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abril, 2007:

Villaescusa de Palositos, reivindicada

Ábside de la iglesia románica de Villaescusa de Palositos, tal como estaba en 1993

Mañana sábado 28 de abril, va a tener lugar en nuestra altura alcarreña un original acto reivindicativo del que, por razones entrañables y por su objetiva importancia, me hago eco y animo a mis lectores a participar en él. La II Marcha de las Flores llaman, que será pacífica y descubridora, partiendo desde la localidad de Salmerón, subiendo los cerros que bordean la Hoya del Infantado, en dirección a Escamilla y luego, campo a través, hasta Villaescusa de Palositos, uno de los muchos pueblos de Guadalajara que quedaron abandonados en la década de los sesenta, y que cuenta en lo alto con una iglesia, que está clasificada, o al menos considerada por cuantos entienden de arte y patrimonio, como un ejemplar especialmente relevante de la arquitectura románica de nuestra provincia.

 Una marcha por la Ruta de la Lana

 La marcha está organizada por la Asociación de Amigos del Camino de Santiago de Cuenca, y la Asociación de Amigos de Villaescusa de Palositos, que quieren con este acto reivindicar dos cosas: una es la revitalización de la “Ruta de la Lana”, que era el camino que seguían, desde la Edad Media, los peregrinos del Levante español hacia Santiago de Compostela. Y otra, llamar la atención de la opinión pública hacia la situación en que se encuentra Villaescusa de Palositos, un enclave que fue villa en épocas antiguas, que tiene una iglesia románica espléndida, y que está en una situación de abandono progresivo, que no augura para ella nada positivo, por lo que se quiere pedir, de este modo, que las autoridades implicadas en su cuidado y protección se tomen en serio este problema.

El punto de encuentro e inicio de la marcha a pie será en la Casa de Arriba de la Finca de Briones, o Casa de San Román, entre las 12 y las 12:30 de la mañana de este sábado.

La petición de estas Asociaciones es que se permita el libre paso por los caminos públicos de este pueblo, incluso el paso de peregrinos, viajeros y excursionistas por las calles del lugar, y la admiración, de cerca, del templo, así como pedir que se restituya la fuente pública en condiciones de potabilidad como estaba hasta hace muy pocos años, para que todos puedan sentir que ese “camino” antiguo, esa ruta de peregrinación, que tiene una consistencia de muchos siglos, y que tenía su paso, es cierto, por Villaescusa de Palositos, se siga manteniendo viva.

Hay una dirección en Internet que informa detalladamente de todo esto, y mucho más, y que recomiendo visitar: www.villaescusadepalositos.com, añadiendo el llamado a participar en ese camino que mañana sábado se abrirá de nuevo para que pasen caminantes y peregrinos, en un simbólico “andar de paz” y de memorias en torno a lo que siempre fue la tierra de nuestros ancestros.

Está previsto, incluso, que los que sean descendientes del pueblo, depositen unas flores en las tumbas, -o donde se supone que estuvieron-, de sus antepasados. Una forma de aunar la memoria y la realidad, la fuerza de la sangre viva con el reposado silencio de los muertos, que como se sabe siempre andan disfrazados de árboles, fuentes y pájaros, y están muy cerca de nosotros.

 La Ruta de la Lana

 No hace mucho tiempo que en un libro firmado por Herminio Pareja Pérez y Vicente Malabia Martínez, titulado “La Ruta de la Lana” se ha expuesto la historia rescatada de este “camino de Santiago” que desde el Levante español cruzaba la península ibérica hasta llegar a Santiago, a la Tumba del Apóstol.  Era este un camino antiguo, por el que discurrió, entre otros, el Cid Campeador en su destierro desde Burgos hacia Valencia: lo recorrió al revés. O el que figura en el “Repertorio de Alonso de Meneses” en el siglo XVI, por el que transitaban las recuas que llevaban la lana de la Alcarria y los paños de Cuenca hacia las ferias de Medina del Campo y el Consulado de Burgos. Por ese camino pasó Felipe III cuando desde sus bodas en Valencia vino a visitar el Monasterio peñalvero de La Salceda. Y por ese camino pasaron los grupos de artistas que iban de pueblo en pueblo tallando santos, piedras y escenas para las portadas de las iglesias románicas, y que ya en su día analicé en mis estudios respectivos de las portadas románicas de Cifuentes y Santa María del Rey de Atienza, tan similares en todo, que sin duda están talladas por el mismo equipo de artistas, apareciendo en ambas las imágenes de peregrinos, gentes que hacían este “viaje de la lana” hacia Compostela.

El Camino está descrito, y con gran precisión, en un documento que redactaron, en la primavera de 1624, Francisco Patiño, su mujer María de Francis y su primo Sebastián de la Huerta, que desde Monteagudo de las Salinas (hoy provincia de Cuenca) peregrinaron a Santiago.  Llegaron a Burgos, donde se unieron al clásico “camino francés” que desde allí ya era único.

