Templos sorprendentes en Brihuega

viernes, 9 marzo 2007 0 Por Herrera Casado

Santa María de la Torre

 

Tiene “el jardín de la Alcarria” un chorro de agua en cada esquina, y otro chorro de memorias, sorpresas y vericuetos visuales que la hacen siempre lugar idóneo para pasear y hacerse con un renovado racimo de querencias. Para los viajeros, sin más, que recién llegados a Guadalajara quieren ir conociendo sus maravillas, sus pueblos eternos y sabrosos, las herencias arquitectónicas y legendarias de tantos siglos de historia, está Brihuega con puertas abiertas cada día. Un buen destino para este próximo fin de semana, a descubrir sus iglesias (que ya vendrán el Castillo y las murallas, la Fábrica de Paños y sus Jardines, los encierros de toros y la procesión de la cera en el verano). Ahora es un aperitivo para mayores comilonas.

 Santa María de la Peña

 En el llamado Prado de Santa María, al extremo sur de la población, puede admirarse la iglesia parroquial de Santa María de la Peña, uno de los cinco templos cristianos que tuvo Brihuega y que fue construido, en la primera mitad del siglo XIII, a instancias del arzobispo toledano Ximénez de Rada.

Su puerta principal está orientada al norte, cobijada por atrio porticado. Contempla el viajero un gran portón abocinado, con varios arcos apuntados en degradación, adornados por puntas de diamante y esbozos vegetales, apoyados en columnillas rematadas en capiteles con hojas de acanto y alguna escena mariana, como es una ruda Anunciación. El tímpano se forma con dos arcos también apuntados que cargan sobre un parteluz imaginario y entre ellos un rosetón en el que se inscriben cuatro círculos. La cabecera del templo está formada por un ábside de planta semicircular, que al exterior se adorna con unos contrafuertes adosados, y esbeltas ventanas cuyos arcos se cargan con decoración de puntas de diamante.

Hay que pasar al interior, y asombrarse de su proporción y dimensiones. Los muros de piedra descubierta de sus tres naves comportan una tenue luminosidad dorada que transportan a la edad en que fue construido el templo. El tramo central es más alto que los laterales, estando separados unos de otros por robustas pilastras que se coronan con varios conjuntos de capiteles en los que sorprenden sus motivos iconográficos, plenos de escenas medievales, religiosas y mitológicas. En uno de ellos –este es un reto para los viajeros que buscan encontrar mensajes ocultos en las piedras- aparece Sansón descuartizando por la boca al león.

La capilla mayor, compuesta de tramo presbiterial y ábside poligonal, es por demás hermosa. Se accede a ella desde la nave central a través de un ancho y alto arco triunfal apuntado formado por archivoltas y adornos de puntas de diamante. Su muro del fondo se abre con cinco ventanales de arcos semicirculares, adornados a su vez con las mismas puntas de diamante. Todo ello le confiere una grandiosidad y una magia que sin esfuerzo nos transporta como en un sueño al momento medieval en que tal ámbito servía de lugar ceremonial para los obispos toledanos, que tanto quisieron a esta villa de Brihuega, señorío relevante de la mitra arzobispal.

Una torre se alza a los pies del templo, construida en siglos más avanzados, quizás en el siglo XVI. En la iglesia de Santa María de la Peña de Brihuega destaca como en pocos sitios el carácter netamente cisterciense de la arquitectura de transición del románico al gótico que promovió en sus territorios toledanos el arzobispo Ximénez de Rada. La escasez de ornamentación, su rigidez y parquedad, es propia de este momento, y del concepto de pureza y renovación que se quiere difundir. Pero también hay que tener en cuenta la presencia alegre y numerosa de capiteles:  verá el viajero algunos elementos iconográficos que brillan por su ausencia en el resto de las iglesias de Brihuega. Dentro de la gran variedad existente en su temática vegetal, pueden encontrarse tres grupos que ofrecerían, respectivamente, una traza fina y muy cuidada, que recuerda a los capiteles de las gran­des catedrales francesas; una flora más jugosa que la acerca a un estilo más rural; y finalmente un grupo de capiteles rústicos que de mano popular y tomando por motivo los anteriores modelos, se repiten en infinitas fajas.

Muchos elementos zoomorfos se ven también tallados por los muros de este templo: unos proceden de la rica fauna románica, como toros alados, cerdos de gran tamaño que ocu­pan la casi totalidad de la superficie del capitel, de los que, en menor tamaño, y de una forma más naturalista, surgen entre las hojas: pájaros, monos, linces o perros acompañados a veces de hombres. La interpretación de estos anima­les, más de que símbolos abstractos, es simplemente de signos maléficos y benéficos.

