Retablos a todo color
Aunque hoy solo queda la cuarta parte de lo que Guadalajara tuvo como elemento patrimonial más destacado, en el arte mueble, los retablos, son todavía muchos, y espectaculares, los que podemos visitar y admirar. Por catedrales (bueno, por la de Sigüenza, porque en nuestra provincia, catedrales solo hay una) por pequeñas iglesias de pueblo, por museos, y, sobre todo, por el recuerdo de las estampas de los libros que nos los rememoran, en imágenes. Uno de esos libros, el “Patrimonio Desaparecido de Guadalajara” de García de Paz, es especialmente impresionante, porque nada menos que tres páginas del mismo se dedican a relacionar los retablos perdidos y destruidos. Ahora vamos a los vivos, a los que quedan, a los que aún nos dejan pasear la mirada por sus volutas de madera sobredorada, por sus pinturas bien organizadas, por sus escocias y remates cuajados de columnillas, pámpanos y escudetes.
La Alcarria en sus retablos
Tras la restauración que ha recibido hace cinco años, posiblemente el mejor de los retablos renacentistas de la Alcarria sea ahora el de Peñalver, aunque sin desmerecer del cercano de Fuentelencina, ni del de los alrededores en Fuentelviejo. Bueno: y el de Balconete, también recientemente restaurado, y brillante en su imagen del mejor Renacimiento. De ellos, como elementos imprescindibles, vamos a ocuparnos ahora.
El retablo de Peñalver es obra del primer cuarto del siglo XVI y se atribuye al Maestro de la Ventosilla. Su estructura aún es gótica, mostrando tres cuerpos horizontales y una predela inferior, que se parten por igual en cinco calles, la central a base de trabajo escultórico, y las cuatro laterales, simétricas, con pintura sobre tabla. Cubre todo el conjunto un guardapolvos que arranca desde el primer cuerpo y modela el calvario cimero: es un guardapolvos que se decora con motivos claramente renacentistas, a base de grutescos, y que alberga a trechos emblemas de la Pasión de Cristo. Rematando cada pintura, hay doseletes góticos finamente tallados. La separación de las calles se hace a base de finas columnillas góticas, rematadas en pináculos sencillos, y albergando a trechos algunas pequeñas estatuillas. En la predela aparecen parejas de apóstoles; en el primer cuerpo, y de izquierda a derecha, se representan la Resurrección de Cristo, la Ascensión de Cristo, Pentecostés y la Asunción de la Virgen María llevada por Ángeles, todas ellas de extraordinaria factura. En el segundo cuerpo, la Presentación del Niño Jesús en el Templo, la Última Cena, la Oración en el Huerto, y la Flagelación. Y, en el tercer cuerpo de pinturas, en el mismo orden, aparecen diversas escenas, representándose la Anunciación, la Natividad, la Circuncisión y la Epifanía o Adoración de los Reyes Magos. En la calle central, dos tallas valiosas se contemplan: arriba, un Calvario policromado; un poco más abajo, una extraordinaria talla en alabastro sin policromar de la Virgen del Rosario, de puro estilo renacimiento.
El retablo de Fuentelencina es obra de estilo plateresco, con abundantes pinturas y esculturas, de mediado el siglo XVI. Se forma por cuatro cuerpos horizontales, más el remate, y tres calles verticales, separadas y escoltadas por hornacinas y medallones. La calle central está formada por grupos escultóricos, y las laterales por pinturas sobre tabla. Todo ello, escoltado por una exuberante decoración de balaustres, frisos, roleos, medallones, etc., que dan la nota más alta de lo que fue capaz el genio hispano en punto a cuajar un retablo de plateresca riqueza ornamental. La calle central, mas ancha que las laterales, presenta cuatro grupos escultóricos. El panel central representa la Asunción de la Virgen María, con figura orante de María y mirada a lo alto; un excesivo repliegue de paños, y cuatro grupos de angelillos músicos rodeándola. El tablero superior representa a la Virgen con su madre Santa Ana y el pequeño Jesús jugando a sus pies. El remate es un magnífico calvario, escoltado de las figuras de San Miguel arcángel y San Juan Bautista. En lo alto, busto del Padre Eterno, en frontoncillo triangular. Las calles laterales presentan tres pinturas cada una: todas ellas referentes a escenas de la infancia y la Pasión de Jesucristo, de buen pincel, aunque están sucias. Las cuatro cintas que separan y escoltan las calles del retablo presentan, entre ricos balaustres y frisos, doce estatuas de los correspondientes apóstoles. El cuerpo mas inferior, o predela, presenta cuatro soberbios medallones representando a los evangelistas, y entre ellos aparece, en el lado izquierdo, magnífico grupo tallado representando la Adoración de los Pastores. A los lados de los medallones, aun se muestran ocho figuras de santos, santas, papas, fundadores, etc. En el zócalo de este gran retablo, se muestran los escudos del Emperador Carlos, del Sumo Pontífice, del Cardenal Silíceo, y del Concejo de Fuentelencina, enmarcados en lujosa decoración de grutescos. Se sabe quienes fueron sus autores: la estructura y escultura fueron realizadas por Nicolás de Vergara el Viejo y Bautista Vázquez, y la pintura es debida a Diego de Madrid. Fue realizado hacia 1557 y costeado por el arzobispo toledano Cardenal Silíceo y el Concejo de Fuentelencina.
El retablo de Fuentelviejo es un extraordinario conjunto de pinturas sobre tabla, obra de comienzos del siglo XVI, coronado por escudo policromado de la familia Velázquez. Las escenas que muestra este retablo de pinturas, y que son de muy buena mano, dentro del círculo toledano de la pintura plateresca, son en verdad curiosas, y poco frecuentes iconográficamente.
