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febrero, 2007:

De plaza en plaza por Guadalajara

 

Plaza de Torija

 

Es difícil dudar de cual sea la más espectacular Plaza Mayor de nuestra provincia. Es difícil rechazar la candidatura de Sigüenza para este puesto, el que corona la más serena y rotunda de las plazas, la más colmada de años, de edificios y memorias. Una plaza con catedral y ayuntamiento, con palacios y casonas, con soportales y escudos…  Pero a la de Sigüenza se unen muchas otras. Tantas, que dan de sí para hacer una ruta, y bien amplia, por los caminos de Guadalajara para admirar plazas mayores, relojes concejiles, copudas olmas y señoriales palacios ducales. 

 Las clásicas 

 A la de Sigüenza, suprema delicia tapizada de piedra arenisca, de sonidos campaniles y rumores de mercados, se une la gran plaza de España en Molina de Aragón, en la que se levanta al costado norte su antiguo Ayuntamiento, pegado a la primitiva iglesia de los condes de Lara, la Santa María del Conde que hoy ha quedado como centro cultural. En ella se alzan los estrechos solares hidalgos y la fuente del Centenario. Más el palacio de los marqueses de Embid. Y el sonido de fiestas siempre, la memoria de sus encamisadas, de sus castillos y luchas de moros y cristianos, de sus fanfarrias nocturnas y justas poéticas. 

En Atienza lucen dos plazas mayores, separadas por un callejón en cuesta en el que se alza el Arco de Arrebatacapas, memoria de su circuito de murallas. En la de Abajo, que está dedicada a España, luce el Ayuntamiento barroco y la también barroca fuente de los delfines. En la de Arriba, llamada también del Trigo, el íntimo sabor de los soportales y las galerías talladas con escudos de clérigos y cofrades. 

A Pastrana la desborda la memoria de la Princesa de Éboli, puesta en una esquina dentro de la gran reja de su Ventana “de la Hora”, que da nombre a la plaza y a la leyenda de la tuerta revoltosa. En esa plaza mayor de la Alcarria suena la piedra dorada del palacio de los duques, hoy remozado, y los sencillos edificios populares que la bordean para entregar su telón de fondo, abierto y luminoso, en forma de pantalla soleada y ornada de la distancia azul del valle del Arlés. 

En Cogolludo todo es piedra renaciente, memoria de alabastro y visita de almirante: en su costado norte se alza la fachada plateresca del palacio de los duques de Medinaceli, y por delante de sus tres paramentos soportalazos están los desfiles de victoria que acompañaron, es seguro, a Cristóbal Colón, cuando vino a decir a los duques que otro mundo era posible, que él lo había encontrado. La fuente de pilón es su mejor complemento. 

En Fuentelencina verá el viajero un sucinto resumen de sencillas arquitecturas. Mejor o peor conservadas las populares, queda el recio son de su público concejo: el Ayuntamiento de esta villa alcarreña es un paradigma, con su galería sobre los soportales, el muro cubierto de portadas, ventanales y escudos, los capiteles señeros, y la gran fuente delante. 

La de Hita es una plaza destartalada y luminosa, que parece no tener bien definidos sus límites, pero que en todo caso nos muestra la sentencia de su cerro en alto, con los restos pétreos de su castillo, y a la entrada esa gran puerta medieval que, ahora renacida, habla y canta a un tiempo los versos del Arcipreste. En su rincón sorprende un astrolabio que da sentido a la ronda de los días, y por aquí y allá resuenan versos clásicos, memorias de damas y caballeros vivos. 

A de Brihuega llaman “el Coso” porque de siempre se celebraron en ella las carreras de toros, los juegos de lanzas, los mercados. En su extremo meridional, el Ayuntamiento de razón neoclásica. En otro lugar, la cárcel barroca que es hoy biblioteca municipal. Y en medio las grandes fuentes carolinas. Además cuenta con la entrada sombría de sus cuevas moras, y el recuerdo de milagros virginales, de moros valientes y horribles batallas. 

