como uno de los destinos turísticos, viajeros, gastronómicos y añorados de miles de personas que, en un radio de doscientos kilómetros (lo que incluye la comunidad de Madrid entera) pueden visitarla completa y pasar un día de paseo, museo, comida y espectáculo con ganas siempre de volver, con el regusto de lo que sorprende. 

Hoy viene a estas páginas por haber visto la salida de un precioso libro, cargado de fotografías y cuajado de informaciones ciertas, que pone a la villa de Pastrana, y a la autora de la obra, en el punto de mira de la actualidad, que se fragua con esto, con realidades, con pasos ciertos que se dirigen siempre hacia delante. 

El convento de las Concepcionistas, que fundó Santa Teresa de Jesús en el siglo XVI para carmelitas.

Pastrana una villa barroca 

Es un lugar común decir que Pastrana es una villa medieval, o al menos así se ha divulgado últimamente como frase con reclamo turístico. Sin duda alguna que es antigua, pero no tanto como para calificarla así. Entre otras cosas porque, durante la Edad Media, Pastrana fue una aldea (desde 1369 villa) dependiente de Zorita y en el contexto de su poderosa Orden de Calatrava. Solo con la llegada de los duques, Ruiy Gómez de Silva y su esposa Ana de Mendoza y de la Cerda, a la villa, con la creación de sus conventos, la ampliación de su colegiata, la perfección de su palacio, empieza Pastrana a tener vida: tanta, que en un momento determinado de finales del siglo XVI se le insta al rey Felipe II, por parte de los duques y de todo el concejo y pueblo de Pastrana, a que considere su nombramiento como Capital del Reino. 

Es en la época barroca cuando se desarrolla, cuando surge su fábrica de tapices, cuando el referente grupo de los moriscos, y luego el de los portugueses, la hacen próspera, cuando de sus conventos salen intelectuales de nota, cuando se escoge como residencia por destacadas personalidades, y cuando se alzan palacios y casonas por doquier. Es, por tanto, y con la subjetividad que estas denominaciones siempre tienen, una “villa barroca”, o, como en alguna ocasión yo mismo la denominé, una “principesca villa”. 

Una nueva visión de su historia 

Vienen las anteriores frases a cuento de anunciar una nueva visión de su historia que ha escrito Esther Alegre Carvajal, sin duda alguna quien mejor conoce los avatares de la villa, y más en profundidad la ha estudiado. Con tanto tino siempre, y con la totalidad que permite llegar a hacer lo que ahora ha hecho: un resumen definido y definitorio, que es siempre lo más difícil, lo que solo pueden hacer quienes conocen a fondo un tema. 

En esa “Historia de Pastrana” que desarrolla Esther Alegre aparecen datos novedosos y que, al menos a mí, han supuesto tener nuevas visiones de este lugar siempre sorprendente. Por ejemplo, y tras analizar con minucia la llegada de los duques a la villa, el señorío ejercido por Ruy Gómez, que a pesar de ser portugués fue el primer ministro (secretario se denominaba entonces) de Felipe II, y la prisión de su esposa la duquesa, la tuerta doña Ana, princesa consorte de Éboli, nos describe los sucesivos hijos que este matrimonio tiene, y lo que fue de cada uno de ellos. Esas ansias que doña Ana tuvo siempre por dirigir los asuntos de Portugal, por poner en aquel trono (que el rey Felipe usurpaba y tenía decidido dejar unido para siempre a la corona española) a alguno de sus hijos, hijas o descendientes, viendo como su segundo hijo, Diego de Silva, duque de Francavila, llegó a ser Virrey y Capitán General de Portugal, o como su biznieta  Luisa María Francisca de Guzmán, (Pastrana de un lado y Medina-Sidonia de otro) casaría con el duque de Braganza, quien al rebelarse contra Felipe IV, alcanzaría de nueva lo independencia del reino vecino y él la monarquía con el nombre de Juan IV, y ella el título de reina. 

También conocemos por este libro algunos datos sobre la sucesión en la propiedad del palacio ducal, que fue regalado por los herederos del ducado pastranero (en 1852 Manuel de Toledo y Dionisia Vives) a la Orden de los jesuitas, que recogió “en la hora” junto al palacio la gran finca de Chamartín que había sido de los Infantado, y que luego pasaría a la mitra arzobispal de Toledo, y en 1956 (ya con el palacio troceado y ocupado por viviendas y carpintería, cine de verano y otros usos demasiado pedestres) a la mitra episcopal de Sigüenza, que finalmente en 1996 lo vendió a la Universidad de Alcalá, su actual propietaria, y que tras haber realizado en el edificio un costosísimo proceso de restauración y rehabilitación, ha visto como solo se utiliza a medias, por mor de unos recelos políticos que en nada benefician a la villa de Pastrana

