El palacio de Dávalos en Guadalajara
En la Biblioteca Pública Provincial, que está situada como todos saben en lo que fue palacio de los Dávalos – Sotomayor, en la inclinada plazuela del mismo nombre, en el casco viejo de la ciudad, dará esta tarde una charla, el conocido investigador de temas alcarreñistas, y profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, Dr. José Luis García de Paz. Servirá la charla, además, para dar la bienvenida a los participantes en la XI Reunión de la Sociedad Castellano-Manchega de Otorrinolaringología, especialistas de toda la región que acuden a Guadalajara a debatir temas propios de su actividad médico-quirúrgica, pero que al mismo tiempo recibirán la sabiduría que sobre esta tierra mágica y sorprendente siempre dará el profesor de Paz.
El linaje de los Dávalos
Llegaron los Dávalos a Guadalajara a comienzos del siglo XVI. La entrada de este linaje se hace a través de una fémina, la murciana doña María Dávalos, que casa con una familia ya asentada desde un siglo antes en la ciudad, los Carrión, que habían llegado acompañando a los Mendoza, cuando reinaba Juan II. Don Fernán González de Carrión fue miembro del Consejo del Rey, y allí puesto posiblemente por el marqués de Santillana (nacido en Carrión de los Condes, como se sabe). Se hizo con un cargo de regidor de la ciudad, puesto desde el que apoyaba, como los demás regidores, las decisiones de su mentor el aristócrata Iñigo López de Mendoza.
Ocuparon los Carrión unas casas grandes frente al convento de Santa Clara, pared con pared con la iglesia de San Andrés, que entonces se alzaba en la calle mayor baja, a la izquierda según se sube por la hoy denominada calle de Miguel Fluiters. Pero más tarde, en la primera mitad del siglo XVI, adquirieron las viejas casas que habían sido primero de los Laso y luego del duque de Mélito, en la estrecha plazuela que se abría a las espaldas del edificio del Concejo, justo las que hoy ocupa esta Biblioteca Pública que fue palacio de estos señores desde mediado el siglo XVI.
El hijo de Alonso González de Carrión y María Dávalos se nombró Hernando Dávalos y Carrión. Fue licenciado y se adornó con el linaje de la madre, en época en que todavía no estaba estipulado el orden paterno-materno de los apellidos. Casado con doña Catalina de Sotomayor, fue enriqueciéndonse al calor de la cortesanía con los Mendoza, grandes señores, “terceros reyes” de Castilla, y del Imperio, los más caros vecinos de Guadalajara. Su hijo fue, ya por orden derecho de apellidos, don Hernando Dávalos Sotomayor, caballero que llegó a ocupar altos cargos en el Consejo Real de Castilla, durante el reinado de Felipe II, y regente de la Vicaría de Nápoles. En la ciudad alcanzó cargo de procurador en Cortes por el estado de los hijosdalgo. Casado con doña María de Butrón y Rojas, venida de Valladolid, tuvo con ella una nutrida descendencia: el mayorazgo, cada vez más abultado, con señorío de Archilla incluido, más enormes posesiones en Aldeanueva, Centenera y Taracena, lo heredó don Francisco de Dávalos, que casó en su día con doña Catalina de Zúñiga, hija del marqués de Baides. Sigue la relación de herederos, de sucesores, de grandes señores de Corte y Concejo, en el libro de Núñez de Castro, la “Historia Eclesiástica y Civil de Guadalaxara…” de donde sacamos estos datos. Todos los Dávalos y Sotomayor fueron regidores y altos cargos de política servicial hacia los Mendoza, en el Ayuntamiento de Guadalajara. Era lógico que pusieran su gran palacio, propio de la primera nobleza de la ciudad, en plaza aneja a la concejil.
El palacio de los Dávalos
Construido por etapas a lo largo del siglo XVI, este palacio hereda los modelos que el arquitecto Lorenzo Vázquez de Segovia va desarrollando desde finales del siglo XV, a su regreso de Italia, en obras encargadas por el linaje mendocino en Guadalajara, Cogolludo, Valladolid, Granada… el mejor ejemplo de ese modelo está en el palacio de don Antonio de Mendoza (actual Liceo Caracense), en el que sobresale el gran patio cuadrado formado por paramentos adintelados sostenidos por columnas de piedra que cargan con grandes zapatas de madera. El lujo decorativo de fachada, escalera, capiteles, artesonados, etc, lo van a copiar los Dávalos en su palacio linajudo.
