Guadalajara:la fiesta en la memoria
Ayer celebramos en Guadalajara la fiesta anual en homenaje a la patrona de la ciudad, Nuestra Señora la Virgen de la Antigua. Y con ello se da inicio a casi dos semanas de fiesta continuada, en la que se conjuga lo religioso con lo profano, la procesión y los encierros, la novena y los desfiles de carrozas. Amén de otros asuntos que, según el libro/guía que ha editado el Ayuntamiento para que sirva de índice de las Fiestas, tendrá entretenido al personal durante más o menos un mes seguido.
Mucho ancestralismo
Si el motor de la vida de las gentes y de sus ciudades ha sido siempre el motivo económico, esta misma razón encontramos también en el origen de las fiestas. Concretamente en las de Guadalajara. Hay siempre en el origen de cualquier actividad humana una necesidad económica. Solamente cuando esta se cumple y solventa, empiezan a hacerse cosas sin ese objetivo. La fiesta tiene un ancestro de transacción, una mecánica primigenia de trueque comercial, de mejora en la bolsa, de aumento en los dineros. De supervivencia, si se quiere.
En la época larga de ocupación árabe las transacciones comerciales de sus habitantes y los de comarcanas aldeas se celebraban en el interior de la ciudad amurallada. Guadalajara tenía perfectamente cercada su figura con altos muros de adobe y piedras, con torres en las esquinas y almenas por aquí más garitones y matacanes por allá. Eran épocas de guerra y alteración constante, y era más seguro hacer el comercio en las estrechas calles del interior, en el zoco que se formaba por callejuelas cuyo centro estaba en la actual vía de Bardales, ancha para las costumbres de los árabes. Cualquiera que haya discurrido por los bazares turcos (el de Estambul por ejemplo, el más grande del mundo) o mejor aún por las kasbahs magrebíes ó árabes (la de Túnez es monumental, las de Kairouan o Marrakech misteriosas y sorprendentes, la de Damasco plena de asombros entre las ruinas sus templos romanos), sabrá de esas oscuridades, de esos olores y ruidos, de esas ofertas y esas sorpresas en cada esquina…
Después de la reconquista, y dado el carácter de Guadalajara como cabeza de Comunidad, una de sus más caracterizadas funciones era la de servir de sede a un mercado semanal y a una feria anual de gran categoría. El mercado se celebraba en la gran explanada que se abría ante la Puerta de Levante, delante de la actual iglesia de San Ginés, en el espacio que hoy ha vuelto a recuperarse ancho y abierto, de la plaza de Santo Domingo. Todos los martes del año, aquí se daban cita los aldeanos del campo (con hortalizas de la campiña) y las gentes de la alcarria (con cereales, frutos, mieles y artesanías). El *zoco+ castellano era así todo lo contrario al musulmán: ancho y luminoso, lleno de voces que se perdían bajo el cielo, cuajado de horizontes en los que refulgían altos edificios, fuentes y caballeros con gualdrapas de colores vivos.
La Feria Grande
La feria grande, la feria anual, se tenía señalada para San Lucas, alrededor del 18 de octubre, que fue la fecha concedida por el monarca castellano Alfonso VIII como privilegio de celebrar anualmente feria con exenciones importantes de impuestos a los comerciantes. Estas concesiones suponían un gran favor y ayuda al burgo, pues estimulaba el asiento en él de comerciantes y artesanos, y favorecía el aflujo de muchas gentes de la comarca y aun de todo el reino. La feria otoñal de Guadalajara fue siempre una de las sonadas de Castilla en el aspecto ganadero, especialmente en su parcela de *ganado de trabajo+ (mulas, etc.) Esta costumbre, cada vez más preterida en los tiempos modernos por el bullicio de la fiesta popular sin más, se ha mantenido hasta hace muy algunos años. Tradicionalmente la feria se celebró al otro lado del barranco de San Antonio, frente al torreón de Alvarfáñez, a cuya puerta por él cobijada también llamaron *puerta de la Feria+. Después, el ferial ganadero se puso en las lomas que bordean por mediodía a la ciudad, y aun algunos recordamos estas reuniones de ganaderos, traficantes, muleteros y maranchoneros, más algún que otro gitano y catalán romero, extendiéndose con su ganado por las entonces verdes cotillas que se alzaban al final de la Llanilla, donde habitualmente quedaban todo el año cercados de madera, fuentes y abrevaderos. Hoy se levantan en aquellos lugares torres de once plantas, apretujadas al máximo, sin memoria de los tiempos idos.
