Mondéjar, en la ruta de la piedra tallada

viernes, 16 diciembre 2005 1 Por Herrera Casado

Interior de la iglesia de Mondéjar

 

Llega el visitante a Mondéjar, y lo primero que le sor­prende es su Plaza Mayor, de un clásico sabor castellano, con construcciones de fines del siglo XIX en tres de sus lados, soportalados todos ellos, y centro de la vida económica y social de la villa, siempre animada y bulliciosa, cada vez más animada y bulliciosa, a pesar de que las mañanas del ya caduco otoño dejen helados los carámbanos colgando de los aleros. Una plaza en la que hay vida, bancos, un Palacio Rural con restaurante de postín, y mucho vaivén de negocios.

Aunque Mondéjar tiene mucho qué ver, y cada día se acercan más turistas a comprobarlo (el sorprendente museo subterráneo de “los judíos” en lo alto de la Ermita del Cristo, o las ruinas del protorrenaciente convento franciscano de San Antonio, o las extensiones de viñedos que van cayendo suavemente hasta el Tajo en medio de paisajes románticos…) es la iglesia la que por estar en el mismo corazón del pueblo, y tener tantos motivos para la admiración, la que hoy nos dirige los pasos.

La iglesia, joya del Renacimiento

El costado meridional de la plaza mayor mondejana se cubre por la mole inmensa y gris de la iglesia parroquial, dedicada a Santa María Magdalena. Es una magní­fica obra arquitectónica, de homogéneo estilo y carácter, realizada en los comienzos del siglo XVI, y por tanto una de las primeras y más tempranas obras del Renacimiento español. Se comenzó a levantar el templo en 1516, por expreso deseo y patrocinio de don Luis Hurtado de Mendoza, segundo mar­qués de Mondéjar. Se encargó la traza y dirección de la obra a Cristóbal de Adonza, quien la concibió como un fiel trasunto, en cuanto a planta y estructura, de la Capilla Real de Granada. El marqués, alcaide de la fortaleza granadina y capitán general del nuevo reino, buscó en Granada a uno de los mejores arquitectos del momento para que levantara en Mondéjar un grandioso templo parroquial. Y así se hizo: tiene tres largas naves, de 35 metros de larga cada una, rema­tadas en elegantes techumbres de complicada tracería nervada, siendo más alta la central que las laterales. Solamente la capi­lla mayor alarga levemente la nave central.

Rezuma todo el conjunto un innegable aire gótico, trans­mitido por Cristóbal de Adonza a su obra. Pero sería luego su hijo, Nicolás, quien con nuevos impulsos, ya claramente rena­cientes, complete el edificio. Así, a él se debe el coro alto a los pies del templo, sobre gran arco escarzano que muestra un par de enormes medallones de San Pedro y San Pablo en las enjutas, y una notable baranda de balaustres. Magnífico ejemplo este coro de Mondéjar, dentro del arte renacentista alcarreño. Al mismo Nicolás de Adonza se deben la sacristía, gran salón cuadrangular con pilastras adosadas y cúpula; las puertas de subida y entrada al coro, con estructura y detalles platerescos; y las dos portadas del exterior: la principal, en el muro norte, da sobre la Plaza Mayor; presenta un vano con arco semicircular, escoltado con cuatro columnas de orden compuesto, y rematado por un frontispicio angular y algunos candeleros. En el centro del frontis aparece una imagen de la Magdalena, de buena talla plateresca, aunque ya muy desgastada por los elementos. En las enjutas del arco aparecen sen­dos escudos del matrimonio patrocinador (don Luis Hurtado de Mendoza y doña Catalina de Mendoza). Tras las columnas de esta portada, exentas, aparece todo el muro completa­mente tapizado de grutescos, mascarones, y una riquísima decoración plateresca, que se completa con un cordón francis­cano por orla, que viene a definir el espíritu reciamente católico de sus fundadores, miembros de la Venerable Orden Tercera.

Sobre el muro de poniente se abre una portada de tam­bién aceptable línea renaciente. Al mismo arquitecto se debe, finalmente, la torre del templo, trabajada en noble piedra sillar, firme y austera, con los relieves magníficos de los escu­dos heráldicos mendocinos sobre su muro norte. Se terminó hacia 1560. Dentro del templo, y aparte su magnificencia y elegante traza arquitectónica, quedan algunas obras de gran relieve por contemplar.

El interior: retablo, mausoleos, orfebrería…

Cuajada estaba la iglesia de obras de arte hasta 1936. Era, sin duda, el punto capital del arte alcarreño. El vendaval de la Guerra Civil de 1936‑39 asoló casi todo cuanto contenía el templo. Sobre el muro de la nave del evangelio, se ve, bas­tante maltratado por golpes y repintes, el basamento del enterramiento de Marcos Díaz de Mondéjar, canónigo de Toledo y obispo electo de Sigüenza, que murió en 1473: pre­senta profusa decoración gótica de cardinas y tallos retorcidos, con los escudos familiares del sujeto. Muy destrozado y hoy tabicado, debe quedar algo de la estatua yacente y calvario que la coronaba. Era uno de los mejores enterramientos góticos en la provincia. En la nave de la epístola se abren algunas capillas, del siglo XVI en sus finales, que muestran detalles aislados y algunas laudas sepulcrales con leyendas y escudos.

