Vamos a Pelegrina
Dentro del Plan para la Recuperación del “Románico de la Marca Media”, elaborado por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha y la Real Fundación Santa María de Aguilar de Campóo, figura entre otras la iglesia románica de Pelegrina, un pueblecito cercano a Sigüenza, enclavado en el centro del valle del río Dulce, otro de los espectáculos naturales más impresionantes de nuestra provincia. Aunque ya en su día fue restaurado este templo, y hoy se conserva muy entero y bien tratado, no le vendrá mal una mano de atenciones. De lo que no va a necesitar, en absoluto, es de un nuevo estudio, porque está ya hecho, y en profundidad ejemplar, por parte de otro de los estudiosos del estilo medieval por excelencia en nuestra provincia: el arquitecto Luis Cervera Vera se pasó meses en Pelegrina midiendo, dibujando y anotando todos los datos concernientes a este edificio, del que resultó un libro hoy raro de encontrar, pero modélico y encantador: “Pelegrina (Guadalajara). Su castillo, el caserío y la iglesia románica embellecida por el prelado Fadrique de Portugal” que en 1995 editó la Escuela de Jardinería y Paisajismo del Castillo de Batres, en Madrid
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Dónde está Pelegrina
Recostado en la ladera septentrional de un cerrete rocoso, vigilante en la orilla derecha del profundísimo barranco por el que discurre el río Dulce, y oteando al mismo tiempo un más alto y suave vallejo en que se cultivan de cereal sus tierras, aparece el bello caserío de Pelegrina, tapizado de construcciones típicas y rematado en el agudo puntal de su castillo, hoy en completa ruina. Tan curioso emplazamiento, y la magnificencia de los paisajes que le rodean, hicieron surgir, en la Edad Media que vio su poblamiento, el nombre que aún hoy mantiene: Pelegrina procede de *peregrina+ o *bella+ perspectiva. Escasamente habitado durante el año, los meses de verano ven abrirse todas sus casas, siendo utilizado por numerosas familias como lugar ideal para el descanso.
Por su término cruza, ahondado entre impresionantes riscos cortados, por donde la vegetación exhuberante aflora entre las piedras, y los arroyos se despeñan en altísimas cascadas, el río Dulce, que procede de los altos de Bujarrabal y Jodra, y da, luego de atrevesar los alucinantes estrechos de La Cabrera y Aragosa, en el Henares, por Mandayona. Tras la reconquista de la zona y ciudad de Sigüenza en 1124, el enclave de Pelegrina y sus alrededores fue dado en señorío, por el rey Alfonso VII, a los obispos de Sigüenza, quedando en exclusivo patrimonio de la Mitra hasta el momento de la abolición de los señoríos. Estos obispos construyeron el castillo roquero en el mismo siglo XII, y en él pasaron largas temporadas de descanso. En su derredor fue creciendo el poblado, al que siempre favorecieron los obispos. Solamente vio turbada su tranquilidad en el siglo XIV, cuando Pedro I de Castilla lo confiscó temporalmente para fortificar su reino contra las posibles amenazas fronterizas de Aragón; en el siglo XV, las tropas navarras lo conquistaron durante breve tiempo; en 1710, los ejércitos del archiduque pretendiente al trono, ya en retirada hacia Aragón, lo incendiaron y destruyeron, lo mismo que un siglo después, en 1811, hicieron los franceses con los escasos restos que quedaban, dejando una ruina triste sobre el montículo.
Una iglesia románica perfecta
Además del castillo ruinoso en la cima del cerro, y del encanto del pueblo descolgándose por la laderas, con el fondo de montañas y rocosos cantiles, el viajero que llega a Pelegrina no debe dejar de admirar su iglesia dedicada a la Santísima Trinidiad.
Es esta iglesia una exquisita obra románica, erigida también en el siglo XII, cuando fue tomada y poblada por los obispos de Sigüenza. Puede admirarse en su aspecto exterior la espadaña triangular sobre el muro de poniente, el ábside semicircular con remate de modillones en la cabecera del templo, y una portada abocinada con arquivoltas semicirculares y columnas y capiteles muy desgastados pero de sencillo aspecto románico rural. En el siglo XVI se le añadió a esta portada un escudo del obispo don Fadrique de Portugal, con restos de policromía, y un atrio porticado sujeto por columnas cilíndricas sobre pedestales y rematadas en sencillos capiteles clásicos.
El templo de Pelegrina surgió con la sencillez de todo lo románico de repoblación: en la peña más alta del poblado, con el sentido religioso de elevación hacia el Cielo de los espacios sagrados. Al ser un lugar de señorío de los obispos de Sigüenza, y estos pasar algunas temporadas, en el verano, en esta aldea, uno de los magnates más poderosos del Renacimiento, entusiasta del arte renacentista, don Fadrique de Portugal, propició unas obras de mejora y ampliación del templo, que solo consiguieron mixtificarlo: le añadió altura al primitivo campanario, conviertiéndolo en airosa espadaña. Le colocó ante la puerta un atrio sujeto de columnas clásicas, y le labró en el tímpano de la puerta, que además adinteló, sobre una venera de aires trentinos, su escudo de armas tallado y policromado. No le quitó, con todo, el aire rural y simple, emocionante y cálido, que aún tiene esta pequeña iglesia verdaderamente románica y serrana.
