Un paseo por la Historia
Este pasado lunes se presentó, en el Centro de Prensa de la Asociación Provincial de profesionales periodistas, la nueva edición de un libro clásico ya donde los haya: la “Historia de Guadalajara” de Antonio Ortiz. Una visión completa, redonda, pulida con las lijas de la experiencia y maquillada como para salir a la escena más luminosa. Un historia de la ciudad, con brillo e imágenes, y un cartel larguísimo donde salen a torear (a los siglos, que tienen unos pitones imponentes) muchos diestros que se dejaron el alma en la corrida.
Como no es habitual que se trate, ni en prensa escrita ni en televisiva, de historias locales, es el momento de recordar algunos detalles de los mil que tiene el devenir pretérito de Guadalajara. Personas e instantes, retratos y edificios. Todo está palpitante y moderno, aunque tenga quinientos años, en la mano del profesor Ortiz, que ha sabido acercarse con facilidad, con el don de la docencia que muchos años de profesionalidad le han dado.
Una historia entera
Es difícil decir, en pocas líneas, ni la historia entera de Guadalajara, ni lo mejor (o peor) de ella. Es una historia densa, hecha por gentes, altas y bajas, dentro de unos muros, sobre unas calles y plazas. El río Henares (que aunque hoy ya no se ve, existe) fue la causa de que aquí naciera esta ciudad. El puente, el empedramiento de su vado, los castros primero y luego el alcázar, el nombre mismo (Wad-al-Hayara = Valle de los castillos) todo lo que hace nacer y crecer a Guadalajara está en función de su río. Hoy, aparte de casi no lleva agua, retenida en las sierras donde nace, es que se dejó oscurecer de arboledas, tapias y olvidos. La historia, sin embargo, se fraguó sobre él, y cualquier circunstancia es buena para reivindicar la recuperación y dignificación de nuestro río, de ese Henares al que Cervantes (y Lope, y el Arcipreste, y Gálvez y tantos otros…) cantó con ganas.
Cuatro momentos claves
En algunas ocasiones me han pedido que esbozara los mejores momentos de la historia de Guadalajara. Esos que pudieran ser los hits-parade de su historia, los que hacen levantar al público en aplausos. Pues van aquí, resumidos. Sería el primero el instante de su conquista. Visto lo visto, nada mejor le pudo pasar a Guadalajara que pasar de ser una ciudad musulmana a una cristiana. Desde finales del siglo VIII hasta el año 1085, estuvo bajo el control político de los árabes, y aunque pequeña y sin apenas crecimiento, Wad-al-Hayara se constituyó en cabeza militar, social y económica, del valle del Henares. Su alcázar controlaba el puente que cruzaba el río, y sus jefes político-religiosos vivían felices, suponemos que construyendo versos y mezquitas, mientras los habitantes de la medina se afanaban en el diario trabajo de los campos y huertas y en el trasiego por las estrecheces comerciales de su zoco.
La voluntad de Alfonso VI, con la colaboración de su alférez Alvar Fáñez de Minaya, terminaron por pasar a Guadalajara, que heredó el nombre de los andalusíes, a la vena del cristianismo, en el que, mal que bien, aguantamos hasta hoy, preparando el futuro.
Otro de los momentos claves de Guadalajara es el siglo XIV, cuando en la ciudad conviven las tres culturas hispánicas, armónicamente, bajo el mando y con los privilegios que a la (todavía) villa le concedieron los reyes castellanos. Cristianos, moros y judíos acuden en sus fiestas a las iglesias, mezquitas y sinagogas. Surgen escritores y artistas en sus comunidades, y desde el teólogo Mosé ben Sem Tob, guardián de la Kábala, pasando por los alarifes mudéjares de templos, palacios y baños públicos, hasta el propio Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, que por aquí anda predicando y escribiendo sátiras de cuanto ocurre en el entorno solar de las Campiñas, todos saben que Guadalajara es un buen lugar donde pasar los días.
El Renacimiento mendocino, en la mitad del siglo XVI, cuando a Guadalajara la denominan “Atenas alcarreña”, es otro de esos instantes de gloria, pasajera, pero firme: el duque del Infantado, el cuarto concretamente, escribe libros de historia y los imprime en su palacio. Mantiene en su compañía a filósofos, poetas y novelistas (Alvar Gómez de Castro, Luis Gálvez de Montalvo, Alvar G. De Ciudad Real) a pintores, escultores y arquitectos de la talla de Rómulo Cincinato, Pedro López de la Parra, Pedro Barrojo, y Acacio de Orejón más los discípulos de Alonso de Covarrubias.
