Argecilla, oteando el Badiel

viernes, 1 septiembre 2006 0 Por Herrera Casado

Desde la altura de Argecilla, se ve el Badiel, perdiéndose hacia poniente, silencioso y lleno de vida. Es este un valle corto pero intenso, un valle que define, por sí solo, la estructura geográfica de la Alcarria. La planicie alcarreña se hunde aquí abruptamente, dejando unas laderas pronunciadas y con las rocas calizas a la vista, apenas cubiertas de derrumbes y olivos. En el fondo, un arroyuelo al que pomposamente llamamos río, ahora seco, y arboledas densas de chopos y álamos. Cerca de los pueblos, algún huerto. Muchos girasoles y bastantes pedazos de abandono. ¿Para qué esforzarse tanto y pelear con una naturaleza hostil, si se saca más, mucho más, aparcando coches a la puerta de una discoteca?

La calle que sube a la iglesia, en Argecilla, tal como se veía en 1972.

Valle abajo

Desde Argecilla se ve primero, colgando en la cuesta, Ledanca, con su silueta eterna presidida por la espadaña de la iglesia. Luego surge, entre densas cortinas verdes de árboles, el monasterio benedictino de Valfermoso, un sueño de historias que se quedaron a medias. Después Utande, en el altillo seco, a la salida del Iregua. Y más abajo Muduex, ya en ancho, lleno de risas. Hacia abajo aún se pasa por Valdearenas, con su desmochado templo en lo alto, y finalmente Sopetrán, el otro monasterio, -este de hombres- benedictino, que no se entrega al fatalismo y hoy quiere resurgir de nuevo, aunque sea rodeado de urbanizaciones cuajadas de parejitas en chándal. Ya en Heras de Ayuso, el río mezcla sus aguas, o sus esperanzas, a las del Henares. Que son pocas, a pesar de que se alimenta, como de milagro, por el agua que echan esas fuentes de los pueblos del Badiel (Ledanca, Utande, Valdearenas) que son orondas y anchas, maternales, que no se agotan nunca. A mí me parece que en el Badiel las fuentes son más grandes y generosas que en cualquier otra parte. La fuerza del agua.

Argecilla, un poco de historia

Sobre la empinada ladera septentrional que escolta al ya por aquí profundo valle del río Badiel, asienta el pueblo de Argecilla. Oteando el Badiel, que es vía de antiguas civilizaciones y de transmisión de cultura, poblado desde antiguas épocas prehistóricas. Ya en el siglo dicinueve, excavaciones de aficionados pusieron al descubierto curiosos objetos del Neolítico, entre ellos una cuña transformada en amuleto, de jadeíta verde‑azulada, translúcida en su borde afilado, así como restos de poblado de esa época. Muy posiblemente ocupada por los árabes durante su larga estancia en Iberia, ellos debieron asignarla nombre.

Tras la reconquista por parte de los cristianos del norte, en los finales del siglo XI, quedó esta aldea en la Tierra de Atienza, rigiéndose por su Fuero y dentro de la directa autoridad real, de la que se transmitió por donación a comienzos del siglo XIV, a don Ruy Pérez de Atienza, Canciller de Castilla, a quien puede considerarse como primer señor feudal de Argecilla. Pasó después al poderoso magnate alcarreño don Iñigo López de Orozco, y de éste, en 1375, a su hija doña Teresa López, que estuvo casada, en segundas nupcias, con don Pero González de Mendoza, quien en 1380 fundó mayorazgo, en el que incluyó Argecilla, dejándoselo todo a su hijo don Diego Hurtado de Mendoza, almirante de Castilla. En 1404 pasó a la hija de éste, doña Aldonza de Mendoza y al fin vino a dar a su hermanastro don Iñigo López de Mendoza, primer marqués de Santillana, quien se lo dejó a su hijo Pedro González, el que fue gran cardenal de España y casi Papa. En su segundo hijo, don Diego de Mendoza, conde de Mélito y duque de Francavila, quedó Argecilla. Casó éste con doña Ana de la Cerda, señora de Pastrana. Les heredó su hija doña Ana de Mendoza y de la Cerda, princesa de Éboli, que casó con Ruy Gómez de Silva, gran privado y primer ministro del rey Felipe II, quien le otorgó el título de duques de Pastrana.

En esta rama mendocina ‑los Silva y Mendoza‑ quedó Argecilla. Don Rodrigo de Silva y Mendoza, segundo duque de Pastrana, fue nombrado primer marqués de Argecilla. Muy encariñado con la villa, su descendiente don Diego de Mendoza y Silva, cuarto duque de Pastrana y tercer marqués de Argecilla, en el siglo XVII se encargó de levantar la iglesia parroquial y adornarla con sus escudos y nombre, añadiendo un palacio en la villa. En el marquesado de Argecilla que fue creado a comienzos del siglo XVII, y aún estando unido a los estados del duque de Pastrana, se incluyeron estos pueblos y lugares: Argecilla, Palazuelos y Carabias, Tamajón y Sacedoncillo, Castejón, Almadrones, Ledanca, Cogollor, Hontanares, Villanueva de Argecilla, Cutamilla, Henarejos, Retuerta y Sarracines. En el señorío de los Silva y Mendoza, luego ya emparentados con los duques del Infantado y, finalmente, con los de Osuna, quedó Argecilla hasta la abolición de los señoríos en el siglo XIX.

