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agosto, 2006:

La iglesia de Jadraque: museo y monumento

Tiene Jadraque una buena colección de cosas que ver: Desde las mesas repletas de buenas carnes serranas, hasta la artesanía del alabastro, pero todo ello pasando por su acervo patrimonial, que ahora se muestra en visita guiada, los días de fiesta, mañanas y tardes, desde la Oficina Municipal de Turismo, que es un edificio de madera que hay delante del parque que se ve al entrar a la población, a la derecha.

De tantas maravillas (un castillo roquero, con leyendas cidianas incluidas, hasta un palacio de los Perlado Verdugo con la memoria de su estancia en él de Goya y Jovellanos) nos quedamos hoy con una: con su iglesia parroquial dedicada a San Juan, que hemos visitado y palpado en sus mil detalles, todos de interés, y bien dispuestos a la contemplación.

Jadraque, una historia densa

El Cid Campeador fue uno de los primeros visitantes de Jadraque, porque fue quien conquistó la villa y su castillo a los musulmanes de Al-Andalus. El castillo, luego reforzado, y hasta crecido a dimensiones de palacio, es hoy uno de sus recuerdos y de los símbolos del lugar. Sobre el cerro se yergue orgulloso y desafiante atisbando las distancias de valles y sierras. Trae los recuerdos del Cid, del gran Cardenal Mendoza, y de su hijo el valiente guerrero Marqués de Cenete.

Pero antes de él, hubo otros muchos. En la atalaya de su cerro vigía del anchuroso valle de Henares, tuvieron los iberos su castro seguro. Romanos vigilantes y árabes dominantes se apoyaron en su altura para mantener el control, político y económico (impuestos, pontazgos y algaras) de todo el valle. Tras la reconquista, en la que el Cid le puso en bandeja a su señor Alfonso VI el dominio de la fortaleza, se hicieron señores de la villa y territorio circundante los Carrillo, que se lo vendieron luego a los Mendoza, únicos propietarios de vidas y haciendas hasta el siglo XIX. El paso del ferrocarril, a mediados de ese siglo, fue un motor seguro para su desarrollo.

Construcción de la iglesia

La iglesia parroquial fue construida, en su edificio actual, durante el siglo XVII, y fue su tracista y constructor el arqui­tecto montañés Domingo de Villa Moncalián. Aunque desde el medievo tendría su templo parroquial, este se declaró tan viejo que ya en ese siglo se propuso el concejo y la diócesis levantar nuevo edificio.

En un documento que rescata de la memoria el investigador Marco Martinez, se dice que las campanas de la iglesia estaban sonando desde una espadaña “poco decente y de poca autoridad, pues no se distinguía de la de unos pobres religiosos descalzos o de una pobre aldea… de poco adorno y lucimiento así para la iglesia como para la autoridad del lugar, porque parecía espadaña y campanario de aldea pobre y que corrían los vecinos de esta villa porque en otros lugares les decían que eran de lugar de campanario, siendo así que otros muchos lugares de menor estofa y autoridad tienen torre y en ella las campanas…” En el año 1678 amenazaban ruina la portada, la espadaña y la iglesia entera. De empezar por algo se empezó por la torre. En 1681 se ajustó con el maestro de obras y arquitecto montañés afincado en Sigüenza Domingo de Villa Moncalián la obra a hacer en 67.550 marevedises, puestos a medias por el Concejo y los fieles. En 1696 se acabó, pues, la obra de la torre, tal como hoy la vemos.Y de inmediato se empezaron las obras de la iglesia, muros, techumbres, portadas…. acabándose en los primeros años del siglo XVIII. La conclusión definitiva del templo llegó a mediados de esa centuria, con la construcción de la admirable bóveda hemiesférica sobre el crucero. En ella se lee, en el anillo inferior: “Anno Domini 1759 adno. factum est istud solicitudine, zelo et amore illius magnanimi viri ylmº D.D. Francisci Diaz Santos Bullon, epi. (episcopus) olim Barchinonis castellae senatus gubernatoris, nunc vero epi. ac domini seguntini dignissimi. Anno Domini 1759”.

Asombros de arte

La portada del templo, orien­tada a poniente, es obra de estructura manierista, con ele­mentos ornamentales y estructurales que rompen totalmente la serenidad del clasicismo, y sorprenden por su arrebatada imaginación de equilibrios imposibles: es barroca en sus ornamentos, sin duda.

