La huella del románico por Molina

viernes, 16 marzo 2007 0 Por Herrera Casado

 

Uno de los elementos que definen el arte de la provincia de Guadalajara es el estilo románico. Porque son más de cien templos de este estilo los que podemos admirar por norte y sur, este y oeste de nuestra tierra.

Hoy nos vamos a su linde oriental, a la parte que comulga historias y hablares con Aragón. Y allí vamos a danzas por los caminos en busca de imágenes románicas, de templos, veletas, portadas y pilas. Restos venerables de un tiempo viejo, del tiempo medieval que en Molina cuajó en castillos, monasterios, palacios y también pequeños y elegantes templos románicos.

 Razón de templos

 Durante los siglos XII (en su segunda mitad) y XIII, que son las épocas en que Molina está regida directamente por sus señores independientes, los Lara, es cuando se inicia y afirma la repoblación del territorio, con gentes venidas de muy diversas procedencias, fundamentalmente de la Vieja Castilla (Burgos, Soria, la Montaña) y aun del sur francés, entonces la Galia Narbonense o Aquitania. De esta última región, que el arzobispo toledano don Bernardo consiguió, en el siglo XI, por bula del Papa Ur­bano II, que fuese incluida en el territorio del primado español, llegaron a España durante los siglos XI y XII numerosos emigrantes, especialmente monjes y eclesiásticos, que fueron extendiendo su influencia, muy concre­tamente la espiritual, cultural y artística, por varias regiones del interior de la península.

Y fue en Molina, al dictado de varios eclesiásticos aquitanos, donde llegó la influencia románica, con detalles arquitectónicos y ornamentales directamente trasplantados del mediodía francés. La presencia de narbo­nenses y aquitanos en los obispados de Toledo, Palencia, Sigüenza y otras mitras castellanas; en las abadías de diversos cenobios de la misma re­gión, y aun en cargos de gran responsabilidad, como el priorato del Ca­bildo de Clérigos de Molina (fue su fundador el francés Juan Sardón) hace que sea notable el influjo de la vecina nación en la cultura y el arte de este territorio feudal, gobernado por castellanos, pero influido por gentes norteñas.

 Iglesias de Molina

 Los retales que en la capital del Señorío quedan son muy escuetos. La ciudad de Molina se precia con el magnífico templo románico en el que hoy asienta el convento de monjas de Santa Clara. Fue construido en el siglo XIII y recibió entonces por nombre el de Santa María de Pero Gómez, caballero de la corte condal que dio dineros para levantar este edificio. Más tarde, en el siglo XVI, los hermanos Malo levantaron el monasterio de clarisas al que se agregó esta iglesia. Hoy luce, bien restaurada, a los pies del castillo, en la parte más alta de la ciudad, como una joya siempre renovada y siempre clásica del arte y del urbanismo molinés. Está todo el edificio construido con robusto y bien tallado sillar de tono rojizo. Su planta es de cruz latina, con crucero de brazos muy cortos; presenta una sola nave y concluye en ábside de planta semicircular tras un reducido presbiterio. El muro de poniente, a los pies del templo, fue derribado para poner en comunicación la iglesia con el convento. La bóveda es de crucería sencilla, algo apuntada, y sus arcos fajones van sostenidos por haces de tres semicolumnas adosadas, rematadas en capiteles con decoración de hojas de palma. A ambos lados del presbiterio, y en el ábside, se abren ventanas también románicas, con arcos de medio punto exornados con decoración de puntas de diamante y columnillas laterales rematadas en foliados capiteles. La portada se abre en el brazo meridional del crucero, y la fuerte cuesta que había ante ella se modificó y suavizó con la construcción de una escalerilla hoy renovada. Esta portada, que muestra aire y traza innegablemente franceses, está encuadrada por dos columnillas gemelas a cada lado, sobre cuyos capiteles carga una cornisa que se sujeta por modillones, y entre ellos aparecen profundas metopas, tanto unos como otras bellamente decorados con temas vegetales y geométricos. El arco de entrada, por ellos cobijado, es de traza semicircular, y se forma por numerosas archivoltas baquetonadas que descansan sobre columnillas rematadas en elegantes capiteles de tema vegetal. En el tímpano, quizás relleno de decoración de antiguos siglos, hay un cartel conmemorativo mo­derno. El ábside, semicircular, altísimo, muestra cuatro haces de tres semi­columnas adosadas, rematados en capiteles con palmas y hojas de acanto. El conjunto del templo es, sin duda, uno de los mejores ejemplos del arte románico molinés.