De paseo por Argecilla

El caserío de Argecilla sorprende al visitante por su curioso urbanismo y la originalidad de la disposición de sus casas, que andan como colgadas de la violenta cuesta, en perpetuo equilibrio. Son la mayoría de sillarejo en su planta baja, y de entramados de madera con rellenos de adobe en la superior, teniendo cubierta de teja a dos o a una vertiente. Por debajo de algunas de ellas pasan canalizados los arroyos que descienden impetuosos del monte, y por las calles se ven canales, puentecillos y conducciones para dar paso a este agua, que es muy abundante por todas partes.

En los últimos años se han ido cambiando los edificios: por el suelo, de viejos, los antiguos, han ido sustituyéndose por otros de ladrillo visto y balconadas capitalinas. Hasta la cuesta de entrada luce ahora una iluminación con farolas estilo “Madrid de los Austrias”.

Subimos, trepamos casi, hasta la iglesia parroquial, dedicada a San Miguel Arcángel. Se trata de un bello ejemplar de comienzos del siglo XVII, homogéneamente construido en un estilo sobriamente clásico. La portada, a mediodía, es de sencillo estilo jónico, con arco semicircular, mientras el ábside, imponente, se refuerza con contrafuertes, y en él aparecen algunos ventanales de elegante sencillez. El interior es de tres naves, con planta cruciforme, separadas por pilares que rematan en sencillas molduras y arcos apuntados de separación. Sobre los pilares del crucero, aparecen grandes escudos tallados en piedra, correspondientes a los magnates constructores. En uno de ellos se ve el león rampante bajo corona ducal, y esta frase: “Catherina de Silva Dux Francavile”, y enfrente el blasón de los Mendoza y esta leyenda: “Didacvs Dux Fracavile”. Como frontal del altar mayor, aparece una gran lápida tallada en piedra con múltiples labores de grutescos y en el centro un historiado emblema heráldico correspondiente a un cura benefactor del templo. Sólo quedan mínimos restos del púlpito renacentista, que en alabastro tallado hizo en 1545 un tal Rojas por encargo del cura y canónigo Juan Fernández del Castillo, de quien, en un costado de la nave de la Epístola, queda su lápida funeraria. De los altares con pinturas y esculturas que los señores de Argecilla mandaron poner en los muros de este templo, ya nada queda.

Destacan también en el pueblo algunas casonas nobles. Así, en la plaza mayor preside el recio caserón que fue de los marqueses de Argecilla y duques de Pastrana, obra del siglo XVII o algo posterior, con portada de piedra adornada de algunos elementos de almohadillado y cenefas vegetales. Ahora debe ser un bar o Centro Cultural a la moderna, porque las escaleras de acceso están cuajadas de jóvenes que beben, sentados en ellas, las cervezas que cumplen al rito del calor veraniego.

Existen otros ejemplos de casonas nobiliarias, algunas con escudo en sus muros. Una de ellas muestra en sus cuarteles una cruz, un castillo, una flor de lis y una banda entre bocas de dragones, rodeado todo de retorcido pergamino y rematado en celada con lambrequines, al que acompaña esta frase “Quien se umilla es ensalzado” y la fecha 1596, correspondiendo a algún hidalgo de los varios que habitaron el pueblo a partir de esa época. Sin duda fue de los Fernández del Castillo, uno de los cuales fue cura de su templo y puso ese mismo escudo por doquier.

Un personaje de leyenda

Hijo ilustre de Argecilla fue José Antonio Ubierna y Eusa (1876-1964) ilustre abogado que fue de la asesoría jurídica del Ministerio de Instrucción Pública, académico profesor de la Real Academia de Jurisprudencia, fiscal del Tribunal Provincial de Guadalajara y un gran profesional. A él se debe un interesante trabajo, dos veces editado, el Estudio Jurídico de los Fueros Municipales de la provincia de Guadalajara y otras muchas obras referidas a la jurisprudencia del Estado.

En el muro de la plaza de Argecilla, hay una placa de mármol con estas palabras talladas en afán de eternidades: “José Antonio Ubierna Eusa, jurisconsulto, abogado, fiscal del Tribunal Supremo, académico, consejero de Educación Nacional, senador del Reino, gobernador civil de Vizcaya, caballero Gran Cruz del Mérito Civil“. En el pueblo se dice, medio en serio medio en broma, que después de Dios, el ser más importante del Universo fue don José Antonio, que dio lustre para siempre a este pueblo. La verdad es que el viajero, siempre que viene por estos pagos, se acuerda de él, y en secreto le envidia. Porque eso de pasar a la historia, y que tus paisanos se sientan orgullos de ti, es lo que más mola a un muerto.