Aspectos curiosos del románico de Pelegrina
El gran estudioso de la arquitectura guadalajareña, el arquitecto Luis Cervera Vera (1914-1999), a quien todavía no se le ha tributado el reconocimiento que merecía, probó su gran conocimiento de la arquitectura medieval en la descripción que hizo de este templo.
Nos dice que se levanta cimentado sobre la propia roca, con muros de sillarejo sencillo, reforzados de sillares en las esquinas. De nave única, se mantiene fiel a la tradición religiosa del Medievo al basar su orientación en el símbolo fundamental de la religión cristiana (heredado, añado yo, de otras mitologías anteriores): la situación de la cabeza del templo, el presbiterio donde se alza el altar y se oficia el ritual divino, en dirección al lugar donde surge el sol cada mañana. Esa orientación Levante-Poniente, que en el solsticio de verano tiene unos puntos magnéticos de referencias muy concretos, regiría la colocación de todos los templos en el mundo cristiano. El de Pelegrina se hizo así, pero desviándose un tanto de ese eje, apenas unos 5 grados. Lo curioso es que, además, presenta una desviación el eje del ábside con respecto al de la nave, de otros 5 grados más. Con ello, el ignoto constructor de esta iglesia se apuntó a la norma no escrita pero muy utilizada en la Edad Media de dar ese pequeño giro o desviación al ábside respecto a la nave, para ofrecer aún más clara la referencia de que el templo es remedo del cuerpo de Cristo, cuando este se halla crucificado, y con la cabeza inclinada levemente. Lo vemos en el dibujo que acompaña a estas líneas y que tomo del referido libro de Cervera.
También se ve en Pelegrina otro detalle más, muy propio de la arquitectura románica, y es el de ensanchar levemente la nave en su parte que contacta con el presbiterio, donde no tiene muro y suele surgir el arco mayor o triunfal que separa nave de presbiterio. En este caso, ese arco es escarzano, remodelado posiblemente un par de siglos después de construir la iglesia. Con ello venía a decirse que esa parte correspondía a los hombros de Cristo, dando fuerza al encuentro de los fieles con el oficiante, y ahondando todavía más en ese sentido antropomórfico, cristológico, del templo, como espacio sagrado, relacionado con la astronomía y la religión.
El retablo y el artesonado del interior
En el interior, de una sola nave, destacan dos elementos que se añadieron al inicial purismo románico, y que hoy completan esta iglesia como un verdadero y variado monumento digno de ser visitado.
De una parte destaca el artesonado de tradición mudéjar, policromado, del siglo XVI, que está precisando una rápida restauración, pero que según podemos ver en el adjunto dibujo original de Cervera es de una sorprendente belleza.
Y de otra el gran retablo que cubre los muros de la capilla mayor, obra de la misma centuria, salido de los talleres seguntinos hacia 1570, y en el que con toda seguridad puso su arte de buen entallador Martín de Vandoma, debiéndose las pinturas probablemente a Diego Martínez. Ambos artistas fueron autores de un retablo similar en el soriano pueblo de Caltójar, en 1576. Es uno más de los interesantes ejemplos de retablos que de Sigüenza salieron en la segunda mitad del siglo XVI, quedando todavía magníficos ejemplares en Bujarrabal y Riba de Saelices, además del que hubo en Santamera, hoy trasladado a la parroquial de Trillo.
Este magífico retablo de Pelegrina está pidiendo también a voces una restauración a fondo. Quizás en el “Plan de Recuperación y Restauración del Románico de la Marca Media” que va a llevar a cabo la Junta de Comunidades, se contemple esta restauración, la más perentoria del conjunto. El elemento consta de tres cuerpos y un remate central, con cinco calles verticales. Talla y pintura alternan en sus espacios, que van separados por frisos, balaustres y pilastras ricamente decoradas con motivos de gran plasticidad en los que predominan los grutescos, follajes, roleos, cartelas y aun temas mitológicos. La predela muestra cuatro hornacinas aveneradas en las que aparecen otras tantas estatuas de los evangelistas. La calle central se ocupa con una buena talla de la Santísima Trinidad en gran hornacina avenerada, y sobre ella los restos de la escena de Santa Ana y la Virgen Niña, escoltadas ambas por pequeñas tallas de santos, mártires y ángeles músicos. Las pinturas presentan, en su cuerpo inferior, cuatro escenas de la Vida de María (Natividad de María, Anunciación, Natividad de Cristo y Epifanía), y en el superior otras tantas escenas de la Pasión de Jesús (la Oración en el Huerto, el juicio de Pilatos, la Flagelación y el Camino del Calvario, con la escena de la Verónica). En el remate, pinturas de los cuatro Padres de la Iglesia. El interés del retablo de Pelegrina es enorme, tanto por la calidad de su ejecución como por el ordenamiento iconológico del mismo. Y aunque suponemos que en el referido Plan dirigido desde Aguilar de Campóo estará contemplada esta necesidad, no está de más volver a recordar lo necesaria que es su restauración y mantenimiento en las condiciones que le doten de una larga perdurabilidad, para admiración de todos.