Se cumple este año el VIII Centenario del “Cantar de Mío Cid”, una épica relación, en verso medieval escrita, de las andanzas, méritos, conquistas y bondades de un personaje que tuvo luces y sombras, como todos los que han pasado a la historia, pero en este caso sobredimensionadas por culpa –o gracias a- este poema épico, uno de los primeros monumentos del hablar castellano.
Como cada año, se celebrará en Molina una jornada lúdico-artística para conmemorar a este personaje, que ahora cobra mayor singularidad al celebrarse este Centenario, el octavo, de su memoria escrita.
Algo sobre el Cantar
Lento avatar el del Cantar de Mío Cid, para escribirse, para guardarse, para ser comentado y recordado. De este poema épico, que se tiene por el primer monumento de la lengua castellana, solamente se conserva una copia del siglo XIV (se deduce la fecha por la letra del manuscrito) que se haría a partir de otra que data de 1207, esta realizada por quien se tiene por autor del poema, y que no fue sino un copista llamado Per Abbat, quien transcribió un texto compuesto probablemente pocos años antes de esta fecha. La de la copia efectuada por Per Abbat en 1207 se deduce de lo que leemos en el explicit del manuscrito, y que reza así:
Quien escrivio este libro de Dios paraiso, amen
Per Abbat le escrivio en el mes de mayo en era de mil e. CC XLV años.[]
Este manuscrito, hoy conservado en la Biblioteca Nacional de España, ha sido estudiado por muchos investigadores, especialmente por el que fuera director de la Real Academia Española, don Ramón Menéndez Pidal, extrayendo de sus textos no solamente la belleza del verso épico castellano, o los datos históricos (a caballo entre la historia y la leyenda) que en él se narran, sino, especialmente interesante para nosotros, los datos reveladores de su caminar por Castilla. Recomiendo especialmente estas dos direcciones de Internet donde aparece toda la información que el curioso pueda desear, en torno al Cantar de Mío cid: http://www.cervantesvirtual.com/bib_obra/Cid/ es el Instituto Cervantes, con una web muy completa, y esta otra, http://www.laits.utexas.edu/cid/ mantenida por la Universidad de Texas en USA, y que ofrece hasta la versión leída y sonora del poema.
Recuerdos cidianos
En su viaje, acompañado de su mesnada, desde Burgos a Valencia, don Rodrigo Díaz de Vivar atraviesa el Señorío de Molina, es posible que a su ida y totalmente seguro que a su vuelta. Corren los años del final del siglo XI, y entonces la zona está dominada por un régulo o jerarca islámico, que según cuenta el “Cantar de Mio Cid”, se llamaba Abengalbón, y se hizo de inmediato amigo y servidor del castellano. Decidió pagarle parias o impuestos, protegerle para ser protegido, y atenderle tanto a él como a su esposa e hijas, y a todos sus capitanes y hombres fuertes, desde Alvar Fáñez de Minaya a Martín Antolínez, en sus caminatas a través de este territorio que, entonces como hoy, estaba bastante despoblado, aunque Molina ciudad, junto al río Gallo, y protegida por el espectacular castillo, era una ciudad “de buenas y ricas casas” como dice el Cantar.
El propio reyezuelo árabe cabalgó hasta Medinaceli para recoger allí a la esposa, doña Jimena Díaz, y a las hijas del Cid (doña Cristina y doña María), y trasladarlas hasta Molina, y luego a Valencia, agasajándolas y protegiéndolas por los caminos. Cuando el propio Rodrigo Díaz pasó por el Señorío, acampó en diversos lugares de los que ha quedado recuerdo en la zona, tanto en el sustrato legendario como en la toponimia. Así en Anguita, durmió al abrigo de las rocas que escoltan en este pueblo el paso del río Tajuña: las cuevas del Cid hoy las llaman. Por Hinojosa dejó grabado su recuerdo en el gran castro celtibérico que preside la población: “el cabezo del Cid” hoy se dice. También en la Vega de Arias, cerca de las salinas de Almallá, queda el recuerdo de que el héroe castellano acampara y se mantuviera unos días de reposo: una casa acastillada allí permanece desde entonces. Lo hizo también por los Cubillejos, uno de los cuales se denomina “del Sitio” pero debería ser “del Cidio” pues en recuerdo del Cid tomó el sobrenombre. Finalmente, aún dentro del Señorío, pero hoy en tierra de Teruel, bajando hasta Monreal, quedó su recuerdo en pueblo y montaña, ambos denominados “Poyo del Cid”.