El interior es de gran­des proporciones, de tres naves paralelas y coro alto a los pies. Gruesos pilares sutentan las bóvedas, de las que destaca la semiesférica sobre el presbiterio, con las imágenes de los evangelistas pintadas sobre sus pechinas. El altar mayor es de estilo barroco, está dedicado a San Juan, y procede de una iglesia de Frómista, en Palencia. Destacan en las capillas late­rales una serie de lápidas y estatuas yacentes de caballeros y personajes jadraqueños (Juan de Zamora, su mujer María Niño, y el cura de la parroquia Pedro Blas, todos ellos del siglo XVI); una hermosa talla de Cristo crucificado, atribuída a Pedro de Mena; y un óleo de Zurbarán, el *Cristo recogiendo sus vestiduras después de la flagelación+, pintado en 1661, y que es una obra genial de la época tenebrista y final del maestro extremeño. Esta pieza artística, que de siempre ha sido tenida por la más importante del templo jadraqueño, está hoy perfectamente restaurada, recuperados sus colores originales, y puesta en valor para muchos años en adelante, pudiéndose admirar en el recinto de la sacrsitía, donde hay otros cuadros y tallas de interés, además de la gran fuente tallada en piedra que allí se puso procedente del convento de frailes capuchinos que hubo en Jadraque.

El cuadro de Zurbarán, uno de los últimos que pinto en su vida, y que pertenece a la etapa plenamente tenebrista del pintor extremeño, está bien identificado gracias a una cartela baja en la que el autor dejó escrito su nombre y fecha de ejecución. Ha estado en numerosas exposiciones artísticas, levantando la admiración que merece. Ahora ofrece una iluminación, patrocinada por Ibedrola, de auténtico lujo, reavivándose sus formas, colores y naturalismo. Decía José Antonio Ochaita (al menos a mí me lo dijo, una vez que lo contemplé con él) que más que un Cristo es una llama. Es cierto: parece que del hondón de la tiniebla surge un fulgor de luz  mágica. Es el Cristo, semidesnudo, que se agacha a coger unos paños morados, y nos mira desde su juventud cansada.

El párroco actual, ha ido preparando un pequeño Museo en el templo y sus dependencias, llevando a la práctica la norma de la Iglesia Católica, de exponer a la admiración de los fieles, con un fin catequístico y al mismo tiempo de oferta cultural, las riquezas patrimoniales de sus templos. Así, en la capilla del Cristo de los Milagros, que es una talla impresionante en madera, del siglo XVII, atribuida al malagueño Pedro de Mena, se ve también el restaurado lienzo, de características populares, con la efigie del fraile mercedario Pedro de Urraca, nacido en Jadraque en el siglo XVI y misionero y casi santo ya en el Perú virreinal. Además, en una sala alta, se han ido reuniendo numerosas piezas de orfebrería salidas de los talleres de Sigüenza y Atienza, así como relojes, sagrarios y cuadros. Un conjunto en definitiva, que merece ser visitado, cosa que se puede hacer, de forma guiada, los sábados y festivos, contactando antes con la Oficina de Turismo municipal.

Apunte

El Castillo

El castillo de Jadraque está construido en la cima de un cerro de proporciones perfectas. Su alargada meseta, que corre de norte a sur estrecha y prominente, se cubre con las construcciones pétreas de este. El acceso lo tiene por el sur, al final del estrecho y empinado camino que entre olivos asciende desde la basamenta del cerro. Hoy pavimentado este camino, permite un acceso cómodo, aunque empinado, hasta la entrada del castillo.

El interior, completamente vacío, nos ofrece el ancho receptáculo de lo que fue castillo-palacio levantado por el Cardenal Mendoza, y mejorado por su hijo don Rodrigo Díaz de Vivar, marqués de Cenete. A través de una escalera incrustada en el muro del norte, se asciende al adarve que puede recorrerse en toda su longitud. En el seno de la torre mayor, de planta rectangular, que ocupa el comedio del muro del mediodía, se ha puesto hoy una pequeña capilla en honor de Nuestra Señora de Castejón, patrona del pueblo. La amplitud del interior, la homogeneidad de su silueta, y una serie de detalles en la distribución de los ámbitos destinados a lo castrense y a lo residencial, nos muestran al castillo de Jadraque como una pieza netamente renacentista y ya moderna. En todo caso, un lugar a visitar y saborear en su dimensión de monumento y atalaya.

