Jadraque alza el vuelo
Hace unos días tuvo lugar, en la localidad alcarreña de Jadraque, el nacimiento de una Asociación, de Amigos del Castillo del Cid, que aprovechó el espacio de la Feria FAGRI para dar su primer paso, y presentarse en sociedad: su intención es la de seguir apoyando todo lo que se refiera a la restauración, recuperación, puesta en valor y estudio en profundidad de este hermoso edificio, que por muchos ha sido calificado, tanto él como el cerro en que asienta, el más imponente de los castillos de la Marca Media.
Una mesa redonda sobre aspectos arqueológicos, históricos y constructivos del castillo de Jadraque, así como la presentación de la segunda edición del libro que trata de su historia y sus primeros hallazgos, dio paso al nacimiento de esta Asociación que ya es centenaria, al menos en número de miembros y entusiastas protectores. Un ejemplo a seguir con tantos y tantos edificios patrimoniales de nuestra provincia.
Una historia larga y densa
El castillo de Jadraque que se eleva sobre un cerro perfecto, en la orilla izquierda del valle del Henares, no surge de la nada, o tal como hoy lo vemos se construye en cualquier momento de la Edad Media. No es tan sencillo: seguro que ya en época del Bronce medio, cuando el territorio era ocupado por primitivos pobladores que podemos adscribir al iberismo, tenía su importancia estratégica y fue ocupado como bastión defensivo y espacio poblacional. Así lo demuestran los muchos restos encontrados de esa época, siglos X-VIII a. de C. lo cual nos da fácilmente una cuenta redonda y solemne: este castillo cidiano y mendocino de Jadraque tiene, al menos, tres milenios de existencia.
Ocupado posteriormente por los romanos, sabedores de que su altura era una atalaya clave para el control de la Vía Augusta que a sus pies pasaba bordeando el Henares, también de esta época se han encontrado monedas y restos arqueológicos en el entorno jadraqueño.
No confirmada aún su pertenencia a los visigodos, es en la época islámica cuando toma su fuerza. Es este uno de los castillos más importantes de la Marca Media de Al-Andalus frente a Castilla. Como todos ellos, elevado sobre la orilla izquierda del río, suponían una silueta disuasoria de cualquier tipo de intento de conquista. Esa Marca Media o frontera entre los islámicos del sur y los cristianos del norte, permaneció efectiva más de dos siglos, en los que Jadraque (Chadaraque para los árabes) se tuvo por elemento poderoso. Los del norte le llamaban “Castejón” y más concretamente “de abajo” frente al de arriba que estaría en una elevación próxima a Mandayona, sobre el ahora llamado río Dulce.
El Cantar del Mío Cid, ahora en pleno centenario de su escritura, nos dice cómo Rodrigo Díaz de Vivar, acompañado de lo más granado de su hueste/ejército, ataca la fortaleza de Castejón y la conquista. Se trata sin duda de Jadraque, admirada de todos, de uno y otro lado de la frontera, referencia obligada de valentías y méritos. La abandona pronto, aunque desde 1085, tras la toma de Toledo por Alfonso VI, sería ya plenamente del reino de Castilla.
La monarquía la incluye en el alfoz aforado de Atienza, y sigue siendo avanzada defensiva de posibles ataques llegados del sur. La reina doña María, esposa de Juan II, la entrega en señorío y como regalo de boda, a María de Castilla, nieta del Pedro “el Cruel”, cuando casa con el caballero Gómez Carrillo de Acuña, alto cortesano. Desde ese momento, 1434 aprox., la villa y el castillo de Jadraque quedan en propiedad de este linaje que años después, al tener su posesión Alonso Carrillo, lo permutaría por el castillo de Maqueda con don Pedro González de Mendoza.
El reajuste de territorios señoriales propició este trueque, que llevó al castillo jadraqueño a quedar ya por siglos en poder del linaje de Mendoza, el más poderoso de la tierra de Guadalajara y determinante de su evolución histórica.
Castillo y palacio mendocino
Aunque el primer Mendoza que señorea Jadraque es el Gran Cardenal, y a él se deben las primeras tareas de reconstrucción y ampliación del edificio, será su hijo el marqués del Cenete, don Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza quien impulse las mayores transformaciones del edificio, hasta hacer de él más que un castillo guerrero, atalayado y artillero, un verdadero palacio del Renacimiento.