Finalmente, yo destacaría los años 60 del pasado siglo XX. Cuando conducida la ciudad por el entusiasmo de don Pedro Sanz Vázquez, esta recibe del Estado la consideración de Polígono de Desarrollo y despega, ya imparable, hasta hoy mismo, como espacio de crecimiento urbanístico, industrial y cultural, siempre dependiente (lo queramos o no) de la capital del Reino. Un paseo de las Cruces que surge entonces y se nos queda como elemento magnífico de un urbanismo ejemplar, hasta unas líneas de experimentación en arquitectura urbana y monumental que debemos mantener como símbolo de identidad, y de unión con el pasado.
La historia guardada
Esta de ver, -vivo y parlanchín-, un libro sobre historia de Guadalajara, es una nueva oportunidad para pedir la creación de un Museo de Historia de la ciudad. En un reciente viaje a Melilla, he podido comprobar cómo una ciudad de sus dimensiones (la mitad que Guadalajara) y su secular aislamiento, porque está nada menos que en otro continente, no ha sido impedimento para que el Ayuntamiento mediterráneo haya montado (lo inauguró hace más de 30 años) un magnífico Museo de la ciudad en el que aparecen, en los varios pisos de un edificio antiguo, los hallazgos arqueológicos perfectamente explicados, los documentos capitales de su devenir, cuadros y esculturas, símbolos y planos, cientos de cosas que ofrecen a los ojos y al corazón de quien visita el enclave, un rastro perfecto para saber de su pasado.
En Guadalajara es ya urgente ponerse manos a la obra. Las dimensiones y el relieve que nuestra ciudad está tomando en el contexto económico y de desarrollo español, no puede aguantar la crítica de no tener su ámbito museístico propio y digno. Las mínimas propuestas, perfectas y plausibles, que hasta ahora se han hecho (Torreones de Alvar Fáñez y Alamín, Capilla de Luis de Lucena, o Salón Chino de la Cotilla) son mínimos balbuceos de lo que debería ser el gran Museo de Historia. El lugar, sin duda, el propio palacio del Infantado. Pero por aquello de que no es de patrimonio municipal, podría considerarse una buena alternativa, que sí lo es, el recinto del monasterio de San Francisco, amplio y en una situación ideal para recibir visitas y ampliar el recorrido sobre una zona de la ciudad especialmente nutrida de monumentos.
La Batalla de Guadalajara
Cuando se van a cumplir, (el próximo mes de marzo de 2007) los 70 años de la Batalla de Guadalajara, -que significó, por haberla perdido el bando franquista, el retraso en el acabamiento de la Guerra Civil-, esta “Historia de Guadalajara” la recupera en sus páginas con todo detalle, y la analiza en el contexto de lo que significó para la evolución de la Contienda del 36-39, así como los datos concretos y hasta anecdóticos que en ella sucedieron, como la actitud de las fuerzas italianas enviadas por el Jefe Mussolini, la participación decisiva de una borrasca invernal que no todos habían calibrado en sus auténticas dimensiones (la predicción meteorológica no estaba en 1937, ni mucho menos, tan avanzada como hoy) y el bombardeo de Brihuega hasta los cimientos de sus edificios.
Un libro histórico
El libro “Historia de Guadalajara” ha sido escrito por el profesor del Liceo Caracense don Antonio Ortiz García. Es la segunda edición que alcanza esta obra, muy bien recibida en su primera entrega. Ahora se ofrece con mayor lujo de apariencia, más páginas, nuevos datos, y nuevos gráficos, muchos de ellos en color. Tiene 302 páginas, un tamaño de 17 x 24 cms., y unas pastas duras que permiten su lectura fácil, al poder ser abierto entero sobre una mesa. La obra se complementa con índices topográfico y onomástico, claves para ser de utilidad en la búsqueda de lugares y personajes. Además lleva una amplia revisión bibliográfica para quien quiera ampliar conocimientos en otros libros y documentos. Editado con una Ayuda a la Edición de la Consejería de Cultura de la Junta de Comunidades, está ya a la venta en librerías e Internet, y se ofrece como verdadera ventana a la historia y a la memoria de gentes y lugares de Guadalajara.