Lo más relevante, y quizás lo más antiguo de todo cuanto hoy vemos, es el patio. De planta rectangular, muy amplio, se forma por dos pisos adintelados con columnas de piedra que rematan en capiteles sencillos, pero con decoración de estilo “alcarreño” o primer renacimiento, ofreciendo los de las esquinas escudos tallados. El patio, descubierto y abierto a la luz, al sol y a las lluvias (hoy lo encontramos completamente cubierto, para que la biblioteca pueda cumplir sus funciones sin problemas meteorológicos) se rodeaba de simples estancias que se cubrirían de paños, cuadros y muebles.
Durante la segunda mitad del siglo XVI, y esta vez ya documentadas, se realizaron obras de ampliación por parte de Hernando Dávalos y luego de su hijo Francisco Dávalos Sotomayor, añadiendo cuerpos hacia oriente y sur, construyendo estancias que sin duda se fueron haciendo necesarias para albergar una familia cada vez más numerosa, atendida por una servidumbre proliferante. Estas obras fueron encargadas a prestigiosos maestros de obras de la época, como Felipe Aguilar el Viejo (que dirigió las obras de la iglesia de los Remedios por entonces) a Diego de Balera, y a Benito Gil, poniendo al frente de la construcción de los maravillosos artesonados que para adornar esas habitaciones se proyectaron, al pintor Juan López de la Parra, también muy experto y activo en la Guadalajara de la segunda mitad del siglo XVI.
Esos artesonados, que a punto estuvieron de perderse ante las calamitosas aventuras que el edificio ha corrido (vendido por los primitivos propietarios, se transformó en edificio de viviendas y carpintería, recibiendo un bombardeo en la guerra civil que tiró al suelo la mitad del patio, y llevando casi dos decenios vacío hasta que se adquirió por el Ayuntamiento y luego por la Junta de Comunidades para ser destinado a Biblioteca Pública Provincial) hoy se han recuperado perfectamente.
Son cuatro los artesonados que luce el palacio, y de entre ellos destacamos primeramente, el espléndido cubrimiento en maderas policromados, doradas y cuajadas de elementos platerescos, en el despacho de la Dirección; también es espectacular el que protege la sala donde se muestran los CDs de música y los DVDs. de películas. Quien se acerque a esa zona de la primera planta de la Biblioteca, verá una techumbre en forma de artesa cuyos ángulos están ochavados, y que descansa sobre un alto friso también de madera policromada, en la que se pintaron los emblemas heráldicos de los linajes que fueron dando consistencia a la familia habitadora del palacio: están allí pintados a todo color los escudos de los Dávalos, los Sotomayor, los Zúñiga y los Butrón, que se repiten en otros lugares del palacio y los artesonados. Es también espectacular el que encontramos al subir la escalera hacia la primera planta, de 6 x 6 metros de dimensiones, todo él en fuerte madera policromada, con dibujos formados por la estructura ortogonal, con predominio de ornamentación renacentista, primando los motivos de pámpanos, racimos, hojas y estilizaciones geométricas, en tonos rojos y azules sobre el marrón fuerte de la madera. Todo un lujo que merece visitarse y aplaudirse, porque esta ha sido una de las actuaciones más preclaras de salvamento de un bien patrimonial fundamental que llevaba las trazas de perderse, y que, si no con todo el purismo que a muchos nos hubiera gustado que tuviera la intervención, ha servido para que al menos durante otros cinco siglos más, siga adelante.
La portada de la biblioteca
La Biblioteca Pública provincial tiene una portada de lujo. Que por sí sola salva el deslujo, la inmundicia y la vergüenza que supone el estado actual de la plaza-aparcamiento de Dávalos, un espacio –no sabemos por qué- castigado por el Ayuntamiento de nuestra ciudad al más absoluto ostracismo.
La portada es posterior al patio y los artesonados. Es de finales, muy finales del siglo XVI, y su estilo es netamente manierista, de un exagerado renacentismo con visos serlianos. Lo más interesante de ella, aparte del gran arco semicircular escoltado por columnas, y sumado de un friso toscano con profusión ornamental, son los dos caballeros armados de lanza que pelean “virtualmente” desde las enjutas del arco, más el magnífico escudo de armas tallado en piedra sobre la ventana que culmina la fachada. El atrevido color que se le ha dado al enfoscado supone, después de verlo muchos días, un valor añadido que hace destacar el pálido tono de la caliza piedra alcarreña.