Historias de la Guerra

viernes, 29 diciembre 2006 0 Por Herrera Casado

Un año después de su primera edición, vuelve a salir a la pública consideración el libro de Luis Monje Ciruelo, las “Memorias de un niño de la guerra”. El niño es él, y la guerra es la más cruel y terrible de las circunstancias históricas en que España, y más concretamente Guadalajara, se vio inmersa hace setenta años: la Guerra Civil. Ha surgido esta edición renovada, algo ampliada, y como la primera superinteresante, porque el éxito de ventas llevó a que se agotara poco más de dos meses después de salir. En esta ocasión, es el propio autor el que encara su edición, cediendo los beneficios que pueda dar a la Asociación Española Contra el Cáncer. Hacerse con el libro supone, pues, no solo alcanzar la opción de pasar momentos muy entretenidos leyéndolo, sino colaborar con unos pocos euros a la benéfica acción que esta Asociación realiza, día a día, en pro de los enfermos que padecen cáncer.

Miedos infantiles y milicianos que van y vienen

El primero de los veintiséis relatos que se incluyen en este libro, y también el más largo y entretenido, es el que da título al libro. En él nos expone el autor su visión de la Guerra Civil española desde los doce años que entonces contaba, y que discurrió para él en su pueblo natal, en Palazuelos, donde estaba pasando el verano con sus abuelos. Las idas y venidas de coches, de camiones, de aviones, de bombazos y de tropas milicianas, con sus atuendos divertidos y sus actitudes revolucionarias, le marcan de asombros, especialmente el último momento, el que supone la finalización de la guerra y la toma de Palazuelos por tropas del Requeté. Lo más divertido de la Guerra, para el autor, fue cuando uno de estos “carlistas” del siglo XX, probablemente de origen navarro, le regaló su gorra roja, y otra a su hermano, con la que se retrataron felices, y quedaron inmortalizados en fotografía ante el desvencijado caserío de lo que era Palazuelos tras tanto cañonazo.

El libro entero de Monje es un cúmulo de anécdotas, reales todas, contadas con un fluido castellano que se hace alegre, entretenido, visual casi, porque como narrador ha concluido por ofrecernos su mejor dote, la de esta obra de memorias, de hechos, secuelos y acontemientos que en la provincia han sucedido a lo largo de los dos últimos siglos.

Muchas otras historias de la Guerra Civil desfilan por este libro. Quizás la más impresionante sea la de algunos “topos” o individuos que tras la victoria de Franco decidieron recluirse en sus casas, desvanes, bodegas, y demás refugios, para así salvarse de la que se suponía justicia dictatorial y represiva de los vencedores. Tal es el caso, que Monje Ciruelo relata con viveza y detallismo, del alcarreño Tomás Alonso Sandoval, que vivió recluido en silencio y oscuridad, durante casi 20 años, de 1939 a 1958, en su casa de la capital. En ese relato, nuestro admirado Monje Ciruelo describe con detalle las anécdotas de aquellos años en Guadalajara: los fusilamientos, los racionamientos, las hambres pasadas, los fríos, los periódicos, radios y fiestas que se hacían, etc. Se completa el artículo, largo y emocionante, con otras referencias a “topos”, como la de Andrés Fernández Ruiz, de Armuña de Tajuña.

El médico nazi de Mochales

Entre los relatos de este libro es especialmente llamativo el que minuciosamente describe la estancia por nuestra provincia de don Eugenio Díaz Torreblanca, médico formado en Alemania y algunos otros hospitales europeos, que llegó a mediados de siglo a Mochales a ejercer su profesión, pero con tales “rarezas” acumuladas que todos quedaron asombrados, construyendo por indicios lo que sin duda es una de las “leyendas urbanas” que más fuerza llegó a coger en nuestra provincia, y que en definitiva, finalmente se vio que no tenía mayores misterios el asunto. Dada su considerable estatura, pelo rubio, aspecto nórdico, deje en el habla, y fotografías que le vieron, o referencias a su estancia, años atrás en Alemania, todos concluyeron que el médico recién llegado era alemán, y por más señas nazi, huido de su patria por miedo a las represalias de los judíos. Aún se acentuó la maravilla al ver cómo vivía el mencionado galeno: en una casa-choza que él mismo se fabricó, en lo más alto del pueblo, aprovechando una gran rendija de la roca, de tal modo que la mayor parte de su vivienda era realmente una cueva. Se le avisaba, cuando alguien se ponía enfermo, tirando de una cuerda que había en la plaza, y que por medio de varias poleas hacía sonar una alarma en la cueva del médico. Muchas otras “cosas raras” se contaban de él, como que vivía acompañado de animales, que leía libros raros (lo de leer libros, que para el vulgo son siempre raros, es otro de los mitos que en la España rural de entonces, y aun en la de ahora, ponen el sambenito de locos y nazis a la gente) y que siempre contestaba lo mismo “Tararí, tararí” cuando alguien le preguntaba algo obre su vida privada. Eso acabó dotándole del mote por el que le identifica Monje. Se trasladó luego a Argecilla, donde también ejerció de médico y quedó a vivir, hasta su fallecimiento en 1979 en el primitivo Hospital de la Seguridad Social de Guadalajara.

