Don Fadrique, un obispo del Renacimineto

viernes, 18 noviembre 2005 1 Por Herrera Casado

 

Cuando se entra en la catedral de Sigüenza, que al amanecer es toda oliveña y rosa, como decía Ortega y Gasset, no se distingue apenas nada. Parece una caverna, de altos techos, de holgadas proporciones. Primero son las luces que derraman los rosetones, las lejanas ventanas. Y luego las lucecitas de las capillas, algunas velas, una corona de virgen, un sagrario diminuto. La catedral de Sigüenza es un lugar al que uno tiene que acostumbrarse, sobre todo para ver. Para logar el  milagro de ver en la oscuridad. Y en ese oscuro silencio, el viajero va a buscar detalles, ángulos, escudos, algunos colores que sorprenden sobre lo que parece un gris modulado. Hoy vamos a buscar las huellas de un obispo del Renacimiento, nada menos que de don Fadrique de Portugal, que además de encender las velas de la misa, ponía la mecha en los cañones.yodo un personaje de historia antigua.

De origen real

Don Fadrique (también podemos llamarle Federico, que es más español) tuvo por padre a don Alfonso el conde de Faro, y por madre a doña María, la condesa de Odemira. Linaje de altura por ambos lados, que se sumaba al aluvión de sangre real que por su venas corría, pues descendía también del rey de Castilla don Enrique II y del rey de Portugal, don Fernando I. Con ese bagaje de linajuda ascendencia, en el inicio del siglo XVI se podía llegar a cualquier parte. De hecho, estudió lo que pudo, se graduó en ambos Derechos, que era lo típico, y se hizo eclesiástico. Lo tomó por consejero el rey Fernando de Aragón, al enviudar de doña Isabel de Castilla, y luego siguió en el servicio del nuevo rey, o emperador, Carlos I, venido de Gante. Don Fadrique fue uno de los que junto a Cisneros, gran amigo suyo, más se empeñaron en que viniera a reinar en España el joven Carlos, pues su madre doña Juana era evidente que no estaba para muchas responsabilidades.

Su carrera eclesiástica se inició con cargos de canónigo en Segorbe y Albarracín, pasando enseguida a ser obispo de Calahorra, y en 1508 de Segovia. Desde allí, en 1512, pasó a ocupar la silla de Sigüenza, donde fue recibido con todos los honores de la tradicional parafernalia, incluida la entrada a la ciudad sobre mula blanca, y recepción de los cargos de señor del territorio y obispo de la diócesis. Fue el Papa Julio II, corazón del Renacimiento romano, quien el nombró.

Tras tomar posesión de sus títulos, pasados unos días se marchó rumbo al norte: le requerían para firmar unos pactos con los franceses en territorio guipuzcoano. Pasó de nuevo, lo dicen los documentos catedralicios, que todo lo apuntaban, ocho años después, en 1520, consagrando entonces las aras de algunos altares. Y visitando las obras de lo que él mismo había encargado, y que levantó un gran entusiasmo en la ciudad: el adorno solemne, y dispuesto según los nuevos esquemas artísticos, del brazo norte del crucero, donde mandó abrir la gran capilla que Santa Librada merecía. Como patrona de la diócesis, y como portuguesa que era, del mismo origen que el señor obispo. Aparte veremos lo que significó ese “brazo norte” de la catedral, pero en todo caso, el conjunto de altar, sacristía, puerta del Pórfido para pasar al claustro, y enterramiento personal de don Fadrique, fue recibido con expectación. Todos los días se pasaba la gente, a lo largo de los cuatro años que duró la obra, a ver cómo progresaba.

Cargos políticos, viajes por Europa

Don Fadrique de Portugal vio elevadas sus aspiraciones a uno de los importantes cargos de la monarquía: en 1525 el emperador Carlos le nombró Virrey de Cataluña y su Capitán General, mandando del mismo modo en la Cerdaña y el Rosellón, por entonces unidas como una sola estructura socio-geográfica. Es curioso que ahora, cuando algunos tratan de aplicar categoría de nación a lo que fue siempre parte, y aún mínima, de un viejo reino europeo, se olvidan de que Cataluña nació como condado de Aragón, y vivió siempre sus avatares históricos junto a la Cerdaña y el Rosellón, que hoy son sendos departamentos franceses a los que nadie, ni se ha atrevido, si le ha ocurrido siquiera, reclamar el mismo título de “nación” que para la parte española piden. 

El viso Rey don Fadrique se quedó a vivir en Barcelona. Desde allí, con emisarios, correos y canónigos de “va y vén”, gobernaba su diócesis, y no sin gracia. Quería mucho a esta diócesis, que además de prestigio le daba saneados ingresos. Tantos, que aún pudo con aires de generosidad regalar muchas otras cosas, como una colección de tapices de factura borgoñona, a las dependencias del Cabildo. Cuatro paños referían la historia de David, y otros cuatro la de Eneas. Además dio para el culto divino cálices numerosos, candeleros, misales, estolas, dalmáticas, etc. Y no sólo eso, sino hasta 4.500 ducados para que se adquirieran fincas con las que aumentar el patrimonio de la diócesis. Terminó siendo nombrado, dos años antes de su muerte, como Obispo de Zaragoza, en 1532.

