Un pintor seguntino: Paco Santa Cruz
El pasado viernes 9 de Noviembre se presentó en Sigüenza, en su Casa del Doncel, el libro “Pintores en Sigüenza” que ofrece una panorámica completa del arte pictórico, a través de temas y autores, de la Ciudad Episcopal.
También se celebró la inauguración de la Exposición “Francisco Santa Cruz. 50 años en el olvido” en la que se ofrece lo más llamativo de la obra pictórica de un seguntino genial que hasta ahora había permanecido en la sombra por hallarse guardada su obra en un pequeño pueblo de Aragón.
Además sirvió el acto para presentar la “Casa del Pintor” rehabilitada en profundidad, en la que vivieron los miembros de la familia Santos, en la calle de San Roque.
Todo ello en el mismo instante en que fallecía, la noche anterior, el último de los integrantes de esta saga, Antonio “Viana”, lo que supuso un imprevisto toque de fatalidad a este conjunto de ofrecimientos.
Santa Cruz, un artista genial
Francisco López Martínez había nacido en Sigüenza en 1899. Adoptó como segundo apellido el que había sido de su abuelo, y que había servido para titular la tienda de tejidos que la familia tenía en Sigüenza desde el siglo XIX. Como suele pasar en los sitios pequeños, aquel atributo sagrado quedó impregnando a la familia durante generaciones. Era un “López Martínez” pero para sus paisanos era un “Santacruz”. Y por eso cuando decidió dedicarse definitivamente al arte, a la pintura, a la ilustración, adoptó tras su Francisco de pila, el Santa Cruz de su bisabuela.
Estudió en la ciudad del Doncel, en el mejor Colegio de la época (el San Luis Gonzaga) junto a sus hermanos (tenía dos mayores y dos menores, él era el del centro) y fue también allí a clases de idiomas, a clases de dibujo, etc. Lo propio de un niño de clase bien al que sus padres querían formar lo mejor posible.
Terminado el Bachillerato, fue mandado por sus padres a estudiar, Medicina, en el San Carlos de la Calle Atocha. Empezó muy bien, con una matrícula de honor, pero se cansó y decidió seguir por otros derroteros. Lo que había aprendido de dibujo en Sigüenza, en las clases que a él y a sus hermanos había dado don Benito Palacios, le sirvió para lanzarse al mundo del arte en el Madrid bohemio de los años veinte. Apoyado por su amigo y paisano el seguntino Luis Lozano, empezó a frecuentar cafés, tertulias, exposiciones, áticos, reuniones, manifiestos y demás parafernalia bulliciosa de la que uno acaba de dos maneras posibles: o en la gloria escrita de los anales o en la más absoluta pobreza.
La vida de Francisco Santa Cruz fue a medias. Se sostuvo al principio por la inyección económica de los padres, él mismo se fue manteniendo con colaboraciones gráficas en editoriales y periódicos, siendo colaborador gráfico del diario “El Heraldo de Madrid” durante cinco años, de 1930 a 1935, y por esos años de la República en que dio lo mejor de su ingenio y destreza artística, colaboró en muchos periódicos, desde ABC y Blanco y Negro, a la revista deportiva “Campeón” y el “Almanaque Literario” de 1935.
Hacia 1930 había casado con Dolores Octavio de Toledo. Pero antes, la década irrepetible de los veinte, Paco Santa Cruz vivió todo el esplendor de su arte en la capital, junto a sus amigos –ahí es nada- César González Ruano, Ramón Gómez de la Serna, Carlos Sáenz de Tejada, Salvador Dalí, Miguel Pérez Ferrero y un largo etcétera que prueba la abierta posibilidad de este seguntino en la marea artística e intelectual del Madrid prerrepublicano.
No puedo dar aquí ni una somera reducción de la biografía de este pintor. Lo hacen de maravilla, con todos los detalles y apreciaciones imaginables, los autores del estudio: Lorenzo de Grandes y Alicia Davara. Que son quienes han encontrado en un pueblo aragonés, en la casa de un sobrino del pintor, la obra entera guardada celosamente, ignorada durante cincuenta años, de este genio seguntino.