Por nuestra región pasaba esta Ruta Jacobea “de la Lana” por mil sitios. Desde Cuenca, por Torralba, Priego y Valdeolivas entraba a la Alcarria por Salmerón, Trillo, Cifuentes, cruzando el río Dulce/Henares por Mandayona y subiendo por Atienza y Miedes a la vieja Castilla. En ese trazado, el camino atravesaba Villaescusa de Palositos, y no solo su término, sino el pueblo por mitad. De ahí esta reivindicación que mañana se hará, de un camino, un paso, una fuente, una iglesia románica…. una memoria, en definitiva, que quizás porque no está teñida de tinte político alguno pasará más desapercibida que si la hicieran cuatro energúmenos rompecosas de los que abundan por el Norte de España.

 La iglesia románica, en peligro

 Este es un buen momento para volver a refrescar la memoria, y la imagen de su progresivo deterioro, de este templo románico que forma parte destacada del grupo de iglesias medievales de nuestra tierra. Con un valor arquitectónico propio, y con un valor ambiental, que comparte con el lugar en que se alza.

En lo alto de la loma donde reposa la osamenta ya desvencijada de Villaescusa de Palositos (el pueblo se abandonó del todo allá por los años sesenta del pasado siglo), se alza esta iglesia de arquitectura netamente románica, con una estructura que mantiene en toda su pureza las líneas iniciales con que fue construída. Tiene en el muro de poniente un gran parche, generado en tiempos en que allí debió abrirse un boquete. Y a lo largo del eje central del ábside se está abriendo peligrosamente una gran hienda. Hasta hace pocos años se conservó digna, pulcra y perfecta, como recién hecha. En los últimos 7 años, ha sufrido una serie de actuaciones que, si en teoría podían justificarse como intentos de evitar su ruina, lo que en realidad han hecho ha sido llevarla a una situación caótica y peligrosa. Ha perdido la cubierta, se han puesto testigos adheridos a los muros, se ha desmontado el palomar de la espadaña, y se han cubierto de rasillas las columnas de la puerta.

La orientación del templo es clásica: hacia oriente el ábside, hacia poniente el campanario. La planta es rectangular, alargada de este a oeste. La puerta de ingreso, única, está en el centro del muro sur. Sobre el extremo poniente de ese muro se alza la espadaña (que los de Villaescusa llamaban “campanario”) de tres vanos. Los muros de poniente y del norte están lisos, cerrados herméticamente, sin el más mínimo adorno. El extremo de levante ofrece el airoso y elegante ábside de planta semicircular perfecta, con cuatro semicolumnas adosadas, apoyadas en basamentas polimolduradas, y en los tres espacios que dejan libres se abren sendas ventanas, aspilleradas. La central es algo más amplia y tiene una cenefa ancha y moldurada linealmente que cubre el arco semicircular superior y aún se alarga algo a los lados. Las laterales están hoy cegadas.

La puerta de ingreso es simple pero muy hermosa. Se inserta en un cuerpo que sobresale ligeramente del muro del templo. Se forma de un vano semicircular, abocinado en profundidad, con un arco externo decorado con bolas lisas, y luego otros dos arcos de arista viva que a través de una imposta moldurada apoyan en pilares adosados.

El interior es de una sola nave con tres tramos, algo más corto el occidental, y un presbiterio elevado y más estrecho que la nave. Rematando todo, un ábside de planta semicircular, cubierto de bóveda de cuarto de esfera, de piedra. La longitud de la nave es de 13 metros y su anchura de 9, adoptando el plano de este templo una forma en todo tradicional y del más puro y riguroso estilo románico rural. Su época de construcción, sin embargo, es muy tardía, posiblemente del siglo XIII en sus finales.

En las piedras del ábside se ven tallados múltiples signos lapidarios o «marcas de cantería» propias de los diversos canteros que las hicieron. Y el año pasado, gracias a una fotografía realizada por José Antonio García, se pudo conocer el nombre del autor, un remoto “maestro de obras” o rural arquitecto que dejó tallada esta frase en una piedra del muro norte: GILEM FECIT HAC ECCLESIAM.

El porvenir de este templo no está nada claro, porque el desmontaje de la cubierta, que se anunció como preámbulo de una restauración, no ha servido sino para acelerar su ruina. Desde la instancia encargada de su utilización (la Diócesis que administra los templos de la provincia) ha surgido la idea de trasladarla a otro enclave de Guadalajara. A un pueblo cercano a la capital, a alguna urbanización de nuevo cuño, etc. Porque se arguye que un templo es para usarlo y para que cumpla su cometido de ser lugar de reunión de fieles, administración de sacramentos y casa de oración. Pero también es verdad que la historia, y la fuerza de la memoria colectiva, tiene también una voz, y es la que pide que ese templo románico de Villaescusa permanezca en el mismo lugar en que fue alzado siglos ha. En ese razonamiento tienen la voz más clara, las razones más contundentes, quienes nacieron en Villaescusa o de allí proceden. Mientras ellos tengan voz, seguirán pidiendo esto que es lo más lógico: respeto, arreglo y mantenimiento de un ser que, aunque de piedra, está vivo.