También se ven múltiples elementos antropomorfos: gentes aisladas y escenas complejas nos sorprenden talladas con tosquedad en la múltiple riqueza de los capiteles de Santa María. Diversos cánones pueden ser apreciados: unos de figuras rechonchas, como en la Anunciación (en el segundo pilar desde los pies del lado derecho de la nave central), y otros de elementos más estilizados, como las del centauro del pilar del ángulo derecho de los pies. Unas escenas están rígidamente enmarcadas, como la de la Anunciación, mientras que otras como el banquete se muestran en total libertad compositiva. A pesar de la riqueza de imágenes que en este templo se advierte, no encontramos un claro programa iconográfico que las unifique. Parece como si los autores hubieran querido simplemente recordar los hitos principales del Antiguo y Nuevo Testamento, sin más hilación entre ellos. Hay un predominio de los temas marianos, dada la advocación del templo, y algunas son de muy difícil interpretación, como la situada en el extremo inferior del lado de la Epístola, en el que aparece un centauro vuelto hacia atrás dispa­rando sus flechas a un hombre que se encuentra al lado de un león erguido, mientras entre ellos se alza un árbol de dos ramas. Pudieran ser alusiones a la eterna lucha de las fuerzas malignas y benigas sobre el hombre.

El templo de Santa María de Brihuega es sin duda uno de los mas espléndidos de la comarca alcarreña. Un ejemplo excepcional de arte medieval, cuajado de formas solemnes y preciosos detalles. A pesar de su progresiva ruina a lo largo de los siglos, durante el pasado recibió importantes reformas que han venido a dignificarle y recuperar su aspecto más primitivo y elegante, pues desmontado el camarín de la Virgen quedó totalmente al descubierto el magnífico ábside primitivo, románico, en el que algunos ventanales se reconstruyeron, recobrando su aspecto original.

 San Miguel

 Se sitúa esta iglesia, del mismo “estilo de transición” que la anterior, en la parte baja de la villa, a la salida de la misma camino ya de Cifuentes, habiendo sido restaurada hace años con unos sabios criterios de modernidad. Así, y a pesar de que siempre está cerrada, puede verse su grandiosa portada abierta al muro de poniente, en limpio estilo románico de transición, con sencillos capiteles y múltiples arquivoltas apuntadas, y otra puerta sobre el muro meridional, del mismo estilo pero más sencilla. A levante se alza el ábside poligonal de traza mudéjar, construido de ladrillo descubierto, con múltiples contrafuertes adosados y sin ventanas.

El interior, en el que prácticamente han quedado tan sólo los muros, ofrece tres naves separadas entre sí por fuertes arcos apuntados de ladrillo, decorados muy simplemente con aristas vivas. La nave central, más alta, tiene sus muros de aparejo perforados por vanos de diverso tipo, tanto alargados con remate semicircular, como de herradura y aun simples óculos, todo ello muy decorado con elementos de ladrillo. La cabecera se muestra completa, y se accede a ella a través de un arco triunfal apuntado que apoya en columnas y pilastras con capiteles de decoración vegetal, cubriéndose en su parte absidal mediante una hermosa bóveda nervada de ladrillo, en forma de estrella de seis puntas, lo mismo que el tramo recto del presbiterio. El estilo que inspiró este templo estaba netamente en conexión con el más puro mudéjar toledano, al que recuerdan las escasas estructuras que aquí quedan. La nave principal se cubre hoy de una estructura metálica con acristalamiento que le permite la entrada de luz cenital. La torre de las campanas está adosada al lado norte del templo, y muy posiblemente fue alzada primitivamente junto al templo inicial.

 San Felipe

 Y aún le queda el viajero la mejor sorpresa: visitar la iglesia de San Felipe que es, sin duda, la más bella de Brihuega. Construida en la misma época que las anteriores, en el primer cuarto del siglo XIII, presenta la portada principal orientada al oeste, escoltada por dos potentes contrafuertes, cobijada en cuerpo saliente que se cubre de tejaroz pétreo sustentado por canecillos zoomórficos, alzándose las apuntadas arcadas que nacen de los capiteles vegetales y culminado el muro con con tres rosetones, el central calado con semicírculos formando una estrella. Al sur existe otra puerta, más sencilla, pero también de estilo tradicional.