Novedades en el románico de Guadalajara

Viajando por el territorio provincial, de vez en cuando se encuentra el viajero con sorpresas que aún le proporcionan los viejos conjuntos monumentales de nuestros más recónditos pueblos. Hablando del románico, parece estar ya dicho todo. Los libros de Layna, los estudios de investigadores, las crónicas de viajeros, los relatos de quienes una y otra vez van a asombrarse de su lozanía arcaica, de su riente color pardo: todo parece estar dicho del románico de Guadalajara. Pero, afortunadamente, de vez en cuando salta la emoción y el dato nuevo, la perspectiva inédita, el hallazgo conquistado. Y eso ha ocurrido en algunos de nuestros edificios que, para que los aficionados a este arte exquisito lo apunten en su agenda y se programen una visita cuanto antes, aquí anotamos.

Iglesia románica de Romanillos de Atienza, con parte de su galería desvelada.

Un capitel silense en Romanillos de Atienza

Se tuvo siempre al libro de Layna Serrano “La Arquitectura Románica en la provincia de Guadalajara” como la pauta informativa más seria y fiable de todo cuanto se ha hablado de este tema. En la tercera edición de ese libro (Aache, 2001) se han añadido varias docenas de ejemplares y templos, portadas y espadañas, ábsides y galerías, que no llegó Layna a estudiar, muchas veces por imposibilidad física de acceder a lugares tan recónditos en la primera mitad del siglo XX.

Entre ellos estaba el templo parroquial de Romanillos de Atienza, un pequeño lugar situado en la falda meridional de la Sierra Ministra, que separa Guadalajara de Soria. Pues aún ha habido novedad en ese templo. En un reciente viaje al lugar lo hemos podido constatar y aquí damos noticia de ello: Además de la espadaña, grandiosa y de sentido monumental sobre el hastial de poniente, la murada sur del templo añade ahora el valor de su hemigalería oriental con los arcos descubiertos. Lo que hasta hace poco eran solo insinuaciones de arcos y capiteles, tras un cuidada restauración en los pasados meses se han descubierto sus arcos, y un capitel que sin resultar especialmente  hermoso, tiene la calidad de lo nuevo, de lo recién descubierto: un capitel de reminiscencias silentes, que viene a confirmar nuestra afirmación, antigua y apoyada en otros ejemplos de la zona, de que la influencia estilística de las iglesias románicas de la sierra de Pela es directamente copiada del claustro de Santo Domingo de Silos.

El capitel, muy elemental en su factura, con figuras muy simples, pero de formas y significados evidentes, ofrece a la vista dos de sus caras. Se supone que las otras fueron picadas en su día, cuando se cerró la galería. Al abrirla ahora, han surgido nítidas sus caras meridional y oriental, en las que se aprecian sendas parejas de animales, que, siguiendo los morfemas de Silos, son parejas de águilas enfrentadas, de largos cuellos, y picudas cabezas que miran al suelo. Sus grandes cuerpos, con alas explícitas, chocan entre sí, dando lugar a una doble y armoniosa curvatura gracias al acodamiento de los cuellos y al enfrentamiento de las cabezas. En las fotografías anejas se ve muy claramente, por lo que no hay que insistir en mayores descripciones.

Sí conviene decir que la factura es netamente popular, muy basta, hecha por canteros ambulantes que se habían pasado antes por Silos (que no está tan lejos, solo unas pocas leguas al otro lado de recién cruzado Duero). Cuando se han puesto a tallar el capitel de Romanillos, todavía llevan en la retina los modelos del claustro de Santo Domingo de Silos: dos días antes lo han estado viendo.

El autor de la iglesia de Villaescusa

Hace un par de meses, una numerosa concurrencia protagonizó una marcha reivindicativa sobre la iglesia románica de Villaescusa de Palositos, en las parameras alcarreñas de entre Escamilla y Peralveche. El motivo era la solicitud de que se tomen medias para evitar su progresiva ruina, su deterioro continuo por abandono, llamando la atención sobre la situación extraña en que se encuentra ese edificio, dentro de una finca particular a la que se prohíbe el acceso de visitantes, aunque el edificio sigue siendo propiedad del Obispado seguntino.

En esa marcha, en la que todos cuantos quisieron admirar el viejo templo medieval pudieron hacerlo, a pesar de las medidas disuasorias que puso en marcha la Guardia Civil, que finalmente vio que los andarines iban realmente en son de paz, y su objetivo era mirar piedras antiguas, fotografiar ruinas ancestrales, hubo quien fotografió piedra a piedra el templo, y al final se encontró con la sorpresa. Detalle que aquí se publica por primera vez, y que quiero agradecer a Carlos Otero Reiz, alma de este movimiento, que me la ha proporcionado y permitido comentarla.