Humanes en la Historia

Portada del libro

Tras su presentación en el Club de Prensa de nuestra capital, el pasado martes, y la pública puesta de largo en la iglesia parroquial de Humanes mañana sábado, a las 8:30 de la tarde, la Campiña del Henares va a contar con un nuevo libro en el que se narran con pormenor los avatares de la historia de pueblos tan representativos de la zona como Mohernando, Robledillo, Cerezo, Razbona y, por supuesto, el mismo Humanes, de cuyo Condado se dan pelos y señales. Los autores, superconocidos escritores originarios de la villa campiñera, serán quienes ofrezcan la primicia de su obra, que ha sido elaborada con el rigor  profesional que les caracteriza. Antonio Marchamalo Sánchez y Miguel Marchamalo Maín tienen en su haber muchos escritos, muchas conferencias y una densa y oportuna labor cultural, que ahora se proclama en este libro de amplitud e interés contrastados.

 Humanes en la historia

 El valle del Henares ha sido lugar de paso, camino ancho, para la civilización europea. Desde antes de los romanos, el discurso de su río fue la guía de los pastores y los viajeros. Trashumantes y nómadas siguieron su orilla para pasar desde la llanura manchega al alborotado Aragón. Y por aquí discurrió la gran “Vía Augusta” que los romanos tendieron, con suelo firme, desde Mérida hasta Zaragoza. En el centro de esa valle, abierto y feraz, creció Humanes. A la sombra de Hita, que era por sus características castilleras el gran bastión fortalecido. El territorio humanense y toda la orilla izquierda del Henares fue siempre territorio dominado por Hita. A la derecha del río, sin embargo, crecieron otros dominios. En concreto, la Orden militar de Santiago.

Y así vemos cómo Mohernando, lugar dominante de un pequeño vallejo que va a dar en el Narres, fue primeramente propiedad de Fernando García de Hita “el Mayor” señor de Hita, en honor de quien se le puso nombre: Mohernando es el antiguo “Monte Hernando” o “Fernando” que rememora a su primer señor.

Pero desde 1180, según consta en antiguos documentos, por donación del Rey Alfonso VIII de Castilla y su esposa doña Leonor,  el territorio de Peñahora y su entorno (Humanes, Mohernando, Robledillo, Cerezo y Razbona) pasaron a ser controlados por la recien creada Orden militar del Señor Santiago. Su primer maestre Pedro Fernández recibió esta donación real, que se mantendría siempre como uno de los estandartes más norteños de la Orden.

Peñahora fue un lugar estratégico importantísimo. Se encontraba el poblado en un alto, rodeado de murallas, vigilante de la junta de los ríos Sorbe y Henares. La poderosa roca estaba cuajada de oquedades, pasadizos, túneles y puentes naturales. Esa roca recibió de siempre el nombre de “Peña Horadada”, peñafora o Peñahora, como hoy se la conoce. Ese poblado, que era de origen musulmán, fue ocupado por los caballeros santiaguistas desde finales del siglo XI, aunque la encomienda de la Orden se situó en Mohernando.

Allí vivía el caballero comendador, encargado de administrar justicia, recabar impuestos y recoger beneficios de la tierra. El dinero obtenido era en su totalidad, y en teoría, destinado a “la enfermería de Uclés”, el monasterio o casa madre que en plena tierra de Cuenca fue siempre cabeza de la Orden. En Mohernando vivía, como digo, el comendador, acompañado de los alcaldes mayores, el vicario visitador y diversos oficiales que harían cumplir leyes y cobrar impuestos. Tenía el comendador la obligación de residir en los lugares del territorio (la encomienda comprendía Humanes, Mohernando, Robledillo, Razbona y Cerezo, más otros pequeños caseríos diseminados junto al río, como hoy Maluque y El Cañal).

Según nos cuentan los Marchamalo en su interesantísimo libro, entre las costumbres de los primeros caballeros santiaguistas que habitaron los pueblos de Pennafora y Mohernando, estaba la de hacer voto de obediencia al maestre, vistiendo ropas sencillas negras, blancas o pardas, y acudiendo a todas las ceremonias vestidos de sus capas blancas con la roja  cruz de Santiago, de un precio nunca superior a ocho maravedíes. Oían misa diaria comulgando cada domingo, y practicaban el ayuno en cuaresma, adviento y todos los viernes entre san Miguel y Pentecostés. También podían ejercitar la caza. Cuando un caballero moría se le vestía un manto blanco y calzones de lienzo cubriéndosele el rostro con un paño. Luego se depositaba el cuerpo sobre una alfombra en la que antes se había trazado una cruz con ceniza bendita .Los que eran clérigos se enterraban vistiendo sus hopas, giraldetes y bonetes.