El retablo de Balconete es obra monumental, plateresca, con cuatro cuerpos y cinco calles, más un remate superior, todo ello enmarcado de columnas, frisos y elementos estructurales cubiertos de riquísima decoración de grutescos y follajes policromados, y conteniendo 17 extraordinarias pinturas sobre tabla, que constituyen un grandioso conjunto de retablo plateresco castellano.
Por el Señorío de Molina
Desperdigados, en templos que suelen estar siempre cerrados, debido a la despoblación del territorio, aparece por el Señorío de Molina algunos espectaculares retablos que consiguieron salvarse de la quema y hoy se abrigan en el olvido de muchos. Es por ello que, aunque a oscuras, siguen vivos. Uno de ellos, espectacular y que merece una visita detenida y admirada, es el retablo mayor de la iglesia de San Gil en Molina de Aragón. No es originario de allí, pues está traído de la iglesia parroquial de El Atance, de donde se sacó hace ya muchos años, cuando se preveía que el pueblo serrano quedaría inundado por las aguas de un pantano, como finalmente ha ocurrido. Es un retablo de la escuela seguntina, con esculturas y pinturas de buenas manos, quizás salidas de los talleres de Vandoma y Madrid, artistas punteros en la Sigüenza de mediado el siglo XVI.
Es espectacular el retablo de Alustante, obra de Giraldo de Merlo y su escuela, los mismos autores que reconoce el retablo mayor de la catedral seguntina. En Alustante, que además ha recibido recientemente una buena mano de limpieza y restauración, sorprenden los paneles de talla, en que se ven escenas de la vida de la Virgen, con una Asunción, por ejemplo, espectacular. Se nota la mano de un genio, la de Merlo, y un nutrido y trabajador conjunto de artesanos que dan vida a esta maravilla. Lástima que a todos nos pille tan lejos, porque Alustante sigue estando en el más allá (a la misma distancia de la capital de la provincia que de Valencia). En todo caso, merece el viaje.
Todavía en Molina cabe visitar los retablos de Embid, y entre ellos los de la Virgen del Rosario, y el de San Francisco, con tablas buenas de escuela aragonesa; este fue fundación, en el siglo XVI, del alcalde y regidor de Embid D. Diego Sanz de Rillo, poderoso ganadero.
Y los de Selas, con hermosas pinturas y esculturas, que yo recuerdo haber visto en la penumbra del templo, con imágenes de una perfección exquisita, dignas de figurar en museos.
En la tierra de Sigüenza
En el entorno seguntino, y gracias a la densa cantera de artistas y retablistas que en el siglo XVI puebla la ciudad del alto Henares, se ven todavía retablos magníficos. Como el de Pelegrina, que cubre los muros de la capilla mayor, salido de los talleres seguntinos hacia 1570, y en el que con toda seguridad puso su arte de buen entallador Martín de Vandoma, debiéndose las pinturas probablemente a Diego Martínez. Ambos artistas fueron autores de un retablo similar en el soriano pueblo de Caltójar, en 1576. Tiene tres cuerpos y un remate central, con cinco calles verticales. Talla y pintura alternan en sus espacios, que van separados por frisos, balaustres y pilastras ricamente decoradas con motivos de gran plasticidad en los que predominan los grutescos, follajes, roleos, cartelas y aun temas mitológicos. La predela muestra cuatro hornacinas aveneradas en las que aparecen otras tantas estatuas de los evangelistas. La calle central se ocupa con una buena talla de la Santísima Trinidad en gran hornacina avenerada, y sobre ella los restos de la escena de Santa Ana y la Virgen Niña, escoltadas ambas por pequeñas tallas de santos, mártires y ángeles músicos. Las pinturas presentan, en su cuerpo inferior, cuatro escenas de la Vida de María (Natividad de María, Anunciación, Natividad de Cristo y Epifanía), y en el superior otras tantas escenas de la Pasión de Jesús (la Oración en el Huerto, el juicio de Pilatos, la Flagelación y el Camino del Calvario, con la escena de la Verónica). En el remate, pinturas de los cuatro Padres de la Iglesia. También es interesante el retablo de Bujarrabal, que consta de cuatro cuerpos, cada uno de ellos dividido en cinco calles. La central está ocupada por obras de talla policromada, y las laterales presentan pinturas sobre tabla, haciendo un total de dieciséis. Existía cerca el de Santamera, que vi en tiempos muy deteriorado y oscuro, pero que desde hace pocos años ha sido restaurado, y hoy luce espléndido en la iglesia de Trillo. Y no podemos dejar de reseñar aquí el de Riba de Saelices, otro monumento que merece, por sí mismo, un viaje.
El retablo de Santa Librada
Es este retablo una de las maravillas de la “domus seguntina”, tanto por el continente, de piedra tallada y policromada, alto del suelo al techo, como por el contenido, pues en su calle central, más ancha, presenta de abajo a arriba un hueco que alberga el altar y retablillo pintado, obra magnífica en óleo sobre madera, debido al pincel de Juan de Soreda, de comienzos del siglo XVI, y en el que se representan escenas diversas de la vida y martirio de Santa Librada y sus hermanas.
En este retablo, que es esencia del Renacimiento castellano, aparecen figuras y arquitecturas, mitologías y personajes de la Antigüedad, dando en resumen la idea del Humanismo completo: Hércules luchando con el león de Nemea y el centauro Quirón, ángeles portadores de coronas victoriosas, tutti ahogando cisnes y disparando flechas, guirnaldas y diosas exaltando la virtud de Santa Librada.