Todavía a Cifuentes debe el viajero acercarse para dar un paseo triangular por su plaza, en la que los soportales clásicos se amparan bajo la silueta rojiza de su gran templo parroquial. Allí estuvo el palacio de los condes que pereció por la rabia borbónica de don Felipe el quinto, y allí está el Ayuntamiento de serena torre y reloj pacífico. 

 Las menudas 

 Son muchos otros los pueblos, pequeños o grandes, que en la provincia de Guadalajara ofrecen sus plazas mayores abiertas, en la mayoría de ellas la iglesia presidiendo su costado norte, y en otras muchas su edificio concejil ejerciendo su voz o contrapunto popular frente al sonido hondo de las campanas y los sermones. 

En Horche vemos uno de los más bonitos ejemplos de plazas mayores de la Alcarria. En cuesta, porque lo está todo el pueblo, el Ayuntamiento surge en el costado norte, compuesto de planta baja soportalada, y alta con galería cerrada, todo ello con arquitectura de piedra caliza y maderas, Se remata en torrecilla ara el reloj y las campanas. El resto de los costados de la plaza ofrecen arquitecturas populares, y hasta un caserón con labra heráldica. En el centro, la fuente tradicional. 

La de Budia es otra de las bonitas plazas alcarreñas. Aunque de planta cuadrangular, casi parece triangular porque su costado meridional es muy estrecho, y solo sirve para embocar la calle mayor que sube hacia el convento. En el costado norte, se levanta el Ayuntamiento, con planta de L, con soportal en el piso inferior, abierto mediante amplios arcos rebajados de piedra, y con galería abierta en el superior, rematando el conjunto con una torrecilla para el reloj y la campana. En ese edificio se aneja la Cárcel antigua, ahora en proceso de remodelación para otros usos, y que todavía visitó, en calidad de inquilino, el premio Nobel Camilo José Cela en 1946, cuando realizó a pie su viaje alcarreño. Entre concejo y cárcel, adosada al muro del edificio vemos la gran fuente común, de recia sillería y capiteles adornada. 

Conviene recomendar la visita de la plaza mayor de El Casar, porque su estructura alargada y amplia permite observar, una vez más, ese lenguaje de los edificios públicos principales, enfrentados en cada uno de los costados menores: el Ayuntamiento, de traza clásica campiñera, y moderna realización, frente a la iglesia parroquial, del siglo XVI, con soportales amplios. En los lados largos, edificios de ladrillo, propios de la zona. 

En Mondéjar encontramos también una buena plaza mayor. Es cuadrada, y tiene soportales en tres de sus lados. El cuarto está ocupado por un muro de piedra con escaleras de doble tramo, que sirve de basamenta a la notable iglesia parroquial de la Magdalena, mandada construir en el siglo XVI por los Mendoza señores de la villa, siendo sus tracistas y directores los arquitectos Adoniza, que plantearon en esos momentos, en el primer cuarto del siglo XVI, la plaza delante del templo. En su costado occidental se alza el Ayuntamiento, de moderna traza. 

La plaza de Torija es hoy una hermosa estancia pública, recuperada no hace muchos años como lugar de conjunción de edificios y sobre todo como espacio abierto de magníficos perfiles. En ella destaca sobre todo el castillo de origen templario, de reconstrucción medieval y mendocina, que se extiende por sus costados de mediodía y levante. Al norte está el Ayuntamiento, de construcción moderna y trazas ckásicas, y en el costado occidental aparecen una serie de edificios, con soportales bajos y variadas tipologías. 