El nombre de Humanes es citado por primera vez en 1187 en una Bula dada en Roma por el Papa Urbano VIII. Y en esta villa asentaron los funcionarios de la orden encargados de cobrar el impuesto de pontazgo de todos cuantos pasaban los ríos por Peñahora debían abonar.

 La Virgen de Peñahora

 La patrona de Humanes es la Virgen de Peñahora. No hace falta explicar a qué se debe su nombre. La tradición dice que se apareció entre las rocas y siempre tuvo asiento en el altar mayor de la iglesia de aquel pueblo, primeramente como talla en madera, luego como pintura, y finalmente otra vez tallada en forma barroca.

En el libro de los Marchamalo se publica un raro y espléndido grabado dieciochesco que representa a la patrona de Humanes en una forma que es todo un compendio de iconografía barroca. Lo grabó sobre cobre Francisco Antonio Lleopart, grabador real, en 1788, y lo tituló “Verdadero retrato de la Milagrosa Imagen de Nuestra Señora de Peñahora”, dedicándosela a la por entonces Princesa de Asturias, María Luisa de Borbón. La Virgen aparece como es tradicional en la advocación humanense: sin Niño y con las manos en actitud orante.  Sobre el manto luce el lazo y medalla de la Real Orden de Carlos III, rodeándose de hojas, de flores y de matas de vid. Y teniendo por acompañantes en sendas hornacinas a tres santazos como son San Agustín (votado por milagroso contra la plaga de langosta en el siglo XV), San Gregorio Hóstiense, protector de los viñedos ante otra plaga de langosta más moderna, y San Blas, patrono de los males de garganta y abogado de los animales enfermos, que tuvo su devoción en Humanes introducida por el arzobispo toledano don Gil Alvarez de Albornoz.

Esta lámina, tan espléndida de formas y detalles, era casi desconocida hasta ahora, pues solamente existía su plancha original en cobre guardada en la parroquia humanene. Ahora, y con motivo de la edición de este libro, se ha estampado nuevamente gracias a las técnicas de antigua tradición que posee el Taller Mayor 28, de Madrid, donde se ha realizado una tirada, al estilo antiguo del siglo XVIII, que ha despertado la lógica expectación en el pueblo.

 Don Francisco de Eraso

 De todos los comendadores que ha tenido Mohernando y su tierra, sin duda el más famoso ha sido don Francisco de Eraso y Hermosa, quien en la segunda mitad del siglo XVI poseyó por compra y donación real el señorío y mayorazgo de Humanes, su condado, y la encomienda santiaguista de Mohernando. Además compró el pueblo entero con su término de El Cañal, junto al Henares, ya casi en Guadalajara.

Secretario durante años del emperador Carlos I, consejero de Estado y Notario Mayor del Reino, asistió a la abdicación y entrega de testamento en Yuste del Emperador. Siguió como secretario de su hijo Felipe II, quien le nombró también secretario perpetuo del Real Consejo de Hacienda e Indias. En 1557 fue nombrado regidor de la ciudad de Guadalajara y procurador por la villa de Madrid. Desde 1564, y tras dejar su cargo de comendador de Moratalaz por la Orden de Calatrava, pasó a ser comendador de Mohernando por la de Santiago.

Perteneciente al “partido moderado” liderado por Rui Gómez de Silva, príncipe de Éboli, y por Antonio Pérez más Guillermo de Orange, estuvo enfrentado al duque de Alba, capitán del “partido beligerante” en el problema de los Países Bajos. En 1566 cayó en desgracia y fue destituido de sus cargos. Sin embargo, el gran poder acumulado, y la enorme fortuna atesorada, le permitió vivir holgadamente hasta el fin de sus días.

Ha sido finalmente restaurada, recuperada y puesta en su primigenio emplazamiento, la gran composición escultórica, posiblemente debida a Monegro, que mandó poner su viuda, doña Mariana de Peralta, a su muerte, en el presbiterio de la iglesia de Mohernando. Allí se le ve, junto a su mujer, protegidos por la figura de San Francisco, tallados en impoluto mármol de Carrara.

Como se ve, Humanes y su entorno, ahora estudiados en profundidad en un libro completo, está lleno de interesantes aportaciones y recuerdos para la historia y el arte de la campiña del Henares. Unos cuantos paseos hasta su espacio claro, mirando las plazas y ayuntamientos, las torres y parroquias, los rollos y puentes, escudos e imágenes de sus ancestros, servirá para adentrarnos en su esencia, captar sus raíces, quererlos más, en definitiva.