La inscripción que aparece tallada en una piedra del muro del templo, y que se ve en fotografía, y se desarrolla en dibujo junto a estas líneas, ofrece nada menos que la “firma” del arquitecto constructor del templo. Un tal Selim, en el siglo XIII (época a la que adjudico la construcción de esta iglesia) fue quien dirigió las obras de la iglesia parroquial de Villaescusa de Palositos. En muy pocos lugares más ha quedado así de nítida la firma del autor: en San Bartolomé de Atienza y, más modernamente, en Nuestra Señora de los Huertos de Sigüenza.

Aquí en Villaescusa de Palositos se lee con toda nitidez: GILEM FECIT HAEC ECCLESSIAE, que debe traducirse, en frase sencillísima y definitoria, como “Gilem [Guillermo] hizo [o edificó] esta iglesia”.

La portada, de arco semicircular y adornos de bolas; la espadaña sobre el muro meridional; el ábside contundente, esbelto y adornado de sencillas ventanas aspilleradas, son elementos suficientes  para considerar a este templo como una de las interesantes piezas de ese románico, olvidado y lejanísimo, que sin embargo debe recibir también el cuidado de las autoridades culturales. Y para ello, nada mejor que restaurarlo, contener su ruina, y dejar que pueda ser visitado.

Arpías desdibujadas en Hijes

También de Hijes proceden algunas imágenes que el buscador del románico guadalajareño no debe echar en olvido. No mencionaba Layna en su obra clásica esta iglesia, que siempre anduvo bastardeada por reformas modernas. Pero la restauración recibida hace pocos años, ha permitido sacar a luz y poner en valor su portada, extraordinaria de formas y adornos, su ábside semicircular y pulcro, y el edificio completo que se ve magnificado por una espadaña triangular sobre el muro de poniente.

La portada de Hijes, de la que acompaño una fotografía a estas líneas, es de arco semicircular exornado por arquivoltas múltiples en las que se ven talladas molduras, volutas, ajedrezados, rosetas y un sin fin de adornos que le confieren cierto “cultismo” con respecto a lo que ofrecen las iglesias minúsculas de los pueblos del contorno. Además, esos arcos apoyan, a través de una imposta, sobre capiteles en los que también muy simples y rudos, aparecen seres remotos y actitudes medievales. Entre ellos hay unas figuras, posiblemente femeninas, posiblemente arpías o sirenas, que son trasunto rural e imperito de los modelos silenses. Otra vez la influencia del gran cenobio benedictino burgalés, que como un faro irradió su influencia por toda Castilla, especialmente por las lindes inferiores del territorio cercano al reino de Toledo.

Sin duda que los escultores, devotos, peregrinos, viajeros y recueros que andaba pateando Castilla entera cuando no estaban sus suelos cubiertos de nieve, una y otra vez se llegaban a Santo Domingo de Silos, y en el claustro quedaban maravillados de tanta prolijidad de mensajes, de tan bellas imágenes como allí se mostraban. Como aún se muestran, por suerte para todos.

Apunte

Los capiteles de Silos

No debe dejar de visitar Silos quien busque la emoción que surge de la piedra tallada del románico. Abre a diario, mañana y tarde, de 10 a 13:30 y de 16:30 a 19, especialmente el claustro, que se admira en visita guiada. Los dos pisos del claustro, las cuatro pandas de cada piso, muestran sus columnas rematadas en capiteles dobles en los que aparecen infinidad de figuras mitológicas, mágicas, todas heredadas de la simbología y la plástica del mundo oriental. Hay que ir preparado a la sorpresa, pero mejor es llevarse leído algo sobre el monasterio y claustro, porque las explicaciones de los guías son algo superficiales y bastante pesadas. Se llega desde Guadalajara subiendo por Atienza, Miedes, Burgo de Osma, San Leonardo y antes de llegar por la carretera Soria-Burgos a Salas de los Infantes, doblar a la izquierda, para llegar de inmediato a Silos. Merece la pena.

Memoria de la Alcarria en Lerma

Paseando por las llanuras de Castilla, los viajeros llegan a la orilla del río Arlanza, y suben hasta el alcor donde asienta Lerma. Una encrucijada de caminos en todas las épocas históricas. Corazón de Castilla, cerca duerme el Conde Fernán González, su primer mandatario: en Covarrubias hemos visto también su morada pétrea, y en San Pedro de Arlanza el costillar reseco de su viejo monasterio derruido.