El paso por Miedes, Somolinos y Anguita
La tierra de Guadalajara está cuajada de recuerdos cidianos. El Cantar dice que pasó por Miedes desde la vieja Castilla a esta que da sus aguas al Tajo. Remontó la Sierra de Miedes, por la zona que hoy llamamos Sierra de Pela, pasando muy posiblemente por Campisábalos y bajando hacia Somolinos, donde se maravillaría ante la limpieza y hondura de las aguas de su laguna, y el encanto del Manadero donde surge a la vida el río Bornova.
Todos los que han estudiado el camino del Cid desde Burgos a Valencia, coinciden en señalar que nunca fue por “camino real” sino por valles escondidos, por honduras boscosas y hoces estrechas, evitando el encuentro tanto de moros como de cristianos, porque todos eran enemigos suyos y buscaban hacerle daño. Al paso ante el Santo Alto Rey dice el escritor que allí admiró “una montaña extraordinaria y grande”: el cerro mágico y portentoso en cuya altura aún hoy se ve abierta la ermita del Santo Cristo cuyo altar se coloca sobre la punta de la roca, y donde tuvieron poder los caballeros templarios, guardianes del templo y de los caminos.
El camino de Rodrigo Díaz de Vivar pasa por Albendiego y se dirige a la montaña por el molino de los Callejones, y alcanza pasar la sierra por el alto de Pelagallinas, cuyo arroyo sigue en descenso hasta la cueva del Oso. Valga aquí la elucubración toponímica en torno al nombre de Pela, que lo vemos en la sierra que media entre las Castillas, y lo vemos en este paraje serrano. Según Guillermo García Pérez, uno de los más señalados estudiosos del camino del Cid, ese “Pela” no es sino denominativo de “Peña”, porque es una gran peña, -el Pico de Grado- el que corona esa sierra, y aquí es una peña blanca (peña galina > pela galina) la que domina el paisaje.
Se sigue luego por Prádena, se cruza por Robledo de Corpes, y se va hasta Pálmaces de Jadraque, para alcanzar por la Alberguería el lugarejo de Torremocha de Jadraque, luego las Cendejas, y al fin por Moratilla al río Henares, subiéndolo hasta Castejón. El que en tiempos del Cid al hoy denominado río Dulce se le llamara Henares es algo posible, y que ha sido estudiado con rigor por Antonio Ortiz García. Y el que fuera el hoy pequeño pueblo de Castejón de Henares (en el valle del actual Dulce) o el grande y lozano espacio de Jadraque y su castillo lo que conquistara Rodrigo Díaz en su más famosa acción es tema que, por siempre controvertido, dejo para otra ocasión.
En Anguita, camino ya del Jalón, al que asciende pasando antes por el campo de Taranz o de Torancio, es donde se localiza con fidelidad absoluta el paso del héroe castellano en nuestra tierra. Anguita tiene un barrio, el de “las cuevas” que se forma por una profunda hoz tallada a lo largo de los siglos por el río Tajuña. Rematando las agrestes peñas, en cuyas paredes se forman hondas cuevas, aparece la “torre de las cigüeñas” hoy restaurada en parte. En ese lugar, ameno y hermoso siempre, donde hoy aparecen unas cuantas casas, un par de puentes, una ermita manierista, y mucha roca suelta, es donde acamparía el Cid con su mesnada. Hasta un ejército de mil hombres podría haberse estacionado allí durante unos días, pernoctando en tiendas de campaña, o en el interior de las cuevas, que todavía aparecen subiendo el cauce del río hacia Luzón. De ello nos dará luz, es seguro, Javier Serrano Copete en la Historia de Anguita que actualmente está escribiendo, y de la que esperamos grandes frutos.
Atravesando el llamado en el Cantar “Campo Taranz” sobre cuya etimología todos se han hecho cruces, y que podría más bien derivarse de un topónimo relativo a una vieja torre caminera (Tor ancio, de Torreón Ancho) el ejército cidiano pasa junto a Maranchón y se interna por viejos y olorosos sabinares hacia el valle del Jalón, pasando por Judes, y yendo por la “cañada de los santos” desde Luzón a Judes, muy cómoda. Encontrando pronto el Jalón, bajaría hasta Ariza y de allí hacia otra de sus brillantes victorias, la toma de Alcocer (al cocer, el castillo, no lo olvidemos, uno de los miles que tenía España en esa época) lugar hoy vacío en el término de Valtorres, en la provincia de Zaragoza.
En todo caso, un apasionante tema este de los pasos del Cid por nuestra tierra, que podría completarse, y otro día lo haremos, con las posibles huellas del Cid por otro lugar del Señorío, la sesma del Campo, donde los recuerdos cidianos abundan, como he dicho, y los caminos le eran favorables.