  Apunte

 El libro que se presenta

 El libro que mañana se presentará en Humanes se titula “La Orden de Santiago en Guadalajara. La encomienda de Mohernando y el condado de Humanes”, siendo sus autores Antonio Marchamalo Sánchez y Miguel Marchamalo Maín. Está editado por AACHE de Guadalajara, y consta de 352 páginas con infinidad de fotografías, estampas y planos. Además del estudio de la historia de Humanes y los pueblos de su contorno, ofrece una visión detallada de su patrimonio artístico, y el complemento de un capítulo final, de casi 40 páginas de extensión, con el costumbrismo de la zona (canciones, botargas, procesiones, romerías y enramadas). Una obra que será muy bien recibida por todos los humanenses y gentes originarias de su contorno.

Otra visita a la Cueva de los Casares

 

Uno de los más señalados monumentos de nuestra provincia, se encuentra siempre en la oscuridad. Ni puede ni debe tener bombillas: se trata de la Cueva de los Casares, un auténtico santuario del arte rupestre paleolítico. Más conocido en el extranjero que entre los españoles y castellano-manchegos, hace dos años se hizo famosa por una circunstancia desgraciada: desde una barbacoa puesta delante de ella partió la llama que quemó 13.000 hectáreas de pinar en el Ducado.

La Cueva de los Casares está siempre llena de misterios. Entre las cien figuras talladas en la roca de su oscuro vientre, hay animales y hombres, hay vida retratada desde hace miles y miles de años. Y aparte de ser crónica de su tiempo, y templo propiciatorio, es también, muy posiblemente, el lugar donde aparece dibujado el mito más antiguo generado por la mente humana: el de la entrada en el caos de la muerte.

La cueva, en resumen

 Aunque va ya para 80 años que se conoce la Cueva de los Casares (1928) y más de 70 que fue declarada Monumento Nacional (1934) este elemento patrimonial localizado en Riba de Saelices, en las serranías del Ducado de nuestra provincia, aún es desconocida para la mayor parte de los habitantes de Guadalajara.

La Cueva de los Casares, en las orillas del río Linares, a 1.162 metros de altitud sobre el nivel del mar, en lo alto de un fuerte recuesto rocoso, es una de las joyas patrimoniales de nuestra tierra, no sólo de Guadalajara provincia, sino de Castilla-La Mancha, y aún de España entera. El guía oficial de la cueva, ese hombre callado y sabio que es Emilio Moreno Foved, me cuenta que entre sus visitantes hay más extranjeros que españoles.

La Cueva de los Casares fue habitada por los hombres del Paleolítico Medio desde hace, al menos, 30.000 años. Los estudios de Antonio García Seror, a la espera de nuevas excavaciones y análisis más científicos con métodos que aún no se han puesto en marcha en este caso, hablan de “modernizarla” un tanto. Y podría acercarse esa fecha hasta los 10.000 años antes de Cristo. En esa época se calcula que hicieron sus grabados los habitantes del contorno, en el discurso de ritos propiciatorios de victoria y fecundidad.

A lo largo de los 264 metros de longitud/profundidad que tiene la Cueva de los Casares, se encuentran 168 grabados bien identificados y explicados, lo cual pone a Casares en la primera línea de las cuevas con contenido de arte paleolítico de todo el mundo. Aunque las de Peche y Atapuerca ofrecen también buen número de grabados, y otras muchas han ido apareciendo en los últimos decenios por la Península, ninguna iguala en cantidad, calidad y diversidad de temas a la de Riba de Saelices. Se encuentran en ella 9 escenas completas, 72 figuras aisladas, y 40 signos o trazos sueltos. Son 96 figuras claras de animales y 20 antropomorfos indiscutibles los que allí están tallados. De ellos son seguros 25 caballos, 17 ciervos, 1 reno, 6 uros o grandes toros, 8 cabras, 1 bisonte, 2 felinos, 1 rinoceronte lanudo, 1 mamut y un disfraz de mamut, 1 glotón, 1 comadreja, 1 nutria, 2 liebres, 1 ave, 1 serpiente y 21 peces. Entre los antropomorfos, surgen humanos en muy diversas actitudes: desde grupos tirándose al agua, hasta parejas en cópula, danzas rituales, enmascarados y una Venus o mujer de anchas caderas y enorme vientre, que entronca con el canon habitual paleolítico del matriarcado voluminoso. Además, múltiples signos entre los que abundan las mandorlas rayadas de vulvas, como símbolos de la reproducción y la sexualidad.

Fueron don Juan Cabré Aguiló y su hija Encarnación quienes, tras el descubrimiento de la Cueva por el maestro de la Riba, Rufo Martínez, y por el cronista provincial, Francisco Layna, se pusieron de inmediato a realizar el estudio de los grabados, mediante calcos, publicando en revistas de arte y arqueología sus hallazgos, que fueron progresivamente aplaudidos por el mundo científico. Beltrán y Barandiarán, de la Universidad de Zaragoza, años más tarde completaron el estudio con análisis estratigráficos, puramente arqueológicos, de superficie. Y otros especialistas han ido a buscar, a medir, a interpretar. Recientemente, un núcleo de 25 personas que conforman la Agrupación de Amigos de la Cueva de los Casares ha mantenido durante los últimos 10 años una línea de investigación continuada, que ha dado su fruto en un libro fascinante. Y aún más recientemente, hace poco más de un año, el libroEnsayos sobre el Hombre de Antonio García Seror, ha puesto sobre el tapete la actualidad permanente de esta Cueva en el ámbito de la ciencia antropológica, al plantearse nuevas fechas de su realización, y, sobre todo, nuevos significados de sus grabados. Lo vemos a continuación.