Murió Paco Santa Cruz en Sigüenza, en 1957, quedando enterrado en su cementerio. Aún se ve su tumba, o el mirador de hierro de la casa número 7 de la calle Medina, donde él se asomaría a ver cómo avanzaban las nubes blancas desde el norte, remontando la catedral, cargadas de nieve. Merece la pena leer esta biografía aparecida y revelada: como toda vida humana, cargada de ilusiones al principio, pletórica de proyectos, de consumados actos, de alegría…. Todo machacado al fin por la desgracia, la guerra, el hambre y el olvido. Casi nadie se salva de esta secuencia.
Otros pintores seguntinos
En el libro que edita “Gatoverde”, el sello que dirige con inteligencia y sabores María Antonia Velasco Bernal (algo parienta, ella misma, como el biógrafo de Grandes, del revelado artista) aparece la secuencia luminosa y atrayente de muchos pintores, dibujantes y artistas de la luz y de las formas de Sigüenza. Su trabajo ha sido arduo, y completo. Están todos, y todas, y eso da un nuevo valor a la ciudad de las almenas, de los obispos y los artistas. Sigüenza no solo ha sido cantada y retratada por miles de espíritus sensibles. Ha dado –además- hijos que han sabido ponerle forma y color, y emocionar con ellos a quienes contemplan sus cuadros.
De cuantos aparecen en el Catálogo, sorprenden las biografías y aportaciones artísticas de personajes como Antonio Pérez (el que hoy tiene su Fundación acogida en la ciudad vieja de Cuenca), Regino Pradillo, Jesús Campoamor, Mariano de la Concepción Torreira, Maxi Robisco, Emilio Fernández-Galiano, asombroso retratista, Mariano Canfran, Antonio González Lamata, Coro Lizasoain, y muchos y muchas otros… De Rafael López Santa Cruz, hermano del protagonista de esta historia, también aparecen algunas óleos, no los mejores, porque este meticuloso pintor academicista fue capaz de consumar la visión precisa de la realidad en los óleos de su última etapa, de los que algunos puedo estar orgulloso de tener en mi colección de arte. Y muchos recuerdos, y agradecidos, de este personaje que conocí en sus últimos años de vida.
Los Santos al final
La parte final se dedica a ese homenajeado trío de los Santos. Unos sonetos perfectos de José Antonio Suárez de Puga, para Fermín, el iniciador de la visión dramática y carnavalesca de Sigüenza, cronista artístico de la ciudad, afectuoso y encantador siempre. Una glosa entrañable de Marta Velasco para Antonio, que vino a morir la noche antes de poder leerla. Y un estudio concienzudo de Raúl de Javier Davara, en que destila seguntinismo y sapiencia. En ese coda solemne aparecen al fin las palabras divertidas de Paco García Marquina, más quevedesco que nunca, haciendo la biografía de “Pepe, el niño pintor”, que aunque no he conseguido concretar de qué modo coincidía con Sigüenza, ahí está, para ilustración y regocijo de quienes la lean.
Apunte
Y la memoria de Antonio Santos
“Para ANTONIO SANTOS fueron hechos los cielos, como si en voluntad aérea se despertara cada día. Una distancia, un ancho espacio, una luz clara siempre, y a todas horas iluminada, arrebata con sus manos y lleva al lienzo”. Palabras alentadoras en su homenaje que escribí cuando nos presentó, en 1999, su habitual exposición veraniega en el Parador de Turismo “Castillo de Sigüenza”. Desde 1942 en que nació, en los madriles, ya pintaba Antonio Santos Viana. Su padre Fermín le animó, le enseñó, y aunque se esforzó en hacer una buena carrera técnica, en los jesuitas de Areneros, toda su pasión la volcó en el arte. Así vemos a un Antonio infantil, con solo nueve años, descalzo y fresco agarrando la paleta en su izquierda, y el pincel con la derecha, ante un caballete que ofrece un lienzo más grande que él. Tomó clases de Vázquez Díaz y se vino a Sigüenza a vivir, a dar clases y a disfrutar de la vida, cosa que ya no pudo hacer en toda su dimensión lógica en estos últimos años.
Un apretón de manos con Antonio, unos golpes de brazo sobre nuestros hombros, como otras veces hicimos, y un “hasta pronto” nos mandamos mutuamente. Antonio, que te sea leve el aburrimiento de los cielos en que te has ido a vivir, aunque, supongo, seguirás pintando. Ahora los tienes más cerquita, eso está claro.