Pero a Lerma nos lleva, sobre todo, la intención de encontrar una memoria cierta de la Alcarria. En su plaza grande y ducal, junto al palacio del valido Gómez de Sandoval, hoy convertido en Parador Nacional, el más moderno de toda la serie, espléndido en su concepto y su recuperación, pegado a sus muros se alza el convento de San Blas, de monjas dominicas. Aquí llegó trasladado desde Cifuentes, y aquí le visitamos ahora, en su consistencia granítica cuajada de tallas, escudos y memorias de nuestra tierra.

Fachada del convento de Dominicas de San Blas, en Lerma, junto al palacio ducal.

Apunte de Lerma

Dominando el amplio valle del río Arlanza, Lerma es una villa de fundación prerromana, asiento primitivo de tribus celtibéricas. Tierra de paso, en ella asentaron diferentes culturas: romanos, suevos, visigodos, arabes…  Su repoblación castellana se inicia hacia el año 900, cuando la frontera se instala en el río Arlanza. A partir de ese momento se fortificó el lugar, poniendo castillo y fuertes murallas, de las que hoy quedan fragmentos y el “Arco de la Cárcel”, puerta principal de la antigua villa medieval.
Propiedad en señorío de los Lara, pasó después a ser de patrimonio regio hasta 1414, en que Fernando de Antequera hizo donación de la villa y sus propiedades con todos sus términos a Diego Gómez de Sandoval y Rojas por su apoyo a la corona en la batalla de Antequera. En esta familia siguió, heredando el señorío en 1574 don Francisco Gómez de Sandoval y Rojas titular del mayorazgo de la Casa, como cuarto Conde de Lerma y quinto Marqués de Denia. Obtuvo del Rey el título de Duque [de Lerma] y puso en la villa la cabecera de sus estados. El traslado de la corte española a Valladolid en 1601 fue el incentivo para que el duque tomara la decisión de crear una corte propia en su villa.

La importancia de Sandoval y Rojas en la historia de la España imperial surge de haber sabido colocarse como valido, primer ministro y alter ego del rey Felipe III. Durante 20 años se mantuvo este individuo como privado del rey, y en esa época, entre 1600 y 1617, erigió sobre Lerma uno de los conjuntos histórico-artísticos mejor conservados de España, una auténtica “ciudad ducal” en el más sobrio y elegante “estilo herreriano”. Los mejores arquitectos reales de la época, como Francisco de Mora, Juan Gómez de Mora, o Fray Alberto de la Madre de Dios, dirigieron las obras de sus grandes edificios. Lerma se convirtió en Corte de Recreo, adonde acudían personajes relevantes y artistas (Góngora, Lope de Vega…), y se celebraban fiestas y banquetes en honor de los reyes de España. En Lerma nació el séptimo hijo de Felipe III, la Infanta Margarita, que fue bautizada con pompa y solemnidad en el Convento de las Clarisas.

Memoria del convento dominico

La fundación del Convento de San Blas, para monjas de la Orden de Santo Domingo, se realiza en el paraje de “El Tovar”, en un altozano entre Cifuentes y Gárgoles de Arriba. Lo funda el infante don Juan Manuel, señor del territorio, y en 1344 se pone la primera piedra y se bendice. Desde entonces, lleva una vida activa hasta 1611 en que por petición de las monjas y favor del primer ministro de Felipe  III, se traslada la comunidad a Lerma. Allí está haciendo el valido del rey una gran “ciudad ducal”, un centro de poder alternativo, con palacio, conventos, instituciones, etc.

No hemos encontrado razón clara del por qué Sandoval y Rojas, el todopoderoso “duque de Lerma”, para engrandecer con fundaciones religiosas su ciudad, se fija en las dominicas de la Alcarria. El caso es que ellas, encantadas de tan maravilloso “ascenso”, aceptan el traslado. Los primeros años vivieron “en unas casas propiedad del duque”, empezando las obras de su convento en 1613.

Las monjas concedieron al duque de Lerma el «señorío y patronazgo» de su monasterio, para incorporarlo a su «casa y estado» y que pudiera ser heredado por sus descendientes; el privilegio de nombrar y presentar doce monjas «de velo y coro» sin dote alguna; la dedicación de una misa mayor cantada, de la salve «que cada día se dice después de completas» y de otras fiestas. También se obligaron las monjas a celebrar «honrras» por el duque, «después de sabida su muerte”, y un solemne aniversario perpetuo con vigilia, misa cantada y sermón. El documento de acuerdo y patronato es tan pomposo y solemne, que, como dice Américo de Castro, pertenece a la «inconmovible bóveda  del sistema social eclesiástico‑regio‑señorial‑cris­tiano‑viejo» que dominaba en aquella época en Castilla.