El mito de la zambullida en el caos

 Muchos autores, desde remotos tiempos, han explicado la muerte del hombre como la entrada en un espacio caótico, húmedo, en el que los pájaros corren por debajo del agua, y los peces vuelan por el aire. Ese desorden, al que entra el hombre cuando muere, no es otro que el acabamiento de la vida. Los antiguos egipcios decían que la muerte era el cruce del gran río Nilo. En la orilla derecha vivían, en grandes palacios y ciudades, y en la orilla izquierda se enterrraban, bajo inmensas montañas de pálidas rocas. El tránsito se hacía sobre el agua, en una barca. Y otros mitos, al parecer más modernos, decían que la muerte era una zambullida en el agua: el hombre desnudo, se lanza desde una roca hacia la masa de agua, que le espera, cuajada de peces, aves y animales. Así lo vemos en unas pinturas murales griegas de Paestum, en la Magna Grecia itálica, y en otras de origen etrusco, de Tarquinia.

Pues bien, esa misma imagen, aparece tallada en la pared de la Cueva de los Casares,  en el seno A, y cuenta con una antigüedad mucho mayor: 10.000 años al menos, quizás más, quizás 30.000. Podría ser. Lo que es seguro, es que se trata de la representación más remota de ese mito. Y ello nos lleva al corazón mismo del secreto de la Cueva: ¿Quiénes grabaron aquellas señales, aquellos perfiles, aquellas escenas? ¿Primitivos cromañones que solo cazaban, comían y se reproducían? ¿O seres que tenían ya creado un complejo código de imágenes, de símbolos, de metáforas, y de teorías acerca de su existencia?

Esta es la teoría que desgrana Antonio García Seror en su libro “Ensayos sobre el Hombre”, y en el que con el subtítulo de “Arqueología, Antropología y Religión” viene a ofrecer, además de estudios curiosos sobre el Ejército Romano, la mujer en Mesopotamia, y visiones sobre el antisemitismo, San Pablo y San Agustín, una información muy amplia, y unas reflexiones muy novedosas, sobre la datación de la Cueva de los Casares, la composición de la sociedad que la habitaba, y el sentido último de sus grabados.

Un zoológico paleolítico

En la larga galería de los Casares, sorprenden las imágenes grabadas de animales desaparecidos hace miles de años. Es cierto que allí se ven, clarísimos, los grandes mamuts del Paleolítico, que sin duda poblaban estas tierras frías del Ducado, y los uros gigantescos, sin olvidar el rinoceronte peludo (rinocherus tichorinus) que habitó por toda la Península Ibérica hasta finales del Solutrense, en los inicios de la última glaciación. Los más abundantes son los caballos, de los que se ven manadas, ejemplares sueltos, cabezas estilizadas y otras minuciosamente talladas, como retratos casi. Hay un glotón, animal perteneciente a la familia de los mustélidos, propio de los climas muy fríos. Su talla dataría de los finales momentos del Solutrense. El resto, como renos gigantes, una leona, liebres, cabras, un bisonte… eran animales a los que tenían que enfrentarse, en lucha y caza, los hombres que habitaban la Cueva de los Casares. En un clima realmente hostil, y con unas condiciones primitivas.

En la galería de sombras o grabados impactantes, que hacen a las paredes de la cueva habitación del sueño, yo destacaría la imagen de la cabeza de caballo, ahora mezclada y sobrepuesta con un ciervo estilizado, cantarín y etéreo, que pueden ser portada, reclamo y bendición del conjunto. Su fuerza expresiva la vemos en el dibujo y la fotografía adjuntas.

El gran rinoceronte peludo, cuajado en sus vertientes de un abrigo natural para el largo invierno, que en aquella época duraba todo el año, es otra impactante imagen de esa galería sorpresiva.

Lo que viene a colmar el vaso, por lo expresivo y único, es ese instante de cópula que ni el más atrevido Picasso hubiera sido capaz de mejorar. Es la unión del hombre y la mujer, con un falo gigantesco entre los dos, algo más que un gozo, o que un documento. Es la definición ontológica del acto sexual, del momento de la procreación a sabiendas de que en su nimiedad los hombres son como dioses: todas las cosas que participan en esa danza tienen el tamaño justo de la imaginación, no de la realidad.