Estas ferias tradicionales de San Lucas fueron traspasadas hace ahora 42 años (en 1963) a la última semana de septiembre, pues en la fecha habitual solía llover y refrescaba bastante, lo cual deslucía con harta frecuencia las corridas de toros y cualquier otra actividad festiva. Se trasladó a unas fechas que también guardaban bastante tradición en la ciudad: al veranillo de San Miguel, pues este día (el 29 de septiembre) era habitualmente el inicio del año *administrativo+ en multitud de asuntos comunitarios (contratos, mandatos de autoridades, elección de alcaldes y ediles, etc.) y de siempre se había hecho en esa jornada la vistosa *cabalgada+ o *parada+ de los caballeros arriacenses, muy numerosos en los siglos XV v XVI, que salían lujosamente ataviados y acompañados de toda su casa, pajes, escudos, etc., haciendo incluso juegos caballerescos, justas, cintas y cosas así en lo alto de la cuesta del Amparo, que era límite del arrabal de Santa Ana. Así pues, las fiestas actuales de septiembre mantienen una clara herencia festiva de siglos pasados, aunque ahora con modos y costumbres nuevas (correr el toro, actos musicales) que debieran convivir un poco con esas tradiciones tan antiguas de la *parada caballeresca+ que llevada a los tiempos actuales, podría ser un plato fuerte y muy divertido. En cierto modo, el desfile nocturno de disfraces es, inconscientemente aplicado, un equivalente lejano de esta *parada+. Y el desfile de carrozas que todavía se hace con aplauso de la ciudad toda, también tiene su parte de fuerza tradicional, pues en varias ocasiones al año, los gremios de artesanos sacaban *invenciones+ sobre ruedas con alegorías a la actualidad, iluminados de antorchas y recitando composiciones poéticas que a todos divertían.
En la fiesta, como en tantas otras cosas, no es necesario inventar. En punto a diversiones, ya todo está inventado. El beber y el cantar, el hacer bulla y la generosa alegría que no pide nada a cambio es el motor común y primigenio. En estos días, Guadalajara va a empezar a ser, un año más y como ya lo hace desde hace muchos siglos, un resplandor de alegría y diversión: un momento de inflexión en la vida cotidiana, que así se renueva y encuentra un escalón en el calendario. Que sea para bien de todos y de todas.
En un aparte… Luminarias por cualquier cosa
ra demostrar esta tendencia de los alcarreños al montaje rápido de una fiesta, solo basta poner un ejemplo, de los miles de ellos que aparecen en las páginas de la gran “Historia de Guadalajara y sus Mendozas” de Francisco Layna Serrano. En septiembre de 1582, en plena lucha peninsular por asentar en un solo trono al monarca Felipe II, y una vez ya sometido Portugal entero, la armada de don Alvaro de Bazán se fue hasta en medio del Océano a poner la bandera hispana sobre la montaña más alta de las “Islas Terceras” (así llamaban entonces a las hoy Azores). La pusieron, tras una tremenda batalla contra portugueses y franceses, en la isla de San Miguel. Y al llegar la noticia a Guadalajara, el Corregidor mandó que todos los vecinos “hicieran luminarias”, pusieran luces, velas, y antorchas, por ventanas y balcones, y salieran por la noche a recorrer las calles con cánticos y luminarias…. era un poco el equivalente a los actuales fuegos artificiales, que, fieles a esa secular costumbre, se siguen echando al negro de la noche por un quítame allá esas pajas.
En otro aparte… Todas las fiestas
Está mal que nosotros lo digamos, en este periódico, pero el mérito de lo que está publicando José Ramón López de los Mozos, como coleccionable semanal, y que se entrega los viernes con nuestro periódico, es una recopilación interesantísima de todas las fiestas que tienen lugar en Guadalajara. Está previamente publicado en forma de libro, el titulado “Fiestas Tradicionales de Guadalajara” que alcanzó anteriormente hasta tres ediciones consecutivas, y en el que se exponen, clasificadas por temas y por épocas, las más curiosas y vistosas fiestas que se celebran por nuestros pueblos, e incluso la de nuestra ciudad, Guadalajara, cuya fiesta de la Virgen de la Antigua, las hogueras, los encierros, y el baile de los gigantes y cabezudos, tienen buena acogida en sus páginas. Son los libros en los que caben los saberes del alcarreñismo más auténtico.