En Brihuega la plaza mayor es también llamada “el Coso”, porque en ella se celebraron tradicionalmente los espectáculos de corrida, juego y muerte de los toros, Es muy amplia, y viene su actual forma de los tiempos de Carlos III en que fue trazada poniendo el Ayuntamiento en su costado meridional, consistiendo este en un edificio de tipo neoclásico, con atrio inferior y balconadas superiores, más la tortea central albergando el reloj. Como herencia del medievo, en esa plaza o Coso aparece también la Cárcel, que en el caso de Brihuega fue rehecha también en estilo neoclásico a finales del siglo XVIII, así como dos grandes fuentes de anchos pilones y macizas espaldas que dan entrada a la plaza desde lo principal de la villa. 

La villa de Jadraque, amparada por el cerro de su castillo, tiene una estrecha plaza mayor, de planta alargada, con fuente antigua en su centro, y un edificio de Ayuntamiento que, aunque restaurado, mantiene las formas antiguas, con soportal inferior, balconada alta, y tortea central para el reloj, en una morfología muy típica de la Alcarria y tierras de Guadalajara. 

En esta destaca la plaza mayor de Trillo, que también ha recibido modulaciones su Ayuntamiento, aun guardando la estructura descrita y tradicional. En el otro extremo de la plaza se alza la iglesia parroquial, marcando con su mole cerrada de piedra el ámbito, que tiene salida por estrecha cuesta hacia el encuentro de los ríos Cifuentes y Tajo. 

En la vega del Henares destaca Humanes con su plaza castellana en la que asoma en un extremo el Ayuntamiento de atrio inferior sustentado por columnas pétreas de bonitos capiteles dóricos, y en el otro extremo la iglesia parroquial con su abierta galería, más edificios tradicionales bien conjuntados. 

En Milmarcos, al extremo norte de Tierra Molina, encontramos una plaza mayor amplia en la que destacan los elementos clásicos: de un lado el Ayuntamiento, que es soportalado con anchos arcos semicirculares, y un escudo heráldico municipal del siglo XVII, frente a la iglesia parroquial de piedra sillar arenisca, en la que se conservan intactas numerosas obras de arte de siglos pasados, entre ellas el espléndido retablo manierista de tallas. En otro extremo de la plaza se alza el palacio de los López Guerrero, y en la parte más abierta, a poniente, se inicia la ancha calle de Jesús Nazareno, en la que desde la plaza se advierte la presencia notable del palacio noble de los García Herreros. 

Para concluir este repaso a las más notables plazas mayores de la provincia de Guadalajara, citar la de Pareja, junto al Tajo, que ofrece un ámbito de grandes dimensiones, alargado de oriente a occidente, en uno de cuyos extremos surge el Ayuntamiento moderno, y en el frontal el palacio de los obispos de Cuenca, un edificio de marcados volúmenes con escudos heráldicos y trazas nobles. El costado norte está formado por caserones vetustos y firmes, mientras el sur tiene una serie de edificios de vivienda y comercios con soportales de variada construcción, pues alternan los pilares pétreos con las columnas de hierro fundido, dando salida a la plaza por un gran arco en el extremo de esa línea edificada. En el centro de la plaza de Pareja, al igual que en muchas otras de Castilla, aún verdea la gran olma, de enorme círculo y poderosa sombra, que la confiere su identidad más firme. 

  Apunte 

 Todas las plazas en www.alcarria.com 

 Sé que esta es una muy buena noticia para quienes pasean por la provincia, la conocen, la viven y la protegen: acaba de ponerse en marcha otra vez la clásica página web de Alcarria.com. Y en ella aparecen, entre miles de cosas (las fiestas y patrimonio, los comentarios de actualidad, la secuencia de expolios.org y tanta vida como la Alcarria tiene) la relación de pueblos con hermosas plazas. Hay que aprovechar ahora a visitar esta web esencial con el pálpito de una Alcarria viva y dinámica. No olvidar su dirección, aunque es fácil: www.alcarria.com.

Melilla, puerto de paz

El castillo medieval de Melilla vigila la entrada al puerto.