Finalmente, ese antropoide que con su cabeza aguda, mitad anguila mitad lobo desorejado, se lanza al vacío, a un vacío que podría ser el agua, pero que ya sabemos que es la muerte, o el caos, tiene la suficiente inercia como para que todavía hoy, iniciando el siglo XXI, más de uno se quede pensando si nos movemos entre los mismos temores que nuestros antepasados de hace decenas de miles de años. Si es así, no hay más remedio que sentirse orgulloso de ellos, como ellos deberían haber estado de nosotros, si hubieran sabido el camino de técnica que hemos sido capaces de recorrer. Porque en el de humanidad, y de sentimientos, probablemente hemos avanzado muy poco desde entonces.

Cristos en agonía

Imagen del rostro del "Cristo recogiendo sus vestiduras", óleo de Zurbarán en el Museo Parroquial de Jadraque.

La Semana Santa nos introduce a un tiempo de meditación, de recogimiento y de planteamientos personales acerca de nuestra religiosidad y nuestros valores. Como todo sentimiento, se nutre de imágenes y sensaciones, de sonidos y ritos. En Guadalajara, es cada vez más fácil vivir una Semana Santa de profundidad religiosa, de acercamiento al misterio y fundamento del cristianismo, porque a ese recuerdo, -visión repetida de la Pasión de Jesús, de su entrega sublime por la redención del género humano-, contribuye el cúmulo de ceremonias religiosas que en estos días confluyen, destacando sobre todas las procesiones, que en la capital, y en las ciudades más tradicionales del territorio (Sigüenza, Molina, Pastrana, Jadraque…) consiguen un climax de devoción y autenticidad emanado del sentimiento religioso castellano.

Para tener un más claro motivo de vivir la Semana Santa en su vertiente religiosa, y por aprovechar en destacar los elementos de nuestro patrimonio que mejor la personalizan, ahora me entretendré en dar una vuelta por la provincia anotando los más impresionantes cristos que por ella, por sus pueblos y altares, he contemplado.

Hay muchos más, algunos escondidos, otros sumidos siempre en el corazón y la memoria de quienes vivieron sus semanas santas prendidos de su sufrimiento. Pero como solo pueden destacarse algunos, aquí van los más impresionantes.

Atienza – Como villa medieval cargada de historia, Atienza conserva varias tallas de Cristo que no pueden pasar desapercibidas. Es la más solemne la del Cristo del Perdón, ahora en la iglesia-museo de la Santísima Trinidad, cobijado por una urna de cristal que le ensalza visualmente. Es una de las piezas más señaladas por viajeros y estudiosos que se acercan a la localidad atencina, y fue tallado por el escultor barroco Luis Salvador Carmona a mediados del siglo XVIII. Representa al Cristo del Perdón. De él nos impresiona la expresión de dolor contenido y de angustia de su rostro. El cuerpo, desnudo, solo cubierto por el paño mínimo, se muestra lacerado y ensangrentado por los castigos corporales a los que ha sido sometido. Imagen viva de una Jornada de Pasión, Cristo aquí apoya su rodilla sobre una bola del mundo en cuya facies frontal se representa la escena del Pecado Original, pintada. Ello expresa metafóricamente la idea de que Cristo, con su sufrimiento, expía todas las culpas del género humano, las emanadas del pecado primigenio. Aquí se muestra en iconografía propia de la Contrarreforma y muy abundante durante el siglo XVII. El autor de esta talla impresionante, quizás la más hermosa de las que podemos contemplar en la provincia, esculpió dos veces más a Cristo en esta advocación: una se conserva en el palacio de La Granja de San Ildefonso (Segovia), y otra en el Convento de Capuchinas de Nava del Rey (Valladolid), lugar de nacimiento del artista. Existe una copia anónima, pero exactas de las de Salvador Carmona, en el convento de San Miguel de las Victorias de Priego (Cuenca).

Tambien de Atienza, y también de su iglesia-museo de la Santísima Trinidad, es otro de los buenos Cristos de Guadalajara: concretamente el que en estilo gótico preside un Calvarios que siempre figuró en la capilla de las Santas Reliquias, y ahora ha sido trasladado, desnudo y contrastado sobre el blancor del muro, a la capilla del baptisterio. De este Cristo, medieval y con garra, con sus signos de dolor pintados en la madera, con su pequeña corona y sus hirientes chorros de sangre por la cara, mostramos una imagen junto a estas líneas. En el ardor del dolor puede el espectador entender evangelios y estilos, formas de vida y temblores de cuantos, a lo largo de los siglos, se pusieron ante estas figuras impresionantes.

Más cristos en Atienza: al menos el que ostenta su patronazgo, en la capilla de su mismo nombre en la iglesia-museo de San Bartolomé, y que es asimismo una escena espléndida, gótica, de San José de Arimatea abrazado al Cristo crucificado, ante las imágenes expectantes de María y San Juan.