El interior ofrece un aspecto de autenticidad y galanura medieval como es muy difícil encontrar en otros sitios. Se estructura en tres naves esbeltas, la central más alta que las laterales, que se separan por pilares con decoración vegetal y se recubren con artesonado de madera. Se ven tallados algunos elementos zoomorfos en los capiteles de los pilares: algunas cabezas de lobos o perros que apa­recen en el tramo de los pies del templo. Al fondo, el presbiterio, con su tramo recto inicial, y la capilla absidal, semicircular, de muros lisos, cinco ventanales aspillerados y cúpula de cuarto de esfera, completa el conjunto que sorprende por su aspecto románico de transición, netamente medieval.

La torre del templo no está totalmente unida a él, sino que se aprovechó uno de los torreones de la cercana muralla, poniéndole en lo alto unas campanas. Sin duda se alzó este elemento al mismo tiempo que el templo. Ello conlleva la evidencia de que los principales templos briocenses mandados construir por el arzobispo Rada tuvieron torres desde sus inicios, lo que también les daba un aire de modernidad añadida.

 San Simón

 Hubo en Brihuega otra iglesia mudéjar, hoy ya desaparecida, aunque los mínimos restos que de su ábside aún quedan están ahora a la vista, y desde la calle Montes Jovellar que baja al Coso puede observarse el conjunto de su interesante ábside de estilo mudéjar. Catalina García alcanzó a verla muy entera a finales del siglo XIX, describiéndola así en su Catálogo Monumental de Guadalajara: «Iglesia mudéjar del siglo XIV, de ladrillo, con planta rectangular de siete metros de lado. Con ábside semicircular. En éste, cuatro arcos ciegos, lobulados, así como en los lados, se abrían otros de este mismo dibujo y de herradura. Sobre la puerta principal, frente al ábside, gran rosetón, también lobulado. En el fondo del ábside se abría un nicho de yesería, con decoración plateresca». Pudiera tratarse quizás del primitivo edificio de la mezquita, o de la sinagoga, pues ambos templos existieron con seguridad en Brihuega. Un documento de 1436, redactado por el visitador del arzobispo de Toledo disponía que se publicara un edicto en las iglesias de Santa María de la Peña et de Sant Phelipe e en la sinoga e mesquita de la dicha villa de Brihuega. En Brihuega existe aún una calle con el nombre de «La Sinagoga», por lo que no sería difícil que tal edificio fuera utilizado tras el año 1492 como iglesia, con apreciables restos de tipo medieval mudejarizante.

 San Pedro

 Aunque ya desaparecida en su aspecto alzado, el viajero de hoy puede aún apreciar la basamenta de la columnata sustentadora del arco triunfal que daba paso desde la nave única al ábside, tallada en buen sillar, así como restos bajos de mampuesto del lateral norte del ábside.  

Fue la de San Pedro una de las cinco iglesias que se levantaron en la Edad Media a instancias de los arzobispos toledanos y sirvió para presidir uno de los barrios de la villa, el situado en la falda oriental del castillo. Se construyó a finales del siglo XII, presumiblemente en un estilo románico puro y ya en los finales del XVI no se utilizaba, iniciando su ruina que hoy ha llegado a ser tan completa que apenas se ven de ella mínimos restos entre las huertas. Fue parroquia al menos hasta 1650, y en el siglo XVIII se la catalogaba como «ermita». Desde el siglo XVI aparecía como un edificio abandonado, aislado entre las ruinas del barrio, que se fue despoblando al haber quedado en el siglo XIII fuera de la muralla.

 San Juan

 Finalmente cabe citar, aunque sea como curiosidad para el recuerdo, la quinta iglesia de Brihuega, la de San Juan, fundada en el siglo XII por el arzobispo toledano don Juan, y construida en esa misma centuria con una estructura románica de una sola nave, bóveda de cañón sustentada sobre dos arcos fajones, ábside semicircular, y de muy pequeñas dimensiones. El cardenal Tavera la mejoró y amplió en el siglo XVI, construyéndole aneja sacristía y la capilla de la Virgen de la Zarza, así como cuatro contrafuertes en el muro de mediodía, escoltando a la portada que fue adornada con columnas y molduras de la época. Juan de Villa como escultor y Felipe Sánchez como pintor, ambos toledanos, le construyeron el retablo en 1621. Su progresivo deterioro hizo que dejara de ser parroquia en 1900, y tras el expolio sufrido en 1936, la torre y lo poco que quedaba de templo fue derruido en 1965, de tal modo que hoy sólo la constancia del lugar y el recuerdo de los más viejos queda de este templo.  En todo caso, una evocación que sustenta la realidad que el viajero encuentra hoy en Brihuega: una villa que centra la Alcarria, y que nos da la dimensión de historia y patrimonio que luego en todos sus pueblos, por mínimos que sean, volvemos a encontrar.