 Los monumentos y la carga patrimonial 

También descubrimos nuevas esquinas de la Pastrana monumental en la descripción que de ella hace Esther Alegre. Así por ejemplo, nos describe y da fechas para ubicar en la memoria su plaza de toros, que es (construida en 1827 o incluso antes) el más antiguo de los alberos “de fábrica” con que cuenta la provincia alcarreña. Nos da pelos y señales de la evolución de la ”Casa del Deán” un antiguo hospital dedicado a San Miguel y testigo de la beneficencia que el Concejo y los duques tuvieron con sus convecinos, hoy restaurado espléndidamente, y sirviendo de sede al Centro de Salud de Pastrana, que es (son palabras del expresidente Bono cuando lo vió) el más bonito centro de salud de toda Castilla-La Mancha. Hace ya 20 años de esto. 

En la Colegiata nos sumimos, con silencio y veladuras, en los antiguos siglos de esplendor mendocino. Y si vamos a su sacristía, a la sala de sus tapices, donde cuelgan esas seis maravillas del arte tapicero europeo, contemplamos tanto color y tantas figuras, y nos enteramos, gracias a estas páginas de Alegre Carvajal, que los cuatro más antiguos, [que narran las guerras del rey portugués Alfonso el Africano conquistando Arcila y Alcazarquivir a los marroquíes] están tejidos en Tournai por Paschier Grenier, sobre diseños de Dierick Bouts, hacia 1480, mientras que los dos más modernos son de la última década del siglo XV y fueron hechos en el Brabante. Dice Esther Alegre que a Pastrana llegaron estos tapices en 1627 entregados a la Colegiata, en empréstito para adornar sus cultos, por el tercer duque, que los había adquirido años antes, durante su embajada en Francia. 

En todo caso, y después de leer con detenimiento las descripciones de continentes y contenidos de los conventos, las iglesias, los museos, los palacios, las plazas y los vericuetos de Pastrana, creo que no queda más que decir que un Amén así de grande, y tomar nota, porque en esta obra está plasmada la realidad y la memoria de esta villa, largamente desmenuzada por su autora. 

Esther Alegre Carvajal 

Es de Pastrana, no cabe duda, y es la persona que hoy sabe más de la historia y el arte de esta villa. Ha escrito sobre mil cosas, desde su perspectiva no solamente de doctora en Arte e Historia con su tesis magnífica sobre las “Ciudades Ducales de España”, sino desde el cariño desbordado hacia este lugar. Junto a su esposo el arquitecto Tomás Nieto ha escrito un espléndido trabajo titulado “La Villa ducal de Pastrana” que es modélico y nos ofrece un estudio de la evolución urbanística y social, histórica y artística, de la villa. Además ha escrito la introducción, larga y minuciosa, a la clásica Historia de Pastrana de Mariano Pérez y Cuenca, en reedición moderna, y ha llenado con sus saber las páginas de muchas revistas especializadas, con artículos, entre otros, dedicados al estudio del origen románico de la colegiata pastranera, del catafalco hecho en ébano y bordados para las honras fúnebres de los miembros de la casa ducal, encargado por fray Pedro González de Mendoza, hijo de la princesa. Es autora también de un interesante libro sobre la “Arquitectura Negra de Guadalajara” que ha dinamizado desde hace años el flujo de visitantes hacia esa zona. Alegre Carvajal recibe, con este libro que ahora ve la luz, el espaldarazo unánime de historiadores y analista minuciosa de esta villa alcarreña. Y queda considerada como uno de los puntales de la auténtica cultura provincial, -de la estudiosa y científica-, en estos días en los que se tambalea el concepto de lo cultural, amenazando con irse hacia el tendido del espectáculo. 

Pastrana, de Alegre y Viloria 

El libro que nos ha servido de base para hacer este comentario, es el titulado “Pastrana” y lo ha editado hace unos días la Editorial Mediterráneo. Con 60 páginas todas en color, un tamaño grande, y numerosísimas ilustraciones, inéditas, realizadas por Álvaro Viloria, que ha demostrado ser un artista genial de la imagen en sus publicaciones y exposiciones. En la cubierta propone un fragmento del tapiz de la toma de Arcila, con la espectacularidad de sus colores y cientos de personajes guerreros. En el interior, muchas imágenes de la villa, en la oscuridad de la noche, sobrevolando tejados, desde los cerros, y en el interior de templos y casonas. El texto de Alegre y las imágenes de Viloria se complementan para conseguir una publicación que es, ya, otro clásico de la bibliografía pastranera y provincial.