Es el gran estudioso, historiador y arquitecto Luis Cervera Vera, por tantos motivos querido y admirado en la Alcarria por sus estudios mendocinos y arquitectónicos, quien publica un libro, hace ahora 40 años, sobre la historia y descripción de este convento castellano. Él es quien nos informa de que el proyecto inicial fue realizado por Francisco de Mora, en el mismo momento de que el duque planifique su fundación. Pero la muerte de Mora en 1610 deja su trabajo apenas en un esbozo, continuando los maestros de obra la erección del palacio ducal, ese sí planificado y dirigido por el arquitecto real desde años antes.

Tras la muerte de Francisco de Mora, el duque de Lerma hizo intervenir en algunas de las obras, previamente trazadas por su arquitecto, al carmelita fray Alberto de la Madre de Dios, cántabro que marcó un estilo propio en la arquitectura religiosa del siglo XVI, y que finalmente acogido en la Alcarria murió en su convento de Pastrana.  Fue sin duda este fraile arquitecto quien diseñó las trazas definitivas de San Blas.

Desconocemos el número de trazas que ejecutó fray Alberto y cuándo fueron terminadas. Pero las primeras trazas y monteas «con las declaraciones y apuntamientos a las espaldas dellas» fueron entregadas por fray Alberto de la Madre de Dios, y «firmadas de su nombre», en el mes de abril del año 1613.

Es por ello que este convento que hemos visitado, tiene por dos motivos una razón alcarreña: por su origen institucional, y por su constructor.

El convento que vemos

Acostado sobre los muros de poniente del palacio ducal, el monasterio dominico de San Blas ofrece una imagen espléndida, sobre todo al caer la tarde, iluminado en su frente y fachada por el sol rojizo.

Primitivamente estuvo unido al costado occidental del palacio, donde estaban las Cocinas de Boca y Estado. Dejando un gran arco a nivel de suelo, para que pasara el camino que llevaba a Soria, por un pasadizo alto los duques podían ir al convento, y recalar primero en el “Cuarto del Duque”, desde donde podían oir misa.

La fachada del convento es un prodigio de elegancia arquitectónica, de formas y medidas equilibradas, de adornos sucintos, justos y limpios. Tiene cuatro cuerpos superpuestos. La puerta, muy amplia, da paso a un zaguán y está entre dos huecos adintelados. Encima va un hornacina que acoge una talla barroquizante del santo patrón de las enfermedades de la garganta. Sobre ella, un ventanal central escoltado por dos emblemas heráldicos finamente tallados en piedra, y enmarcados en una orla circular, con corona ducal, y las armas de Sandoval y Rojas a la derecha, y de La Cerda a la izquierda. El cuarto cuerpo ofrece tres anchos ventanales con celosías, para que desde ellos las monjas pudieran ver todo lo que acontecía en la plaza de palacio, sin que pudieran verlas a ellas. Y rematando el conjunto de esta fachada un frontón triangular con óculo en el centro, y remate de cruz de piedra. La espadaña va lateral, como las solía poner fray Alberto en sus obras carmelitanas, entre ellas de las “Carmelitas de Abajo” de Guadalajara.

El interior de la iglesia es muy espacioso, constando de una sola nave y crucero con cúpula y linterna. El retablo de fue hecho por Juan Gómez de Mora con quince buenas tablas, rodeando al santo titular y dos tallas de la Virgen y San Roque. El órgano es de 1614. El interior del convento, sobrio y de humanas dimensiones, sin llegar a la grandiosidad arquitectónica, tiene dos amplios claustros en torno a los que se desarrolla la vida de la comunidad.

Apunte

Escudos en piedra

Lerma tiene una obsesiva imagen clavada en las frentes de sus edificios todos: el escudo de su señor y gran duque, don Francisco Gómez de Sandoval y Rojas. Lo vemos tallado en la fachada de su palacio, en la frente de la colegiata de San Pedro, en los altos muros de los conventos de Dominicas, Carmelitas, Dominicos y Clarisas. Del lado derecho, las armas de Sandoval, una banda de sable en campo de oro. Del izquierdo, las de Rojas, cinco estrellas de azur bien dispuestas en campo de oro. Por bordura, los veros de los Velasco, y al timbre, la corona ducal. En la mayor parte de los casos, como este escudo que vemos junto a estas líneas, que adorna la fachada del convento de San Blas de Lerma, el emblema va engastado en una lauda circular, símbolo del honor renacentista.