 

La llegada a Melilla, en avión desde Madrid, supone apenas una hora y media de vuelo, que se pasa entre la lectura de los titulares de la prensa del día, el desayuno que te ofrece Iberia, y el espectáculo, siempre sorprendente, de ver España desde el aire. Tras ello, dando vistas al sereno mar de Alborán, se toma tierra en esta ciudad española que es, sin duda, la que más cerca está del desierto.

Melilla se abre como un puerto de cara al mar Mediterráneo, con todas las ventajas de estar junto al mar apacible y cultural, y como un puerto de cara al continente africano, en el que asienta, ofreciendo así a golpe de automóvil, todo el misterio del continente negro.

En el mundo de las comunicaciones fáciles, en que nada está demasiado lejos de nuestro cuarto de estar, Melilla se descubre como un punto de partida a nuevas sensaciones y experimentos. Bien por aire (hora y media desde Madrid) bien por agua (a tres horas ya solamente desde Málaga, gracias a la rapidez y comodidad del gigantesco catamarán Milenium 2 de Acciona) podemos llegar a la ciudad que desde hace más de quinientos años es española, y desde hace muy pocos lustros ha dejado de ser un enclave exclusivamente militar para convertirse en un centro turístico y de comercio envidiable.

 El turismo de monumentos

 En Melilla puede el degustador de arte, el soñador de historia, el cazador de fotos, pasarse varios días disfrutando de la oferta visual que la ciudad derrocha.

Por una parte, está el testimonio de su larga historia de siglos: la Ciudad vieja, un peñón agreste puesto sobre el mar, que sirvió de sede incluso a los fenicios para tener su hábitat, su puerto, y luego irlo pasando a posteriores culturas que siempre lo aprovecharon. Fue romano, vándalo y musulmán. Fue finalmente español, y allí se puso un castillo que con el transcurso de los años fue creciendo, hasta hacerse múltiple de murallas, recintos, edificios, puertas, pasadizos y almacenajes. En la Ciudad vieja de Melilla, que hasta hace cien años era el único espacio vital del conjunto, se ve sobre la roca un abigarrado conjunto de edificaciones que se suceden unas sobre otras desde el siglo XVI a nuestros días.

Aparte de viviendas, pocas, de algunos templos, del convento de los capuchinos, de varios museos actuales, como el impresionante de la Ciudad, el peñón se ocupa de tres recintos castilleros. A quienes guste la arquitectura medieval militar, encontrará en el castillo de Melilla un perfecto ejemplar de fortaleza antigua. Difícil de describir en detalle, solo cabe decir de ella que tiene todos los elementos que la hacen uno de los mejores conjuntos de este tipo en el Mediterráneo. Tan solo lugares como Peñíscola, Duvrocnic, Malta y pocos más se le pueden igualar. El interior, restaurado, ofrece pasadizos, salas, arcos góticos, un aljibe de imponente altura, caballerizas y almacenes, hoy convertidos en Museo, y leyendas talladas, escudos enormes, marcas de cantería, miradores, almenas, puentes levadizos… solo por visitar este castillo merece la pena darse un garbeo por Melilla.

Pero la ciudad ofrece otras espectaculares muestras del arte. Por ejemplo, la arquitectura modernista. Melilla es hoy, junto con Barcelona y Bruselas, la ciudad europea con mayor cantidad de edificios de estética modernista y de art decó de toda Europa. En proceso de restauración muchos de ellos, otros ya recuperados, y otros en “lista de espera” para adecuarse a la visita, son más de 500 edificios melillenses los que ofrecen esta estética. Surge este conjunto en la primera mitad del siglo XX, cuando la fuerza militar del Ejército español se implanta con determinación en esta plaza africana. El Protectorado, surgido de las guerras del Rif, con sus altibajos de victorias y sonadas derrotas, supone la necesidad de crear una ciudad muy centrada en lo militar, pero con edificios amables que sirvan para vivir a los soldados, oficiales y familias en un ambiente decoroso. Varios arquitectos peninsulares llegan a Melilla, contratados por el Estado, y allí se ponen manos a la obra. Desde la escuela barcelonesa de Gaudí llega Enrique Nieto, acompañado de otras figuras como el ingeniero Eusebio Redondo, que es quien se encarga de trazar el ensanche, al estilo barcelonés, en la parte llana de la ciudad, junto al río, creando un “triángulo de oro” o “Ensanche de Reina Victoria”, en el que se trazan calles rectas, se levantan edificios de hasta cinco plantas, y se les adorna con el mayor juego de formas, adornos y recursos imaginables. El clasicismo se implanta de la mano de Carmelo Castañón, Eusebio Redondo y Joaquín Barco; el eclecticismo y el historicismo es propuesto en sus edificios por otros arquitectos, y finalmente el modernismo más exuberante entra de la mano de Enrique Nieto, Emilio Alzugaray y Manuel Rivera.