En la sacristía se conserva todavía un regular acopio de obras de arte, escueta muestra de lo mucho que tuvo la parroquia, la mayor parte donadas por sus señores, los riquí­simos marqueses de Mondéjar, que seguramente andarán, desde hace mucho, por los pasillos del Paraíso, pues se ganaron una larga estancia allí a costa de tantos regalos a su parroquia.

En el capítulo de la orfebrería, cabe destacar su cruz procesional, de plata sobredorada, obra del platero toledano Juan Francisco, hacia 1550. En el centro de su anverso, aparece una talla de Cristo crucificado enmarcado con redonda placa avenerada, muy característica del autor; y en su reverso una escena de Descendimiento que asombra por su minuciosidad y delicadeza. En los extremos de los bra­zos se ven pequeños nichos, decorados prolijamente al modo gótico, con algunos santos en su interior. Y recubriendo toda la superficie de la cruz, un exuberante acopio de grutescos, monstruos, flores y cartelas del más puro estilo plateresco hispano. El pie o macolla tiene dos pisos, mostrando en pequeños nichos los doce apóstoles. Aparte de las navetas, incensarios, cubiertas de misal, bandejas, portapaces, cajas, etc., que en este tesoro se conservan, es pieza de indudable mérito, dentro del estilo barroco, la Custodia que en 1667 construyó el platero madrileño Damión Zurreño, quien cobró por ella 28.405 reales. Su parte central, cuajada de piedras preciosas, representa un sol, escoltado por dos angelillos de cuerpo entero, portando un incensario cada uno. La basa se compone de dos bichas enfrentadas, y el pie lo constituyen cuatro angelillos.

Otras piezas del museo constituido en esta sacristía son una buena colección de prendas litúrgicas, entre las que destacan el terno del Ave María, de seda y brocado, blanco, con escudos de la familia Mendoza y el terno rico o de los apóstoles, que consta de casulla, capa y dos dalmáticas, de brocado y seda rojos con multitud de grandes medallones bordados representando apóstoles, mártires, padres de la Igle­sia, y uno hermosísimo, en la capa, con la imagen de Santa María Magdalena. Es, sin duda, el mejor ejemplo del arte del bordado en la provincia de Guadalajara. También existe un buen archivo parroquial.

Lo más espectacular, hoy, del templo de Santa María Magdalena, es su retablo, reconstrucción fidedigna, exacta, del que tuvo desde el Renacimiento hasta 1936. Esta obra, hoy rehecha por  obra del talento escultórico de Martínez, de Horche, y de la gracia y maestría pictórica de Rafael Pedrós, de Yélmaos, nos retrotrae a los años en que los marqueses de Mondéjar se podían pagar el gasto de acudir a los mejores artistas de la archidiócesis. El original se construyó, entre 1555 y 1560, interviniendo en sus trazas Alonso de Covarrubias, el más grande arquitecto del Renacimiento castellano; con Nicolás de Vergara y Juan Bautista Vázquez, que corrieron con la parte escultórica, mientras que la pintura estuvo a cargo de Juan Correa de Vivar. Todo ello realizado en Granada. Rematado con los escudos de los mar­queses de Mondéjar. En su parte central inferior, había un magnífico sagrario realizado en el siglo XVIII por Juan de Breda.

Es este retablo, costeado por todos los vecinos de la villa, durante años de aportaciones, una inmensa locución bíblica, con escenas de la infancia, vida y pasión de Jesús, acompañados los cuadros de esculturas de apóstoles y evangelistas. Todo ello cuidadosamente elaborado, tallado y sobredorado. Una joya que complementa de forma ideal a la iglesia, al pueblo, a los viñedos que se extienden por las suaves lomas que se alargan, por el sur, hacia el Tajo. Un lugar, este de Mondéjar, ideal para visitarlo, pasear por sus calles, degustar su gastronomía exquisita, catar sus vinos y llevarse, de recuerdo, algunos dulces que los hay, y bien sabrosos.

Una ruta de arte y gastronomía

Se está intentando, por diversas instancias, hacer a Mondéjar centro de alguna ruta turística provincial. La verdad es que con su acreditado vino, ya con denominación de origen, es fácil organizar esa “ruta del vino” que se iniciaría en Mondéjar, y bajando al Tajo por Albares y Almoguera, subiera junto al gran río hasta Sacedón, donde está el otro núcleo importante de nuestra viticultura.

En el camino, admirar la gran iglesia de San Esteban en Albares; el castillo, reconstruido sin tino pero con entusiasmo, en Almoguera; los encinares de Anguix con su imponente fortaleza medieval al fondo; los paisajes de las Entrepeñas, y Sacedón, para volver a Mondéjar por el mismo camino, o bien siguiendo hasta Buendía, y de allí cruzando la sierra de Altomira para regresar por Albalate y Almonacid de Zorita, de nuevo a Mondéjar.

En el inicio y final, la joya del arte y las sorpresas patrimoniales de esta gran villa alcarreña. Rociadas con los manjares suculentos, apoyados por los dulces postres de la Alcarria, y los cada vez más sabrosos vinos del entorno.