La historia de las minas de Hiendelaencina y otras muchas historias

El libro de Monje es un “museo de la maravillas” que han acaecido en nuestra tierra en el pasado siglo XX, y aún antes. Una de ellas es todo lo relativo a la historia de la explotación de las minas de Hiendelaencina, con la búsqueda de los datos, hasta el más mínimo de ellos, que componen la vida de su iniciador el navarro don Pedro Esteban Górriz. Aquella búsqueda de los filones, de las galerías, de las piedras manchadas, recuerda las historias de las minas y mineros del Oeste americano que escribiera Mark Twain, aunque en este caso son reales y verídicas.

Añade el autor la historia de La Constante, un pueblo de estilo inglés que surgió en un barranco del río Bornova, entre Prádena de Atienza y Hiendelaencina. Levantado por los capitalistas y accionistas de la empresa “La Bella Raquel” que explotó las minas serranas de plata entre 1845 y 1871, se calcula que de allí salieron hacia la Casa de la moneda más de 11.000 carros de plata, obtenidos tan sólo del Filón Rico, así llamada una de las minas. Las historias que aquí se cuentan son similares a las que en otros libros, (recuerdo aquí “El río de la Lamia” de Antonio Pérez Henares “Chani”) dicen de aquellos traslados de grandes cantidades de plata, escoltados por la Guardia Civil , a través de malísimos caminos de pizarra, y que algunas veces sufrían asaltos de bandas organizadas.

Pero hay más, muchas más historias. Están las de los “pelayos” que se fueron, en el siglo XIX, a hacer las américas, comerciando primero con las sustancias que sacaban de los pinares del Alto Tajo, y luego instalándose en Nueva York y otras grandes ciudades yankis, montando finalmente grandes negocios. O la espeluznante historia de Antonio Barrera Cifuentes, que vivía en una cueva de los Agallones, cerca del Balconcillo, y de quien se dijo que estaba endemoniado, aún más: que él era el mismo demonio. Recuerdo aún, por habérselas oído a mi amigo el  médico don Emilio López Verde, las historias de aquellos extraños ataques epilépticos que padecía el chico, y que (probablemente por los medios insuficientes que la ciencia tenía por aquel entonces) quedaron sin resolver científicamente, pero con un halo de misterio que circuló por todos los habitantes de la ciudad, que subían a la cueva del enfermo a preguntarle.

Hay además historias de emigrantes, de oleoductos, de alcaldes, de asesinatos, de rayos, de nevadas…. Sobre ellas alzándose la historia humana de una de las mayores obras de ingeniería que a mediados del siglo XX se hicieron en España, la presa de El Vado, junto a Retiendas y Tamajón, y en la que participaron miles de jóvenes de la comarca, en trabajos a veces muy peligrosos.

Y el autor aún se retrotrae a contar otras historias de guerras, cosas ocurridas en la de la Independencia, que parece tan lejana que ya nadie se “calienta” por las cosas que en ella pasaron, aun cuando fue también una guerra civil, en la que no sólo contra los franceses se luchó, sino –y fue lo más terrible, como siempre ocurre en los fratricidios- españoles contra españoles. Pero las atrocidades mayores las proporcionaron los generales y tropas franceses. Así, Monje describe, en el contexto de una aventura personal, los hechos acaecidos en los primeros años del siglo XIX, más concretamente los primeros días de Noviembre de 1810, cuando la ciudad de Molina de Aragón fue tomada por el general Roquet, y destruida por el fuego, el robo y la más absoluta de las crueldades. Sigue el relato por las sierras molinesas, y llega a Villar de Cobeta, donde ocurrió otro asalto y destrucción masiva por haber estado allí, hasta días antes, la Junta Suprema de la resistencia española ante el ejército napoleónico.

Apunte

Un libro apasionante

El libro de Luis Monje Ciruelo, “Memorias de un niño de la guerra”, en tamaño grande y 288 páginas de nutrida lectura, es el mejor exponente de la capacidad literaria de su autor. Su lenguaje limpio, directo, llano, perfecto, entretenido, tiene como una claridad que anima a seguir y seguir leyendo. Cada una de las 26 historias que en él aparecen son apasionantes, ninguna aburre. La primera de todas da nombre al libro, y en varias otras aparecen relatos y anécdotas vivas de la Guerra Civil. El libro, que de nuevo está ya a la venta en todas las librerías y en Internet, vertirá sus beneficios a la Asociación Española Contra el Cáncer.