Jadraque – Cristo recogiendo sus vestiduras, un óleo de Francisco de Zurbarán que se conserva en la sacristía de su iglesia parroquial, y que es ahora la “estrella” de las visitas turísticas de esta villa alcarreña. Una obra de arte pictórico que a nadie deja indiferente, especialmente por el claroscuro que consigue el pintor extremeño con sus fuertes contrastes, y la vida que ese Cristo joven y asustado tiene entre las telas que se salen del cuadro. La obra fue posiblemente regalada por doña Catalina de Sandoval, la Mendoza que creó el convento de capuchinos de la villa. Lo pintó Zurbarán cuatro años antes de su muerte, en 1661, y sirve también para hacernos meditar sobre la pasión de Cristo en estos días.

Además cuenta Jadraque con otro espléndido Cristo, este crucificado, al que llaman de los Milagros, y que sin poder concretar quien fuera su autor (Pedro de MENA, Martínez Montañés, Gregorio Hernández?) es perfecto en su talla y espectacular en la sensación de dolor que todos sus músculos, su faz herida, y las articulaciones retorcidas demuestran. También acompañamos imagen de este Cristo jadraqueño, que también procede de su antiguo convento de frailes capuchinos, y hoy se admira en una capilla propia de la parroquia.

Alustante – El Nazareno de la capilla de Pedredo y Alonso, obra del siglo XVI, es otra de las joyas del arte que muestra al judío, al hombre de Nazaret, revestido de túnica morada, y sufriente a tope en sus gestos y actitud. El de Alustante es sobrecogedor, porque es todo él de talla sobre madera policromada, con un agobiante escorzo en que mira al cielo mientras está caído en tierra, con la cruz a cuestas. Solo por ver esta talla de Cristo, (aunque también por otra muchas cosas) merece la pena hacer el viaje, siempre largísimo, hasta Alustante.

 Molina de Aragón – El Cristo de Santa Clara es una pieza fantástica de arte medieval, muy poco conocida, porque la mayoría de quienes visitan este templo conventual, románico puro, lo hace por el exterior, mirando sus ábside perfecto y su solemne portada de líneas académicas. Pero no tantos entran y visitan la iglesia, en semipenumbra siempre, en la que destacan bóvedas y capiteles limpios y fríos, y en un altar barroco embutido este Cristo de líneas y actitudes góticas, una verdadera joya por descubrir.

 Mondéjar – El Cristo de los Judíos. Así lo puedo llamar, porque está en la cripta de la ermita de San Sebastián, en la que se acumulan hasta un centenar de figuras de cartón piedra, realizadas en el siglo XVI por un fraile jerónimo de Lupiana, y que van siendo cuidadas y repintadas periódicamente por la Hermandad del Cristo. A Jesús le vemos en varias escenas, con sus rasgos populares, inocentes pero llenos de pasión, rodeado de los personajes de su historia última. En la fotografía hemos puesto a un Jesús mondejano ocupado en las tareas del Lavatorio de pies de sus compañeros apóstoles.

Guadalajara – Santa María conserva la talla de Cristo Yacente que sale este viernes en la procesión del Silencio. La pieza actual es obra de uno de los mejores tallistas semanasantero de nuestro país en el siglo XX, y que pocos conocen aunque nadie duda, al contemplar su obra, que fue un artista excepcional. Esa joya de la escultura española sale por las calles de Guadalajara llevada a hombros de sus cofrades, e iluminada por hachones que dan continuo brillo al cristo muerto. La talló Fernando Cruz Solís, en 1943, en tamaño natural, sobre madera luego policromada. Oriundo de nuestra provincia, aunque nacido en Sevilla, Cruz Solís talló entre muchas otras maravillas las puertas de la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos.

También en Guadalajara destacaría el Cristo, que se paseará por las calles del Centro este viernes, del Amor y la Paz, y que en preciosa talla sobre madera cruda se guarda en la iglesia de San Ginés. O el otro que preside el retablo barroco de San Nicolás, y que aunque no sale en procesiones, sirve para admirar el arte exquisito del gran escultor que fue Navarro Santafé.

 Apunte

 En la provincia quedan cientos de tallas de Cristo, cuadros procedentes de conventos, obras de arte que van desde la más remota antigüedad a nuestros días. Para cualquier viajero que los busque, destino obligado es el monasterio de Buenafuente, y en su capilla de la Fuente Santa admirar la talla del cristo románico más sereno y quizás más antiguo de la provincia.

Muchos se perdieron (mejor dicho, fueron destruidos), en la Guerra Civil. La lista sería larguísima, y el lamento por su pérdida, generalizado sin duda. Mencionar, en su recuerdo, el grupo del Descendimiento de Cristo, existente en Alcocer hasta julio de 1936, y que era una riquísima colección de tallas con influencia del románico catalán; o el Calvario, del siglo XV, que pudo admirarse hasta esa fecha en la iglesia de Armuña de Tajuña.