Siempre habíamos pensado que muy posiblemente esa fuera la intención mendocina hacia Jadraque. Como también lo pensamos (y de ello todavía no existe confirmación arqueológica porque se han parado las obras hace mucho tiempo) del castillo de Pioz. Lo cierto es que, o bien Juan Guas, o bien Lorenzo Vázquez, o bien el equipo de maestros de obras y arquitectos que trabajó en el también cardenalicio castillo de la Puebla de Almenara, serían los constructores de este renacido castillo. En el que, a tenor de los hallazgos realizados en los últimos años, hubo en su parte septentrional un fastuoso patio de elegantes arcadas, que suponemos centraría la suntuosidad del renacido palacio. En el que vivió varios años el marqués del Cenete, primero con su esposa Leonor de la Cerda, hija del duque de Medinaceli, y luego con su segunda esposa, María de Fonseca, con la cual se trasladaría al terminado castillo-palacio de La Calahorra, en tierras granadinas, al norte de la Sierra Nevada, donde allí sí que con seguridad Lorenzo Vázquez y un selecto grupo de artistas italianos fabricaron la impresionante morada, como de ensueño, de don Rodrigo.
Al que su padre llamó Díaz de Vivar en recuerdo del Cid, porque decía (o más bien lo decían los cronistas de su altísima eminencia cardenalicia) que los Mendoza descendían del héroe castellano así sin más, por directa línea. El caso es que después de habitarlo la hija del marqués del Cenete, doña Mencía de Mendoza, que casó con Enrique de Nassau y en la altura jadraqueña coleccionó obras de arte sin cuento, llenando el castillo de estatuas y tapices, ya ningún Mendoza habitó en el palacio, dejando allí alcaldes y encargados que se dedicaron, con toda seguridad, a ir desvalijando la casa hasta dejarla tiritando, tal como a finales del siglo XIX se la encontró el duque de Osuna, cuyos bienes salieron a subasta, siendo adquirido por el municipio, el año 1898, en 305 pesetas.
Desde entonces, sin embargo, la ruina siguió cundiendo, los muros cayendo, y el castillo diluyéndose como un terrón de azúcar sobre su opulento cerro, causando la admiración de cuantos le veían, al pasar en tren desde el valle, alzado y orgulloso. Pasó la República, pasó la Guerra, y fue en los años 50 cuando a iniciativas de don Francisco Layna, de José Antonio Ochaita y de Mariano Ormad, se puso en marcha la maquinaria de ánimo para consolidar sus ruinas y restaurar lo que se pudiera. Germán Valentín-Gamazo ayudó también, desde su puesto de arquitecto restaurador de los castillos de España, quedando encargados como directores de las obras los arquitectos José Manuel González-Valcárcel y José María Rodríguez Cano, consiguiendo una meritoria tarea de contención, limpieza y dignificación de la ruina, aunque sin llegar al estudio exhaustivo que la fortaleza precisaba.
Este estudio, y los trabajos complementarios, se han venido desarrollando desde el año 2001, en que a instancia del alcalde jadraqueño, a la sazón Julio Marina, y la concejala María Concepción Alonso, se contactó con el arquitecto Carlos Clemente San Román, quien aunó y dirigió un equipo multidisciplinario a partir del Master en Restauración y Rehabilitación de Patrimonio que dirige en la Universidad de Alcalá, con intervención de arqueólogos, historiadores y arquitectos de varios países, dando inicio a esta etapa que ahora prosigue, y en la que además se ha conseguido un importantísimo apoyo económico, a través del 1% cultural, del ministerio de Fomento, siendo don Guillermo Rocafort quien desde su capacidad de gestión ha posibilitado este difícil entronque y conjugación de fuerzas.
En todo caso, el castillo de Jadraque, en una densa, larga y prolija historia, ha dado muestras de ser, más que un edificio pétreo, un ser vivo, capaz de hablar, cantar y aunar a gentes diversas. Un impronta blanca y luminosa de la conciencia del mundo sobre el Henares verde.