Todavía en la capital del Señorío merece visitarse el templo de San Martín, que fue primitivamente edificado en la segunda mitad del siglo XII y que nos permite ver, bajo un portal cubierto, sobre su muro norte la puerta de acceso que consta de varios arcos apuntados, adornado el exte­rior por flores cuadrifolias, y con detalles consistentes en el Crismón o anagrama de Cristo sobre la arcada gótica. De lo primitivamente románico sólo queda, escondido entre edificaciones y corrales vecinos, restos del ábside semicircular y una ventana en el muro meridional, con moldura resaltada en la que se advierten restos de labores esculpidas, y moldura que contornea un arco de medio punto adornado con lo que parecen ser botones de flor.

Otro interesante ejemplo podemos aún contemplar del arte y arquitec­tura románica en Molina capital. Se trata de la planta de la iglesia que se situaba en el interior del albácar o gran patio de armas del castillo. Ha sido excavada recientemente esta obra, y de ella puede observarse su planta alargada, de una sola nave, con tramos diversos, en ascenso, con basas y aun inicios de semicolumnas adosadas, y ábside semicircular, que muestran el sello, débil pero elocuente, de lo que fue la arquitectura del período románico en este lugar, con gran puridad interpretado.

 Edificios románicos del Señorío

 Nos vamos ahora a viajar por todo el ancho y hermoso territorio del Se­ñorío, tratando de buscar aquellos otros restos de este estilo artís­tico, que tan ajustadamente define la Edad Media española. Nuestros pasos llegan primeramente hasta un antiquísimo monasterio, fundación la más querida de los señores molineses: el de Buenafuente, de monjas bernardas, puesto en el frío páramo de El Sabinar, sobre el hondo foso del río Tajo. Hablé hace poco de este cenobio, poblado en la segunda mitad del siglo XII por canónigos regulares de San Agustín, venidos de Francia, los cuales se ocuparon en levantar la iglesia y el monasterio. No me extiendo más en ello, sino animar al viajero a que se llegue a Buenafuente, y pase allá un día inovidable, viendo arte, naturaleza, paladeando espiritualidad y buenas vibraciones. Deberá, eso sí, extasiarse en el interior de su edificio eclesial, construido de recio sillar grisáceo, con una sola nave de bóveda de medio cañón, algo apuntada, sin arcos fajones, destacando en el exterior una entrada típicamente ro­mánica con arco semicircular encuadrado entre dos altos pares de columnillas que sostienen una cornisa sobre modillones, en todo similar a la iglesia del convento de Santa Clara en Molina. Du­rante mucho tiempo estuvo tabicada esta puerta, pero tras las últimas obras de restauración ha quedado practicable y permite el acceso hacia la capilla del Cristo y la Buena Fuente, en la que una antigua hornacina tam­bién románica servía para albergar la talla del famoso Cristo.

En el pueblo de Rueda de la Sierra nos vamos a encontrar con otro de los ejemplos notables del arte románico molinés. La iglesia parroquial, dedicada a Nuestra Señora de las Nieves, se encuentra a un extremo del lugar, en su parte baja, y muestra cómo fue reformada y ampliada en suce­sivas ocasiones, especialmente en los siglos XVI y XVII, en que varios miembros, eclesiásticos, de la potentada familia de los Martínez Vallejo dieron sus dineros para fundar capellanías y hacer reformas. Lo más an­tiguo del templo es su puerta de entrada, obra del siglo XII en sus finales, que se halla actualmente cobijada en cerrado portal, al resguardo de las inclemencias del tiempo. Su arco semicircular está compuesto por varios arcos lisos, cortados en bisel, añadiendo al exterior una saliente moldura en la que se ven esculpidas flores cuadrifolias o puntas de diamante; en los biseles se tallan delicados entrelazos de sabor mudéjar. Estos arcos descansan en adosadas columnas que rematan en sencillos capiteles de hojas esculpidas. Sobre el conjunto aparece un sencillo friso que apoya en canecillos y modillones.

La sesma del Campo, quizás más poblada durante la Edad Media, es la que en la actualidad muestra los más abundantes y mejores ejemplos de arte románico. En la villa de Tartanedo se admira la iglesia parroquial dedicada a San Bartolomé, enorme edificio del siglo XVII con alta torre cuadrada en su ángulo suroccidental. En su interior, rico en obras de arte de todos los siglos, destaca una pila bautismal románica con cenefa tallada de motivos vegetales. La portada es un gran ejemplar de arquitectura ro­mánica y lo único que arquitectónicamente resta del estilo primitivo. Se compone de varias arquivoltas semicirculares, en degradación; la más ex­terna va decorada con puntas de diamante y las restantes con débil baquetón moldurando su borde, apoyan estas arquivoltas en una corrida im­posta decorada con motivos vegetales. Sosteniendo ésta aparecen sendas jambas lisas, a los extremos del ingreso, y dos columnas a cada lado, re­matadas en capiteles. En ellos se observan, muy rudamente tallados, ele­mentos de decoración vegetal y zoomórficos, uno de ellos tratando de mostrar un burdo león. El conjunto, resguardado en cerrado portalón, está muy bien conservado y es interesante.

