Arte antiguo en Fuentelviejo
Con motivo de mis trabajos preparatorios del libro que por fascículos está editando nuestro diario “Nueva Alcarria” sobre el Renacimiento en la provincia, he viajado a Fuentelviejo y he podido admirar el fantástico retablo que preside su templo parroquial. Un retablo que ha sido restaurado recientemente, porque los años, los siglos más bien, le habían puesto un oscura capa de polvo y suciedad encima de las escenas que representa. Y ahora, ya limpio y recuperado en su esplendor antiguo, y tras varios intentos para poder verlo, porque la iglesia no suele estar abierta ni es fácil encontrar a la señora que custodia sus llaves, hemos conseguido maravillarnos ante lo novedoso de sus pinturas y las escenas singulares que pueblan su ordenada estructura.
Un puntal del Renacimiento en la Alcarria
Por fuera la iglesia parroquial de Fuentelviejo, que está dedicada a San Miguel, no pasa de ser un gran edificio de piedra sin especial encanto, con una torre apelmazada y una puerta orientada a mediodía, que el sol de invierno ilumina con fuerza y ciertas exiguas calorías. En ella, surgen los clavos espléndidos, antiguos y orondos, acompañados de las fallebas que le dan enjundia y solemnidad. Pero muy poco más.
El interior de este templo tampoco tiene mayores elementos de arte: es de una sola nave, y esta de un solo tramo, cubierta de cielo raso. Un arco de medio punto da paso al presbiterio, que es de planta cuadrada y se cubre de bóveda de crucería. A los pies, un coro alto de madera. Y abierta en el costado norte del presbiterio, una amplia capilla también abovedada de crucería, con una pequeña sacristía aneja. La decoración del templo está formada por pequeños altares sin mayor mérito, y cuadros barrocos.
Pero por lo que merece la pena su visita, y el subir hasta la altura limpia de Fuentelviejo, que otea la vega del río Prá a sus pies, caminando hacia el Tajuña ya cercano, es por contemplar su retablo mayor, dedicado al titular del templo, y con diversas pinturas al óleo sobre tablas que, tras haber sido restauradas, muestran la sorpresa de unas escenas infrecuentes y la gloria de otras clásicas muy bien tratadas.
El estudio inicial de esta obra, sobre la que yo mismo pasé de puntillas hace 25 años cuando realicé el Inventario del Patrimonio Artístico de Guadalajara, por estar entonces muy deteriorado y casi invisible, lo ha hecho recientemente Francisco Javier Ramos Gómez, en su libro “La pintura en la ciudad de Guadalajara y su jurisdicción (1500-1580)” con el que ganó el Premio “Layna Serrano” de investigación provincial en 1997.
Nos dice Ramos que en su opinión la obra completa de este retablo, que es una joya del Renacimiento castellano, está hecha después de 1515 y antes de 1565. Ello porque el estilo netamente plateresco y protorrenaciente no permite adelantarlo más, y porque no aparece mención alguna a su realización en el libro de Fábrica del templo, conservado en el Archivo Diocesano de Sigüenza, y que empieza en 1565.
La autoría, desconocida, es de la mano de un buen pintor del área alcarreña, muy posiblemente de la misma ciudad de Guadalajara, con la que Fuentelviejo seguía muy relacionada, a pesar de ser ya en esa época señorío de los Condes de Tendilla y Marqueses de Mondéjar. No está lejos del estilo de Pedro Berruguete, con el que sin duda el autor de este retablo se formó o tuvo relaciones, pues la distribución y actitudes de las figuras en las escenas son muy parecidas a lo del pintor palentino.
Un retablo estructurado
Se compone el retablo de San Miguel de tres calles verticales y dos cuerpos horizontales, coronándose cada calle de una tabla semicircular. En lo alto de todo, y hace 25 años, aparecían talladas y pintadas las armas de la familia Velázquez, que hoy ya no están.
En el centro, sobre el Sagrario, una gran hornacina aloja la talla en madera de San Miguel. La original debió ser mucho más grande. Aunque todo el retablo tiene una prolija decoración en paneles y columnas, frisos y molduras, sin embargo da sensación de sencillez y elegancia.
Lo interesante y fundamental son las pinturas. Hay en total cinco tablas: dos en cada calle lateral, y una en lo alto de la central. Suponemos que sea esta colocación actual la que tuvo primariamente. Porque el orden de las escenas clásicas (la Pasión de Cristo) está un tanto alterado de lo habitual, mientras que las dos nuevas aparecen en su nivel más bajo.
Las escenas altas son, -es muy fácil identificarlas- la Resurrección de Cristo en la calle izquierda; el Calvario en la central, y la Asunción de la Virgen María en la calle derecha. Lo interesante está abajo, en el nivel inferior.
San Miguel se aparece en el Monte Gárgano
La Leyenda Dorada de Santiago de la Vorágine nos da la clave de las dos escenas inferiores del retablo de Fuentelencina. A la izquierda del espectador, se ve un cuadro en el que un grupo de cazadores dispara una flecha contra un toro en lo alto del monte. El toro pertenecía a un pastor de nombre Gárgano, que vivía en Siponto, el año 390, y que se extravió de la manada, apareciendo finalmente en lo alto del monte, a la entrada de una cueva. El dueño, para castigarle, lanzó contra él una flecha envenenada, pero por extraño milagro, esta se dio la vuelta y se clavó en el arquero, que murió en el acto. El obispo de la ciudad escuchó finalmente la voz de San Miguel, que decía que era él quien había causado aquel extravío taurino, y la muerte del pastor. Y que aquella cueva era lugar que él cuidaba. El significado de esta leyenda, se nos hace difícil de entender, a la entrada del siglo XXI, pero el hecho es que tradicionalmente esta fue la primera aparición registrada del arcángel San Miguel.
San Miguel acaba con la peste de Roma
La pintura baja de la calle derecha, representa a un Papa y su corte, orando arrodillados ante un altar en el que se ve la imagen de la Virgen María y su Hijo, y encima de ella la figura de San Miguel limpiando una espada. Se dice que esta fue la tercera aparición del arcángel, cuando tras una de las habituales pestes que en Roma asolaron a su población, ante las súplicas del Papa el arcángel decidió limpiar su “espada ensangrentada de víctimas” cesando la peste, y en ese momento el Papa San Gregorio decidió levantar en honor del ser celestial una iglesia dedicada a “Santángelo” en lo alto de la romana fortaleza de Adriano. Es ese hoy el Castillo de Santángelo que todos los que han ido al Vaticano han visto junto al río Tíber.
Son pues dos inusuales representaciones tomadas de la Leyenda Dorada, y que en Fuentelviejo se suman, con su interesante iconografía y su bella disposición, a dar realce a este retablo que merece ser visitado y admirado, pleno de colorido y hermosas proporciones. Una joya más de las que Tierra de Alcarria nos depara a poco que sepamos buscar, mirar, y asombrarnos.