Tuvo don Fadrique que viajar a Portugal, pero ya en plan vacacional, como acompañante en la boda de su hermana doña Guiomar, duquesa de Segorbe, con el rey de Portugal. Fue su vida, a pesar de los viajes continuos, regalada y sin sobresaltos. Los problemas que se encontró al llegar en 1530 nuevamente a Sigüenza, fueron mínimos. Eran simples reyertas entre canónigos, o entre estos y el Concejo, y consistían en diatribas por el reparto de los impuestos que cobraban a los campesinos. Los líos abultados que se vivieron en diversos lugares de la diócesis toledana, como por ejemplo los focos de erasmistas que surgieron, entre los años 1515 a 1530, en Guadalajara, Pastrana, Alcalá, etc, a la diócesis seguntina no llegaron. Y aquellas auténticas muestras de Renacimiento mental, no le afectaron a don Fadrique, que siguió viviendo como lo que era: un príncipe de la Iglesia chapado a la antigua,  pero que al menos le dio por apoyar las nuevas formas del arte. Y de ahí queda su recuerdo entre nosotros, de las proezas monumentales que patrocinó, y que a seguido recordamos. En todas ellas, junto al espíritu de inmanencia que las animaba, el sello inconfundible del jerarca, sus escudos de armas, que muestran repartidos en cuarteles las quinas de la casa real portuguesa, que él lleva por el condado de Faro, de su padre, y el cuartelado con las armas de Portugal (borduradas de Castilla) y Castilla (borduradas de Manuel), que él lleva por el condado de Odemira, de su madre, que precedía a su vez del infante don Felipe, hijo de Sancho IV.

Apunte

La capilla de Santa Librada.

Es espléndido, y sin duda una de las mejores piezas de esta oscura catedral seguntina, el altar de Santa Librada, construido de 1515 a 1518 por encargo del obispo don Fadrique de Portugal, con diseño probablemente debido a Alonso de Covarrubias, habiendo intervenido en su realización los artistas Francisco de Baeza, Sebastián de Almonacid, Juan de Talavera y Peti Juan. Muestra un estilo renacentista pleno y sosegado, estructurado en forma clara como un retablo. Consta de un zócalo con temas ornamen­tales, y sobre él se desarrollan tres cuerpos. La calle central, mas ancha, presenta de abajo a arriba un hueco que alberga el altar y retablillo pintado, obra magnífica en óleo sobre madera, debido al pincel de Juan de Soreda, también a comienzos del siglo XVI, y en el que se representan escenas diversas de la vida y martirio de Santa Librada y sus hermanas. Mas arriba, también en el centro, gran hornacina, cerrada por bonita reja hecha por Juan Francés y Martín García, en la que se guarda la urna que conserva las reliquias de Santa Librada; dicha urna es de piedra, y dentro de ella hay otra de madera chapeada con plata, obra del siglo XIV. Encima aparece el remate en forma de frontón, con bello grupo escultórico representando a la Asunción de la Virgen, titular de la catedral. Escoltando esta calle central, se ven ocho hornacinas en las que aparecen en talla otras tantas esculturas de santas, muy bellas y bien compuestas: son las ocho hermanas que la leyenda dice tuvo Santa Librada: Genivera, Victoria, Eumelia, Germana, Gémina, Marcia, Basilia y Quiteria. Las calles laterales se ocupan con diversos elementos ornamentales, carteles, ángeles tenantes del escudo episcopal de don Fadrique, y las escenas de la Anunciación y la Visitación. Todo ello escoltado por pilastras y balaustres, frisos y roleos cubiertos de una densa decoración de grutescos de estilo plateresco.

A la izquierda de este gran altar se encuentra la entrada a su correspondiente sacristía de la capilla de Santa Librada, hoy utilizada para vestuario de los canónigos y beneficiados. Es una obra de severo renacimiento, con dintel, friso, jambas y frontón, pero todo ello revestido de profusa decoración plateresca. Se preside de gran escudo del obispo Fadrique de Portugal. En su interior, destaca un cuadro cuyo tema es el Descendimiento de la Cruz y su autor, el aragonés Juan de Soreda.

Apunte

El mausoleo de don Fadrique

Formando ángulo con el gran altar dedicado a Santa Librada y a sus ocho hermanas, vemos el mausoleo de don Fadrique, realizado en la misma fecha y por los mismos artistas. Se levantó hacia 1530, y al morir en Barcelona este prelado, fue traído aquí su cuerpo. Está estructurado conforme a un retablo, y consta de zócalo, tres cuerpos y coronamiento. El zócalo está profusamente adornado con grutescos, cartelas y detalles vegetales. En su centro aparece gran cartela con la inscripción o epitafio del obispo. Encima, un gran escudo del mismo, escoltado por las imágenes de San Andrés y San Francis­co, en talla exenta y cobijadas por hornacinas aveneradas. Un magnífico friso del estilo lo separa del segundo cuerpo, que se centra por una composición en la que aparece don Fadrique, orante, de rodillas, revestido de gran ceremonia, acompañado de dos familiares que le sostienen la mitra y el cirio, todo ello incluido en hornacina escoltada de balaustres y coronada por venera. A los lados, San Pedro y San Pablo. El tercer cuerpo muestra un grupo de la Piedad acompañado de los escudos del magnate. Y como remate del espléndido conjunto, un Calvario en relieve, de extraordinaria factura.

Además de ello, don Fadrique dejó su aliento renacentista en otras obras que mandó levantar. Así, el precioso altar dedicado a Nuestra Señora d ela Leche, en uno de los pilares de la nave sur, justo en la esquina con el crucero; o la balaustrada que protegía el órgano y se sumaba al coro, tallada en padera, cuajada de sus escudos y los del Cabildo. También mandó poner sus armas sobre la puerta románica de la iglesia seguntina de Santiago, que él desafectó de la de San Pedro para dársela a las monjas clarisas. Y finalmente en la parroquia de Peregrina, lugarejo del señorío episcopal, donde hizo arreglos y encargó a Vandoma el gran retablo de estilo plateresco que hoy vemos.