Entre Tartanedo y Concha, a los pies mismos de la sierra del Aragon­cillo, en su vertiente norte, quedan los mínimos restos de lo que fue pueblo de Chilluentes, de fundación en la época de la repoblación, en el siglo XII, junto a una torre‑vigía aún más antigua, y que fue quedándose vacío, hasta desaparecer como entidad de población en el siglo XVII. Al sorprendido viajero de hoy se le muestra, entre los trigales y los montecillos de jara y sabinar, los restos de la torre monumental, y de la iglesia parroquial, dedicada a San Lorenzo, que es obra del siglo XII, románica, conservando especialmente el ábside semicircular, en el centro del cual hubo una ventana aspillerada, en cuyas jambas aparecían grabados círculos, estrellas y signos solares muy esquemáticos. No hace mucho que fue expoliada y alguien se llevó para su personal disfrute tan venerables restos románicos del corazón de Molina.

Llegados al pintoresco enclave de Labros, encontramos en lo alto de la villa la impresionante belleza de su templo, recientísimamente restaurado con todo acierto. De su primitiva construcción románica, en el siglo XII, queda hoy solamente la puerta de acceso, muy bien conservada por haber estado protegida de un atrio durante varios siglos, ahora nuevamente colocado para seguir protegiéndola, aunque hace pocos años sufrió el robo de uno de sus capiteles.

Esta puerta románica de Labros se forma por una sucesión de arcos semicirculares, en degradación, con cenefa jaquelada. Bajo corrida imposta de entrelazos dobles, aparecen a cada lado un par de capiteles en los que se muestran figuras del acervo mitológico medieval, y un trazado geométrico encestado de tradición muy primitiva. Bajo ellos, sendas columnas con basas talladas. Se trata de un ejemplar sencillo, bien cuidado, y especialmente interesante por los detalles que añade de iconografía y adornos geométricos.

La ermita de Santa Catalina se presenta hoy, ante el viajero, aislada en medio de un denso sabinar, a la orilla de la carretera que va de Labros a Milmarcos, aunque en realidad pertenece al término de Hinojosa. Dice la tradición que antiguamente fue iglesia parroquial de un pueblo que la rodeaba. El historiador molinés del siglo XVIII, don Gregorio López de la Torre Malo, dice que allí estuvo el lugar de Torralbilla, despoblado en los siglos finales de la Edad Media, quedando tan sólo su iglesia, con la advocación de Santa Catalina. El hecho cierto es que hoy, en sus alrede­dores, se ven grandes montones de piedras sueltas que pudieran haber pertenecido a ya derrumbados edificios.

Este maravilloso templo, orientado como todo lo románico de levante a poniente, se construye en sillares limpios. Destaca sobre el muro sur el atrio porticado, formado por seis arquillos de medio punto con columnas que rematan en sus respectivos capiteles, todos ellos de simplísima decoración vegetal. Este atrio tiene entradas por sus costados de levante y poniente. El ingreso al templo se hace por su portada inserta en el muro meridional del mismo: consta de cuatro arquivoltas lisas, con ornamentación vegetal la más externa. Estos arcos en degradación apoyan en capiteles de hojas de acanto, muy deteriorados. En la cabecera destaca el ábside, de planta semicircular, cuyo alero sostienen varia­dos canecillos de curiosa decoración. Dicho alero presenta toda su super­ficie tallada con temas vegetales y ajedrezado. El interior es de nave única, recorrida en su basamenta por un poyo de piedra, que también se extiende al presbiterio y al ábside. El pavimento es de grandes losas de piedra. La techumbre es de madera de sabina. El presbiterio, ligeramente elevado so­bre la nave, da paso al ábside semicircular. Un arco fajón o triunfal que media entre la nave y el presbiterio se apoya sobre dos capiteles decora­dos: en el de la derecha, simples motivos vegetales; en el de la izquierda, una serie de figuras tomadas del bestiario medieval: perros con cuerpos de ave y arpías a los lados; símbolos del bien y el mal, tomados de los capiteles del claustro monasterial de Silos, que hasta aquí ejerce su in­fluencia iconográfica. El conjunto arquitectónico y ornamental de este edi­ficio es, pues, de subido interés.

Con él acaba nuestro recorrido por el románico molinés, que, aunque no muy abundante, sí es rico en ejemplos de fuerte sabor y notable interés autóctono. Ahora sólo falta echarse a los caminos del Señorío y contem­plar, uno a uno, estos edificios singulares.