En resumen, y a los efectos del goce estético del viajero de hoy, en ninguna ciudad del mundo podrá encontrarse tal densidad, tal variedad y riqueza de formas en fachadas y cubiertas, en portales y balconadas, como en esta Melilla de las sorpresas, balcón del arte sobre el Mediterráneo.

 El turismo de Naturaleza

 Desde Melilla puede el recién llegado planificarse interesantes escapadas. Por mar unas, en mini-cruceros que se ofrecen de día entero, de medio día, de semana completa incluso, en el puerto deportivo. A nosotros nos hizo pasar un día apasionante, de marejada del Este y paella con música en las verdes aguas de la cala Tramontana el marinero invencible que es Tomás al mando de su velero Tobarca.

Se puede salir, con los trámites que todavía enlentecen un tanto las autoridades marroquíes, a la vecina ciudad de Nador, la más grande de Marruecos antes de llegar por el este hasta Argelia. Nada queda en ella de los recuerdos del protectorado, y sí sorprende la autenticidad de su zoco, en el más puro estilo árabe, sus limpios horizontes junto a la “Mar Chica” que es un delicioso enclave –un mar menor protegido de una amplia barra urbanizada- y la posibilidad de vivir en densidad el Magreb vibrante de una ciudad destartalada y simpática de más de 250.000 habitantes.

Desde Melilla, pasada la frontera (que es una de las que España tiene, totalmente terrestre, con un país islámico) el viajero puede lanzarse a la más absoluta aventura africana. Dejando atrás la valla famosa, custodiada muy escuetamente por tropas de ambas nacionalidades, se asciende por una carretera de montaña, entre bosques de pinos y eucaliptos, al Monte Gurugú, donde a trechos nos paramos a dar de comer y fotografiar a los monos que bajan de los árboles y se plantan en medio de la carretera. Luego, puede seguirse la cómoda carretera de la costa, y llegar a ver las Islas Chafarinas, hacia el Este, o el  Peñón de Alhucemas, hacia el Oeste. Pero lo mejor es adentrarse en el país rifeño, y pasar el día en Xauen, o montarse una larga excursión hasta Tetuán, a Fez incluso. Hay agencias de viaje, radicadas en Melilla (Delfi Aventura es una de ellas, perfectamente preparada con vehículos todoterreno de última generación, como pudimos comprobar) que pueden llevar a los viajeros hasta el desierto más profundo: en poco más de seis horas de andadura motorizada, se llega a los oasis de Tafilat  y Figuig, pasando antes por el seco mar de arena de Merzouga, desde donde se entra en el más inhóspito y deslumbrante Desierto del Sahara.

Melilla se constituye, así, en la puerta perfecta del África recóndita, sin dejar de estar, en todo momento, en la más cosmopolita y moderna Europa. Un lujo y una sorpresa que debería contar a la hora de hacer planes para vacaciones, puentes, semanas santas y viajes promocionales de empresas. Melilla es un puerto, frente al mar y frente al desierto, que solo lleva cartas de paz en su mano.