Pontevedra, casco viejo

El pasado mes de junio se celebró en Pontevedra el XXVII Congreso Nacional de la FEPET (Federación de Periodistas y Escritores de Turismo) con amplia participación de comunicadores de nuestra Región y provincia. El debate estuvo centrado, a lo largo de las ponencias, visitas y participación de congresistas, en el tema de los cascos viejos de las ciudades españolas, para los que se pide algo más que la conservación y mantenimiento: una vigorosa puesta al día y revitalización a través de comercio activo, actos culturales, museificación de edificios, magnetismo social para los habitantes de la ciudad y los visitantes, etc.

La ciudad elegida para este Congreso es uno de esos ejemplos, magníficos, que en Galicia están surgiendo. Cascos viejos restaurados pero palpitantes y llenos de vida. Desde Allariz a Vigo, desde Santiago a Mondoñedo, y, por supuesto, desde Combarro a Pontevedra, en la misma ría baja, todo es fulgor de piedra berroqueña.

Pisar granito tallado

He podido constatar, personalmente, el cambio habido últimamente en el casco viejo de Pontevedra. De mi primera visita, hace 30 años, a la del pasado mes de Junio, han cambiado muchas cosas, y no solamente de cara. Han cambiado en la raiz, y se han manifestado en la luz y el sonido, en las plazas y los edificios, en las esculturas callejeras, en sus viejos cruceiros, en el propio camino de Santiago que atraviesa, sobre ténues luces en las baldosas, la ciudad multicolor y viva.

Todo está latiendo en Pontevedra. Lo notará enseguida el viajero que se dirija, desde cualquier hotel en que recale, hacia el centro. El cogollo de siempre, las calles anchas y la plaza da Ferraria, como un corazón del que salen todas las arterias. Esas plazas del renovado casco histórico se abren a la luz como claros en un bosque pétreo; muchos soportales y fachadas conforman el bosque, cuyo dosel filtra luz y lluvia creando atmósferas irreales y cálidas donde el baile de luces y sombras juega con el granito tallado por expertas manos, dotándolo de colores y matices que van más allá de su fría naturaleza, reflejada continuamente en los bloques de magnolios, camelios y t ejos.

Este centro histórico o casco viejo de Pontevedra es uno de los más importantes de Galicia. Abarca la zona que se encontraba intramuros, tras las siete puertas de la ciudad medieval. Su planta es circular, y si miramos un plano para orientarnos, nos daremos cuenta que estamos inmersos en una vieja ciudad de corte medieval, pero renovada cada siglo, cada año, viva hoy a todos los efectos.

Es peatonal en toda su extensión, y entre el discurrir de sus calles, algunas estrechas y empinadas, van surgiendo no menos de trece plazas, cuyos nombres nos recuerdan la intensa actividad comercial de esta antigua ciudad: las plazas da Verdura, da Pedreira, da Leña o da Ferraría son buen ejemplo de los oficios y mercados que aparecen en el callejero.

La belleza monumental de Pontevedra surge de la impresionante serenidad del granito gallego, cortado por los afamados canteros de su comarca, y de la importancia de la ciudad a lo largo de los siglos. Pazos, iglesias, conventos, casas tradicionales, labras heráldicas, fuentes, cruceiros… todos ellos se suceden ininterrumpidamente a lo largo de sus calles y de plaza en plaza, donde pequeños tesoros esperan al ojo curioso.

Los pazos urbanos son un referente claro del patrimonio artístico pontevedrés: a cada paso surgen las moles grises de estos palacios (“pazos” en gallego) en los que resaltan sus portadas, ventanales, veletas y sobre todo sus vibrantes labras heráldicas, de las que hay casi dos centenares de ejemplares, y que son reflejo de la pujanza de la ciudad entre los siglos XIV al XVIII. A mirarlas nos invitan, en los días de sol especialmente, al atardecer con sus violentos perfiles, los muros que escoltan sus plazas: la llamada del Teucro es uno de los mejores lugares para ello; y a quien definitivamente le entusiasme el mundo de los escudos heráldicos de noble labra en el granito, recomiendo visitar la exposición permanente de labras heráldicas que el Museo Provincial atesora en las Ruinas de Santo Domingo.

En la Praza da Pedreira nos encontramos con el Pazo de Mugartegui (siglos del barroco), mientras que la arquitectura religiosa de la ciudad y su entorno­cuenta con importantes monumentos, de entre los que destaca una joya del Renacimiento: la Real Basílica de Santa María la Mayor, que fue costeada por el Gremio de Mareantes en el siglo XVI, y cuya fachada occidental es una maravilla del Plateresco, obra del maestro Cornelis de Holanda. En su entorno se encontraban la judería y el cementerio judío, y por debajo de la cara oeste de la iglesia se conservan los únicos restos del lienzo de la muralla. A la caida del sol, por la tarde, esta fachada se ilumina y ofrece la riqueza de cientos de imágenes talladas, mezclando santos y santas con grutescos y figuras mitológicas. Una pieza que no debe perderse el viajero a Pontevedra, aunque en esta ocasión de nuestro Congreso, debemos decir que estaba oculta por los andamios que la están dando mejor cara con una cuidada restauración.

Otro edificio suntuoso y muy característicos de Pontevedra es el céntrico santuario de la Virgen Peregrina, delicada joya barroca con rasgos neoclásicos, construida en el siglo XVIII, y que con su imagen de María vestida de peregrina en la fachada, es uno de los símbolos de la ciudad y un reflejo de la profunda vinculación de ésta con el Camino Portugués de la peregrinación a Compostela.

El Gótico aparece representado por los conventos de San Francisco (siglo XIII) y Santa Clara (siglo XIV) más las ruinas del de Santo Domingo (siglo XIV). Se atribuye la fundación del primero al propio Santo de Asís, y tanto en San Francisco como en Santo Domingo encontramos tumbas de bella factura, como la de Paio Gómez Charino, Primer Almirante de Castilla y afamado trovador, en San Francisco. La iglesia de San Bartolomé, que fue capilla del Colegio de los Jesuitas, es muy profusa en su arquitectura y ornamentación, ofreciendo un importante conjunto de retablos e imaginería.

Pero el mayor encanto de este casco viejo de Pontevedra, que desde aquí animo a visitar y disfrutar, son sus calles estrechas y pendientes, que discurren desembocando en plazas y plazoletas,  donde se ofrecen fuentes y cruceros. Una de estas plazas  es la da Ferraría, un gran espacio abierto y lleno de vida, asoportalado en su caras norte y oeste y con jardines a los pies de San Francisco, en los cuales se encuentra una preciosa fuente de estilo portugués del sigloXVI. La Plaza de Méndez Núñez forma un rincón encantador, presidido por el impresionante magnolio de la casa donde moró el insigne marino y rematado por la propia casa blasonada y el monumento a Valle Inclán, que en bronce y con su ya conocida pequeña talla nos saluda desde el mismo pavimento.

En la confluencia de la Rúa Real y el Marqués de Aranda disfrutarmos de la Fonte dos Tornos (siglo XVI). En la Praza da Verdura y en Curros Enríquez encontramos originales fuentes de hierro del siglo XIX.

Tenía especial interés en visitar la Praza da Leña, porque hacía 30 años era un lugar minúsculo, silencioso y como salido de un cuadro antiguo. Hoy está igual. Añade durante la jornada las sillas y mesas de las cafeterías que albergan sus edificios, pero en la madrugada es tan silenciosa y limpia como siempre. Se centra de un crucero antiguo y tiene hoy enfrente, ocupando un viejo pazo, el Museo de Pontevedra, toda una referencia entre los museos provinciales de la Península; sus fondos pueden entretener acualquier enamorado del arte durante una mañana entera.

Fuera del casco viejo

Pontevedra ofrece al visitante muchos otros edificios y espacios de interés, fuera ya del casco viejo. Así conviene admirar los edificios oficiales del Ayuntamiento y la Diputación, ambos del siglo XIX, y que, junto con el parque de la Alameda, donde se conservan algunos paneles con azulejos de tradición portuguesa, más los jardines de Vicenti y demás edificios del entorno, forman un conjunto digno de ver. Tras el contorno de la muralla se encuentra el arrabal de A Moureira, barriada de pescadores y gentes de mar, en el que hoy en día solo quedan algunas casas tradicionales que permiten imaginar cómo era. Allí está la plaza de toros, construida en 1900 sobre una anterior, y la capilla de San Roque, muy restaurada y alterada.

 Apunte

Un escudo mendocino

En la plaza del Teucro, y acompañado de otros grandes escudos que presiden pazos señoriales, en pleno corazón del casco viejo pontevedrés, y como ejemplo de esa variedad infinita de labras heráldicas que caracterizan a la capital de las Rías Baixas gallegas, está colgando de un muro el escudo que adjunto a estas líneas. Es un emblema heráldico de los Mendoza, que como por ello se puede colegir, tuvieron representación en todas las regiones de España. Nada escapó a su influencia, y las alianzas que con otros linajes establecieron, les dieron calidad de monarcas durante largos decenios de los siglos XV y XVI.